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Ángel Hernández. Reflexiones

Quizá convenga advertir que “de entrada” considero inmoral la eutanasia. Ese es el punto de partida de todas las reflexiones que siguen y que intentan solo señalar los múltiples aspectos del problema.

1.– Jesús. Cuando conocí el episodio de Ángel Hernández lo primero que me vino a la cabeza fue la pregunta que plantea Jesús en el capítulo 3 de Marcos: “¿se puede hacer el bien aunque esté prohibido?”. Hoy no percibimos ya la seriedad que tenía para aquellos judíos el precepto de no trabajar en sábado. Pero la reacción furibunda que desató aquella pregunta (“fariseos y herodianos –enemigos declarados– buscaron un acuerdo para acabar con El”), permite adivinar lo molestas que fueron las palabras de Jesús.

2.– Casos límite. Cuando yo estudiaba moral, nos enseñaban que todos los principios morales pueden encontrar situaciones extremas donde su aplicación resultará discutible o rechazable. El profesor citaba con cierta sorna el dislate de san Agustín que plantea el caso de unos hombres armados que persiguen a un pobre infeliz. Yo me tropiezo con este en un cruce de caminos. Al momento llegan los perseguidores y me preguntan por dónde se ha ido. Y como el octavo mandamiento prohíbe mentir, estoy obligado a decirles la verdad, aunque eso suponga la muerte de un inocente… (N.B. Luego la casuística degeneró –como todo– y acabó convertida en sutilezas casi fariseas. Hoy la hemos recuperado con el nombre de discernimiento).

A olvidar lo anterior ha contribuido el doble abuso de derechas e izquierdas. Aquellas parecen ignorar, con Agustín, la existencia de casos–límite. Estas arguyen como si el caso–límite fuese el criterio para todas las situaciones normales en las que debemos actuar. Por eso, si se llega a una ley sobre la eutanasia habría de ser enormemente precisa, porque si no podría convertirse en un coladero para mil atentados contra el cuidado.

3.– La legislación civil. Tomás de Aquino (que no es un pensador de hoy sino del s. XIII) enseña que la misión del legislador no es convertir todos los preceptos morales en leyes civiles, sino buscar el bien común. Y que en aras de ese bien común puede a veces no penalizar determinadas conductas inmorales (la prostitución era el ejemplo que se ponía entonces por razones de salud pública). Hoy, ocho siglos después, sigue habiendo gentes que creen que la misión del legislador es penalizar legalmente todo lo que ellos consideran inmoral. Olvidan que el bien solo es bien moral cuando es fruto de la libertad y no de la falta de ella.

4.– Los médicos. También tienen su responsabilidad en este campo, donde bastante se ha avanzado últimamente. Pero hoy creo que los médicos deberían tener claro que no pueden confundir el alargar la vida con el retrasar la muerte. No son lo mismo. Y lo primero pertenece a su misión; lo segundo no. Y temo que un afán de “ganar la partida” o de experimentar para que la ciencia avance, lleva muchas veces a situaciones en las que, por no haber dejado morir a tiempo, hay que recurrir ahora a una occisión directa. Muchos casos-límite se evitarían de esa manera. Y conste que quien escribe esto, debe mucho a los médicos.

5.– Los MCS. Hoy hemos llegado a una situación en la que lo que no sale en los medios no tiene existencia. Con ello, los MCS ya no son canales de información, sino “medios de configuración social”. La moralidad de los medios no se sitúa hoy solo en cómo tratan los temas que abordan, sino en qué temas eligen y cuales descartan o ignoran. No tengo nada contra el relieve que se ha dado al drama de Ángel. Pero me pregunto por qué no se dan espacios y repeticiones semejantes a los niños muertos en Yemen bombardeados por armas exportadas por el gobierno español (y la consiguiente pregunta de Francisco: “¿qué coherencia puede tener un gobierno que actúa así?”). O al calentamiento de la tierra. O a la trata de muchachas jóvenes que se repite día tras día. O a tantas injusticias convenientemente ignoradas…

