Da la impresión de que la verdad tiene los días contados, si echamos una mirada crítica a los medios de comunicación de masas, a los uasaps, a los tuiter…, a las llamadas redes sociales, que actúan con frecuencia desde el anonimato. El lenguaje va por un lado, la verdad por otro y la ética ni está ni se la espera. Parece que el lenguaje tiene barra libre para referirse a la realidad a su antojo. Los tertulianos/as televisivos o radiofónicos, los uasaps, los tuiter… lanzan sus afirmaciones sin verificar que lo que sostienen se adapta a la realidad, a la verdad.
Si el “lenguaje es la casa del ser”, según la máxima de M. Heidegger, hay que cuidarlo como tal, con esmero y con la intencionalidad de acercarse al referente, a la realidad, con la mayor exactitud posible. No en vano afirmaba la filosofía escolástica que la verdad es “adaequatio intellectus cum re“; es decir, nuestro entendimiento debe hacer una fotografía de la realidad. Y para ello el ser humano posee una potente herramienta que es el signo lingüístico. Ahora bien, su objetivo primordial es captar la realidad que está fuera del sujeto para transmitírsela a otro, al receptor. Sin embargo, el lenguaje como producto humano y social, no siempre cumple con esa función primordial de transmitir la realidad tal cual; no siempre se comporta de manera inocente, sino que, a diferencia del lenguaje animal, como advierten CK. Ogden y IA. Richards, puede llegar a la perversión, a un intento de engañar al receptor mediante una “verdad” camuflada.
Esto no ocurriría si la ética estuviese presente en este contencioso y formara parte como la tercera coordenada de la comunicación. Así nuestro lenguaje se adaptaría a la realidad objetiva si la ética estuviese presente como árbitro imparcial, que marcara las líneas rojas en cada acción comunicativa. Es cierto que para J. Habermas, gran defensor de la teoría de la acción comunicativa, mediante la comunicación se busca el entendimiento con el otro, con el oyente, pues hay un presupuesto pragmático, que da pleno sentido a la acción comunicativa y es que hay un reconocimiento mutuo de igualdad entre los interlocutores.
Sin embargo, cuando el comunicador, el tertuliano, el tuitero… hablan, lo hacen desde su posición de verdad; una verdad, por cierto, incuestionable e inamovible, una verdad absoluta, que ya A. Machado ponía en cuestión: “¿Tu verdad? No, la verdad y ven conmigo a buscarla”. No hay, pues, reconocimiento mutuo de igualdad entre emisor y receptor; a éste se le considera un mindundi y un desconocedor del asunto. Es más, la palabra está “protegida” por la libertad de expresión de una sociedad democrática y que esta palabra mía se adecue a la realidad, siendo entonces una palabra verdadera, importa menos y aquí la ética no tiene nada que decir y, por supuesto, nada que corregir ni señalar los límites de mi lenguaje. Dentro de esta reflexión me fijaré en unos sectores concretos de nuestra sociedad:
- 1. Tertulianos/as. Un día sí y otro también los tertulianos/as televisivos o radiofónicos, más de uno, se explayan a sus anchas buscando más el titular impactante que el reflejar la opinión conforme a los parámetros de la verdad y de la ética. Desde posiciones de hooliganismo, sobre todo político, lanzan la frase abiertamente denigrante y falsa o camuflada bajo la apariencia de verdad. Con la llegada de Pedro Sánchez, PSOE, al gobierno se han disparado los discursos abusivos, carentes de verdad y, por lo tanto, sin control ético. Aquello que se atribuye a J. Goebbels, que una mentira repetida mil veces se hace verdad, es un hecho preocupante y que ahora no es necesario ni siquiera repetirla mil veces.
