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Lo que también agrada a Dios. A propósito de la Carta ‘Placuit Deo’

          El tema que hoy nos presenta Jesús es teológico pero puede aclarar muy bien conceptos desarrollados por autores y comentaristas en los últimos días. Por otra parte, muestra como desde Roma la antigua Congregación de la Fe puede servir no para condenar y atajar diálogos sino para fomentarlos y orientarlos. Recomiendo lectura del documento que cita Jesús. AD

          En la Carta Placuit Deo de la Congregación para la Doctrina de la Fe se puede leer que una de las tentaciones más fuertes del cristianismo actual es el neo-gnosticismo; un exceso, extrapolación o reduccionismo que, absolutizando la unión con Dios en lo más íntimo de uno mismo o la fusión con el cosmos, acaba descuidando, aparcando o negando la humanidad del Nazareno, su historia, su cercanía y su “carne”. Emergen, en consecuencia, teologías y espiritualidades “alérgicas” al sufrimiento humano y al compromiso con el mundo presente, muy ocupadas en los ritos y extrañas al contacto físico, a la cercanía, a la mirada y al acompañamiento.

          Sin negar la relación con Dios en la intimidad de uno mismo y en el cosmos, quienes nos auto-comprendemos como “jesu-cristianos”, es decir, como seguidores del Jesús histórico y, a la vez, partícipes de la anticipación del final que es Cristo resucitado, echamos de menos en estas propuestas la debida atención al Nazareno y, más concretamente, a los Calvarios contemporáneos o a la “carne dolorida” en la que se sigue trasparentando y es perceptible el Crucificado. La salvación es, ciertamente, “en Dios” y “de Dios”, pero también y, a la vez, lo es de “la carne” que, visitada por Dios se encuentra, desde entonces, “divinizada” y crucificada en nuestra historia de cada día.

          Si es incuestionable que la apuesta neo-gnóstica cuenta con una importante acogida durante estos últimos años en algunos sectores de la Iglesia católica, no lo es menos que renuncia a sintonizar y relacionarse con el Dios encarnado en Jesús de Nazareth, crucificado en el Gólgota y martirizado en infinidad de Calvarios que siguen existiendo. Por eso, tal apuesta no es del “agrado de Dios”.

          He aquí la primera de las conclusiones que arroja la lectura de la Carta “Placuit Deo” que, firmada por el Prefecto Luis F. Ladaria, ha sido aprobada por el papa Francisco. Son muchas –y de notable peso– las razones que existen para estar de acuerdo con esta primera valoración.

          Pero hay más. A la crítica del neo-gnosticismo sucede la denuncia del neo-pelagianismo, otra extrapolación, exceso o reduccionismo que, incuestionablemente presente en el punto de mira de los pontificados más recientes, persiste en nuestros días. Si bien es cierta, recuerda la Carta, la importancia de las obras y del compromiso, no lo es menos que la salvación es “de Dios”. Ello no obsta para reconocer la importancia de dicho compromiso y de las obras en que se visualiza –en particular con los más desfavorecidos del mundo, según se recoge en la parábola del Juicio final (Mt 25, 31 y ss.)–, pero éstas se fundan en la generosidad, antecedente y sanante, de Dios, tal y como se aprecia en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32); nunca en el esfuerzo mediante el cual, supuestamente, nos ganaríamos (“nos mereceríamos”) la salvación y “obligaríamos” a que Dios fuera misericordioso con nosotros.

          Frente a esta extrapolación, la Carta recuerda que, en Dios y por Jesús, ya tenemos la inmensa suerte (la gracia) de participar (y disfrutar) anticipadamente de ella en esta vida. Por ello, es propio del “jesu-cristiano” percibir y reconocer la existencia y el mundo plagados de consolaciones, chispazos, es decir, de “Tabores contemporáneos” en los que se anticipa la Verdad final cuando se alcanza una proposición particularmente clarificadora, sin dejar de ser parcial y provisional. O cuando se perciben en el espesor de la vida y de la realidad –que tienen la virtud, como la revelación de Dios, de atraernos y fascinarnos por sí mismos– destellos de la Belleza definitiva. También cuando se descubren y acogen la infinidad de gestos y comportamientos de comunión que, reflejos de la Unidad fundante y final, nos vinculan con Ella y entre nosotros, sin que dejemos, por ello, de seguir conservando, a la vez, la propia identidad personal. Y, por supuesto, cuando se aprecia y disfruta del encuentro con personas, instituciones y comportamientos altruistas y generosos que, anticipos de la Bondad primera y definitiva, nos invitan a entregarla a otros de manera libre y gratuita.

