Un amigo al que no veía desde hace bastante tiempo me entrega un escrito que anuncia como su renuncia definitiva a la Iglesia católica. Se titula Credo con honestidad y comienza diciendo: “Creo en la creación, creo en los hombres, creo en el espíritu”.
Lo curioso es que justo en esos días se leía en el evangelio de Juan (2,24) que “Jesús no se fiaba de ellos porque conocía todo acerca de las personas. No hacía falta que nadie le dijera sobre la naturaleza humana, pues él sabía lo que había en el corazón de cada hombre”.
Como no es infrecuente escuchar esta expresión (creo en el hombre, creo en el ser humano) me propongo reflexionar sobre este asunto, confiando en no decir banalidades ni caer en lugares comunes.
Lo primero que me viene a la cabeza es el título de un libro de González Faus: “Creer, sólo se puede en Dios. En Dios sólo se puede creer”. Y en efecto, me reafirmo en mi convicción de que creer, sólo se puede creer en Dios.
Pero entonces ¿qué puede querer decir eso de creer en el ser humano? Puede que sea lo que Garaudy afirmaba en un texto conocido: “Dios ha creado al hombre creador”. Que el ser humano puede hacer cosas notables, maravillosas, sobre eso no hay duda alguna. Pero tampoco la hay de que tiene una capacidad infinita para destruir. Cada civilización se ha esforzado en aniquilar las anteriores y por cada logro pueden contarse innumerables destrucciones. Hitler construyó la mayor parte de las autopistas alemanas pero también asesinó a seis millones de judíos. Edificar una ciudad supone un admirable concurso de esfuerzos de miles y miles de personas pero Truman fue capaz de arrasar dos de ellas con sólo dos bombas.
Parece que, hablando de este tema, es imposible no traer a colación la frase de Camus: “Verdaderamente hay en el hombre más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Lo curioso es que el autor francés hizo esta afirmación después de escribir El extranjero, El malentendido y La caída, que parecen asegurar todo lo contrario.
Cuando ya se han desvanecido las ideologías del progreso continuo, cuando no sabemos si será mejor o peor el futuro, verdaderamente no se puede creer en el hombre.
Cosa distinta es decir que en toda persona puede haber algo bueno, que en el fondo de todos anida una luz de bondad y que hay que ayudar a que se manifieste. Ante todo, por una cuestión de defensa común. Nunca podemos estar seguros de si, como en la guerra civil española o en la de los Balcanes, el vecino que antes te saludaba cordialmente no buscará mañana tu muerte. El actual auge de los fanatismos no ayuda a sacar lo mejor sino lo peor de cada uno.
Al comienzo de estas líneas se ha citado a Jesucristo. El no confiaba en los hombres (y tuvo ocasión de verificar esa desconfianza) pero siguió trabajando a su favor. Una postura que muchos –Pedro, por ejemplo– consideraron inexplicable o insensata pero que a lo largo de la historia muchos han tomado como ejemplo, muriendo en el intento. Desde Antonio Montesinos a Martin Luther King, Carlos de Foucault o Roger Schutz. Seguramente ninguno creía en el ser humano pero creían en Dios y su fe les llevó a luchar por sus semejantes.
Así pues: ¿creer en el hombre? Sin duda que no. ¿Trabajar por el hombre? Sí hasta el final. Pero eso ¿no es una locura? Sin duda alguna, ya lo dijo san Pablo.
Lo que voy diciendo aquí sobre la confianza y credibilidad que tengo sobre los seres humanos, de su capacidad para sobrevivir, de salir de los embrollos en que se mete y solucionar sus problemas por sí mismo sin intervenciones externas, tengo que matizarla pues se refiere al corto y quizás al medio plazo, pero si hablo del largo plazo contando en la unidad de medida geológica del millón de años puede que sea distinto, pues hay que considerar los procesos de la evolución biológica que intervienen significativamente. Hay alta probabilidad de extinción de una especie cuando los cambios en el medio donde vive son acelerados, como es el caso que nos ocupa. Para los rápidos cambios evolutivos de los homínidos ya se utiliza como unidad los cien mil años y para nuestra especie quizás sea más apropiado usar sólo decenas de miles, mejor solo miles o siglos. Y es que ya nuestra especie se ha tenido que adaptar a condiciones muy diferentes a las de su origen, somos de mayor talla con una anatomía y fisiología en origen adaptada a vivir tirando por alto a unos 40 años, y hoy vivimos saludablemente con 70-80 años y probablemente dentro de poco viviremos bien con 110-120 años incluso más.