En estos tiempos parece más rentable socialmente decir una falsedad que una verdad; el que así dice falsamente es una persona con agallas y defensora de unos valores patrios (?). Ejemplos, los hay para muchas páginas. Hace unos días en una conversación privada con una persona, una monja de vida activa, hablando de lo divino y de lo humano, sin duda más de lo humano que de lo divino, porque dimos un repaso a la política actual, me dijo lo que se ha repetido hasta la saciedad entre tertulianos/as y redes sociales: que Pedro Sánchez no ha sido elegido democráticamente, porque no ha habido elecciones de por medio. Intenté convencerla, no sé si lo conseguí, que se trata de una frase engañosa y muy lejana de la verdad. Si el Parlamento ha sido elegido democráticamente, todo lo que emana de él es democrático; es más, la democracia se rige por mayorías y la moción de censura contra Rajoy ha obtenido la mayoría parlamentaria; por lo tanto, la verdad es que Pedro Sánchez ha sido elegido democráticamente. Entre otras cuestiones, mi interlocutora se refirió al traslado del Valle de los Caídos de los restos del dictador Franco; para ella con este gesto no se consigue la reconciliación, porque entre otras razones, si Franco fue malo también lo fue la República. Sabía que esta expresión no era propia de la monja, porque la he escuchado en alguna tertulia televisiva. Una expresión que no se adapta a la verdad, porque la República fue elegida democráticamente y el golpe de Estado de Franco fue contrario a la democracia, independientemente de que algunas acciones de la República o realizadas bajo su paraguas fuesen correctas.
- 2. Políticos. El lenguaje de muchos políticos desconoce qué es eso de la verdad y de la ética; son palabras que no existen en su diccionario. Ya no importa tanto el título que va a salir en los medios de comunicación, cuanto su rentabilidad política, puesto que la expresión falsa y engañosa más de uno la convierten en verdad. Se ha repetido en estos días en las redes sociales y en las tertulias que el Presidente del Gobierno usa el helicóptero para ir al aeropuerto y que Rajoy no lo hacía, con el consabido gasto público que conlleva el uso de un helicóptero para un desplazamiento corto. Así expresada esta realidad tiene visos de ser verdadera, pero la ética nos dice que en este discurso lingüístico hay un comportamiento y una actitud de falsear la realidad. Al parecer Rajoy no usaba el helicóptero para ir al aeropuerto, pero había una razón personal: su accidente de helicóptero en la plaza de toros de Móstoles. Si el político con su lenguaje, falseando la realidad, busca su propio beneficio, debería tener en cuenta el consejo de Aristóteles en su Ética a Nicómaco: “Conducirse éticamente significa querer el bien por sí mismo. El bien es ciertamente deseable cuando interesa a un individuo pero se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo”.
- 3. Eclesiáticos. No son muy ejemplares muchos eclesiásticos o clérigos, principalmente obispos, en esto del lenguaje social o político. Parece que actúan más desde el hooliganismo político que desde la actitud ética de ofrecer una palabra veraz y en consonancia con la realidad, aunque ésta no sea del agrado clerical. Es curioso que estos clérigos tan amantes y defensores de la verdad absoluta y denostadores, por lo tanto, del relativismo, se refugien en la llamada posverdad, la mentira emotiva, que la RAE define como distorsión deliberada de la realidad. Todos los días se producen posverdades clericales, más ahora con el socialista Pedro Sánchez en el gobierno: la memoria histórica y el traslado de los restos del dictador Franco a una tumba privada, clase de religión en la escuela pública, ley de género, sexólicos anónimos del obispo de Alcalá, etc.
Si nos fijamos en el primer tema señalado: resignificación del Valle de los caídos y traslado de los restos del dictador Franco a una tumba privada, esto es para los obispos españoles, según el comunicado de la Conferencia episcopal española después de su reunión ordinaria de estos días, un perturbar la concordia y la reconciliación alcanzada por la transición española y plasmada en la Constitución de 1978. La posverdad episcopal es llamativa, porque no puede haber reconciliación mientras existan los miles de muertos franquistas enterrados y abandonados en cunetas o lugares no identificados. Ellos, expertos en reconciliación, han de saber que la reconciliación conlleva el perdón. “Si vas a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Con el perdón se restablece el diálogo y el encuentro con el otro, la verdadera reconciliación. Al aceptar ese encuentro se establece una relación de projimidad, como señala P. Laín Entralgo, de reconocimiento mutuo entre el yo y el otro. Que yo sepa, los obispos españoles, oficialmente, no han entonado un mea culpa por las implicaciones de la jerarquía católica en el golpe de Estado del general Franco, que tanto sufrimiento causó a la sociedad española, y en el apoyo incondicional a la posterior dictadura franquista. Es bueno y saludable para la sociedad española, desde los parámetros del perdón y de la reconciliación, que se lleve a cabo la ley de Memoria histórica en todos sus detalles.
