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LA RECUPERACIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD

Por Antonio Duato

Artículo publicado en el Nº 2 de la Revista CUADERNOS DE LA DIÁSPORA de la Asociación Marcel Légaut, noviembre 1994

Los compañeros me han pedido que aporte para esta sección nueva, mi testimonio personal sobre el influjo de Légaut en mi vida espiritual, y esto pienso hacer, lo mejor que pueda, en estas próximas líneas. Tengo la esperanza de que este relato ayude a entender la relevancia de los textos de Légaut que pueden, a primera vista, parecer descarnados. Y confío que este esfuerzo que he tenido que hacer para poner por escrito algo tan íntimo, anime a otros a exponer, en números sucesivos, semejantes reverberaciones de Légaut en su espíritu.

Leí los libros de Légaut en los primeros años setenta, nada más publicar VERBO DIVINO las dos obras de El Hombre en busca de su humanidad e (Introducción al entendimiento del) Pasado y porvenir del cristianismo. La primera impresión fue la de encontrarme ante una obra realmente nueva y viva. Veníamos de un período conciliar de abundante producción religiosa que se presentaba siempre como novedad y renovación. Y, sin embargo, esa literatura posconciliar me sonaba a viejo. Eran libros en los que se confirmaba la visión teológica y la actitud crítica del clérigo ilustrado que era yo entonces, pero que no hacían nacer un nuevo espíritu en mí. En Légaut encontré algo que me invitaba a ir más allá y que me enfrentaba conmigo mismo.

Hace veinte años, aunque ya empezaba a ser consciente de que junto a esa euforia renovadora del posconcilio se ocultaba una crisis muy profunda del espíritu, estaba lo suficientemente empeñado en obras y proyectos de transformación de la Iglesia y de la sociedad que podía aún sobrellevar el vacío y las contradicciones de mi vida interior, e incluso vivir esta situación como vaciamiento y ofrenda en favor de la causa. Aunque la lectura de Légaut, hecha en el ambiente de una práctica de retiro anual que no dejé nunca, me invitaba a un trabajo de reencuentro y sinceración conmigo mismo, no asumí la tarea entonces. Légaut quedó como una referencia a una clarificación interior que yo sabía pendiente. Perdí sus libros, no por falta de estima, sino por todo lo contrario: pierdo los libros que más estimo, porque son de los que más hablo a los amigos y caigo en la debilidad de dejarlos. Pero, de hecho, dejé de releerlos.

Doce años después, hacia 1985, la crisis interior se había hecho más profunda. Como la acción pastoral dispensaba ya menos entusiasmos, se hacía cada vez más difícil seguir aplazando el reencuentro pendiente. El desencanto político y la involución eclesiástica dominaban el horizonte. Sólo cabía aprovechar el cansancio y la lucidez que dan los años, para aceptar, con la mayor dignidad posible, la fatal marginación que imponía la historia y que presagiaba y adelantaba la vejez. Para ello necesitaba, más que nunca, claridad interior. La búsqueda espiritual se hacía más indispensable y exigente: o era auténticamente profunda y personal, o no iba a servir de base a esa nueva etapa de vida, en la que te quedas solo contigo mismo.

A través de una amiga, que me había facilitado en años anteriores el encuentro de ermitas y desiertos para mi retiro anual (Alloza, Farlete…), conocí las visitas de Légaut a España. Acudí al encuentro de 1986 en Bellesguard. Me interesaba conocer en directo a la persona que hacía años ya se me había hecho presente, con fuerza interpeladora, por sus libros. Presentía que podía ser un encuentro importante en mi vida, aunque estaba vacunado contra el fácil entusiasmo. Quería conservar sobre todo la cabeza fría, y no esperar la salvación del deslumbramiento de un nuevo movimiento de espiritualidad. ¡He conocido tántos a lo largo de la vida! Es verdad que cuando te hundes, te puedes agarrar a un clavo ardiente. Pero en ese momento yo prefería hundirme, o seguir nadando, hasta encontrar una tierra firme.

