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Los adolescentes, daños colaterales

Razones tendrá Carlos para ver tan negro el panorama actual de la cocaína y otras drogas. Otros estamos rodeados de jóvenes más sensatos. Pero Carlos no podía acabar en malhumor y sus sugerencias para un  acompañamiento en valores y amor -la auténtica logoterapia persona a persona- son propias de su sabiduría, fraguada en el personalismo, y nos obligan a reflexionar y comentar. Gracias, Carlos. Te estimamos. AD.

      La hija de don Sigmund, Anna Freud, caracterizaba como anormales y enfermos a todos los adolescentes y jóvenes que fuesen considerados como normales y sanos por los adultos de su entorno. No sólo los valores gerontocráticos de las sociedades patriarcales tradicionales, sino cualquier tradición tiene en la posmodernidad mero valor de cambio, excepto el dinero, la prisa cómoda, el mundo de los viajes. No hay convicciones universales, nada moral ni amoral, y eso por norma. Resultado, el totalitarismo del derecho a elegir, “mi cuerpo es mío”, nosotras parimos nosotras decidimos, (como si el cuerpo del nascituro fuese el cuerpo de la abortista, algo de todo punto falso porque tras matarlo la posible madre sigue viva). O sea, automutilación afectiva. Cuando la conciencia se embota, con cada nueva comisión del mal crece el embotamiento.

      El imaginario adolescente (la adolescencia puede durar toda la vida) es mágico y mítico. Los adolescentes tienen dificultades para ver la relación entre sus acciones en el presente y en el mañana. Tienden a sentirse indestructibles e inmunes respecto a los contagios pandémicos. Se quieren hipervisibles pero a la vez invisibles. La marginalidad ha quedado sustituida por un policonsumo banal y/o experimental en situaciones de ocio. Dado el difícil panorama que la sociedad les ofrece, postulan el derecho a la felicidad transitoria, un espacio en el que el consumo de sustancias es el requisito necesario para socializar y pasarlo bien con el grupo de iguales. Efecto reforzador del círculo nosográfico. Consumir se ha vuelto “moderno” y funciona como rito de paso. Antes, los drogadictos eran escasos, marginales, y oscuros; ahora en la alta sociedad se esnifa como señal de elegancia glamurosa. También en los niveles más bajos los jóvenes se reúnen en la calle para tomar alcohol y consumir drogas. Parece que han desaparecido los controles y que los padres mismos lo comparten para ser más modernos y tolerantes. ¿Responsabilidades? La sociedad entera se ha vuelto adictiva y en ella predomina la falsa autonomía (manipulada y sociodependiente), el efecto manada, o el efecto rebaño. La sociedad capitalista está encantada con el desencanto de los individuos, pero hasta los no fumadores padecen el humo de los fumadores compulsivos. Algo grave está ocurriendo cuando lo que enferma y mata se festeja como elemento lúdico imprescindible.

      Mientras tanto, en la morgue se van acumulando los cadáveres, los “daños colaterales” con electroencefalograma plano. Lo que ocurre es que siempre se trata de los cadáveres de los otros, porque el joven cree que el virus no va a llegar hasta él, que la cosa no será tan grave, que caerán los peores pero yo soy más listo. Parece como si el vivir la vida, no bastara para estimular buenas vivencias, y que la escuela no es argumento, aunque sí lo sean las celebritys y los influencieros.

      Me gustaría subrayar, en todo caso, no tan solo la obviedad de que el entorno del adicto está asediado por mil trampas que el propio adicto se crea sin saber sortear, sino sobre todo que hasta el entorno más complejo va inundando y a la vez vaciando al dependiente. A mayores dosis de droga, mayor cantidad de angustia, y a mayor cantidad de angustia tanto mayor vaciamiento de toda capacidad de relación, como si las sinapsis se hubieran borrado con la desaparición de los referentes necesarios; la misma angustia que todo lo llena, hace perder progresivamente la capacidad de argumentar, todo lo borra. La angustia matando muere, y al final muriendo mata. Los paisajes existenciales se vacían, los referentes se diluyen, los lugares del alma se despueblan, y ya sólo queda el monstruo verde y viscoso que se ha apoderado de esa vida. Entonces el animal razonable deviene desorientado, magmático, caótico; la plenitud del vaío, plenitud de la locura; el lugar lleno, el no-lugar; en suma,, la metáfora a la vez estética y algésica por excelencia. En resumen, lo vacío no es ya el vacío entre dos espacios, sino el vacío de sí mismo, el ser vacío de sentido.

