Es el momento. Uno más. Los ciudadanos que no ostentan ni viven de ningún cargo político, lo tienen claro:
- La Política de cualquier Estado o Gobierno está subordinada a procurar y garantizar el Bien COMUN, es decir, de todos. Porque todos, como ciudadanos, tienen la misma dignidad y los mismos derechos. Dignidad y derechos esculpidos en nuestra Carta Magna, la Constitución española.
- Dicha Constitución reprueba cualquier grado de desigualdad o discriminación, que no respete esa dignidad y derechos. Todo Partido podrá presumir de un programa propio, pero primero de todo tiene que asumir el proyecto constitucional de la dignidad y derechos básicos de todos.
- Los ciudadanos en este sistema de Gobierno de Democracia representativa, no ejercen directamente la política, sino que la delegan en sus representantes, elegidos en las urnas.
- Es lógico que la implantación y consolidación de esos derechos es imposible sin un sistema que produzca la suficiente riqueza para lograrlos. Sin embargo, España es la cuarte economía de Europa, que le permite crear riqueza para que esa dignidad y derechos sean dignamente cumplidos en todos sus miembros.
De aquí, se derivan algunas cosas elementales:
- Primera: La realidad socioeconómica de nuestro país contradice fuertemente estos principios. La desigualdad es un hecho intolerable, que marca con diferencias cada vez mayor a los diversos sectores de la sociedad. Hay más de siete millones de españoles que no llegan a 1.000 euros al mes y son más de120.000 los españoles que cobran 20.000 euros al mes.
- Segunda: Corregir esta desigualdad es deber y tarea primaria de toda política, constituida para impedir que la convivencia no sufra esos graves desequilibrios. Pero se dan y van en aumento. Lo cual demuestra que los gestores políticos no logran su objetivo, bien sea por incompetencia, deshonestidad o complicidad con factores –internos y externos- que frustran esta igualdad. El pueblo soberano busca, quiere y vota a quienes pueden asegurar esa igualdad de dignidad y derechos, pero ve que luego se malogra miserablemente.
- Tercera: Esta incapacidad y frustración cala en el pueblo, quien protesta cada vez más, y con razón: no nos representan. Los políticos o son débiles o son traidores a lo prometido. Y crece el malestar, la angustia y la desesperación.
- Cuarta: esta deplorable situación no es efecto del acaso o del fatalismo. Es efecto de un sistema transnacional que rige y se impone como instancia suprema: el neoliberalismo establece la dictadura del mercado, un mercado que está en manos de un reducido grupo poderoso de empresas, multinacionales, bancos, et. Por lo que , pese a la parafernalia de las elecciones, son ellos los que al final dictan e imponen, orientados como están no a garantizar el Bien COMUN, sino su máximo beneficio, en el tiempo más corto y al precio que sea.
- Quinta: lo peor de todo es que, tras la lanzadera socialdemócrata hábilmente activada periódicamente, se acaba por admitir que el cambio no es posible y no queda más salida que resignarse y seguir adaptándose al sistema. El pueblo elige, pero una élite internacional, inhumana y podrida éticamente, decide y trata de doblegar a cuantos utópicamente buscan otra alternativa posible.
El momento actual español, dependiendo de estos factores e hilos internacionales, puede sin embargo contrarrestarlos y abrir nuevas vías para la igualdad. Pero, los Partidos, ensimismados cada uno en su parcial y egoísta pequeñez, olvidan que a solas ninguno puede avanzar y lograr nuevas metas.
Es imprescindible la unión, que requiere miras más altas, valorar la convergencia de unos con otros, aunque no sea total, y advertir que los Partidos son puros medios para un fin inequívoco: el Bien COMUN. Y que ese Bien COMUN, frente a la enemistad estructural establecida, no puede lograr nuevos avances desde el empecinamiento válido de cada uno, pero insuficiente e inútil, sin unidad con los que son convergentes. El Bien Común, -que es de lo que se trata– impone salir de la miopía del propio narcisismo y unirse al mirar más amplio de quienes miran en la misma dirección: dialogar, descubrir convergencias, asumirlas y, aunque no sean al ciento por ciento, progresar en un 80, 70 o 50 % .
Es la Buena Política del sentido común.
Dado el panorama político actual sería interesantísimo desarrollar opiniones distintas pero de posible convergencia hacia ese mirar más amplio necesario para la buena política al que nos invita Forcano y que él lo sitúa haciendo hincapié en el “sentido común”. Mi humilde opinión pues la expondré entorno a este concepto.
Decía Popper “Toda ciencia (subrayo también la política) y toda filosofía son sentido común esclarecido”
Me interesa mucho este planteamiento porque admitiendo que para el conocimiento, se parta del sentido común concibiéndolo como una capacidad cognitiva básica de adquisición biológica, se admite a la vez también, tácitamente, una interpretación del mismo a la luz de una epistemología evolucionista. Lo cual nos aleja de la típica acepción clásica que se le daba al sentido común ya que por considerarlo expuesto a todo tipo de sensaciones y vulnerabilidades se le ignoraba.