Puedo decir que este primer encuentro con Légaut y su grupo de amigos de España fue aparentemente de lo más irrelevante que podía imaginar. No hubo impacto ni deslumbramiento. Un grupito de diez o doce personas, muchos de ellos exjesuitas, leyendo varias horas al día, en torno a una mesa, páginas de libros que yo ya había leído y oyendo matizaciones y precisiones que, a partir del texto, hacía, en un difícil francés, su viejo autor. Sólo se atrevían a hablar o preguntar los muy iniciados. Se hilaba muy fino en los análisis de lo que pasa en el interior del hombre y en la búsqueda de las palabras más apropiadas. Pero a veces parecía descubrirse el mediterráneo, pues ya estaba todo mejor expresado y tematizado por otros autores. ¡Qué pocas citas y referencias culturales!. ¡Qué poco análisis del condicionante entorno sociocultural! Légaut parecía desinteresado de la realidad española y eclesial en la que había que encarnar una espiritualidad que quisiera ser realista. Y, para postres, no tenía siquiera Légaut ese don de gentes o esa capacidad de penetración personal que tienen otros maestros espirituales. Desde luego, no había ni peligro de “deslumbramiento”.

Pero sí que había luz, que penetraba e iluminaba poco a poco. Visto en perspectiva de años, el encuentro con Légaut y su grupo de amigos ha sido lo más radicalmente decisivo que me ha acontecido en los últimos decenios. No sólo no me ha defraudado nunca, sino que ha ido entrando y transformando cada vez más mi vida, incitándome y ayudándome a afrontar el trabajo de clarificación interior que tenía pendiente desde hacía muchos años. Esta clarificación ha permitido después que reviviera una vida espiritual que, habiendo sido fuerza y alegría de mi juventud, tras la necesaria metamorfosis a la que ha necesitado someterse para acompañar la evolución imparable de mi ser personal, sigue siendo alimento y gozo de mi madurez.

Los aspectos del pensamiento de Légaut que más han penetrado en mí e iluminado el interior, arriesgando mucho al querer sistematizarlos en tesis, a la manera de los subtítulos de Légaut, son los siguientes:

 

La vida espiritual, o es totalmente personal y auténtica, o no es.

Si la obra espiritual no nace de la profundidad del ser que es irrepetiblemente uno mismo, no es más que “mermelada” o recubrimiento de pacotilla. O Dios es “mi Dios” o no existe para mí. En vez de desconfiar de la subjetividad, hay que asumirla en pleno pues no hay nada más real que el ser mismo que soy yo y que sólo a mí se me revela de una forma inmediata.

Asumir este principio era cerrar otros caminos de reviviscencia espiritual que oía proponer a otros, o, en el inconsciente culpabilizado, me proponía a mí mismo: la espiritualidad podría recobrarse con el “impulso heroico” –dejarlo todo para ir a Nicaragua o a una leprosería de Zaire–  o la obediencia fiel a las “prácticas” espirituales de siempre. Y hay que ver hasta qué punto la imitación de los santos y las reglas estaban metidas dentro de mí como fundamentos de la espiritualidad.

Ser auténtico es en definitiva unir ser y acto, como Dios. Estar todo el ser en lo que se piensa y se hace, sin desdoblamientos ni ficción. Hay voluntarismos que nos hacen creernos otros de lo que somos. Hay roles funcionales que nos hacen hablar y actuar siguiendo pautas y expectativas ajenas.

 

La autenticidad religiosa exige partir de la fe en sí mismo y de la fidelidad a lo más profundo del propio ser.

Fuí educado en una espiritualidad que partía de una desconfianza hacia el propio ser: en mí, sin la gracia de Dios, sólo había una alimaña salvaje, y si descubría algo de ángel, seguro que era un candidato a ángel rebelde, del que había que desconfiar.

