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Semana Santa: Si regresaran y vieran

Alfredo Fierro, psicólogo y amigo, a quien me gustaría tener como colaborador habitual en nuestro ATRIO, nos envía esta actualísima reflexión que apareció en El País en 2006. Iba encajada en una Tribuna-Debate junto a otra del desaparecido Enrique Miret Magdalena, ¿Días de recogimiento?, también de recomendable lectura hoy. Hoy la preocupación principal debe trasladarse de lo simbólico tradicional a la problemática real de la actual campaña electoral: ¿saldrá de este 2019 una España y una  Europa más justas y solidarias o no?. A ello se refiere la simultánea entrada  de González Faus. AD. 

Corren malos tiempos para la irreverencia, confundida por los fanáticos con la blasfemia. No llega a blasfemo, de todos modos, preguntarse cómo verían Voltaire y otros ilustrados el asalto a las calles por piadosos encapuchados tres siglos después de haberse deslindado qué es religión y qué ciudadanía, qué es vida pública, qué es piedad privada y qué es superstición. Si ellos regresaran a la vida y vieran…

No hace falta, sin embargo, ejercer de volteriano, y ni siquiera de anticlerical o luterano, para el argumento que ahora sigue. Basta con argüir desde las fuentes mismas presuntamente legitimadoras del patético ritual, conjeturar sin irreverencia alguna qué sucedería si ahora reaparecieran los protagonistas y testigos de los hechos que, una semana al año, todavía hoy, se conmemoran, ¡y cómo!

Si María y Jesús se dieran una vuelta por acá en Semana Santa, no entenderían nada de ella. Serían incapaces de captar la relación entre los hechos más amargos de sus vidas y las multitudes en torno a unas imágenes ricamente ataviadas, cuajadas de luces y de joyas. Pero ¿qué es esto, Dios mío; estas luminarias y peanas, estos lujosos tronos, estos sanedrines y capuchas? Habría que explicarles muy bien todo, paso por paso. Todos ellos os aman, incluidos los mirones y los turistas; la riqueza y la gloria de ahora tratan de enmendar la pobreza y humillación que antaño padecisteis; los cornetines y tambores son de un cortejo no para el ajusticiamiento, sino en loor vuestro; los encapuchados no son verdugos y os conducen en andas desde un devoto anonimato; los legionarios no son ya romanos y han venido para rendiros honores militares; esta música es el himno nacional que sólo suena a la llegada vuestra y a la de los reyes; el gobernador en la tribuna no es ya Poncio Pilato, y el César actual del mundo invoca al único Dios verdadero después de las catástrofes y antes de las guerras.

Si Mateo, Marcos, Lucas, Juan vinieran por acá y lo contemplaran, se dirían: pero ¿qué tiene esto que ver con lo que nosotros escribimos? Acerca de la pasión del Maestro nos pusimos de acuerdo en un informe sin patetismos, casi sin emoción, como de reportaje imparcial. Queríamos resaltar que Jesús había sido condenado y muerto por las autoridades todas, religiosas y civiles, pero resucitó después. A ellos habría que explicarles que han pasado veinte siglos; que Jesús predicó un evangelio, pero luego vinieron las iglesias, así como las religiones populares, y que el pueblo se ha sentido conmovido por una parte, sólo una pequeña parte, del evangelio que ellos escribieron. Este pueblo, víctima de sufrimientos históricos y, en extremo realista, poco esperanzado en resucitar y ni siquiera en resurgir, encontró en los padecimientos del Cristo y en el dolor de su Madre un espejo y un lenitivo de su propio padecer. Así que los ha elevado a iconos máximos de una religión de valle de lágrimas: humanos ambos, dolientes, mortales, también el Cristo. Alguien sentenció con tanto respeto como ironía: “opio del pueblo”. Pues sí, este pueblo religioso acude a ellos como a providencial consuelo de afligidos.

¿Llegarían ellos a entender tras las debidas explicaciones? ¿Lo entendería al menos la víctima principal de esta historia, la de entonces y la luego sucedida, Jesús el Nazareno? Y ¿qué otra secuencia de acontecimientos seguiría a su sorpresa y a las explicaciones razonables de los hermanos cofrades?

