Es de sobra conocido cómo son muchos los “jesu-cristianos” que estamos apostando por recuperar un equilibrio, perdido los últimos decenios, entre el programa de las Bienaventuranzas (“¡Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos!”); la contemplación y relación con Dios en las transparencias de sus Tabores actuales (“¡qué bien se está aquí!”) y el compromiso por desalojar los Calvarios contemporáneos (“¡Dios mío, por qué me has abandonado!”).
Y que lo hacemos intentando circular entre tales montes. En los primeros, para no perder nunca de vista el Norte o la estrella Polar de una espiritualidad y teología “jesu-cristianas”: los pobres y los crucificados en cada momento de la historia. En los segundos, para disfrutar de la presencia consoladora y estimulante de Dios y cargar las pilas. Y en los terceros, para erradicar o, por lo menos, ayudar a bajar a los parias de nuestros días de sus respectivas cruces o para impedir que existan, más allá de que haya que cuidar con particular esmero o acompañar a los quemados por una desmedida generosidad.
Entiendo que no es posible renunciar a circular entre estos tres “ochomiles”. Pretender quedarse quieto en uno (casi siempre, el Tabor) es lo que se podría llamar “autocomplaciente consumismo espiritual”, probablemente, una variante de lo que, desde el punto de vista explicativo y teológico, es tipificable como extrapolación o fundamentalismo gnóstico. Pero también quiere decir que es legítimo y saludable tener la residencia espiritual y teológica preferente en uno de estos tres simbólicos montes sin dejar de transitar por los restantes. En la casa del Señor hay muchos caminos espirituales y teológicos. Todos necesarios, pero ninguno el único y definitivo.
Existe, por ello, una gran diversidad y riqueza de teologías y espiritualidades. Así lo evidencia, ciñéndome a la relación entre el Tabor y el Calvario, que unas sean, por ejemplo, más sensibles al gozo del primero que a la fragilidad del segundo, al silencio del sábado santo que al anuncio del domingo de resurrección, al reverso que al anverso. Y que otras, en cambio, estén más atentas a la cercanía compasiva que a la radical alteridad, al amor que al interés, a la intuición que a la razón, a la belleza que a su ocultamiento. Y ambas, a la articulación entre el Jesús histórico “y” el Cristo de la fe o entre el Calvario “y” el Tabor.
Es la famosa “y” católica que tan nervioso ponía a Karl Barth; en su caso, entre, revelación “y” razón.
- Los Tabores actuales
Y, aclarando los conceptos, entiendo por “Tabores contemporáneos” las anticipaciones de la verdad final alcanzada -provisional y parcialmente- en cada momento; los destellos de la Belleza definitiva que, percibidos como chispazos de la primera y última, nos atrae y fascina por sí misma; los datos, gestos y movimientos de unión y comunión que, reflejos de la Unidad fundante y final, nos vinculan entre nosotros, garantizando, a la vez, la propia identidad personal. Y, por supuesto, la participación en la Bondad originaria y concluyente que, dada de manera gratuita, acogemos y disfrutamos siendo invitados, por ello, a compartirla con otros.
A su luz, son “tabóricas” las espiritualidades o teologías que enfatizan el disfrute y la caricia de las anticipaciones y transparencias de Dios en uno mismo, en el cosmos, en la vida, en la historia, en la liturgia o en la entrega de tantas personas e instituciones, sin descuidar, por ello, la “carne”, es decir, el aguijón, presente como cruz, desolación, miseria, dolor o muerte injusta y antes de tiempo.
Y si bien es cierto que hay espiritualidades y teologías que enfatizan, legítimamente, la importancia de la luz, del bienestar, de la paz, de la unión, de las consolaciones y de la tranquilidad entregadas y anticipadas en el Tabor, también lo es que no se obsesionan con montar tres tiendas para residir eternamente allí; una pretensión que -como es sabido- queda truncada por la exigencia del Nazareno en bajar del monte. Para estas espiritualidades y teologías un alto en el camino no es el final de la andadura.
Por eso, están atentas a la revelación de Dios en Jesús como Cristo, esto es, como el principio de vida, consolación y alegría; sin olvidar que la participación en tales gozos tampoco es -mientras vivimos- el final, sino una gratificante anticipación que nos habilita y sostiene en el compromiso por salir al paso y erradicar algo de la mucha oscuridad y muerte que persisten en los Calvarios actuales.