La supervivencia de una especie biológica no está asegurada y si contamos en millones de años lo más probable es su extinción, aunque no faltan especies que viven sin grandes cambios “casi iguales” cientos de millones de años, especies originadas en las Eras Secundaria y Primaria que conviven con nosotros. Sin embargo, éste no es nuestro caso porque el Antropoceno en el que estamos inmersos está sometido a bruscos cambios inducidos por la actividad humana. Así que nuestra biología tiene que responder para adaptarse rápidamente o nos extinguiremos como muchos creen. Si esos cambios biológicos se producen teniendo en cuenta la intervención de la bio-nano-tecnología en la evolución humana ya en desarrollo, quizás podamos seguir adelante. Con estos cambios acelerados necesarios para sobrevivir, la pregunta sería ¿los humanos evolucionados nos reconocerán a nosotros como de su misma especie, tal como nosotros vemos a los cazadores-recolectores del Paleolítico? Pienso que sólo podrán considerarnos como sus ancestros y más si consideramos la cada vez más próxima interacción hombre-máquina y los ciborgs.
Lo importante para mí no es el aspecto físico y la biología que puedan llegar a tener los humanos del futuro, sino si se conservará o mejor aumentará la valoración de lo humano. ¿Aumentará la virtud ética hacia el Bien y la Plenitud junto al aumento de sus capacidades? Pocos signos apuntan a ello y confiar solamente en las fuerzas humanas, creer que la Utopía es posible por la acción exclusiva del ser humano, lo encuentro extremadamente dudoso, pero yo creo, confío y espero que así suceda, por creer, confiar y esperar a lo largo de todo el proceso en la implicación de Dios. Si Dios existe llegaremos al final al triunfo del Bien, a la Plenitud Humana, si no existe nos extinguiremos.
Por eso creer en Cristo es creer en Dios pues quien a visto la humanidad de Cristo ha visto al Padre en Su divinidad…como le dijo Jesús a su discípulo Felipe (Juan 14:16)
Amigo Santiago: Estoy totalmente de acuerdo contigo. Como no podía ser de otra forma, debido a que la Realidad es una, por los dos sentidos de acceso a una montaña, se llega a la única cumbre.
Muy posiblemente, (a mi juicio), en el tercer milenio de nuestra Era, el mensaje de la “divinidad” de Jesús, el Elegido, el “hombre perfecto” y plenamente maduro, hay que entenderlo como el reconocimiento de que la naturaleza humana, plenamente desarrollada y depurada de errores en su desarrollo, es una especie de fractal de “Dios”, (un “Dios” en pequeñito), “deiforme” como dice Maslow.
Pero no un Dios personal, sino un Dios-pura Inteligencia creadora y potente, fuerza generatriz y ordenadora de todo un Universo, y quizás de muchos más.
Las religiones clásicas, antiguas, son la forma de expresar una realidad muy compleja, a personas con una cosmovisión “romana”. Y por eso la expresan en “símbolos”, o metáforas.
Deberíamos esforzarnos en ir marcando el camino de la transición de ese cristianismo “romano”, al inevitable cristianismo del tercer Milenio, científico antes que nada.
Gracias amigo Isidoro…Creo haber respondido un poco a este comentario en el artículo de Gonzalo Haya “Teísmo o No-Teísmo” puesto que el cristianismo va más allá del dios de los filósofos o del dios de la ciencia..Va más allá porque nosotros no tenemos en nosotros la vida en nosotros mismos, sino que la recibimos, y no somos mera ecuación matemática predeterminada.
Si somos capaces de amar y decidir y hacer portentos y esto se acerca a lo mejor y más perfecto y a lo que es personal, entonces lo que nos Trasciende es infinitamente superior y perfectísimo.
Un abrazo
Santiago Hernández
¿Se puede creer en el humano?. La pregunta de Carlos, es toda una prueba del nueve de la idoneidad del humanismo.
Pero lo primero que debemos considerar es ¿qué es el ser humano?, ¿Qué lo caracteriza?, ¿Cuál es su naturaleza?.
Pero aquí empezamos por descubrir que hay dos visiones culturales en pugna: la clásica y las modernas. En la visión cultural clásica, (que aún impregna mucha cultura “moderna”), el humano es algo estable, fijo, fijado: Dios creó al ser humano, así, así y así.
Pero hoy día sabemos que vivimos en un mundo evolutivo, que todo evoluciona y cambia, y que el humano lo es aún en mayor medida.
Cuando hablamos del humano, ¿de qué humano hablamos?. ¿Del homo sapiens primitivo, que hacia unos 200.000 años, eclosionó un día en el sureste de África? ¿O el humano que hace unos 70.000 años, empezó a desarrollar y potenciar tendencias y calidades artísticas y comunicacionales?.
