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La Peseta

        Facinas desde la carretera de Cádiz a Algeciras se aparece a la izquierda nada más pasar Tahivilla y un bar de carretera, el Apolo XIII, en la linde de la nacional que da con las tierras de la duquesa de Lerma, donde un idóneo entra a caballo en las cortijadas a dar clase a los cinco o seis chiquillos que hay en cada una. Por allí entre encinares y alcornoques se llega a la aldea de Puertollano y a la sierra de la Luna.

        Facinas tiene un puerto que apenas sube un ciento de metros pero que al ir bajando trastorna la vista con la silla del Papa a la derecha hacia Punta Paloma y una mar deslumbrante de sol, con un azul turquesa sobre ella, Tarifa amurallada al fondo al frente y a estribor, mar por medio, el Atlas africano en los terrenos del moro. Tarik vivía allí cuando en el 700 le hablaron Del Río Salado y del conde don Julian. Tampoco hace tanto.

        Facinas, si se tuerce en la Hacienda de San José a la derecha se va de paseo a Baelo Claudia, romana y con teatro, y con calles de lajas empedradas y templos a dioses idos, arrastrados por el levante y quemados por el sol y resecados por la sal y el marismo. Ahora se llama Bolonia y tiene una iglesia chica y un enorme teniente de línea de la Guardia Civil que va y viene en una yegua blanca combada por su peso, desde allí a Tarifa, donde reside el capitán de la compañía, por la playa desde Valdevaqueros, con dunas enormes hasta el pueblo por la playa de los Lances cruzando el Relinque, el cual ha bien tiene desembocar por allí.

        Facinas tiene un alcalde pedaneo, Gaspar, que cuida bien de su pueblo y de los pobres que no son pocos, a quienes la vida ha ido arrastrando hasta no poder más. La vida arrastra mucho y a muchos. Es ciega y arrasa a veces. Por eso Gaspar cuida de los que puede. Por este término tarifeño y por las vecindades de Barbate y Vejer es habitual que los desesperos de la vida terminen ahorcando a quienes los padecen. Recién en el recuerdo, ayer sin ir más lejos, se ha ahorcado Curro Castro, un hombrón, un campero, cuya envergadura le ha obligado a arrodillarse al colgarse y dejarse caer.

        Facinas tiene una méndiga, digo bien que no es mendiga sino que lleva el acento en la e porque así es como lo pronuncia la que lo es, que se llama Ana. Tiene ochenta y siete, año arriba o abajo lo cual no importa nada. Tuvo hijos que murieron y la dejaron sola. Tuvo hombre que murió antes que los hijos. No tiene nada. Solo un chiscón donde yacija y mesa y palangana esportillada son todo. Y un ánafe hecho con una lata vacía de conservas de bonito del Consorcio Nacional Almadrabero donde se mete el carbón y las teillas. Cuando rompe a arder se pone entre las piernas y se quita el frío.

        Facinas no tiene ambulancia, ni siquiera médico, ni tampoco taxi con parada allí. Solo el Comes que sube desde la carretera nacional para dejar y recoger viajeros y paquetes y volver a bajar. Ana aguarda el Comes y pide: “Una peseta, una peseta, que Dios se lo pagará”. En Facinas a Ana todo el mundo la llama “la Peseta”. Casi nadie sabe que se llama Ana. Es como los ricos de Forbes y de Hacienda que los clasifican por el dinero que tienen y casi nadie recuerda cómo se llaman. “La Peseta”. Con eso puede vivir.

        Cuando empieza a barruntarse una levantara de cuidado, Francisco Toledo, enfermo de la cabeza, residente en este Hospital de sangre de Tarifa del que soy capellán, por el tiempo de la voluntad de su excelencia reverendísima el obispo nuestro señor y no más, comienza a recorrer el cuadro del patio del edificio, con soportales y columnata, con el transistor encendido. Mientras Francisco y los de las emisoras de dentro de aparatico intuyen el viento, el volumen es soportable. Cuando salta el levante y desconcierta a vivos y difuntos, el transistor de Francisco se descompone y lucha en decibelios con los del viento que se cuela por la calle Sancho IV camino de la Calzada hacia la iglesia mayor.

        En pleno zafarrancho, suena la campana de urgencias y sacan de un taxi el cuerpo exhausto de Ana la peseta, que la trae Gaspar y un par de mujeres del pueblo. La hermana veladora nos avisa que viene muerta. La encontraron muerta ya las vecinas esta media tarde. “Hay que avisar al juez”. El juez comarcal es un maestro nacional, director del colegio que está en el centro del pueblo. Cuando llega y ve quien es la difunta y que está el pedaneo dice muy quedo: “Esta mujer entro viva en el hospital porque el alcalde de Facinas la trajo en un taxi de aquí, llamado al efecto cuando se dieron cuenta las vecinas que estaba grave, ¿estamos?”. Si señor, estamos. Hermana mande un propio al capitán médico del Álava 22 y no a don Jaime. Que venga y se traiga para certificar. “Gaspar, tú estás de acuerdo conmigo, y usted padre también, en que las cosas han sido así”. Si, señor, claro es que han sido así.