Pero, a la vez, son teologías y espiritualidades sabedoras de que cuando se absolutiza la caricia de las anticipaciones -descuidando la historia, la humanidad, la miseria, el sufrimiento, el dolor y la muerte injusta y antes de tiempo-, quedan en el camino dos verdades o datos a los que no se puede renunciar, si pretenden ser integradoras y articuladoras (y, en este sentido, “jesu-cristianas”): primero, que las anticipaciones del final -por impactantes y seductoras que puedan ser su percepción, disfrute y experimentación- no son la Unidad, la Verdad, la Belleza o la Bondad finales. Y, segundo, que el Dios entregado en Jesús no solo es un misterio de cercanía (con el que legítimamente aspiramos a ser “uno” sin dejar de ser nosotros), sino también, y, a la vez, un aguijón. No es posible descuidar que quien resucita ha sido crucificado y que, desde entonces, la relación con Él en sus anticipaciones es, ciertamente, gratificante y alentadora caricia, pero también permanente e ineludible provocación.
La teología y espiritualidad, si son “jesu-cristianas”, no lo son de ojos “cerrados” sino “abiertos” o, quizá, de ojos, a veces, cerrados y siempre abiertos.
- Los Calvarios actuales
Y continuando con la aclaración conceptual, entiendo como “Calvarios contemporáneos” todas aquellas situaciones, personas y momentos en los que se sigue actualizando la muerte del Crucificado. Y que, por serlo, se constituyen en una permanente provocación. De ellos se hacen cargo aquellas espiritualidades y teologías que, en coherencia con tal percepción, recuerdan la importancia del compromiso, de la liberación, de las obras y de la transformación (personal y estructural) del mundo.
Pero son teologías y espiritualidades conscientes de que, sin la experiencia y relación, disfrutables en los Tabores actuales, no es fácil permanecer mucho tiempo sin bajar la guardia o sin entregarse al desaliento fatalista; o, lo que es peor, sin buscar atajos que pueden llevar -en nombre de la eficacia- al totalitarismo en que desembocan la solidaridad o la fraternidad no articuladas con la libertad. La estancia, corta o larga, en dichos “Tabores” contemporáneos, además de facilitar la permanencia en el compromiso, permite no morir devorado y deglutido por la crudeza y la angustia simbolizadas por el grito de abandono del viernes santo ni por el silencio del sábado santo. E impide, por supuesto, acabar tirado en las cunetas de la vida, entregado a la desesperanza, engullido por el consumismo y sumido en la decepción ante la (omni)potencia del mal.
Es evidente que no se puede perder nunca de vista que Jesús es un crucificado, pero tampoco que es quien ha (sido) resucitado, anticipando en la historia -por pura gratuidad- el final que nos aguarda. He aquí un importantísimo “salto cualitativo”, igualmente propio de la espiritualidad y de la teología “de ojos abiertos”. Y que lo es (no se puede olvidar) porque permite disfrutar del gozo y de la paz que irrumpen en la noche de Pascua.
- Caminos y residencias preferentes
Por tanto, entre el Calvario y el Tabor existe una ineludible relación, reconociendo la legitimidad de que haya personas e instituciones partidarias de primar o permanecer más tiempo en un monte u otro, pero sin renunciar nunca a circular entre ellos.
Si no fuera así, se incurriría en la frivolidad postmoderna de quienes creen haber llegado al final de la historia y se dedican a disfrutar de la vida sin mirar hacia atrás, hacia adelante o alrededor, no queriendo saber nada del sufrimiento, de la miseria y de la muerte prematura e injusta. Es el caso de quien se instala con vocación de permanencia definitiva en los “Tabores actuales” y se niega a bajar de ellos.
Pero también se podría incurrir en el “estaurocentrismo”, “masoquismo” o “pelagianismo” autodestructor (quizá, en algunos casos, se tendría que decir, “buenismo”) de quienes, ubicados exclusivamente en el Calvario, solo tienen tiempo para el compromiso solidario y fraterno y, por eso, corren el riesgo de acabar tirados en las cunetas de la vida por agotamiento, a veces, desesperanzados y amargados. Sin dejar de reconocer que ésta es la extrapolación, la “metedura de pata” que es muy probable que Dios mire con particular benevolencia, también hay que recordar que su voluntad salvífica no pasa por dejar un camino sembrado de cadáveres, aunque sean en nombre de la fraternidad y del amor liberadores.