La verdad es, pues, posible y el lenguaje su mejor herramienta de expresión, por más que filósofos, como Locke, Kant, Bertrand Russel…, adviertan de la posible arbitrariedad de la palabra en referencia al objeto. Pero la posverdad o mentira emotiva o distorsión deliberada de la realidad no puede acampar a sus anchas en las relaciones humanas. La ética es la que tiene la última palabra. Ahí está el consejo de Pablo de Tarso a los de Éfeso: “Dad de lado a la mentira, hable cada uno verazmente con su prójimo, ya que todos somos miembros unos de otros” (Éf 4,25).
Agradezco las intervenciones realizadas, que, sin duda, completan el contenido de mi reflexión, un tema que considero de máxima actualidad. No en vano la palabra “posverdad” (post-truth) fue elegida por el Diccionario de Oxford como “palabra del año 2016”. Y es curioso que la “palabra del año 2017” elegida por el Diccionario de Oxford sea “falsa noticia” (fake news).
Enhorabuena Antonio Gil de Zuñiga. Palabras ajustadas a la realidad, esa que vemos, pero que muchos quieren tergiversar, por que no concuerda con la otra realidad, la suya. Por eso a mi me causó gran impacto, que ese mozo tan bravo y ganancioso, el tenista Nadal, nos descubriese, ahora a sus 32 años, después de l5 o l7 años de rotundos triunfos, declarar tan campante que “quería votar”. ¿Qué realidad es la suya?. Desde luego no la mía, pero al cabo pude colegir que, la realidad mia y la suya estaban enfrentadas y en el fondo lo que nos separa son los millones que en buena lid haya podido ganar y teme perder-conservar, y mi pensión suficiente. No vivió aquellos tiempos que decir lo que el dijo; votar, era revolucionario y tomar el tren de la cárcel, previo paso por alguna mazmorra de tortura. Felices los tiempos estos, por los que él puede decir “quiero votar” y que sólamente pasen, estos comentarios de lamentación.
Si entiendo lo que dice el señor Zúñiga en su artículo. No sé pueden tergiversar los hechos en beneficio de , pues de una idea o de lo que sea. Es una falta de ética impresionante. Pero eso ha sucedido siempre. Muchos descubrimos que vivíamos en un país distinto al que creíamos vivir cuando murió Franco.
Ahora estamos descubriendo cosas de la transición.
Estoy muerta con Juan Carlos I, uno de mis héroes.
La iglesia, en fin, algo ha tergiversado , al menos eso dicen por ahí.
La verdad, los tertulianos no sé cómo decir, al menos sabemos que son tertulianos. El problema como siempre vendrá de los encubiertos. De los que nos fiamos de ellos.
En fin.
Buenas noches.
Pues es que no sé qué es La Verdad ,
A lo mejor es que es algo complejo de entender. O quizás es que no existe. No lo sé. Sea como fuere me gusta leer lo que opinan sobre esta idea. Me hacen pensar.
Con todos mis respetos a ese señor psiquiatra, no estoy de acuerdo con lo que dice respecto a la relación de la madre con sus hijos. A lo mejor porque soy madre, madre y no padre , de dos.
Sucede que hay cosas en la naturaleza que no se pueden explicar. Lo que siente una madre por su bebé y mientras es pequeñico y depende de ti, con todos mis respetos, eso no es definible o analizable. Eso sencillamente se siente. Aunque haya quien lo analice o defina.