Ahora bien, el sentido común aislado o sin someterlo a este posterior esclarecimiento que propone Popper en su crítica, podrían las creencias – las consignas políticas en este caso – atrincherarse en el habitáculo del mero sentido común y hacerse resistentes en él.
Por tanto, la frase citada revela dos aspectos: el primero se centra en el conocimiento del sentido común ordinario: el segundo en el llamado conocimiento científico, filosófico, etc., . La relación entre ambos es que este último sólo puede ser una ampliación o desarrollo del primero.
No se rompe ningún hilo ni siquiera el biológico. El sentido común es el inicio de todo un proceso que va de lo aprehensivo a lo racional. Es decir, la ciencia, la filosofía y el pensamiento racional (la política) deben surgir del sentido común. Lo que aporta el sentido común al conocimiento es el aspecto orgánico no el intelectual.
Partir, pues, de esta perspectiva del sentido común no supone ningún problema o inconveniente ya que a diferencia del conocimiento racionalista o empirista, el conocimiento del sentido común no pretende construir ningún sistema seguro de fundamentación inamovible e indubitable sino que es iniciador tan sólo de todo un proceso de arranque biológico.
Lo malo es cuando se le otorga, se le comfía al sentido común el valor que no le corresponde y que sólo le es propio a la crítica racional.
En definitiva, los políticos no cuentan con esta distinción.
Benjamín:
Estoy de acuerdo con lo fundamental del diagnóstico, pero me parece oportuno hacer alguna matización que explica el comportamiento anómalo de los partidos.
Ocurre que una cosa es el deber ser y otra el ser. Y ocurre que en esta sociedad, capitalista, por el dominio absoluto de la ideología que le es propio, el “poder” es el único instrumento apropiado para cambiar la sociedad.
Su esto fuera cierto, los poderes absolutos que tanto han abundado en la historia seguirían dominando el mundo, porque no permitían que ningún otro poder les hiciera sombra. Y, sin embargo, el mundo cambia.
La trampa está en que el capitalismo ofrece a los ciudadanos a través de la democracia, llegar al poder, o, al menos, a una reducida parte del mismo, para lo que es necesario organizarse en partidos. Una vez embarcados en la tarea, el partido, cualquiera, se ve inmerso en la lucha por el poder y se organizan ellos mismos como poderes más o menos democráticos y lo del bien común pasa a segundo plano o se encierra en el baúl de los recuerdos, si bien siempre se utiliza como arma ideológica en las elecciones.
El éxito de los partidos de derechas, que no tienen ningún problema en ejecutar lo que conviene al capital, a los capitalistas, es el señuelo con se engatusa a las izquierdas, pero cuando éstas llegan al deseado poder se encuentran con que cada vez que intentan hacer algo, todo son pegas, y, como ejemplo, lo del desentierro del dictador.
El poder real está en manos de la gran burguesía mundial, cuyo dominio se refleja con claridad en casos como el de Venezuela, donde ni siquiera necesitan las armas para hundir una nación. Y ya tienen suerte los venezolanos, porque no les han mandado un portaviones, como han hecho con Irán, ni los han bombardeado para gastar las bombas obsoletas, como ha ocurrido con Afganistán, Somalia, Libia, Yemen, Siria o Pakistán.
Puede ser que no nos aplastaran a bombazos. Les basta con amenazar hundir nuestra economía para que el pueblo todo dé la mayoría absoluta a Rajoy.
Por lo demás ojalá tengas tú razón y yo no.
Un muy fuerte abrazo.
Si nos creemos que los derechos humanos en vez de constituir un reto para la humanidad pensamos que son bienes que se tienen porque están escritos de antemano es que aún no hemos tomado conciencia del dinamismo que entrañan. Un dinamismo cuyo despliegue nos compromete a otro tipo de racionalidad más atenta con los deseos y necesidades humanas.
Es menester un punto de vista nuevo que nos saque del típico platonismo y nos sitúe en una nueva perspectiva abierta a posibilitar espacios de lucha por la dignidad humana.
No sé si me leerás Rodrigo pero si tengo esta suerte verás reflejado, en estas pocas líneas, el espíritu de aquel esplendido ensayo cuyo enlace me facilitaste hace algún tiempo (todavía me queda por leer) y que versa sobre reinventar “Los Derechos Humanos”. Me complace su lectura porque los sitúa como conquista, como procesos abiertos, no como algo ya dado y escrito para poder así ser manipulados… bueno lo he de dejar aquí …ya seguiré más adelante…
Esperanzas y abrazos, Rodrigo!