Me impresionó de Légaut antes que nada su invitación a ser yo mismo y a creer en mí mismo. Se trata de apostar a fondo por la persona y liberarla de complejos y culpabilidades. Légaut hace una teología de la liberación personal. Lo mismo que la liberación de los pueblos precede a la teología de la liberación, pero esta reflexión, al hacer una nueva relectura del Evangelio, reconcilia la liberación con la tradición cristiana, potenciándola por lo tanto, así hace Légaut respecto a la liberación personal. Quien ha entrado en un proceso de emancipación personal, necesita una relectura del Evangelio que lo haga iluminador y no rémora de la libertad interior conseguida.

Para mí nadie como él traza las bases teológicamente seguras y metodológicamente diáfanas por las que ha de discurrir esta reconciliación de la liberación personal con la espiritualidad cristiana. En Légaut no se encontrará academicismo teológico. Pero sí valentía para abrir nuevos caminos, rigor de razonamiento y fidelidad al Evangelio. Todo menos frivolidad.

 

La fidelidad a lo que, desde lo más profundo de mí, me está llamando pasa por la acogida de los bienes específicamente humanos.

Había oído decir que para llegar a Dios había que renunciar a todo lo humano. Sobre todo a lo que tuviera relación con el instinto animal. Ya la teología, sobre todo con Rahner, me había dicho que el conocimiento y la presencia de Dios se dan siempre a través de la mediación creatural. Pero los teólogos de academia se van por las ramas. Légaut aborda la cuestión a fondo. El hombre se realiza como tal viviendo plenamente las experiencias fuertes que le hacen hombre: el amor, la paternidad, la muerte. El amor y la paternidad tienen una hondura instintiva que arraiga en lo más básico del hombre. Y sólo penetrando en el instinto, no rechazándolo, el hombre es invitado a amar y crear de una manera específicamente humana, haciendo trabajo espiritual sobre el cimiento de lo que es más él mismo. Lo mismo que sólo a través de la hondura trágica de la muerte, sin evadirse de su crueldad con imaginaciones celestiales, se llega descubrir la plenitud de vida.

Esta concepción teológica de los bienes específicamente humanos, que no son bienes de consumo sino de continua interpelación, único camino disponible para llegar a lo profundo de nosotros mismos y de Dios, y el haber puesto entre ellos, de una manera tan destacada aunque no exclusiva, el amor conyugal y la paternidad natural, era revolucionaria para uno que llevaba 35 años de clérigo. Me hizo ver hasta qué punto fui engañado, en cuestiones tan vitales, por una tradición religiosa.

Porque el celibato es una cuestión de tradición humana, no de Jesús. Es verdad que Jesús dice, en Mateo 19, que hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, otros hechos por mano de hombre y otros por el reinado de Dios. Yo me reconocía eunuco hecho por los hombres, pues fueron ellos, y no Dios, los que me dijeron, a los once años ya, que si quería ser sacerdote y santo (entonces para mí era lo mismo), tenía que renunciar a la niña de ojos azules de la que me sentía enamorado. La otra posibilidad, de eunuco por el Reino, no por los hombres, puede que se dé. Tal vez la viviera Pablo, en su concreto momento histórico. Creyó que para el servicio del Evangelio era mejor vivir, sin “cargas familiares”, aunque podemos rastrear, por su incomprensión hacia la mujer, a qué precio. Hoy, sinceramente, no veo cómo la renuncia al amor conyugal y a la paternidad se puedan vivir como exigencia del Reino, sin que medie un factor biológico, biográfico o cultural. Esta grave mutiliación de la persona, aunque haya jóvenes que estén dispuestas a ofrendarla a Dios, no podemos pensar que la pida Él de verdad, como no pedía tampoco el sacrificio de Isaac. Y, por mi experiencia en el seminario que viví y en el que dirigí, no surge como opción original del interior de los jóvenes candidatos al sacerdocio, sino que es provocada por mediaciones humanas, por una tradición ideológica y un statu quo que interesa mantener a través de la ley del celibato sacerdotal.