¿O el humano que hace 10.000 años, inició una trayectoria sedentaria, adquiriendo grandes habilidades tecnológicas, que le proporcionaron alimento y tiempo suficiente para ir acelerando sus conocimientos y habilidades, que culminaron en la invención de la escritura hace 5.000 años?.
Y aparte de esa evolución temporal de la humanidad, existe una evolución en cada uno de los individuos. ¿Es lo mismo, y cabe esperar de él lo mismo, en un recién nacido, que un niño de siete años, que un adolescente de 14, o de un humano de 25?.
El ser humano, es un animal más, pero con un cierto grado de desarrollo de la consciencia y la inteligencia. Y esta se desarrolla en su cerebro, en sus neuronas. Pero la organización neuronal de un humano, varía extraordinariamente a lo largo de los años.
Por ejemplo hoy sabemos, que la crisis de la pubertad y de la crisis de la adolescencia, se produce, por efecto de un recableado neuronal intensivo, que se produce en el adolescente, al aparecer en él/ella, las hormonas de la maduración sexual.
Hoy sabemos que desde el instante cero, el humano está dentro de una corriente principal, o mainstream, que le va marcando una sucesión continua de etapas, en las que se va implementando el proceso de evolución programada de la conciencia individual.
Este proceso automático de evolución de la conciencia se paraliza, con las experiencias traumáticas, teniendo en cuenta el sentido amplio de trauma: “Un trauma es una impresión sensorial, que no puede tramitarse en el momento en que se recibe, bien por su intensidad, su falta de sentido o por incapacidad cognitiva de la víctima para gestionarla. (Francisco Traver).
Esta definición de Traver, incluye a esas contradicciones fuertes, que no somos capaces de solucionar, en nuestro modelo personal de la realidad.
En resumen, cada ser humano, nos encontramos en un punto determinado de un continuum de maduración personal. Y lógicamente, somos un humano “diferente”, con un estado de desarrollo de nuestra naturaleza, diferente.
Y ese estado de madurez humana ideal, es el objetivo del misticismo laico, la auto-realización, el nirvana budista.
Y para llegar a ese estado, se precisa de una ascesis, (de forma paralela como en el cristianismo, siempre antes del misticismo, estaba la ascética). Pero no es una ascética masoquista de sufrimientos autoinfligidos, sino un camino de equilibrio psicológico y de adquisición de sabiduría cognitiva.
Aldous Huxley, en su libro “Filosofía perenne”, citaba el Iti-vuttaka, (una escritura budista): “Ni los perezosos, ni los tontos, ni los que no disciernen bien, alcanzarán el Nirvana, que es el desatar de todos los nudos”.
Ese desatar todos los nudos, que puede estar al alcance, (o al menos acercarse a ello), nos pone al ser humano actual, en una muy primera fila en el Universo.
No necesitamos que nos lo diga “Dios”, para admirar el potencial del ser humano. Pero estamos en el camino, y todos los caminos son costosos, hasta que se llega al final.
Son palabras de Jesús “no podemos amar (creer, confiar, …) a Dios a quien no vemos, si no amamos (creemos, confiamos, …) al prójimo al que vemos”. Por el amor, la confianza, la fe, …, en las personas concretas, que podría extenderse a toda la humanidad sin exclusiones, se alcanza, se participa, se comparte, …, el amor y la implicación de Dios con el ser humano, individual y colectivo, según el contenido de la fe cristiana. Este criterio es mucho más fiable que el inverso: por el amor a Dios amo a las personas. Aunque no dudo de que este amor derivado pueda darse, tiene para mí más acentos de responsabilidad ética que de amor. No me gustaría oír ni confiar en una persona que me dijera algo así como “te amo porque amo a Dios”, y sin embargo, la inversa me encantaría “amo a Dios porque te amo a ti”. No me gustaría que al mirarme no me vieran a mí, sino a la supuesta imagen escondida de Dios que puedan intuir en mí.
Por esto cuando leo aquí que solo es posible creer, confiar, …, en Dios y no en los hombres, incluso apoyado en la cita Jer 17,5, pienso en la grave dificultad para asumir el giro dado por Jesús en el cumplimiento de las promesas del AT y su Proyecto de Vida. Y es que en mi opinión no se trata de amar al prójimo por ver en él cierta imagen de Dios, idealizando la persona que tenemos delante al fijarnos solamente en su bondad, en su capacidad para el Bien, …, sino más bien la persona al completo, con sus virtudes y defectos, su fragilidad, sus capacidades y sus debilidades, …, tal cual es. Y es por esto por lo que Jesús extiende el amor al prójimo a pecadores, a malvados, a excluidos, a los que disfrutan haciendo daño, a los enemigos, … Es más, se preocupa y ocupa más de éstos que de los justos, quizás con más amor, pues al que se le perdona mucho también ama mucho.