Supongo que no es verdad lo que digo. O sí. Quién sabe.
Un saludo cordial
Lo cierto, Carmen, es que la verdad no es definible, se escapa entre ranuras de certeza.
Estoy contigo en que lo que vive y siente una madre entregada a sus hijos, no puede saberlo más que ella misma.
Si bien, con el tiempo está por develarse su delirio de inseguridades y miedos, al querer seguir controlando y dirigiendo la vida de otra persona, aún siendo, en este caso, su hijo/a, ya adulta. Su propio crecimiento puede haberse paralizado girando en círculo vicioso al sentirse proyectada en quien no es, desatendiéndose y huyendo de sí misma.
Un aspecto de la maternidad y de la paternidad que se resiste a aceptar y acoger lo que la vida regaló, para ser desprendidos y respetuosos a su vez con ella.
Un abrazo y buenas noches.
Interesante y necesaria reflexión, querido Antonio, para los tiempos que vivimos.
Me llama la atención el que pongas la ética como árbitro imparcial en una partida donde la subjetividad convierte las fichas casi en etéreas o, en el mejor de los casos, en un material tan dúctil que cada individuo o cada colectividad puede dogmatizar con tanta naturalidad que puede convertir las fichas en verdades éticas, mientras el individuo o la cultura de al lado puede hacer lo mismo con la misma seguridad que la anterior y en sentido totalmente contrario. La ética, al igual que la verdad, es imposible encasillarla en unos parámetros definidos, de forma general. Ojalá la ética fuese una ciencia pura, y en mejorarla debemos estar todos y todas comprometidos/as
Estoy de acuerdo con Isidoro (me alegro verte de nuevo por aquí), en lo que a su alto grado de subjetividad. Ampliando nuestra mirada y escuchando todo lo que pasa en nuestro entorno, y aún más, lo que pasa en otras regiones del mundo, nos damos cuenta que la humanidad es una auténtica torre de Babel, o como decimos habitualmente, el pluralismo es casi infinito en sus acepciones éticas y sus derivados hasta conseguir que casi todo sea relativo.
Hasta las cuestiones más inhumanas para una parte de la humanidad, son defendibles por otras partes de la misma. Por ejemplo las guerras, siempre las justifican quienes las promueven, los matrimonios de hombres adultos con niñas en la India que lo consideran normal, el esclavismo normalizado en EEUU, etc. etc.
En nuestro entorno, escuchar según qué medio de comunicación nos produce la impresión de si viviremos en planetas diferentes o perteneciésemos a especies humanas distintas. Da igual el tema de que se trate, sea el Valle de los Caídos, sea la eutanasia, en algunos países la homofobia etc. El otro día leí una frase de una persona conocida mía que decía “la islamofobia es un deber moral” ufff.
El vehículo que utilizamos para nuestros acuerdos y desacuerdos ciertamente es el lenguaje, pero como el lenguaje (dixit Heideger) habita en nosotros, es el lenguaje el que saca afuera lo que entendemos por verdad o por ética, y que proyectamos, a su vez, sobre una realidad, que la interpretamos como algo objetivo, cuando no deja de ser una proyección de nuestra realidad interior.
Y, finalmente, no cabe duda, que, cuando se llegan a acuerdos internacionales y consensuados, se pueda acercar uno a la objetividad en tanto en cuanto se ajusta a un consenso de toda la Humanidad, como la Declaración de Universal de los DDHH, aunque haya países que no los cumplan y alguno que aún no ha firmado el documento.
Enhorabuena y muchas gracias, Antonio Gil de Zuñiga, por compartirnos tanta verdad abandonada en el trastero del ser, ignorada más y más, y lo peor, ni siquiera sospechada su ausencia y camuflaje perverso.
El cambio de gobierno tras la moción de censura, parece que sea el motivo que llama a la observación de tales usos en cascadas fáciles de detectar. Sin embargo, esto no es nuevo, ni mucho menos. Solo por citar un ejemplo, ya expuesto:
…el consejo de Aristóteles en su Ética a Nicómaco: “Conducirse éticamente significa querer el bien por sí mismo. El bien es ciertamente deseable cuando interesa a un individuo pero se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo”.