        A poco llega el capitán médico. Gallego, viudo, buen trasegador del vino de la tierra, pescador de caña en el Relinque. Le cuenta el juez lo acordado, mira a Ana, firma el certificado, saluda y desaparecen del mapa.

        Es sábado a todo esto y hay que enterrarla mañana, pues el certificado es del día de antes por si acaso. Total uno avisa a Hiscio el de los muertos, otro al concejal que lleva el cementerio. “Mañana es domingo, no puede haber funeral”.

        Como celebro en la iglesia del hospital la misa de alba para cazadores y pescadores, ofrecemos a las cuatro y media de la mañana el funeral con capa negra cuyos huesos y calaveras bordadas en planta nos recuerdan a los participantes que Ana es nuestra predecesora en la llegada al fin del peregrinaje en este mundo. Aviso que envía el concejal encargado del cementerio a las nueve: el ayuntamiento no tiene dinero para pagar a los porteadores que lleven a hombros el ataúd.

        Dobla a muerto el campanil del hospital llorando en bronce porque en Facinas se ha muerto “la Peseta”, Ana. Y Gaspar, de traje y corbata y sus concejales, también pedáneos, dos, también de traje y corbata, se van a cargar en sus hombros el ataúd que no tiene porteadores pagados. Falta uno. Llega el juez comarcal con ringorrangos dominicales de misa de doce en San Mateo. Y de camino se ha traído a dos municipales de uniforme.

        A las once Ana recibió tierra en el bellísimo cementerio frente a África. Facinas queda a su izquierda.

9 comentarios

  • m. pilar

    Entrañable… y además… nos invita a pensar.

    ¡Gracias Alberto, siempre pisando la tierra… con amor!!!

    m* pilar

  • olga larrazabal saitua

    Hola Alberto:  tus escritos me recuerdan a algunos escritores del 98, de esos que abundaban en las bibliotecas de otros tiempos.

    Siendo mis padres fieros lectores que devoraban libros, y les gustaba comentar mucho lo que leían, esas crónicas de pueblos pobres y gente humilde fueron parte importante de mi educación.  Y me encanta el estilo.

    Gracias por  crear estos retratos llenos de humanidad y belleza.

  • oscar varela

    Hla!

    En este relato

    el Cumpa Alberto

    no te da tiempo a recuperarte de una vista,

    que ya dobló él y te turce a otra

    y a otra.

    En ese laberinto borgiano

    va uno mareado al término

    y deja una Peseta en el cepillo del templo;

    y así, libertarse de su encanto.

    • Alberto Revuelta

      Gracias Oscar. Predique la novena de la Divina Pastora, patrona de Facinas, allá por el otoño de 1967, si no fallo en numerales, y tenía lugar y tiempo de repasar el archivo parroquial que es antiguo y conservado. Un asiento de enterramiento para mi imborrable: en 1849, días de septiembre escribe mi colega: “Yo, José Luis, propio de esta iglesia parroquial, di Cristiana sepultura a una mujer, Dolores X X, casada, madre de un bautizado, se dice que ha muerto de hambre…..”.

  • Román Díaz Ayala

    siento lejanos los días cuando los pordioseros formaban parte de nuestras vidas en los ambientes rurales

    Era muy niño, en mi pueblo, San Germán. Teníamos a “Cocaleca”, nuestra pordiosera. Aquí en España se dice mendigo, pero en mi pueblo … no sé si en toda Cuba, porque en Oriente conservábamos un Castellano más antiguo en muchas palabras… allí decíamos “pordiosero” (“Por Dios, una limosnita”)

    Una mujer muy vieja, llena de arruga que cuando sonreía mostraba unas encías sin ningún diente, pero entrañable.

    Perseguía a los niños que la gritaban ¡Cocaleca! llenándonos de insultos. Pero cuando alguien se acercaba a ella con unos kilos (monedas de un centavo) sonreía saludando con afecto.

    No conoció el triunfo de la Revolución. Amaneció muerta en su casita, casi una  cabañita, con el piso de

    tierra.

    También quiero dedicarle un homenaje, aunque con algún retraso.

    • olga larrazabal saitua

      Aquí en Chile también decimos “pordiosero”, debe ser parte del hablar que quedó petrificada por estos barrios.
      Además hablamos del “fierro” no del “hierro” que es más antiguo todavía.

  • Gonzalo Haya

    Gracias, Alberto, porque una vez más nos devuelve a tierra firme y  a reconocer a nuestros hermanos más olvidados.

  • Nacho dueñas

    Facinas, Facinas…

    En mis tiempos de alumnos de la Universidad de Cádiz tuve un par de amigos de ese pueblo, y viví un muy breve romance con una chica de ese pueblo…

    Y alguna vez, ya de profe de instituto, cuando iba en mi moto de Cádiz a Jimena de la Frontera, pasando por Algeciras, hice parada en fonde en Jimena. Qué tiempos…Como canta Silvio: “Y cómo pasa el tiempo / que de pronto son años..”.

    Gracias, Alberto, por recordarme aquellos tiempos, y por esta breve crónica, de un corte rural ya crepuscular, es esta sociedad tan urbana, cibernética y postmoderna.

    Un abrazo a todas.

    Nacho.