De estas acentuaciones y de los riesgos o excesos reseñados, se concluye que es posible una diversidad de teologías y espiritualidades porque hay una pluralidad de experiencias primadas: unas, más sensibles a la fragilidad del Calvario que a la plenitud del Tabor, al reverso de los sufrimientos que al anverso de la paz interior; otras, en cambio, más atentas a la cercanía de Dios en la intimidad que a la provocación de los crucificados, a la intuición inmediata que a la argumentación racional o a la belleza tabórica que a su ocultamiento.
Y todas, a la articulación entre el Jesús histórico “y” el Cristo de la fe, entre el aguijón “y” la caricia o entre la cruz del viernes santo “y” la resurrección del domingo; en definitiva, entre el Calvario “y” el Tabor.
Me uno, agradecido, al artículo de Jesús, y a los comentarios que siguen. Solo añadir que el Calvario de Jesús se debió a que cuestionó el sistema religioso tradicional, e indirectamente (a veces directamente) también el sistema social. Basta pensar en las Bienaventuranzas, en el rico epulón, en la parábola de la evaluación final… para comprobar que también cuestionaba el sistema social. Por eso, lo de ser fermento, aplicable a ambos sistemas…, que en el fondo se relacionan íntimamente… Y quien cuestiona el sistema tradicional se la juega…, entonces y aún hoy… Esto debiera hacer pensar a muchos tradicionalistas, que lo sacralizan y espiritualizan casi todo y demasiado. Jesús miró mucho por el ser humano, espiritual y social, más que Pablo, por ejemplo. Digo por ejemplo, porque la tendencia a la espiritualización (y a descuidar el sistema social) se ha prolongado en la espiritualidad y en la enseñanza cristianas hasta casi nuestros días, rebajando el espíritu de un compromiso social más serio en muchos eclesiásticos, en muchos creyentes solventes y en políticos que se dicen cristianos (pero son neoliberales… Este es el sistema que hay que cambiar para que el ser humano pueda vivir con dignidad.) Un cambio así, en la Iglesia y en la sociedad, sería la mejor Pascua…
Aprovecho para enviar un deseo cordial de Buena Pascua para todas y todos… y que la pandemia pase ya de largo, de una vez, pero sin olvidar la lección tan importante que nos está dando: lo frágiles y efímeros que somos.
La pluralidad de religiones, teologías, y espiritualidades, corresponde a las muchas e inabarcables facetas de de Dios, y a la pluralidad de caracteres y de situaciones humanas. Esta pluralidad es la mejor prevención para no caer en el fanatismo, fariseismo, y autocomplacencia, con tal de no caer en el exclusivismo de mi propia religión o espiritualidad.
En este magnífico artículo el amigo Jesús Martínez Gordo. Dice:
“Es posible una diversidad de teologías y espiritualidades porque hay una pluralidad de experiencias primadas: unas, más sensibles a la fragilidad del Calvario que a la plenitud del Tabor, al reverso de los sufrimientos que al anverso de la paz interior.
Otras, en cambio, más atentas a la cercanía de Dios en la intimidad que a la provocación de los crucificados, a la intuición inmediata que a la argumentación racional o a la belleza tabórica que a su ocultamiento”.
Igualmente el amigo Javier comenta como “algunas espiritualidades se entienden hasta por la psicología personal o hasta la biografía de las personas. Se da el caso de personas que enfatizan la luz o los Tabores porque han sido personas que han sufrido, (sobre todo si tienen una cierta edad)”.
Es muy bueno que se reconozca, la pluralidad psicológica y existencial de cada persona, lo que se traduce en una pluralidad de vocaciones y de carismas personales.
No todo el mundo tiene que dedicarse a lo que nos dedicamos nosotros. La misma Iglesia lo reconoce y por eso entre sus clérigos, y monjas, los hay dedicados fundamentalmente a la asistencia, otros a la predicación y culto, otro al estudio y enseñanza, y otros a la contemplación.
Hay personas introvertidas y otras extrovertidas; hay personas más tendentes a mirar hacia fuera, y otras más a mirar hacia dentro de sí mismas; unos son más aristotélicos y escépticos, y otros más platónicos y crédulos.
Para Carl Jung existen cuatro funciones psicológicas básicas: pensar, sentir, intuir y percibir. En cada persona una o varias de estas funciones tienen particular énfasis.
Y por ello, según el mismo Jung, hay ocho tipos de caracteres: reflexivo, sentimental, perceptivo e intuitivo, con sus dobles variantes de extravertido e introvertido.
Por ejemplo, cuando alguien es impulsivo, según Jung, se debe a que predominan las funciones de intuir y percibir, antes que las de sentir y pensar.
