Si para K. Marx la “violencia es la partera de la historia”, tal vez habría que cambiar esta expresión por esta otra, “la solidaridad es la verdadera partera de la historia”. La violencia genera sufrimiento, dolor, muerte, pero no cambia el ritmo histórico ni la vida de los pueblos. Es la solidaridad la que lleva a cabo esos profundos cambios, porque es quien amortigua y dignifica el sufrimiento y hasta la muerte, transformando al ser humano en un ser “resucitado”.
Tradicionalmente la semana santa se ha considerado como una semana roma y sin perspectivas, simplemente como semana de pasión: sufrimiento, dolor y muerte de Jesús de Nazaret. La resurrección apenas existía y apenas se celebraba.
Mi experiencia de adolescente es que no se tocaban las campanas y había que ir por el pueblo tocando las matracas para avisar de los actos litúrgicos, que se centraban, sobre todo, en procesiones varias: la Soledad, el Cristo con la cruz, el Entierro…, y la Resurrección se limitaba al “sábado de gloria” con la eucaristía y un buen repique de campanas. Con vehemencia lo expresa A. Machado: “¡Oh, la saeta, el cantar/ al Cristo de los gitanos,/ siempre con sangre en las manos,/ siempre por desenclavar/ ¡Cantar del pueblo andaluz/ que todas las primaveras/anda pidiendo escaleras/ para subir a la cruz!”. Jesús de Nazaret se solidariza con el ser humano sobre todo en aquello que le hace más contingente y pone en evidencia su debilidad existencial: el sufrimiento, el dolor y la muerte, y, aunque M. Heidegger considere exclusivamente al ser humano como un “ser-para-la-muerte”, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, se solidariza con la debilidad humana marcándole una meta de resurrección.
Es cierto que a nuestras sociedades globalizadas y tecnologizadas nos atrae más el clásico axioma periodístico: “noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro”, que es tanto como decir: lo que importa es resaltar lo negativo de la realidad. En esta pandemia se ha vivido minuto a minuto este clima informativo: resaltar el número creciente de infectados del coronavirus y de los muertos, sin apenas mencionar los dado de alta médica; mencionar más que las Comunidades Autónomas de Madrid y Cataluña, se oponen a cualquier medida adoptada por el Gobierno Central sobre aquellas otras que están de acuerdo en dichas medidas; airear las posiciones contrarias del PP y de Vox, fundamentadas a veces en bulos y en posverdades, sobre cómo el Gobierno gestiona la pandemia, y no de aquellas otras que están a favor, porque no es el momento de criticar negativamente, sino de arrimar el hombro…
Pero la pandemia, un clima de sufrimiento, de dolor y de muerte, ha generado una nueva realidad “resucitada”, que es debida a la solidaridad. También los medios de comunicación social se han dado cuenta de ello y se hacen eco, no con la intensidad que se merece, de los gestos de solidaridad que surgen aquí y allá con los profesionales de la salud, con policías y fuerzas de seguridad del Estado, con Cáritas, con los gestos solidarios de personas o de grupos, con las ayudas de algunos poderosos, y un largo etc. Si la solidaridad es la que toma el protagonismo de esta terrible realidad apocalíptica, la “resurrección” está cerca y el miedo a esta pandemia irá perdiendo territorio. El miedo, según el poeta latino Lucrecio, es el que “hizo a los dioses”, dioses que en esta pandemia se manifiestan de diferentes modos, pero la solidaridad es la encargada de desterrar ese miedo y de crear una realidad nueva, resucitada. Así lo entendieron los primeros cristianos que con su experiencia pascual, su fe en el Resucitado, abandonaron su actitud negativa ante una realidad beligerante y se enfrentaron a ella mediante la oración, la fracción del pan y la solidaridad con los más necesitados, pues, según los Hechos de los Apóstoles, “tenían sus bienes en común y los distribuían entre todos según sus necesidades” (Hch 2,45). Para Pablo de Tarso la solidaridad es un tema recurrente en sus epístolas; para él la solidaridad manifestada en el ágape es factor imprescindible de crear y de consolidar una comunidad cristiana hasta el punto de que ese ágape de solidaridad puede además realizar un incremento “en un conocimiento perfecto y en sensibilidad para poder discernir los verdaderos valores” (Fil 1,9). Desde esta perspectiva recobra todo su valor los versos de A. Machado: “¡No puedo cantar, ni quiero/ a ese Jesús del madero,/ sino al que anduvo en el mar!”.