Aceptar, sin embargo, mi condición de clérigo entrado en años con elegancia, como un dato de mi historia personal que asumía, abriéndome desde ahí a la libertad, al amor y a la vida, era la opción de vida que surgía en mí y que conocía y estimaba Légaut. Él seguía con interés vidas como la de Mons. Gaillot, Obispo de Evreux. Decía que hacían falta muchos hombres de Iglesia así. Viví con él y su grupo como tal clérigo renovado y abierto varios años.

Sin embargo la sorpresa de la vida vino, un poco después de su muerte, con un amor, tan tardío como auténtico, tan improbable como real, que ya no fue reprimido como el de los once años, que ha transformado mi vida y que me ha hecho entender de una manera más personal y directa la profundidad teológica y mística de Légaut. No estoy en condición de escribir ahora sobre todo ello. Todavía estoy, con María, experta en “guardar todo en su corazón”, criando los hijos pequeños y saliendo adelante con la nueva vida y los nuevos trabajos. Es el tiempo de vivir, más que de hablar. Algún día nos saldrán las palabras. Ahora sólo puedo balbucear que nunca en mi larga vida de profesional del espíritu había conocido tanta contemplación y gratitud, tanta paz, tanta presencia de Dios, tanto amor concreto y universal, tanta carencia y plenitud de ser a la vez.

 

La opción fundamental consiste en sustituir la búsqueda ideológica por el camino interior.

A mitad justo de su libro “El hombre en busca de su humanidad”, Légaut pone al capítulo más breve pero decisivo, el título de “Las dos opciones”. He vuelto muchas veces a leerlo, pues lo considero un punto clave. No creo que él tuviese ningún resabio ignaciano. Pero a mí, que sí lo tengo, me ha recordado la situación y trascendencia de la meditación sobre las dos banderas en el libro de los Ejercicios. Aunque las opciones que propone Légaut sitúan al hombre en un terreno más radical del propuesto por Ignacio. Consiste en ésto: todos los esfuerzos que hace el hombre por situarse frente a Dios, el mundo y sí mismo, incluidas las opciones ignacianas por la riqueza o pobreza, incluidas las diferentes teologías del destierro o la liberación, pueden ser vividos de fuera a dentro, o de dentro a fuera.

Si se tiene una opción de fuera a dentro, fundamentalmente ideológica, doctrinal, basada en la visión del Todo, de lo general, del modelo, las condiciones y experiencias de la propia vida no serán sino ejemplos o aplicaciones, confirmación o excepción (siempre confirmación) de la regla o del modelo.

Si en la búsqueda se parte de dentro a fuera, con una opción personal más que ideológica, la fe será más importante que la doctrina, la experiencia íntima más iluminadora que el modelo, de lo concreto se descubrirá lo universal sin imponer lo general, la fe será el faro de la vida y no las creencias, la fidelidad conjunta a sí mismo y al Dios que llama desde lo más profundo no podrá diluirse en mera obediencia, tranquilizadora de conciencias.

En este segundo camino te vas encontrando poco a poco. Al cabo de algún tiempo empiezas a sentirte ajeno a discursos y modos que te fueron otrora tan comunes. Cuando estoy con mis amigos que hablan maravillas de Jesús Liberador y de los pobres del mundo, me sale, aunque me contengo, el preguntarles, como me he preguntado tanto a mí mismo: ¿pero tú en definitiva, qué te crees de todo esto y qué es lo que está bullendo y pujando en lo más profundo de tí mismo? Frente al dilema ortodoxia-ortopraxis que a veces se esgrimía entre el pensamiento progresista y que dejaba la cuestión sin aclarar, tan ideológica como siempre, Légaut proponía al fin de su vida el término ortopistis, fe recta o auténtica, sincero movimiento de fe, como ideal al que había que tender.