Luego la manera en la que una persona reacciona habitualmente frente a una situación, que es lo que es el carácter, es muy diversa y plural, y aunque se puede intentar atenuar algo esas tendencias, es muy difícil conseguirlo plenamente. Y eso constituye una gran riqueza de la humanidad.
Una misma ley para el buey y el león, es opresión. Y el mejor vino es el más viejo, la mejor agua es la más nueva, decía Blake.
Bien seguidos, todos los caminos conducen a Roma. Ahora bien, la cuestión siempre está en no pasarse de rosca: el equilibrio mental y psicológico, es fundamental. Bien llevado, hay tiempo para todo. Y no dispersarse, y estar a lo que se está, lo cual es lo difícil.
Por lo demás, (y volviendo al artículo), unos están más tiempo en el Monte de las Bienaventuranzas, otros más tiempo en el Tabor, pro donde estamos todos, la mayor parte del tiempo es en el Calvario.
No quiero ponerme dramático, y no me gusta lloriquear. Pero hoy Viernes Santo, además de conmemorar la muerte histórica de Jesús de Galilea, podemos conmemorar la “muerte” cotidiana de todos y cada uno de nosotros.
¡Cuántas veces todos hemos invocado angustiados el “¡Padre, por qué me has abandonado!”. Todos somos unos pobres desgraciados.
(Ya sé que hay personas que dentro de la desgracia común, son más desgraciados que otros, y mucho más que nosotros: los que les falta la comida esencial mínima que echarse a la boca, los que están sufriendo enfermedades físicas o mentales dolorosas y/o mortales, los que asisten impotentes ante el dolor, enfermedad y muerte de sus allegados queridos, los que se sienten solos y abandonados, y no reciben el cariño y el apoyo que precisan…).
Pero esto no es un concurso de ver quien es más desgraciado que otro: en un hospital, en un orfanato, en un pueblo depauperado, todos sufren, unos más, otros menos, pero nuestro destino general es ese…
El sufrimiento es el grave problema de la humanidad, como avisaba el Buda. Y el sufrimiento, es mucho más amplio que solo la necesidad material, (con ser esta importante).
Coincido contigo, me ha parecido magnífico el artículo…
…y que somos todos unos pobres desgraciados.
También es verdad que el mismo dolor se puede vivir con más o menos sufrimiento, existen formas de vivirlo o trabajarlo que a veces dan resultado.
Para no sentirnos desgraciados por un rato. Más bien sentir que por conocer esto merece la pena haber nacido. Y ser humanos.
Es cierto que hay muchas espiritualidades,incluso te diré que algunas espiritualidades se entienden hasta por la psicología personal o hasta la biografía de las personas.Se da el caso de personas que enfatizan la luz o los Tabores porque han sido personas que han sufrido(sobre todo si tienen una cierta edad).El problema para mí es una cuestión de equilibrio y ya te digo yo que en España(no vamos a hablar de China…) siendo las espiritualidades muy diversas en la iglesia católica (eso es objetivamente así,yo lo conozco por el tiempo que fui católico y porque yo leo casi todos los dias redes cristianas/religion digital) los que parece que mandan en el tinglado católico son los del Tabor….No digo yo que los fieles que creen más en el Tabor sean los que ponen a los obispos del Tabor porque aquí que sepamos los obispos no los eligen los fieles…Por no entrar en consideraciones políticas sobre a quiénes votan los del Tabor y por qué los votan y si los votan y si aquellos a quienes votan son más del Tabor o del Calvario….Por ahora a mi con que no me gobiernan los cristofascistas de VOX…A mí por poner un ejemplo bastante político,me parece bien(visto hoy porque en la transición no tenía conocimientos para hacer este juicio,tenía 15 años) que Tarancón les dijera a la Democracia Cristiana que no quería que se presentara con ese nombre un partido(que conste que mi padre se presentó con la democracia cristiana candidato y un hermano mio con Ruiz Gimenez y yo de adolescente fui a un mitín de este último sin ninguna conciencia política;tb te digo que mi padre qepd era bastante más demócrata que estos peperos y cristiano tb…las cosas como son),digo,me parece bien lo de Tarancón,pero lo que me sorprende es que no salga ningún obispo,cardenal ,diácono o monaguillo a decirle a ese grupo autoproclamado de “Abogados Cristianos” a decirle que uno no se puede llamar Abogados Cristianos…Que Alberto Revuelta se llame abogado cristiano pase,pero ese colectivo de mamporreros cristofascistas se llame así… Suponiendo que los abogados que mentimos más que hablamos podamos ser cristianos(esto último es broma,claro)