Dostoievski ha imaginado un posible desarrollo de los hechos. Llega Jesús redivivo al atrio de la catedral de Sevilla, donde una muchedumbre acompaña al féretro de una pequeña, hija única. La madre llorosa reconoce al Cristo y le implora: “Si eres Tú, resucita a mi hija”. El cortejo fúnebre se detiene, suena la palabra redentora: “¡Levántate, niña!” Y ésta se levanta y camina. Se halla en ronda por allí el cardenal inquisidor; se aproxima; se hace un silencio mortal; ordena apresar al milagrero. Ya en el calabozo de la Inquisición también el cardenal pregunta: “¿Eres Tú?”. Pero no necesita ni espera la respuesta, pues lo sabe. Le habla, pues, en nombre de la Iglesia: “No contestes, cállate. Es lo mejor que puedes hacer ahora. No tienes derecho a añadir nada a lo que dijiste en otro tiempo. Lo dejaste todo en manos de tus sacerdotes”.

El inquisidor mayor de Dostoievski no es un canalla, ni un gobernante corrupto. “Pudo haber sido un mártir, fue un verdugo”, dice Borges, piadoso. Es un santo eclesiástico, que forma parte de una casta redentora, abnegada y superior: la de quienes, con conocimiento de causa, a conciencia y con la ciencia del bien y del mal, han asumido perder la propia alma por cargar con los pecados del mundo, mientras gracias a ellos se salvan multitudes dóciles, sin culpa. Son dos estilos de redención frente a frente. El inquisidor desafía al Cristo: “Júzganos, si puedes y te atreves”. Y va a ser él quien juzgue y quien condene: “Mañana, al amanecer, te condeno a morir en la hoguera por haber regresado a estorbarnos. Ese pueblo que hoy te besaba los pies se lanzará mañana, a una señal mía, a atizar el fuego de tu hoguera”. No replicó una palabra el Cristo a esta requisitoria; antes bien, en silencio le besó la mejilla al anciano inquisidor, que, estremecido en sus entrañas por la cálida memoria de una adoración antigua, cambió de parecer súbitamente, abrió la puerta de la cárcel y conminó: “Vete, vete y no vengas de nuevo, no vuelvas por aquí nunca jamás”.

No es previsible, por tanto, que regrese para Semana Santa, y no será preciso darle explicaciones razonables y ponerle al día de la historia a los veinte siglos de su muerte.

Alfredo Fierro es catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 9 de abril de 2006

4 comentarios

  • ana rodrigo

     
    En la celebración de esta semana, tal como se lleva a cabo, intervienen varios agentes: la teología de que Jesús murió para que Dios perdonase nuestros pecados, la Iglesia que hace posible y visible en las calles esta teología a través de las imágenes en una carrera competitiva del “nosotros más”, más riqueza, mejor banda musical, el mejor estandarte, etc.etc. (Ayer dijeron que poner un paso en la calle costaba desde diez mil hasta treinta mil euros).
     
    Por otra parte, tenemos los y las cofrades, creyentes o ateos, invadidos por una emoción que les supera, muchos con una sincera e inconmensurable devoción; los turistas y mirones que se lo pasan estupendamente y disfrutan del impresionante espectáculo, sin menospreciar las maravillosas obras de arte. Si vais a Zamora, mi tierra chica, no os perdáis el museo de semana santa que guarda muchos de los pasos que procesionan en semana.
     
    Hay una parte del pueblo cristiano que no nos gusta este evento ni por  el fondo y ni por la forma , pero da igual, las cosas son así, y punto, esto no lo cambia ni Dios.
     
    Me dan pena estas imágenes de pobres-ricas-vírgenes que no pueden con el oro y piedras preciosas, o con los mantos bordados con oro y plata de varios metros. Si María levantara la cabeza…
     
    Pero esto es así, cada vez va a más, es el pueblo el que manda, el país se paraliza, los obispos están de acuerdo que así sea, y no hay nada que lo cambie, pues cuando, en algún pueblo la Iglesia no ha querido saber nada (creo que hay un pueblo en Cataluña), se hace al margen con el mismo entusiasmo y devoción, y ya está.
    En la época de Jesús se crucificaban por miles a los rebeldes, son anónimos, pero, antes de la crucifixión ya habían sufrido lo indecible como seres humanos, y a lo largo de la historia millones y millones han sido víctimas de sufrimientos pasmosos y brutales. Un recuerdo para ellos y para ellas y una reflexión sobre la especie humana, capaz de lo mejor y también de lo peor. Que el mensaje de Jesús nos humanice un poquito cada día.