Aunque tal vez el término fe “correcta”, orto, puede ser equívoco. Hecha esta opción, nadie, ni siquiera Légaut, pueden darte un certificado de rectitud. Se asume el riesgo de la libertad personal y se vive en la carencia de seguridad. Sólo algunos signos, como esa continuada sensación de orden y paz en la vida de cada día, pueden ser indicios de estar respondiendo adecuadamente a las misteriosas exigencias profundas en las que Dios se nos manifiesta.

 

Ser discípulo de Jesús es descubrirlo y hacerme presente a él, no desde la creencia ideológica, sino desde lo profundo de mí.

Toda una vida preguntándome por Jesús, leyendo especialmente cristologías, confieso que me llevaron a un fondo de escepticismo respecto a las diferentes imágenes que un individuo, una época o una colectividad se pueden formar de Cristo, a partir de Jesús de Nazaret. Estaba ya esta actitud en aquel número que publicamos en Iglesia Viva, en 1973, titulado “Vivir en Cristo hoy”. Sólo que entonces, junto a la deconstrucción ideológica de los distintos “fantasmas” de Cristo –como los llamaba Freijo–, había un intento constructivo, pero no menos ideológico, de ver a Cristo como “estructura de la realidad” –González Faus– y liberador de los pobres. Creo, como dice Légaut en el capítulo que publicamos en este mismo número, que el acceso a Jesús a través de la cristología, o de la Jesuología más crítico-histórica, está agotado y puede dar ya poco de sí, como alimento de la fe en Jesús.

En los místicos hay fuerza de seguimiento y Jesús es vivido, desde lo profundo, de una manera personal. Me atrajeron los místicos, pero a veces su mundo exterior e interior condicionaba tanto su vivencia, que no es fácil distinguir entre lo que hay de coraje en seguir un camino de búsqueda personal, y lo que hay de cultural en esas mismas representaciones interiores. Por eso figuras como las de Juan de la Cruz y Teresa de Ávila me han fascinado tanto como decepcionado cuando les he requerido sus servicios como guías en mi camino personal.

En Légaut, que toma en serio la opción por la persona y que no confía en la ciencia, ni en la teológica, como guía para la vida, aunque sí sabe usarla, he encontrado a la vez el suficiente conocimiento crítico de los orígenes del hecho cristiano y el coraje de una búsqueda de Jesús desde lo más profundo de mi y su humanidad. Ya que necesariamente nuestro acceso a Jesús es mediado por la imagen que de Él nos formamos, busquémosle tomando muy en serio nuestro interior.

Hoy se dice que el rostro de Jesús está en el rostro de los pobres, y el seguimiento exige ponerse al servicio de todas las causas de justicia y caridad. Es un gran paso. Ya no es el “Cristo Rey” que convoca cruzadas contra los sin-dios. A mí personalmente no me ha acabado de servir ese cambio ideológico para reavivar mi relación personal con Jesús. Pero sí el descubrir, desde dentro de mí, que hay una humanidad que se me va abriendo sin fronteras y que en definitiva persigo, al adentrarme en ella, el rostro de Jesús que “tengo en mis entrañas dibujado”.

 

Tanta libertad frente a la Iglesia como respeto hacia la vieja madre.

La concepción y vivencia de la Iglesia tiene que cambiar profundamente con tales premisas. Para Légaut la Iglesia del futuro, como a él le gustaba decir, tiene que ser totalmente distinta. Y hoy, por el trabajo interior, hay que irla construyendo. El tema eclesial está bien expuesto y razonado en sus libros. De una Iglesia de autoridad, pedagoga de niños, basada en las muletas de la norma, a una Iglesia convocante de personas libres y creyentes, invitadora universal al trabajo espiritual.

Para Légaut incluso el Vaticano II se quedó muy corto. Por eso nunca se le vió ilusionado de renovaciones litúrgicas o de renovaciones pastorales. Sólo le interesaba el surgir de los pequeños grupos o comunidades, en la medida que acercaba el trabajo de la fe a las personas concretas. Y se alegraba de todo lo que fuera expansión de libertad y nuevos aires. No intervino en polémicas eclesiásticas. Sólo reaccionó a última hora, cuando vió que incluso lo que se había conseguido en el Vaticano II estaba a punto de ser sofocado con una nueva restauración.