El peligro y gran riesgo es la abundancia de falta de ética, y como digo más arriba de su desconocimiento y abuso en los medios y en las personas. Emisores y receptores delirantes, siempre en búsqueda de aquello que nos aleja del sí mismo, un desencuentro constante con la mismidad del ser.
Noto en lo que se dice en los comentarios que se toma por ética lo que no es, ya que la ética parece que se ajuste con prioridad a lo que se quiere que sea a modo individual, incluso de grupo, es decir, un bien para sí, no el de la colectividad sin exclusiones, ni separaciones de ningún tipo.
Como siempre, la base de la ética estriba y se fundamenta en la comprensión de quién se es, paso previo para una formación integral y abierta a la aceptación y al respeto de la complejidad que nos constituye en dinamismo continuo. Lo que, no sin dificultades y posibles retrocesos aparentes, frena la contradicción en la práctica, al no dejar que se abra paso a los delirios.
Entra y sale, no hay lugar para el delirio ante la presencia consciente del yo que es y somos, a pesar de que aceche, a la mínima, y no pare su acticidad en este mundo plural y diverso, como manantial y fuente imparable, canalizando ríos de “verdades”, por todos los flancos, en su intento de dejar huella, sabiendo de antemano que algo queda.
Realmente, “quién” es “quién” se pierde en el laberinto del delirio, sino la identidad que no se es y trastoca la consciencia, al confundirse todo el “yo”, que anhela ser, en el ego, en los múltiples egos.
Muchas gracias a todos.
El grave problema de la ética es que, a excepción de las normas mas elementales, es una cuestión altamente subjetiva. Cada uno considera como ética, “su ética”. Por eso Hans Kung, proponía la búsqueda y negociación de una ética universal, que nos guiara a todos.
La legalidad, es un mínimo que se presume con ínfulas de universalidad, pero incluso este mínimo común denominador, es criticado por muchos, unos por exceso y otros por defecto.
Todos sabemos que el ser humano es un ser plural, y que cada uno tiene sus propios criterios. Pero la realidad es que nos es muy difícil ser pluralistas. A lo más que llegamos es a ser tolerantes, con los que piensan distinto a nosotros.
Pero nos acecha constantemente la tentación del sectarismo, o sea el opinar que nuestra ética es la buena y que los que no se ajustan a ella, (porque tengan otros criterios o conocimientos), son perversos, o como mínimo son cortos, poco informados y/o manipulados por los perversos.
Todo el mundo en su fuero interior, se considera buena persona, y cada uno tiene su propio criterio. Eso no significa que el pluralismo sea relativismo, (que todo vale igual). El camino de la sabiduría consiste en ir discerniendo trabajosamente lo mas acertado.
Las religiones solventaban este problema, con la prótesis-muleta de “Dios”. Desde el Código de Hammurabí, y seguro que antes, todo código moral/comportamental impuesto por las autoridades, se apoyaba en que ese era el deseo de “Dios”.
En estos tiempos areligiosos, eso ya no cuela, y se intenta sustituir esa muletilla, con un supuesto consenso universal, muy difícil de obtener. Nuestro fuerte instinto de vinculación, (de pertenencia tribal al grupo mayoritario) nos lleva a veces a ponernos de acuerdo precipitadamente, (groupthink), como se ha puesto de relieve en experimentos psicológicos.
El compañero George Porta, (que espero que se encuentre bien), hace tiempo nos enseñaba que “la necesidad de ser extremista de cualquier converso o neófito, (religioso, ideológico, etc.), emerge precisamente de su inseguridad o angustia al examinar su conducta previa, la que abandonó al convertirse, a la luz de un conocimiento que no domina suficientemente.
Y por ello se interpreta la realidad utilizando un paradigma que le es demasiado desconocido, y que aunque le atraiga, vale decir que aún le pareciera caótico si no lo percibiese rígidamente estructurado”.