          El descuido, aparcamiento, desprecio o minusvaloración neo-pelagiana de estas (y otras) anticipaciones, destellos, consolaciones y chispazos del final en el tiempo presente, son algo, se recuerda en la Carta, que tampoco “agrada a Dios”. Y no le agrada porque lo propio de los “jesu-cristianos” es participar del amor de Dios en tantos y tantos “Tabores de nuestros días”. Y, gracias a ellos, ayudar a descender a los crucificados contemporáneos de sus respectivas cruces y no sucumbir cuando toque afrontarlas personalmente.

          En definitiva, Dios no quiere más cadáveres en los “Gólgotas actuales”, sino “jesu-cristianos” pertrechados y prontos –por su participación en los “Tabores del tiempo presente”– a evitar ser devorados por la crudeza del reverso de la historia. El martirio es una libre decisión personal, imposible de universalizar. Ello no obsta para reconocer que Dios lo mira con particular cercanía y cariño. Y la Iglesia, con indudable admiración y agradecimiento. Pero la llamada universal es a la santidad, a mantener con Dios una relación, a la vez, de caricia y aguijón.

          Creo, en tercer lugar, que hay algo que también “agrada a Dios” y que echo de menos en la Carta “Placuit Deo”: está bien señalar algunas de las extrapolaciones de quienes absolutizan la resurrección sin cruz y la cruz sin resurrección o a Jesús sin Cristo y a Cristo sin Jesús. Pero, una vez ofrecidas estas clarificaciones, sería deseable que la Congregación para la Doctrina de la fe recordara la enorme e inagotable riqueza (por tanto, pluralidad y diversidad) que brota del misterio de Dios, entregado en Jesús y reconocible gracias al Espíritu: entre el Calvario y el Tabor hay un circuito permanente que puede ser transitado de muchas y diferenciadas maneras.

          De ahí la legitimidad y necesidad de que haya quienes opten por seguir al Crucificado en los “Calvarios actuales”, visitando –aunque sea ocasionalmente– algunos de los “Tabores contemporáneos”. Y también que haya quienes, enfatizando la importancia de las muchas anticipaciones y consolaciones del final que jalonan el tiempo presente, se comprometan –solidaria y fraternalmente– en la liberación con los parias de nuestros días. Ambas andaduras son “católicas” porque ninguna de ellas renuncia a la circularidad o al equilibrio, permanentemente inestable, que se da entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, aunque se decanten por primar un punto u otro de partida; sin incurrir, por ello, en neo-gnosticismo ni en neo-pelagianismo.

          Un recordatorio de este estilo insuflaría oxígeno a un mundo que, como el de la teología y espiritualidad católicas, ha estado sometido, durante decenios, a la sospecha y recelosa mirada de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de las respectivas Comisiones de algunas Conferencias Episcopales; entre ellas, la española. Y lo ha estado, incluso, con propuestas partidarias de articular los diferenciados (y complementarios) puntos de partida de un discurso “católico” sobre la salvación cristiana: en unos casos, desde los Calvarios actuales y, en otros, desde los Tabores en los que, gratuitamente, “nos movemos, vivimos y existimos”.

          Entiendo que, por lo menos, tal mención facilitaría que se moderaran quienes –interiorizando un talante inquisitorial, extraño a la necesaria e imprescindible empatía crítica, todavía abundan entre nosotros, amparados, muchos de ellos, en teologías y espiritualidades proclives a incurrir, no se puede ignorar, en reduccionismos tales como el “neo-docetismo” (sin la debida atención a la “carne” de Jesús), el “neo-monofisismo” (absolutizando su divinidad, al precio de la humanidad) y el “neo-novacianismo” (defendiendo que lo que salva es únicamente el cumplimiento de la ley, no la misericordia).

          ¡Ojalá que el próximo pronunciamiento de la Congregación deje explícitamente abiertas las ventanas de la legítima pluralidad, santo y seña de lo realmente católico! O, por lo menos, que recuerde su necesidad.

7 comentarios

  • Mª Pilar

    Si Dios… ¡Es!

    ¿No tendrían, todas las personas nacidas en cualquier lugar de este mundo, las mismas oportunidades de reconocerlo, desde sus conocimientos personales, sus culturas, sus “dioses”?

    Porque este mundo, esta plagado de “profetas” que ha proclamado desde sus conocimientos, proyectos con unos fines muy parecidos a los que Jesús proclamó, en un lugar “pequeño.