En los últimos años estaba estudiando a fondo el movimiento modernista de fin de siglo y la represión sufrida con Pío X. Precisamente, leyendo con detención el libro de Poulat. Lo hacía en vistas a la revisión de Introduction, y lo utilizó para redactar algún capítulo de su obra póstuma, Vie spirituelle et modernité. Hablamos de ello en mi última estancia de una semana con él en el 89. Su escepticismo respecto de una reforma real de las iglesias era cada vez mayor. Y sin embargo el domingo, como simple fiel, seguía bajando a misa a la parroquia de su pueblo y aguantaba con paciencia la torpe homilía del cura reaccionario. “Es una penitencia por mis pecados, Antonio, pero es también el único lazo exterior que sigo teniendo con mi vieja Iglesia y no quiero romperlo”.

Yo me acordaba de esta anécdota hace unos días, cuando a mí mismo me daba razón de por qué, aun habiendo tanto desacuerdo y tanta libertad interior respecto de mi Iglesia, había solicitado de ella la dispensa de mis compromisos clericales y había aprovechado el bautizo de nuestro segundo hijo, para confirmar con la forma canónica nuestro matrimonio. Cuando me ido haciendo adulto por fin y se van acabando las necesarias rebeldías a través de las cuales he asumido mi vida como propia, y no sólo como heredada, voy siendo más capaz de aceptar y querer, con su debilidades y arrugas, a mi vieja madre.

 

 

[1] No es necesario decir que este párrafo introductorio se ha escrito parafraseando la letra del Principio y Fundamento ignaciano: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.

[2] Los antiguos conocían la trigonometría terrestre y celeste; ya la utilizaban los egipcios y griegos para calcular distancias. Eratóstenes, en el siglo III a. C., calculó paso a paso la distancia entre Alejandría y otra ciudad de Egipto para deducir, según la sombra a una misma hora en las dos ciudades ¡la circunferencia de la tierra! Y no se equivocó de mucho. ¡Qué mentes! Y qué dirían ahora de la facilidad con que se hacen esos cálculos.

[3] El Ångstrom (10-10, diezmillonésima parte de un metro o décima parte de un nanómetro) es una dimensión que se ha utilizado mucho para longitudes de onda y en bioquímica. Los enlaces entre átomos están en el orden de 1 a 6 Ångstrom.

[4] Es maravilloso el avance técnico en medicina, aún a la espera de nuevas técnicas y terapias basadas en la miniaturización y el conocimiento del genoma. Un aparato de lo más sencillo es el oxímetro, que es lo primero que te ponen en el dedo en una unidad de vigilancia y que hoy se compran en farmacias, aunque más para alivio de hipocondríacos. Un par de rayos infrarrojos y rojo pueden calcular la cantidad de oxígeno que arrastran los glóculos rojos en el torrente sanguíneo.

[5] Me refiero a una experiencia ofrecida por el Parc Natural dels Ports (Tarragona) que colocaron en febrero una webcam enfocando a un nido de águilas calzadas, para poder seguir en directo y con detalle todo el impresioante proceso desde que la pareja volvió a preparar el nido hasta la progresiva independencia de las dos crías. Una ocasión para meditar y contemplar la grandeza de la naturaleza. Ver en https://www.atrio.org/2017/04/el-nido-del-aguila/

[6] He de agradecer a los avatares de la vida y a un compañero profesor el que cayera en mis manos un libro de Juan David García Bacca titulado “Qué es Dios y quién es Dios”. Este libro y el resto de su obra son poco conocidos en España. Solo he podido tomar contacto últimamente con una persona que lo estudia: Carlos Beorlegui. De él es una biografía que el filósofo Enrique Dussel incluye en blog personal: http://enriquedussel.com/txt/GARCIA%20BACA.pdf Al libro, nada fácil, de García Bacca dediqué el verano de 1990 y desde entonces el filósofo realista y místico ha estado muy dentro de mí, con esta iluminadora distinción que plantea en su libro.