6.– Los políticos. Cuando un país necesita algunas leyes estables sobre asuntos cruciales, cuando reclama pactos de estado, que no estén al albur de cualquier gobierno, y esas leyes no se consiguen, hay que culpar de eso a los políticos. Esa culpa me parece hoy seria y radica en que la mayoría de los políticos actuales no actúa para el pueblo sino para su poder. Ya hablé otra vez de la incoherencia que supone el que esos políticos que tanto creen en el “mercado regulador”, luego se asignen el sueldo a sí mismos en vez de dejar que se lo asigne el mercado de trabajo a través de su empleador, que en este caso es el pueblo. (Y además se lo suban, como Puigdemont a los tres meses de llegar al cargo). A veces creo que la única forma de conseguir esas leyes estables sería decir a todo el parlamento: no cobraréis vuestros sueldos hasta que no hayáis conseguido una ley definitiva (sobre educación, eutanasia etc….)

7.– “Morir dignamente”. Nunca me ha gustado esa expresión porque parece reducir la dignidad a algo material. Y la dignidad humana es sobre todo algo espiritual. La muerte del Crucificado del calvario era muy indigna desde el punto de vista material (desnudo, sufriendo en público, expuesto a la vista y las burlas de sus verdugos…). Pero millones de gentes creen que aquella fue la muerte más digna que ha habido en la historia. Comprendo, no obstante, que con esa expresión se busca algo válido: antaño se rezaba a san José para que nos conceda “una buena muerte”. Y todos estaremos de acuerdo en vindicar un derecho a morir sin dolor… Pero la palabra dignidad está hoy tan falsificada que no resulta bueno aplicarla a ninguna causa. En todo caso, si se la entiende de manera material, más urgente sería hablar del derecho “a vivir dignamente”. Y eso resulta tan peligroso que nuestro sistema económico (fuente de tantas vidas indignas) no lo toleraría. Nos acusarían de “venezolanos”, o alguna de esas memeces que se inventa el PP.

8.– Algo de mi historia. Soy mellizo de una hermana que murió de cáncer en 1978. Me recuerdo diciéndole un día a la doctora: “ha llegado la hora de no luchar contra la muerte sino contra el dolor”, con cierta resistencia por su parte. Por aquellos tiempos aparecieron las primeras quimioterapias y ella debió ser de las que “estrenaron” el nuevo medicamento salvador que venía con fama de muy bestia. La recuerdo diciéndome un día: si estos malos tragos míos de ahora sirven para que un día se consiga una quimio más suave y más eficaz, los doy por bien empleados. Pero la quimio falló y, al cabo de un año, apareció una metástasis generalizada en huesos. Ya internada, recuerdo también un día en que sintió unos dolores inmensos y comenzó a gritar: “que me maten, que me maten” (debo añadir que era una mujer con una fe impresionante). Drogada por fin (no sé si con morfina o qué) nos encontramos con que cada día al llegar al hospital aparecía con una nueva intubación: “es que le ha pasado algo en el riñón, o en la vejiga etc. etc., pero durará poco” nos decían mientras ella se movía inquieta queriendo quitarse los tubos. Al segundo día nos plantamos y pedimos sacarla del hospital bajo nuestra responsabilidad, lo que se consiguió gracias a la ayuda de un jesuita médico (Francesc Abel) que supo razonar como yo no habría sabido. Las enfermeras estuvieron sumamente amables al despedirnos: “denle solo agua de vez en cuando para que no se deshidrate”. Vivió cuatro días más, entre momentos que parecía estar en coma, y momentos en que abría los ojos y me reconocía, pero no identificaba el lugar donde estaba y me hablaba de un paisaje precioso… Así, dormida, expiró el 26 de octubre a las dos de la madrugada y tuve la suerte de estar presente con una amiga que se portó de maravilla y a la que no he vuelto a ver.

No cuento esto para sacar ninguna conclusión universal. Solo porque todos los temas en discusión necesitan un “desde dónde” se habla, que ayude a conocer mejor al interlocutor. Y sospecho que esa historia puede ser mi “desde dónde”.

5 comentarios

  • Honorio Cadarso

    Amigo G. Faus: Con la primeraa frase dices todo lo que opinas, te sobran las demás. Dicee Tamayo en un artículo que el Papa acierta a la hora de proclamar los principios morales, pero se lava las manos a la hora de aplicarlos a la realidad. Algo muy jesuíta y dee otros no jesuítas.