    Cierto, que su Mensaje ha corrido de mar a mar, y ha encontrado unos ecos esperanzadores, sin tener que romper con las peculiaridades de cada lugar.

    ¿A caso no está Dios… si lo ¡Es! en cada corazón que lo acoge, en cualquier lugar del este… dolorido mundo?

    Habrá que descartar a ese “dios”… que muchas personas-religiones-mandatarios… han creado a su imagen y semejanza; y lo constriñen solo en su propio beneficio.

    Seria muy bueno y enriquecedor, saber compartir, desde unos principios fundamentales, si perseguir, condenar, arrasar… a las miradas distintas a la nuestra.

    Algo de esto, ya habló Jesús con sus discípulos…

    Para mí, Él es mi fuente, fuerza, esperanza, razón de ser… pero eso no me impide, compartir con otras personas, que lo nombran y buscan de manera diferente.

    mª pilar

     

     

    • Carmen

      Pero personalmente no conozco a nadie.
      Me gustaría oír a otras personas de otras religiones qué creen actualmente. No lo que dice la religión oficial, sino las personas. Me encantaría escucharlas.
      De repente se me ha ocurrido y…
      Un abrazo.

  • Llevo muchos años interviniendo en ATRIO. Soy consciente de que en vista de los intervinientes, yo soy un cuerpo extraño. Pero me acojo al postulado de este Portal para intervenir con la mejor intención de ser útil al comunicar mi punto de vista. Agradezco que al escribir cosas que a un católico “le hace ruido en los oídos” como contrapartida, la respuesta sectaria sea cero, o casi. Allá voy…

    “Congregación para la Doctrina de la fe.” Me suena a un eufemismo de la “Santa Inquisición”. Sabemos es la continuadora esta Congregación de aquella “Santa Institución”.

    ¿Donde queda la libertad de conciencia?. Porque en teoría, si no sigues la “doctrina de la fe” no eres católico. Claro que ahora no pueden hacer nada, antes te podían quemar.

    ¿Que magisterio es ese que impone la doctrina?, y que persigue o perseguía ayer a los teólogos “disidentes”.

    Total una carta soporífera que duerme a una oveja. Para decir que los buenos son ellos. Los católicos apostólicos y romanos.
    Si no hay vida espiritual, lo que destilas es letra muerta, “paparassa” en catalán. Están muertos en vida, y son inquisidores venidos a menos.

    No digo nada de los cristianos gnósticos, no quiero hacerme pesado. solo una cosa.
    Quizá no se hubiese hecho tan grande a fuerza de desvirtuarse el cristianismo todo que conocemos, pero conservaría algo que vale mas que todo el oro que tiene el Vaticano. La manera de pulir nuestro espíritu para que reluciera la chispa divina que todos poseemos. Los maestros eran los masacrados gnósticos cristianos.

     

    • Carmen

      Es que es un lugar estupendo. Solamente hay que ser respetuoso. Estoy encantada.

  • Carmen

    Y yo me pregunto. Si hubiese nacido en la India, o en Marruecos, o en Japón, o en Sudán, o el china… Que me preguntaría acerca de Dios? Porque claro, los cristianos defendemos a tope que a Dios se le entiende a través de Jesús. Pero, y si no lo conoces o no piensas que sea hijo de Dios?

    Sería estupendo hablar con alguien de otras culturas y que te dijeran cual es  su idea de un ser superior, o seres.

    Porque estoy segura de que todos, seamos de la cultura que seamos, nos hacemos las mismas preguntas.

    Y es que esto que de pequeños nos enseñan de Dios está totalmente condicionado por la época histórica que te ha tocado vivir y la cultura a la que perteneces.

    No habría entonces ni monte Tabor , ni Calvario.

    Ni conoceríamos a todos esos señores que ustedes conocen tan bien y por lo visto están resurgiendo.

    Entonces, qué agrada y qué no agrada a Dios?

    A qué Dios?

    Un saludo perplejo y cordial

  • Román Díaz Ayala

    El texto de la carta Placuit  Deo ya  lo había traído  a Atrio Miren Josune, por lo que este comentario nos resulta de mucho provecho, que nos detengamos otra vez en su mensaje  .

    La presencia de lo “Neo” que es un rebrote de algo que sólo figuró en un pasado y que haya vuelto a renacer. ni el neo-gnosticismo, ni el neo-pelagianismo como los otros “neos” que menciona el autor han estado muy lejos de nuestras mentalidades católicas de forma tradicional hasta ahora.

