La liberación del expresidente Lula de la prisión bajo la presidencia de Bolsonaro ha suscitado una confrontación dramática entre dos proyectos de Brasil. Más que opuestos, son antagónicos. Sin forzar los términos, parece la actualización de la visión del mundo de los gnósticos que leían la historia como una lucha entre el bien y el mal o según “La Ciudad de Dios” de San Agustín, entre el amor y el odio.
Efectivamente el proyecto de Bolsonaro se funda en la difusión del odio a los homoafectivos, a los LGBTI, a los negros y a los pobres en general y en la exaltación de dictaduras hasta el punto de ensalzar a torturadores notorios. Lula afirma que en él no hay odio sino el amor que lo llevó y lleva a implementar políticas sociales de inclusión de millones de marginados garantizándoles los mínimos vitales.
Hay que reconocer que este escenario proyecta una visión poco dialéctica, escindiendo la historia entre la sombra y la luz, pero infelizmente así es, aunque rechace este tipo de dualismo.
Todo esto sucede en un contexto de ascenso mundial del conservadurismo, del fundamentalismo político y religioso y de la exacerbación de la lógica del capital que se expresa en un neoliberalismo ultra radical, hecho opción axial del gobierno Bolsonaro.
Observemos que este radicalismo neoliberal formulado por las escuelas de Viena y de Chicago, de donde viene Paulo Guedes, sustenta que “no hay derechos fuera de las leyes del mercado y que la pobreza no es un problema ético sino una incompetencia técnica, pues los pobres son individuos que, por culpa propia, perdieron la competición con los otros”. De ese presupuesto teórico se deriva que no hay por qué ocuparse de políticas para los pobres. Es un gobierno de ricos para ricos.
Por el contrario, Lula afirma la centralidad de la justicia social a partir de las grandes mayorías víctimas del orden capitalista. Propone una democracia social y participativa con la inclusión de esas mayorías. Quiso realizar este proyecto con un presidencialismo de coalición de partidos, lo que considero su gran equivocación, en vez de apoyarse en los movimientos sociales, de donde vino, como lo hizo con éxito el presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma, recientemente depuesto por un golpe clasista y racista.
En Brasil, el racismo y la intolerancia, que siempre estaban ahí pero recogidos en el armario, han irrumpido explícitamente. Se ocultaban bajo el nombre de “cordialidad del brasilero”. Pero, como bien observó Sérgio Buarque de Hollanda (en Raizes do Brasil) esta cordialidad puede significar tanto llaneza y amor, como violencia y odio, puesto que ambas se albergan en el corazón, por eso “cordial”.
Surfeando en esta onda nacional e internacional se eligió a Jair Bolsonaro y se detuvo y condenó al ex- presidente Lula, mediante el lawfare, por el cuerpo judicial que llevaba adelante el Lava Jato.
Jair Bolsonaro, incluso después de elegido, utiliza con frecuencia las “fake news”, la mentira directa, y gobierna con sus hijos de forma autoritaria y a veces burda.
Lula aparece como un reconocido carismático que habla al corazón de las masas desesperanzadas, proponiendo una democracia social, el Estado de derecho y la urgencia de recuperar lo que ha sido desmantelado.
Todo depende de en qué estilo se dará esta confrontación. Bolsonaro evita la confrontación directa, pues sabe de sus pocas luces. Se la ha confiado a los ministros de Justicia, Sérgio Moro,coma y de Hacienda, Paulo Guedes, mejor pertrechados.
Lo que Lula, a mi modo de ver, necesita es evitar una confrontación en el mismo nivel de Bolsonaro. Es importante sacar a la luz lo que Bolsonaro oculta y no puede usar: la crudeza de los hechos, la tragedia que asola a las grandes mayorías humilladas y ofendidas.
No cabe un discurso de respuesta a Bolsonaro, pues él mismo es autodestructivo, sino hablar de forma positiva al corazón de las masas destituidas, denunciando objetivamente las maldades perpetradas por medidas excluyentes, contrarias a los derechos y a la propia vida.
Para resumir un largo razonamiento: sería inteligente asumir la actitud del mejor hombre que ha dado Occidente, el pobre y humilde Francisco de Asis. Con sentido realista sabía que la realidad es contradictoria, compuesta de lo dia-bólico (lo que divide) y de lo sim-bólico (lo que une). No recalca el lado oscuro de nuestra realidad, sino que fortalece de tal forma el lado luminoso para que este inunde la mente y el corazón. Proclama: “donde haya odio, que lleve yo amor/ donde haya discordia, que yo lleve unión/ donde haya desesperación que lleve yo esperanza/ donde haya tinieblas, que lleve yo la luz.
Esta opción supone la convicción de que ningún gobierno puede perdurar asentado en el odio, en la mentira y en el desprecio a los humildes de la Tierra.
La verdad, la recta intención y el amor desinteresado pronunciarán la última palabra. No Caín sino Abel, no Judas sino Jesús, no Brilhante Ustra sino Vladimir Herzog.
Traducción de María José Gavito Milano
Estamos en un momento de la historia muy preocupante, con la aparición por todas partes del fascismo más despreciable, con unos líderes orgullosos de sus barbaries a cara descubierta, sembrando odio y desigualdad, despreciando a la parte de la sociedad haciéndola víctima y culpable de su situación.
Y con el síndrome de Estocolmo interiorizado, así se lo creen y votan a estos salvapatrias mentirosos y crueles.
Yo me pregunto qué nos está pasando para que esto esté ocurriendo en tantos lugares de acá y de allá del océano. No tengo respuesta.
A Trump, Bolsonaro, y todos los fascistas que están en el poder de manera directa o indirecta, han salido de la democracia y de los votos, igual que Hitler. Ufffff, qué fuerte, da la impresión que, en vez de avanzar, vayamos para atrás, a los años 30.
Aquí en España, VOX está actuando a conciencia a través de la coalición con otros partidos de derecha que los han admitido en sus filas con tal de llegar ellos al poder.
La verdad es que Bolsonaro pertenece a esa colección de líderes impresentables e infumables que adornan nuestra cartelera del siglo 21 y que fuera de mal educaos y peor hablados, llegan escupiendo odio a todas partes.
Es como si Trump hubiera abierto las compuertas de alguna letrina donde se estaban criando estos ejemplares, y que además unidos a lo peor del fundamentalismo de los cristianos más sectarios, nos dan unos espectáculos de vómito.
Ahora se les unió un boliviano al club.
Asi estamos por estos lares… Con unos políticos mentirosos, descarados, obtusos, insultones…
Son como una plaga que está de moda ahora, en muchas partes del planeta.