    Yo me quedo con Carmen, gracias Carmen, la del sentido cristiano común. ¿Sois así las/os murcianos?

  • Carmen

    Pues sí.

    Todos tenemos un desde dónde..  Y que la ley nos permita elegir lo encuentro tan, tan necesario…

    No va a ser fácil elaborarla, pero creo que es necesaria.

    Y si, la muerte de Jesús sería digna, sin duda, porque la dignidad es algo interior, pero la encuentro indignante, que no es lo mismo. Y creo, creo, me parece que la iglesia le ha dado un reconocimiento y un valor al sufrimiento que para mí persona resulta escandaloso . Cierto que Jesús sufrió, pobrecico, pero eso no reviste de santidad al sufrimiento. En absoluto.  Porque si a alguien le hubiese gustado erradicar todo tipo de sufrimiento de la faz de la tierra, ese era mi Jesús imaginario.

    Así que la iglesia como institución no salga ahora diciendo eso de coge tu cruz y sígueme, que por cierto, no sé de dónde se lo han sacado, porque que diría que el episodio de la cruz fue el último. No sé cuándo lo pudo decir.

    En fin. Un tema que hay que abordar . Hay que legislar y al final, que cada cual decida.

    Veremos.

  • Mª Pilar

    ¡La dignidad, la moral, el deseo de no sufrir en vano… y si es posible,  ante un  dolor desorbitado…porque eso si es una inmoralidad.

    Creo soportar bien los dolores que han pasado por mí;he parido 6 hijos/as, y jamás he gritado ni he recibido ningún calmante; el resto de dolores… son como la mayoría de las personas de mi edad, y no suelo tomar calmantes, a no ser, que no pueda con mi alma.

    Pero lo que si tengo muy claro; ni por dignidad, ni por moral, ni por… “obligación” según la “santa” “madre” iglesia… quiero que mis hijos, carguen con una persona que no puede valerse por si misma, ni pensar, ni reconocer.

    Porque eso… Sí rompe familias, y para nada… se gana ningún cielo, ni nada de nada.

    Tenemos que morir, y Jesús el Galileo, sabía que si no desaparecía:

    ¡Lo matarían!

    Y decidió quedarse, y hacer que el desenfrenado deseo e quitarlo de en medio… a pesar de todas sus leyes “divinas”… de que matar es pecado, no les importo lo más mínimo.

    Quiero vivir, mientras no sea una carga para nadie; pero si llega el momento, en que ni siquiera puedo saber quien soy, quiero partir libremente, sin que sea un proceso vergonzante y castigado por ley.

    ¿Acaso les importa algo nuestra vida, cuando, ni hay trabajos dignos y suficientemente remunerados para vivir ¡dignamente!?  Aquí si tiene sentido la dignidad humana.

    Así espero, estudiada la ley, cada cual, pueda elegir, sin tener que comprometer ha nadie en ello.

    mª pilar

  • Javier Peláez

    Perdón es que no tengo un buen dia

  • Javier Peláez

    En general,la ley no puede prever todos los casos.Esto es así,si no,no habría pleitos.Es cierto que hay leyes que son un coladero,pero tb convendría pensar que se trata de la ley penal que para nosotros los que nos dedicamos al derecho,mal o bien(yo no soy penalista),debe ser la última ratio del Estado.Convendría pensar que hay países que ya han pasado por estas leyes de eutanasia y han analizado lo que es un coladero y lo que no? Finalmente,yo pregunto,aunque sea salvaje,si este hombre hubiera hecho lo que hizo y luego se hubiera pegado un tiro,no es cierto que la moral católica de hace cierto tiempo le hubiera negado la sepultura? En fin,yo prefiero un coladero en nombre de la libertad,que a la gente le dé por quitarse la vida de aquella manera….Alguien de los que aquí escribe cree que Dios es tan inmisericorde para andar juzgando como dispone la gente de su vida? Yo,desde luego no,…. Tampoco es que yo sea un especialista de moral,ni de derecho…Hace 15 años hoy que mi madre murió de ELA y seguro que ella comprenderá las paridas de su hijo…