El amor y la fe confiada en Dios, para la fe cristiana en mi opinión es derivada del amor y la fe confiada en las personas humanas, de cerca y de más lejos, a las afines y a las que no lo son. Y es para mí el amor humano, no el divino que no acierto a comprender, el que conduce a la Plenitud, el que va abriendo paso a paso el amor a Dios. Poner el amor a Dios por delante como principio de partida tiene el peligro de tratar de amar una imagen de Dios distorsionada o incluso falsa, que nos podemos hacer para contentar nuestra conciencia.
La creencia en Dios ha de pasar inexorablemente por la creencia en el ser humano, si no aquella se convierte en un objeto espectral.
El acceso a esa realidad que llamamos Dios tiene su raíz en lo sensible de la realidad humana que como tal tiene sustantividad propia a diferencia de la naturaleza sustancial que se le viene atribuyendo al ser humano desde antiguo. Y en este sentido es muy significativa la crítica a Garaudy que le hace la jerarquía eclesial cuando analiza sus escritos porque lo hace todavía en términos sustancialistas y no percibe, o no quiere aceptar, que Garaudy crea en el ser humano como persona plena que es en su propia sustantividad. Es desde esa realidad sustantiva como el ser humano accede a la realidad de Dios, no conceptualmente sino realmente.
La ascesis a las cosas empieza siempre por ser sensible, de esto no nos podemos hacer cuestión, por eso toda creencia es un continuo fluir de inestabilidad. La creencia en algo la sustenta no la verdad sino la certeza y por tanto ésta en su propia esencia es inestable. Podría servirnos aquí como ejemplo lo que ocurre en las hipótesis científicas que en tanto susceptibles de cambios bien podría haber una equivalencia, aunque cada una en su campo, entre creencia y hipótesis.
La única razón por la que debemos “creer” en el ser humano se encuentra cabalmente en Dios. De otra manera, la parte negativa del ser humano acabaría anulando y destruyendo lo que realmente es valioso y que se encuentra en su espíritu.
Por eso, hay que pensar que nuestra creación en libertad fue decidida en razón de la parte mejor del ser humano que se encuentra en la virtud que nos acerca al Bien Supremo. Y es que nada podemos hacer para continuar y mantenernos en el bien, sin la gracia de Dios puesto que el ser humano caído es incapaz de acceder al Bien sin esta ayuda divina.
Y es por eso que Cristo hablaba del “agua viva” que” Yo os daré”y que salta hasta la vida eterna” . Este es el salto “sacramental” claramente expresado en la Nueva Alianza, el nuevo pacto, del afortunado que encuentra la perla de la gracia y la conserva sin perderla por l a mancha perenne de la adicción al mal y que nos sumerge en el abismo del desorden del pecado.
De manera que yo creo en el ser humano como que es capaz -somos capaces-de acceder al bien asiéndonos por la fe en esta ayuda que sólo reside en Dios y proviene de El y sólo de El…Puesto que nadie puede ayudarnos si no cooperamos a los “signos” de la gracia que trascienden todos nuestros pensamientos y conjeturas y que están destinados -no a una breve felicidad temporal- sino a la vida verdadera que es eterna, la que Cristo vino a otorgarnos sólo con nuestro consentimiento y asentimiento y que abundantemente mereció muriendo en el sacrificio de la Cruz.
Un saludo cordial
Santiago Hernández
Afirmar que “creer, sólo se puede en Dios y en Dios sólo se puede creer” tiene una profunda raíz bíblica y es además una exigencia novotestamentaria, en esas dos vertientes que no son una mera repetición, sino que ambas afirmaciones por separado encierran el sentido de las trascendencia. y de la responsabilidad humana.
Jeremías 17,5 : “Esto dice Yahvé :
Maldito quien se fía de las personas y hace de las creaturas su apoyo y de Yahvé se aparta su corazón”.
Podríamos leer todo el pasaje ( 17,5-11) donde el autor hace unos visajes, unas veces su rostro hacia Dios, pero sin perder la mirada hacia el ser humano.
Y viene a decir: “El corazón es lo más retorcido, no tiene arreglo: ¿Quién lo conoce? Yo, Yahvé, exploro el corazón, examino el interior de la gente, para dar a cada cual según su conducta, según el fruto de sus obras”.
Alguien familiarizado con la Ley sabía que sólo Dios escudriña el corazón humano. Así Juan nos presenta a Jesús durante una visita inicial a Jerusalén a propósito de una primera pascua donde empezaba a levantar algunas adeptos: ” muchos creyeron en su nombre al ver los signos que realizaba, pero el conocía lo que hay en el ser humano.