Esto vale para todos los fundamentalismos, ya sea religiosos como políticos y/o los morales. Y los fundamentalismos, no son más que reduccionismos que operamos por pereza mental, por limitación cultural, o por seguimiento grupal y por nuestro fuerte instinto de vinculación, para dotarnos de una seguridad psicológica que precisamos neuróticamente.
A los que nos negamos a ese fundamentalismo moral, se nos suele tachar de cinismo. Pero es que la psicología humana nos enseña que el comportamiento humano es hipercomplejo. “Una persona puede amar simplemente por el hecho de que necesita ser amado. Muchos actos de generosidad aparente esconden en realidad un resto narcisista negado: la necesidad de ser amado, admitido, o admirado, (Francisco Traver).
El mismo psiquiatra Traver pone los ejemplos del amor maternal, que es abnegado y hasta diríamos que heroico, y como las madres quieren a sus hijos porque son suyos. “Los cuidados que la madre opera sobre su bebé no son actos morales en absoluto: ser una buena madre no tiene nada que ver con la ética, se trata de una necesidad vinculada con ese mismo narcisismo que se despliega renunciando (paradójicamente) a su propio bienestar, una especie de reflexión (una doble flexión) sobre el propio bienestar”.
Esa necesidad de amar, para ser amado, se expresa según Traver, también por ejemplo en el amor exagerado a los animales, que puede ser una pulsión narcisista que les hace sentir mejores. Son como supremacistas morales y que por ello encuentran derecho a manifestar su agresividad frente a los que no operan del mismo modo. Pero defender los derechos de los animales no es un acto moral aunque lo parezca, es una forma de mostrar cierto exhibicionismo moral.
La psicología y su conocimiento del comportamiento humano, amenaza con disolver, muchos conceptos tradicionales, descubriendo el disfraz de muchas pulsiones narcisistas como conductas morales, y amenaza con transformar a muchos santos ejemplares de vida moral, en pobres personas como todos, con nuestras pulsiones internas, nuestras neurosis, y nuestras psicosis de mayor o menor calado.
Como dice Sloterdijk: “En realidad, no son los dioses los que nos faltan, ellos no son más que grandes simplificadores; lo que nos falta es un arte del pensar que sirva para orientarnos en un mundo dotado de complejidad. Lo que falta es una lógica que fuera suficientemente poderosa y dúctil para empezar a acoger la complejidad, la ausencia de definición última y la inmersión”.
En general la ética es la gran ausente en la intercomunicación humana, pero cuando se produce en ciertos sectores de la sociedad, es más notable su ausencia y afecta a la confianza depositada en aquéllos. La ética, aceptada en su integridad, impediría a tales sectores, sobre todo los enumerados en el artículo, expresar opiniones carentes de base real y formular una retórica hueca ininteligible por los destinatarios de la misma.
Es cierto que la llegada de P. Sánchez ha hecho que sus adversarios políticos insinuen la falta de democracia en el proceso seguido para el cambio de gobierno, ignorando maliciosamente que se ha utilizado la herramienta prevista en la Constitución a la que tales críticos recurren con gran devoción para defender sus intereses. Una Moción de Censura es un acto político tan democrático como unas elecciones porque la Constitución no permite actuar de otro modo.
En el sector de los tertulianos y en el de los políticos se oye con mucha frecuencia opiniones alejadas de la verdad y, por tanto, de los preceptos éticos y no por error, sino a sabiendas y falsa convicción.
Pero resulta más descorazonador percibir en el sector eclesiástico la ausencia de una “actitud ética de ofrecer una palabra veraz y en consonancia con la realidad, aunque ésta no sea del agrado clerical”. Entre los eclesiásticos ya viene de lejos esa “distorsión deliberada de la realidad”. Es posible que en los orígenes del cristianismo estuvieran presente errores involuntarios o de buena fe, pero han transcurrido muchos siglos en los que se ha podido rectificar dicha distorsión y se ha hecho lo contrario: mantener y consolidad los errores del pasado sabiendo que son contrarios a la verdad, o sea, mentiras, lo que supone un comportamiento carente de ética y contrario a las palabras de Pablo a los de Éfeso con las que termina el artículo.