      Hace veinticinco siglos que los filósofos epicúreos contraponían los átomos al vacío, situando entre ambos el movimiento. No así hoy. En la persona adicta lo más duro es su vacío de sentido, el cual está preñado de sinsentido: no siendo lo que es, es lo que no es. Cuanto más mercancías, cuanto más distractores, tantos más estados de ánimo disfóricos. A las viejas adicciones seguirán nuevas: las compras compulsivas, el sexo ocasional, la ingesta excesiva, los problemas lúdicos, la vida en el gimnasio, la ciberadicción a las redes sociales (nomofobia), la procrastinación o posposición compulsiva. ​ Y así. La persona adicta no es una persona sana a la que añadir las adicciones como algo que estuviera fuera de él, al contrario, él ha llegado a ser él-y-sus-adicciones. En los infiernos dantescos en que el discurso de la droga ha devenido el discurso del método para sobrevivir, el mal de muchos sirve de consuelo a los más desgraciados. Mal negocio (nec otium: no ocio) que atraviesa al ocio mismo.

      La experiencia de sentido

      Hay que aprender a vivir en la dificultad y en la complejidad,. Sabiduría algésica: nada enseñó la vida a quien descendió de la cruz para creerse autoinmune después. El sufrimiento es el maestro de la vida, y nosotros somos sus discípulos. Gozar la vida buena no se puede sin evitar la vida mala que acecha en la vida buena.

      A grandes males grandes remedios. Hay que descender a los infiernos, a los lugares más bajos, una tarea que ocupará toda la vida para evitar la descomprensión que caracteriza al mal buzo que quiere salir demasiado deprisa del agua en que se hallaba sumergido a enorme presión.

      Pero el sentido de la vida no puede ser dado, sino que ha de ser descubierto y encontrado por la persona. Hacen falta padres y maestros de sentido, modelos de escuelas logoterapéuticas. No sirven de mucho los ejemplos ajenos. ¡No es el seguimiento, sino el acompañamiento yo-tú! Necesitamos desplegar un eros diatrófico con ternura y vigor, hemos de cuidar ni tan cerca que asfixiemos, ni tan lejos que ignoremos.

      Los adictos son enfermos recuperables y pueden rehabilitarse con un tratamiento adecuado, que es el orden del amor. No les sana únicamente el soy medicado luego existo, sino el soy amado luego existo. No el me dueles, luego me fastidias, sino el me dueles porque eres importante para mí. Esa es la convicción terapéutica del personalismo comunitario. Toda terapia al margen del sufrimiento rehace como tortuga ciega ese “personalismo” burgués del que Emmanuel Mounier abominó radicalmente, pues bajo los golpes de pecho y so capa de humanismo retórico alberga la podredumbre de un humanismo de salón vencido por la vida. Que Dios nos ampare.

     

2 comentarios

  • mª pilar

    Uffff…Ya no me quedan fuerzas para esta realidad tan cruda y verdadera que nos rodea.

    Cada día lo veo, lo escucho…lo siento…y ya puedo hacer poco; además me asusta la violencia que estas realidades despiertan.

    Gracias por intentar despertar nuestra responsabilidad…pero no me veo con fuerzas… para esta lucha nada sencilla.

    • mª pilar

      Contemplo a mis Hij@s y mis niet@s.

      Y…como decía Pedro…”de joven iba donde quería”…esto es de mi cosecha:

      Y hacía cuanto era necesario ante lo que se ponía por delante… ahora me llevarán…