El hecho de creer, su concepto, alcanza diversas gradaciones, no significando en cada caso lo mismo, aunque si hablamos con todo rigor la calidad máxima de lo creíble es la credibilidad referida a Dios. A tal hecho de creer lo llamamos fe. Dicho así, ¿Cómo podríamos afirmar nuestras creencias en el ser humano?
Se llega a creer mediante el ejercicio de una creencia, que entonces ha de ser entendida en el sentido de un firme asentimiento y conformidad con lo que pudo, puede o podría llegar a ser el ser humano por sí mismo y por su solo esfuerzo, sin alguna ayuda extraterrenal.
Pero aquí se habla en futurible, porque Carlos F. Barberá nos introdujo en lo que fue la hecatombe del pasado siglo XX con sus holocaustos. El vacío y el absurdo subsiguiente. Mencionando a Albert Camus nos ha presentado la carencia total de valores, demolido el ideal de progreso del humanismo anterior constructor de la Modernidad. La crisis que no tenía otra salida filosófica que el absurdo.
Venimos de esa generación de postguerra sin los deberes hechos, no hemos podido evitarlo. En tal contexto quien cree se aferra a una idea sin esperar a demostración alguna. Ocurre en el campo afectivo, en el intelectual abarcador de ideologías y hasta de forma volitiva, en un porque sí.
Ahora llamamos “valores” a lo que tradicionalmente se venía llamando “virtud”, difuminando de esta manera su naturaleza ética dándoles contenidos más asépticos. Todo cuanto sea el conjunto de modelos, ética, religión, ideas y conocimientos propios de los diversos entornos individuales o colectivos, se resume en una sola palabra. “la cultura”, ya sea personal o de la sociedad. Dicho en conceptos orteguiano; toda esa cultura es la prolongación de nuestro yo que llamamos nuestra circunstancia.
Entonces, creer en el hombre, ¿Qué viene a significar?
Una nueva impostura, simplemente, el esfuerzo vano por rellenar el vacío de quienes han dejado de creer en la trascendencia.
¿Cómo lo veo? Creer de forma “absoluta” (incondicional y siempre, parezca lo que parezca) solo es posible en Dios, pero creer en el ser humano “a la medida del ser humano y su condición de naturaleza dañada” es imprescindible para creer en el Dios cristiano. Esta es la gran novedad cristiana por Jesucristo. Al menos, desde la clave de la asunción encarnada de la historia del mundo como ya sí/todavía no de la historia de la salvación, esto es así en teología ortodoxa y de catecismo. No hay otro modo de creer en cristiano. Luego la cita literalista de Jn 2, 24 es más filosófica que teológica. San Agustín estaría encantado, pero Santo Tomás estaría horrorizado.
Por eso la frase “Si a pesar de todo hay quien implica su vida en favor de los hombres, eso es algo encomiable pero en el fondo es una locura”, no tiene sentido si se va a hablar del Dios cristiano. No puede significar que es un buena acción destinada sin remedio al fracaso, y este fracaso absoluto y siempre por naturaleza humana; no es ese cristianismo del Vaticano II y de la teología de la Encarnación-Salvación. No puedo, no podemos, alcanzar ninguna fe en el Dios cristiano sin acoger la fe en las posibilidades limitadas, pero reales, de todos ser humano para el bien. Al menos, como potencialidad cierta ya en la historia de acción, de conversión, de mejora, a la medida humana (ya sí-todavía no en plenitud), y en todos. En todos y siempre. El mayor de los fracasos personales y sociales no es necesariamente la última palabra sobre el ser humano y sus empeños. Por eso no podemos concebir la eliminación del mal por la eliminación de los malos. Si se hace, ya no podemos creer en Dios. Se acabó, no hay camino alternativo. No se puede llegar a Dios, en cristiano, sin pasar por el mundo: Ya sí (comienzo de Salvación: (nunca plena ni de lejos, casi imperceptible, pero cierta siempre)-Todavía no (un abismo de de regalo de Dios para la plenitud). Precisamente ese ha sido el gran error de la teología cristiana fundamentalista. Eliminar a los malos para que emerja el Bien. (Perdón, solo pienso en alto, no en Carlos).
En caso contrario, si se mantiene lo que dice la frase entrecomillada, estamos diciendo a la par que la acción redentora de Cristo, en cuanto a la historia humana del mundo conocido, ha fracasado sin remedio; el ser humano, por naturaleza, no tendría capacidad moral y espiritual de construir el Reinado de Dios en cuanto ya sí (todavía no en plenitud) en esta vida. Nada. Cristo no aporta nada a esta historia humana del mundo, salvo ejemplaridad; nada real; una imagen con buenas intenciones, a sabiendas de que inútil, y un Sagrario donde pernoctar. Es lo que dice la teología más espiritualizada: solo se construye Reino de Dios en los Sacramentos de la Iglesia, que son la única presencia real del Reino de Dios en este mundo, el único camino de la salvación, por su mediación sagrada; y el sacerdote consagrado es el ministro imprescindible. Ufff. No lo comparto. No Y soy muy realista sobre los límites de la condición humana, pero si se cree en el Dios de Jesús… Paz y bien.