Este tema de la verdad y la mentira, es recurrente en este foro, y vuelve de cuando en cuando. Lo contrario de la verdad no es la mentira, sino el error.
Hay una visión paranoica y moralista clásica del error como fruto sobre todo de la mentira. Pero no es así, ni siquiera mayoritariamente. La mayor fuente de la no-verdad es el error de discernimiento, fruto de carencias y errores cognitivos personales y de apriorismos y prejuicios emocionales y sentimentales de los que abundan nuestras respectivas cosmovisiones.
Estas circunstancias personales generan el delirio personal, que es fruto de intentar solventar por la vía fácil las contradicciones que nuestros errores y prejuicios nos generan en nuestra cosmovisión. Por ello como decía Castilla, “el delirio es un error necesario”, para no cortocircuitarnos mentalmente, con todo el cacao que tenemos dentro.
Y por eso el proceso de maduración personal, consiste en ir disolviendo palatinamente, todas esas falsas ideas aprendidas, y todos esos sesgos emocionales y prejuicios fruto de nuestra primera biografía.
Luego existe la mentira, que particularmente creo que es algo minoritario en el debate intelectual, (no es concebible, excepto casos patológicos, que un intelectual diga en su planteamiento cosas que no piensa).
Mención aparte merece la “postverdad”, que yo creo que no es simplemente la mentira. Yo creo que la postverdad, (que es algo de toda la vida), es decir algo, que sabemos que no es así, para obtener un bien legítimo. Es el aceptar que el fin justifica los medios.
Luego existen profesiones, que se basan en convencer alguien de nuestras ideas, o de lo que nos interesa. Son los formadores de opinión, los adoctrinadores políticos y religiosos, los publicitarios, los abogados defensores y fiscales, los políticos, los profesionales o aficionados del agit-prop, etc.
Como yo creo en la buena voluntad de casi todo el mundo, (a excepción de psicópatas y mentirosos patológicos), creo que todos esas profesiones anteriormente mencionadas, las personas acaban creyéndose sus argumentos, unas veces porque lo creen sinceramente, y otros porque a la larga lo acaban creyendo, para evitarse fuertes contradicciones internas y cortocircuitos mentales, que les harían salir humo por las orejas.
Los pioneros de la postverdad, son los abogados, que parten de la base de que es lícito mentir, o no contar toda la verdad, en aras del interés de su cliente. En la justicia se establece que ambas partes van a contar “su verdad”, incluso van a mentir, apoyados y aconsejados por sus abogados, y hay una institución, el juez, que va a decidir.
Y los políticos igual. En democracia, los políticos dan por supuesto que hay cosas que no se pueden decir al elector, que una buena parte de sus problemas dependen de él, y que si uno no organizas su vida, y vas dando tumbos, no puedes pedir que te resuelva la vida el papa-estado.
Todos piensan que lo importante es que nos voten a nosotros, que vamos a cuidar de sus intereses, y haremos lo mejor para ellos. Y para ello hay que mentir, exagerar, ocultar y distorsionar ciertas cosas: El fin justifica los medios.
Todos tenemos al igual que nuestro culo, una opinión sobre todas las cosas, mejor o peor fundamentada y estudiada. Y en nuestro delirio en el que se basa nuestra autoestima, creemos que nuestras opiniones son fiel reflejo de la realidad. El proceso de maduración personal, consiste en ir asumiendo nuestra triste realidad, (Conócete a ti mismo”), sin que nuestra autoestima se venga abajo.
Pero por muchas coletillas que se utilicen para disimularlo, el que no crea que lo que opina es la verdad, se miente a sí mismo, quizás porque no se atreve a reconocerse como lo que todos somos: imperfectos y con una fiabilidad limitada.