Es de esperar que esta pandemia nos eduque con una pedagogía basada en la solidaridad, porque las pandemias, de un signo o de otro, están ahí: cada día surge una ola de emigrantes que huyen de la guerra, de la pobreza, de la muerte; o de enfermedades contagiosas en países pobres y sin recursos económicos y sanitarios; o derechos humanos no reconocidos… Urge, pues, el compromiso solidario en defensa de los más pobres, los más desvalidos y vulnerables, las víctimas de los sistemas injustos, del mundo del descarte y de la indiferencia. Desde una perspectiva cristiana este compromiso es más radical, como lo pusieron de manifiesto los primeros cristianos después de su experiencia pascual, ya que, como advierte el papa Francisco: “La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios” (Evangelii Gaudium, 218).
La solidaridad es, por lo tanto, la vacuna apropiada para erradicar estas “enfermedades” y que se pueda vislumbrar “un cielo nuevo y una tierra nueva”, pues como sostiene A. Camus en su novela La Peste, el ser humano tiene derecho a ser feliz en una ciudad infestada por la peste.
Yo también he vivido esa semana santa con el “santo entierro”. En mi pueblo con unos espectaculares pasos llenos de flores y velas no había uno para el Resucitado hasta que llegó un cura nuevo que logró comprar una imagen del Resucitado; fue peor el remedio. Era una imagen pequeñita y el paso era unas andas llevadas a hombros sin flores ni velas; fue un “riero”, como dicen en mi pueblo, una cosa de risa y de ridículo. Y aún siguen así.
Sin meterme con la gestión del Gobierno, pero sabiendo que cada uno hace el cesto con los mimbres que tiene, ¡hay que ver la sanidad que dejaron los del PP!: miles de despidos, gestión privada de los hospitales, contratos temporales, cierres de ambulatorios… Comparto, pues, todo lo que dices. Pero de verdad lo que me ha gustado y emocionado es tu resurrección igual a solidaridad.
Esa es la vacuna; no sólo ahora que el hambre llega hasta nuestra casa; sino el hambre que está más lejos y olvidamos. Según la ONU más de cien millones de personas por tres años consecutivos morirán de hambre. Ahí es donde se estrella el cristianismo, esa es la piedra del ateísmo, no el dolor sino la floja respuesta de los cristianos.
Es verdad que la solidaridad en grupos parroquiales se esfuerza por llegar a los más pobres, incluso a los viejos que con una pensión y casa propia están solos y han hecho cadenas de personas que se dedican a llamarlos por teléfono.
Vale, parece que las bases se solidarizan, pero ¿y la jerarquía? ¡Qué vergüenza! ¡Cómo ha respondido el Secretario de la CEE contra el salario vital! Sería interesante que ese fuera el salario de los curas y de los obispos, así entenderían la pobreza que alaban en las bienaventuranzas y rehúyen en la realidad.
En fin, Antonio, me has dado pie para desahogarme y te lo agradezco; más hoy, 1 de mayo, que estoy escribiendo encerrada y sin poder ir a la “mani” como todos los años con mis compañeros y compañeras y nuestra bandera rojinegra.
Jamás a favor de la violencia porque no soluciona los problemas sociales y engendra otros. Jesús nunca la defendió ni en las últimas horas de su vida y por ello dice a Simón Pedro “guarda tu espada”. La solidaridad, en cambio, “amortigua y dignifica el sufrimiento e incluso la muerte…….”. Es la medicina imprescindible para curar a los heridos por la guerra, por la pobreza, por enfermedades contagiosas y a los que sufren por la inexistencia de derechos humanos en países con gobiernos totalitarios (y no son pocos), sin olvidar que también en democracia existen carencias que producen efectos muy alejados de la solidaridad.