Disculpas por los sucesivos fallos del texto. Sería mejor escribirlo fuera del hilo y revisar. Disculpas. Pero la idea es clara en la frase final: “Soy muy realista sobre los límites de la condición humana (limitada, muchísimo), pero si se cree en el Dios de Jesús, y cómo lo cuenta la Teología de la Encarnación en cuanto a sus efectos sobre la Historia de la Salvación (YA SÍ Y aquí/TODAVÍA NO en plenitud, nunca aquí, ni al alcance humano), la antropología del ser humano natural y completamente fracasado, no es cristiana”. O yo he entendido hasta hoy que no lo era. Veo que muchos Obispos no lo dicen pero reflexionan como si lo pensaran. Paz y bien.
… Le doy a lo que comenté anteriormente un poco más de seguimiento.
A propósito del comentario de Carlos, pienso que la experiencia a la cual como seres humanos estamos llamados a vivir, está más al alcance de los explotados que de los explotadores porque estos viven ya con la suficiencia de su fuerza y ya se sabe los que tienen fuerza y poder no les cabe cuestionamiento de ninguna clase, en cambio a los explotados, si se me entendió lo que dije anteriormente sobre la capacidad humana, estos sí tienen la posibilidad de que emerja desde su fondo en cualquier momento y ponerla en dinamismo, porque la experiencia no es otra cosa que la consecuencia de nuestra propia capacidad.
Creer en el ser humano, individual y colectivo, en un humanismo abierto al futuro hacia la plenitud de la justicia y la paz, del bien y del amor, …, es algo para mí central en mi fe religiosa y de vida, y cuando es atacado como hace Nietzsche o bien cuando se le asocia a mera ideología o como un constructo irreal dependiente de las creencias junto a otras como el dinero, la nación, la religión, …, como hace Y. Harari, me siento interpelado y busco contrarrestarlo de algún modo. En parte es que estoy de acuerdo con Harari que se trata de un conjunto de creencias y que como tales pueden desaparecer con el tiempo cuando la gente deje de creer en ellas, como ocurrió con los dioses grecorromanos. Y puede que los valores humanos tal como los entendemos hoy, los derechos y deberes, cambien incluso en la dirección opuesta, antihumanitaria. Y lo que me digo es que precisamente por su precariedad de fundamentos, los que creemos y hemos optado por ellos tenemos la necesidad de difundirlos para alcanzar una mayoría significativa.
Por otra parte, no entiendo la fe cristiana sin una base y fundamento en el ser humano. Cierto que la teología de la redención propuesta por S. Anselmo se basa en la caída del ser humano, su culpa infinita y rescatada o redimida por el sacrificio de Cristo en su muerte de cruz. La redención así entendida, junto a la teología del pecado original dejan la situación de la humanidad en un estado deplorable. En estas condiciones creer en el ser humano tal cual, pues resulta prácticamente imposible por su tendencia al mal, debido a su naturaleza caída. Y se cierra el círculo de esta tesis proponiendo que el ser humano está condenado eternamente, inmerso en el mal, si no cree en Jesucristo y su redención salvadora. Desde luego ha sido una tesis exitosa en vigor durante muchos siglos en la Iglesia, menos mal que la teología la ha sometido a una dura crítica y la ha desmantelado, pues el contenido de Dios implícito en ella es el de un Dios justiciero y malvado por entregar a su Hijo a una muerte atroz, para satisfacer su venganza contra una humanidad desobediente. Al desmantelarla se crea espacio para creer en el ser humano, al menos ya no tan malvado y culpable.
La cita que nos trae Carlos, de que Jesús conoce lo que anida en el corazón humano (maldad), no contrarresta en absoluto el amor de Dios por los seres humanos y manifestado en Jesús en todos y cada uno de los escenarios que relatan los Evangelios. Me conmueve el padre del hijo pródigo que lo recibe con una fiesta, sin pedirle cuentas de su despilfarro y mala vida. Y es que para la fe cristiana en el centro del amor de Dios está cada ser humano independientemente de sus cuentas pendientes, de su condición o circunstancias. Por esto digo que no entiendo una fe cristiana sin su base y fundamento en el ser humano.