[7] No es la primera vez que hago referencia a Teresa de Lissieux. Su vida la expresa de forma tan auténtica en Historia de un alma, que me impresionó desde joven la fe en sí misma y la energía vital que expresaba. De hecho, ese testimonio personal fue censurado por su hermana, superiora del monasterio carmelitano. Cuando se publicó en 1956, recuerdo que me compré la edición crítica y facsímil de sus cuadernos, sobre los que trabajaron luego Hurs Von Balthasar y otros. No es que haya seguido leyéndola, pero recuerdo con frecuencia el deseo infinito y la infinita pequeñez que ella veía dentro de sí misma y que constituía el fundamento de su fe en sí misma, en los otros y en su Dios.

[8] Hay quien sigue reivindicando que siga constando lo de dC y aC en los años de la historia, considerando ec y aec como cesión injustificada a la secularidad y falta de valor para defender la verdad.  Yo veo más conforme al espíritu de Jesús ocultar esa referencia que le encumbra un una humanidad actual muy dividida por identidades religiosas.

[9]   Para esta relectura de la teología oficial, me han ayudado mucho las reflexiones mantenidas en el Portal ATRIO sobre la encarnación, mucho antes que llegaran a él las conocidas catequesis de Miquel Sunyol. Juan Luis Herrero del Pozo fue un padre blanco quien, tras ser profesor de teología, abandonó la orden y la teología. Cuando abandonó también el activismo social de primera línea tras la primera huelga de hambre del 0,7 (1994) se dedicó a releer la teología que había enseñado y rescribirla desde su lectura actual. Tras un libro titulado Religión sin magia (Murcia, el Almendro, 2008) publicamos en Atrio una serie de capítulos de lo que iba redactando como libro sobre la fe desde la secularidad. Todo él iba a la múltiple encarnación de Dios no solo en Jesús sino en todas las personas y en toda la creación. Juan Luis no ha podido acabar su obra por haber perdido totalmente la vista. Todo lo publicado en ATRIO en 2008 está en esta página-resumen, pero sin los comentarios que se perdieron: http://2006.atrio.org/?page_id=1257 . En 2013 se volvió a publicar todo en 12 entregas, con comentarios-discusión. Se puede a acudir a cada una de estas páginas a través de esta búsqueda: https://www.atrio.org/?s=%22mi+nuevo+paradigma+teol%C3%B3gico%22.

 

[10] Es curioso e interesante. Al llegar a este punto al que quería aludir, busqué en Internet alguna referencia y me encontré precisamente con el Portal Lamiarrita: http://lamiarrita3.blogspot.com.es/2011/06/eucaristia-y-solidaridad-con-los-pobres.html ¿Continúa ese interesantísimo blog que veo se interrumpió en 2013? Vale la pena valorar este tipo de esfuerzos por subir a la red materiales como este que cada vez, con la enorme capacidad de búsqueda que actualmente tiene Google, se pueden utilizar con más facilidad de lo que parece.