     

  • Alberto Revuelta

    Soy deudor de Alfredo desde sus primeros libros en Sígueme. Me hizo, y me hace, pensar. Me proporcionó, y me proporciona, placer leer su agudeza y su erudición. Debía animarse a columnear en Atrio. Respecto a la opinión que reproduce hoy aquí:
    1/ en la provincia de Sevilla habitamos 1.940.000 personas (censo de 2016) y en la capital el padrón último alcanza los 690.000;
    2/ en la provincia hay erigidas jurídicamente y realmente unas 600 cofradías, hermandades de penitencia y de gloria y sacramentales;
    3/ en la capital procesionan unas 66 con un número aproximado de casi 70.000 hermanos nazarenos sin contar la penitencia que varía según quienes han hecho promesa ese año;
    4/ la media de edad de los hermanos nazarenos está en los treinta y cinco, arriba o abajo, y una cantidad muy importante son gente joven entre los 15 y los 25 años;
    5/ con todas las limitaciones, miserias, maldades y estupideces que son congénitas a nuestra humanidad, los miembros de esas corporaciones tratamos de vivir mejor, peor, rematadamente mal, pero vivir lo que pide el evangelio que nos ha llegado, sin pinceladas correctoras.

    Bien pues, creo que bastantes opinadores de Atrio y de otros lugares cristianos que suelo leer olvidan que este mundo funciona autónomamente y que el Eterno, el Sustentador, la Fuente de la Vida, no interviene en su deambular. Por lo tanto los fenómenos sociales y la religión, las religiones lo son, deben analizarse con criterios de mundo autónomo danzante y no introduciendo subrepticiamente criterios teológicos morales para la observación y el juicio final. ¿Son más lúcidos los europeos que venden iglesias para hacer bares que los que oímos con alegria las bandas de trompetas y tambores cuando sale el Señor de la Quińta Angustia?. ¿Quién dictamina tal criterio?. Porque ellos y nosotros estamos en el mismo elan. Para los supervisores de la rectitud intelectual social que limitan a su criterio lo que es válido y lo que no, sustituyendo en no pocos casos, al extinto Santo Oficio, san Juan Climaco, que tuvo la ocurrencia de ser monje en el Sinaí, entorno al año 600 de la era común ( manera sutil de no nombrar al Galileo aunque cuenten desde él) dice en la Santa Escala refiriéndose al Eterno: “Y aquel que quisiera definirlo sería un ciego queriendo contar los granos de arena del mar”. El Galileo murió en un completo fracaso (lo recuerda Ríus Camps)y  quienes iniciaron la religión cristiana conservan parte de lo que deseó y quiso hacer y se han fabricado adherencias históricas que contradicen aquello. Es así. No es de más carne.
    Pero los datos que ofrezco arriba obligarían a pensar. No somos lerdos, ni bobos integrales, quienes disfrutamos y mantenemos un modo de entender la religión, que no el seguimiento del Galileo en una pureza ética y política que él ni consiguió ni tuvo la posibilidad estructural de lograr, en la medida que es posible seguirlo hoy.

  • Mª Pilar García Martímez de Aguirre

    Magnífica exposición de lo que nos sucede… y apara muchas personas, son causa de sufrimiento… porque es todo un sinsentido y una incongruencia, con la que se actúa.

    A la pregunta:

    ¡Si volviera!

    La respuesta es clara…

    ¡Lo volverían a ejecutar de la manera más cruel!

    Los mismos que le aclaman.

    Una cosa es el exterior de nuestras acciones, y otra muy distinta, es ser consecuente con cuanto acontece hoy en el mundo.

    Él, estaría al lado de los siempre “sufrientes”… por causa de las malas acciones que reinan en este mundo injusto.

    ¡Gracias por invitarnos a pensar!

    mª pilar