Creo en el ser humano, en su capacidad para salir de todos los embrollos en que se mete, del deterioro al que ha sometido el entorno natural, de la exclusión y humillación que soportan multitudes por un sistema despiadado, … La lectura de los signos de los tiempos que conducen a la autodestrucción y extinción de nuestra especie, creo que pueden leerse sin perder la esperanza, como toque de atención de peligro para la supervivencia.
Si no me equivoco esa afirmación de Jesús que se cita era en torno a los detentores del poder y las normas establecidas, que exigían al resto de subordinados obediencia ciega y fidelidad. La hipocresía de aquellas personas fue atacada por Jesús.
Sin embargo, ayudó a muchas personas a tener fe en sí mismos, en su valía personal, liberarlas de ataduras constructas y hacerlos conscientes de su singularidad, porque en lo mejor del ser humano está lo que llamamos Dios. Así lo veo e intento vivir con las limitaciones que me acompañan.
Y no se trata de una cosa u otra a lo que parece induce el artículo, sino de integrar ambas en la consciencia de sí mismo. Hoy día los cambios y transformaciones galopantes externos invitan a ampliar y profundizar nuestro modo de ver, pues todo está en entrelazado, sin desechar a priori lo adquirido y heredado, ya que de alguna manera nos ha ido llevando al nudo emergente en que actualmente estamos.
También hay que tener presentes, como Ana indica, a las personas y organizaciones que, sin enarbolar creencias religiosas, se entregan a los problemas y necesidades de quienes se sienten abandonados, no tenidos en cuenta desde las leyes que tanto dejan a muchos en el olvido desconsiderado. Por lo que cada día nos exige despertar de tantos prejuicios, hipocresías y prepotencias que inconscientemente dejamos inocular ante tanta dispersión y énfasis multitudinarios de intereses ocultos.
La educación es clave y fundamental para evitar que la ignorancia se afirme en no tener dudas, excluyendo de plano lo diferente, privilegiando seguridades impuestas.
Referente al comentario de Carlos, ¿podría ser que por mi parte haya malinterpretado este párrafo?
Cuando ya se han desvanecido las ideologías del progreso continuo, cuando no sabemos si será mejor o peor el futuro, verdaderamente no se puede creer en el hombre.
Bien, si Carlos no me ha replicado debo asumir que entendí correctamente el párrafo citado, pero ahora, quizás, después de sus nuevas aportaciones disponga de más datos para reforzar mi argumentación. Insiste en que en Dios sí se puede creer, pero al mismo tiempo en que puedo comprender semejante afirmación me pregunto si no habrá alguien, como me ha ocurrido a mí que frente a ella, frente a tal afirmación no habrá sentido vergüenza ajena si hubieran habido hechos para desmentirla? Seguiría, pero de momento lo dejo aquí…
En Dios se puede creer o no creer, ambas posturas con sus razones. Pero lo que defiendo es que en el ser humano no se puede creer. Si a pesar de todo hay quien impplica su vida en favor de los hombres, eso es algo encomiable pero en el fondo es una locura. Personalmente fui presidente durante 28 años de una ONG que trabajaba en favor de Guatemala. Hicimos algunos proyectos, ayudamos a algunas personas o grupos, denunciamos abisos y corrupciones pero hoy Guatemala sigue siendo igual de pobre, de violenta, de corrupta. ¿Valieron la pena todos los esfuerzos, los desvelos, el dinero empleado? Un amigo mío decía que si el mundo se divide en explotadores y explotados, él quería estar entre los exexplotadores. Parece cínico pero es muy razonable. Lo extraño es ponerse al lado de los explotados porque los primeros serán siempre más fuertes. Ellos y los millones que, sin derlo directamente, viven bien aprovechando sus ventajas.
En cuanto al comentario de M. Luisa, yo no he heblado en mi artículo de ideologías ni de que se desvanezcan. La ideología capitalista no se desvanece, domina el mundo.
Sigo, Carlos, apoyando que no es tanto el hombre en sí, como lo que en él domina, dejándose llevar y corromper como el que más. Y no creo que Jesús tirara la toalla ante tanta necesidad, si además ayudaba a cambiar el modo de ver y comprender la vida y la persona.
Nada pasa al olvido, la ausencia hace más presente la presencia para quien la vivió. El error es creer que nuestra aportación tiene la solución de todo, no siendo más que un granito de arena, fresco aliento para el que pasa y respira aliviado.
Lo más íntimo y personal puede que no cambie lo colectivo, ya mismo. Como todo lleva su tiempo, además no se trata de conseguir copas-premios, edulcorados de ego, sino de estar en donde toca a cada cual de modo incondicional, lo cual es duro y difícil.
Gracias. Un abrazo.