[11] A lo largo de estas charlas he manifestado no creer en intervenciones puntuales de Dios en la historia real, como favorecer la victoria de una nación sobre otra o de indicar a la comisión de los santos que un determinado difunto quiere Él (¿no es un blasfemo uso del nombre de Dios?) que sea declarado santo. Pero yo creo que hay fenómenos inexplicables en la vida. Todo en ella es en sí milagroso y está abierto a lo imprevisto. Por paz y aceptación plena del todo el complejo vivo y por una fuerte fe o actitud positiva se pueden en algunas ocasiones producir procesos biológicos extraordinarios. En lo que no creo es que estos acontecimientos reales puedan ser manejados por una técnica, una magia o un poder divino. También soy muy reacio a creer en apariciones o reliquias milagrosas. Sobre la imagen de Guadalupe o la sábana santa de Turín hay estudios históricos serios de cómo se creó por celo apostólico franciscano la devoción (Guadalupe) y la prueba del carbono C pedida expresamente por el cardenal Pellegrino de Turín. De acuerdo en que ambos casos como en muchos otros santuarios vale mucho la devoción acumulada por siglos y el valor simbólico popular para decidir mantener esas tradiciones. Pero con parquedad y remarcando siempre las dudas respecto a la historia real. Como se hizo tras el Vaticano II con santos como San Jorge, San Cristóbal o Santa Filomena, aunque esta le sirviera para proteger la humildad del Cura de Ars que creía que todos los peregrinos venían por la santa y no por él. Más turbias son las historias de estigmatizados y negocios ocultos como el caso de Padre Pío. Aunque lo más escandaloso son los milagros para las canonizaciones.

[12] El texto referido tiene como título “La Iglesia” y es, en su original, la tercera parte del libro Paciencia y pasión de un creyente (1975, con nueva edición de 1990, revisada por Légaut un año antes de morir). Traducido recientemente al castellano en Cuadernos de la Diáspora, nº 28, 2016. Disponible, como todos los escritos de Légaut, llamando a Domingo Melero, 916 638 504.

[13] Un hombre de fe y su Iglesia (Du Cerf 1988; en español 2010).

[14] He encontrado un artículo mío de 2005, con el título de este apartado, en la primera versión de Atrio.org. Allí explico quienes empleaban este término y la vinculación al pensamiento del Papa Ratzinger que iniciaba su pontificado ese año. Puede verse en http://2001.atrio.org/d050923CRISTIANISTAS.htm . Tal vez lo añada como adjunto a este folleto.

 

[15] Al buscar esta persona en Wikipedia he visto que dice que la traducción española de su obra principal está en atrio.org. Os doy el lugar concreto: http://2006.atrio.org/?page_id=1616 y el curso sobre su obra que dirigió en 2009 Juan Luis Herrero del Pozo en http://cursolenaers.atrio.org/  (password: anel ). En un último artículo firmado por él, Juan Luis, de quien hablaré más en la siguiente meditación, expresó cómo para él Lenaers se quedaba corto en su revisión crítica. Todo interesante para quien busca más información.

[16] Estas oraciones, once en total, están recogidas, con una cuidada traducción e introducción de Mingo Melero en Plegarias de hombre, 2ª ed. Madrid, Asociación Marcel Légaut, 2017.

[17] Esta experiencia mística especial es relatada y analizada por Juan Luis en una carta a un amigo que se publicó en Atrio, cuando se iniciaba la publicación de la serie de artículos sobre “Mi nuevo Paradigma”. Se puede encontrar en Razón crítica y experiencia de Dios, 15-9-2007. http://2006.atrio.org/?p=909

[18] Me refiero al P. Agustín Jaureguízar, que fue después Rector del Colegio de Vigo. Si alguien me pudiera aportar algo sobre él, se lo agradecería.

[19] En el año 2006 se eligió por fin la sede en Francis para el proyecto ITER, en el que colaboran los principales estados del mundo, para construir un reactor donde se produzca el proceso de la fusión de átomos de hidrógeno en otros más pesados. Es imitar la reacción que se produce en el sol para libera energía, sin dejar productos radioactivos. Con retrasos, el proyecto sigue adelante y se esperan resultados para dentro de diez años.

[20] Este es un tema que me preocupa mucho. ¿Cómo pueden las religiones, con el catolicismo a la cabeza, proponer normas éticas comunes y derechos en una sociedad democrática? Solo si los exponen y argumentan con la razón, no a partir de su escritura o teología. Es la postura que defendía el dominico Claude Geffré (1926-2017) que fue castigado por eso y sobre lo que escribí yo hace tiempo: http://2006.atrio.org/?p=748