Los proyectos solidarios siempre encienden una luz de esperanza en medio de tantas situaciones desafortunadas, son una fuerza motora que nutre de esperanza, tan necesaria en medio de esta pandemia, nuestro día a día. Es muy deseable que, superado este tiempo de sufrimiento, toda la Humanidad se transforme en una fuerza solidaria permanente, pero me temo muy mucho que, como dice Ana Rodrigo en su comentario, pasada la tormenta volvamos a reinicializar el camino anterior: “la ley del más fuerte” porque los poderosos llevan mucho tiempo sin percibir los abultados beneficios de siempre a costa del productor explotado, o sea, carencia absoluta de solidaridad. Ojalá me equivoque.
Ojalá.
Si lo que esperan es que vamos a chasquear los dedos y zas! Pues acertarán, fijo.
Pero si piensan a largo plazo, eso no lo vamos a ver ninguno de nosotros. Así que no vamos a saber de qué manera vamos a salir de esta crisis.
Es más, puede venir hasta el fascismo ya mismo. Por supuesto. O una dictadura de otro signo. Por supuesto. A lo mejor eso sí llegamos a verlo. Pero lo que no vamos a ver es cuánto durará ese fascismo en caso de que llegue. La humanidad se detendrá ahí? No lo creo de ninguna de las maneras.
No creo que las primeras soluciones o respuesta que se den sean las definitivas. Vamos, así me metan en la cárcel , porque me meterían ya que no tengo amiguicos y por lo visto hay quien piensa que es lo único que funciona. Aunque me encierren en aquella cárcel del conde de montecristo , espero no pensar nunca que la especie humana es un desastre. Sería mi final, pero no el fin de la parte buena de la humanidad.
Hay quien tiene fe en la vida eterna , yo tengo fe en mi especie.
Sorry.
Porque mi concepto de resurrección es muy diferente del que leo aquí.
Así que, adelante. Vivamos en una sensación apocalíptica. Pero pobre del que se quede en los monstruos de siete ojos y en los cuatro jinetes o en los cuarenta. Hace poco he leído que era un género literario. Y no muy diferente del romántico duro, eso ya es opinión personal mía. Vean un poquito más allá.
Si quieren y si no, es una pena que no vivan en cacerolandia. De verdad, ya no puedo más con tanta visión apocalíptica. O sea. No puedo más.
Así que creo que mentalmente me va a venir bien dejar esto. No me va pensar que el sufrimiento se ha a instalar en la especie humana por siempre jamás. O sea. No puedo.
Verlo? Todos vamos a ver lo mismo en un plazo de un año. Quién se quiera quedar anclado ahí, pues bueno.
Mi cabeza seguirá adelante.
Tengo suerte en la idea que tengo de la resurrección. Ustedes sigan con la suya. Yo seguiré con la mía.
Mucha suerte a todos.
Ya no puedo más.
El ser humano, a nivel individual, es un ser siempre resucitando en plan dinámico, porque la violencia se repite sin aportar nada nuevo, a no ser las víctimas que la sufren, pero la solidaridad en una actitud dinámica, siempre aporta algo nuevo que hace avanzar a la humanidad hacia nuevos horizontes.
De lo que no estoy muy segura es de que salgamos de esta crisis mejores a nivel social, pues ahí siguen las mismas infraestructuras capitalistas esperando a que pase la tormenta para volver a las mismas, a la esencia del capitalismo: la ley del más fuerte.
Lamentablemente nuestras eucaristías no son una muestra ni invitación a la solidaridad, sino a la intimidad con el Jesús eucarístico. Tenemos que lograr una celebración en que compartamos “el pan y la sal” con los necesitados, estimulados con la presencia de Jesús en medio de todos nosotros.