1- Dices que:
-“Personalmente fui presidente durante 28 años de una ONG que trabajaba en favor de Guatemala.”-
2- Digo:
-“Te creo”-
DES-CREER EN EL HOMBRE
“DES-ENCUENTRO”
Nos equivocamos al pensar que las ideologías son portadoras de conocimiento y que cuando estas desvanecen perdemos el norte, como se da a entender aquí hasta el punto de que habrá por ello también que dejar de creer en el ser humano.
Pero, en mi opinión pienso que esto no tiene por qué suceder, son cosas distintas que no guardan relación pues la confianza en el ser humano nunca se debe perder. Es cierto que el ser humano en potencia puede ser destructor pero no en capacidad. Precisamente ahí está mi punto discrepante respecto al planteamiento del artículo en su inicio pues el que las ideologías se desvanezcan es algo bueno, al fin y al cabo estas no han producido en la historia más que voraces construcciones de un logos en desmesura racionalista y por tanto ese sería el lugar donde, en mi opinión, se ubicaría ese potencial destructor del hombre. Lo que sea la capacidad humana no nos la da cualquier acción, sino solo nos lo puede mostrar el fruto de una acción optativamente elegida.
“Y en efecto, me reafirmo en mi convicción de que creer, sólo se puede creer en Dios.” Dices en el texto. San Juan dice que a Dios nadie lo ha visto; así pues ¿en qué Dios creer? ¿O más bien en lo que creemos es en nuestros mejores anhelos a los que llamamos Dios o Espíritu? Porque yo conozco infinidad de personas que hacen de su vida una entrega al bien común, sean personas, sea el medio ambiente, y no creen en ningún dios. En religión, todo es cuestión de fe, aunque al Dios de Jesús, hecho vida, se le haya manipulado hasta la falsificación y creación de nuevos dioses a través de los dogmas, a lo largo de la historia. Eso sí, siempre por hombres (en masculino, clérigos), y alguna mujer de las que apenas se habla. Porque los seres humanos somos hombres y mujeres.
De los seres humanos, sí podemos, o no, esperar algo, porque son seres tangibles y visibles, en una pluralidad de maneras de ser tan grande como seres humanos hay. Me refiero a nivel individual.
Ahora bien, como colectividad, hay que ir a colectivos sociales y/o políticos, que son quienes toman las decisiones sobre los y las demás, ya sea a través de leyes, de guerras, de una economía destructiva para el planeta, determinadas teologías contra los seres humanos, desde las cruzadas, pasando por la inquisición, el asesinatos de herejes, la no actualización de sus leyes-“dogmas” contra la conciencia sexual de cada cual, etc. etc.
Si conocemos un poco de historia, llegaríamos a la conclusión de que, como colectivo, el ser humano ha hecho, hace y, me temo, que hará mucho daño.
Y, como nos invitaba Antonio D. el otro día, ahí tenemos el reto diario y personal de nadar en contra corriente, que algo se mejorará. Hay tantas ongs haciendo el bien en el mundo…., y tantísimas personas extraordinarias…. Debemos tener fe en el ser humano y colaborar para que el bien sea lo esencial en la sociedad.
Un gran problema es que nuestra escala de valores, es el resultado de la interacción interna de toda una ecuación – estructura, de modelos culturales, éticos y religiosos, que examinan y enjuician todo, y que está compuesta por la multitud de ideas recibidas de la sociedad, familia, escuela, medios de comunicación, lecturas, muchas de ellas en la infancia o adolescencia, y que se incorporan a nuestra “conciencia” aún inmadura, sin ningún filtro crítico por parte de un individuo, en desarrollo y en formación.
Bertrand Russell comentaba muy acertada-mente que “el ser humano no nace estúpido, nace ignorante, se hace estúpido con la (mala) educación”.
Y lo mismo opinaba Albert Einstein cuando decía que el sentido común es una colección de prejuicios adquiridos a los dieciocho años.
Y además muchas de esas falsas creencias sobre el funcionamiento de nuestra mente y del mundo que nos rodea, de alguna manera minimizan, atenúan o incluso evitan el dolor y la ansiedad que nos producen ciertas cuestiones, fruto de nuestros traumas y heridas psicológicas mal cerradas que hemos ido acumulando en nuestro proceso de crecimiento.
Y por esa razón esas falsas creencias balsámicas se graban profundamente en nuestra base de creencias, y son difícilmente sustituibles, pues cumplen una labor importante en nuestro equilibrio mental, adquiriendo una gran potencia psíquica.
De ahí que a veces se ha dicho que era preferible una superstición útil que una verdad científica inalcanzable o incluso generadora de inseguridad y ansiedad.
Y por eso muchos filósofos se han preguntado si era bueno para el hombre saberlo “todo”, pues eso inevitablemente, duele mucho.