    La novedad que quiero señalar. de ahí que resalten como “neos”, consiste en las corrientes renovadoras conciliares de los últimos cincuenta años que nos han propiciado  “un nuevo acercameniento” a la persona y la obra de Jesús, al Jesús histórico. y a la Iglesia como comunidad histórica, que entronca con el Israel de la carne (Comunidad Salvífica)

    Esa corriente de gracia, fruto del Espíritu Santo, representó y sigue haciéndolo, una catarsis del particular “secularismo” propio del Catolicismo Romano, y de una teología “retributiva” abogada de una  “gracia meritoria”, que hasta ahora veníase a ser nombrada como “semi-pelagianismo”, donde el cielo (la salvación) se consigue con el esfuerzo, es alcanzada de forma meritoria.

    En la teología del laicado, que es la teología del Pueblo de Dios, se ha vuelto a la gratuidad de la gracia retornando la totalidad  de los méritos a la Cruz redentora del Jesús Hombre, hijo de Dios, al misterio pascual, y a Pentecostés.

  • Isidoro García

    Un primer apunte inicial, al que seguirán otros.

    La primera incoherencia del texto vaticano es la muy subjetiva, (y pro domo sua), definición de gnosticismo y neopelagionimo.

    Respecto a que el gnosticismo es desprecio del cuerpo, o sea negar la carne, y con ello la Encarnación, es solo la mitad del gnosticismo. Hay otra parte que piensa que “todo es carne”, y por eso entiende la Encarnación, no como un hacerse Dios humano, sino un hacerse divino el hombre, en este caso con Jesús, como guía y adelantado de toda la humanidad.

    Respecto a considerar al neopelagionismo, como un esforzado individualismo que niega todo papel al Cristo, en la salvación humana, es asimismo una definición subjetiva y ad hoc, para criticarlos mejor.

    El neopelagionismo moderno, (como no podía ser otra cosa), mejora y continua la idea de Pelagio, del siglo V, de que el hombre dispone de “un tipo de gracia interior, algo así como una iluminación de la mente”, (el “Cristo interior” de la teonomía de Lenaers).

    Pelagio, (o Pelayo), como todo gran precursor e innovador de caminos, tuvo una gran intuición para su época, pero lógicamente prisionero de la cultura de su época, llegó hasta donde llegó. Pasó lo mismo con Teilhard, Jung, etc.

    A esos grandes precursores hay que seguirles andando por el camino abierto por ellos, pero no hacerles un seguidismo literal. Los mayores traidores siempre son los discípulos adoradores del maestro.

    Pelagio tuvo la preintuición de un “algo”, (una luz), que iluminaba la mente. Y muy lúcidamente advertía que esta “gracia interior” no sirve para que ella haga obras que salven, sino sólo para facilitar su realización. (Lo que salva es la construcción del Reino, construcción que necesita del apoyo e ese “algo interior” instalado por Dios en nuestra naturaleza).

    Una especie de guía “arquetípica”, no determinante, algo “como una ayuda externa a su libertad, (a manera de luz, ejemplo, fuerza), pero no como (la gracia clásica =) una curación y regeneración radical de la libertad, sin mérito previo, para que pueda hacer el bien y alcanzar la vida eterna”.

    (Pelagio en el s. V, no sabía de la mente inconsciente involuntaria y autónoma y por eso hablaba de “libertad”).

    El neopelagiano moderno, cree como muchos mas, en la existencia en lo más profundo de la mente, de un “Cristo interior”, un “daimon socrático”, con el que hay que conectar para poder desarrollar nuestra naturaleza humana.

    Si el amigo Jesús, cita la parábola del hijo pródigo, yo cito en apoyo del preanuncio por Jesús, de ese ”Cristo interior” en nuestra mente, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa.

    Se han interpretado como que esos tesoros eran una metáfora del “Reino de Dios”, pero se pueden interpretar, que lo que son es que tenemos en nuestra finca, (en nuestra mente), un tesoro oculto, que hay que descubrir y activar, para con él, construir el Reino de Dios, que es lo que constituye la verdadera salvación.

    Y eso no excluye, aunque relativiza, minimiza y resitúa bastante, la “gracia directa”, y por otra parte no excluye, que el humano, haya sido dotado de esa guía interior, por intercesión del Cristo humano, ante el Padre.

    Existe una contradicción interna, que hay entre la tradicional  necesidad absoluta de una “gracia” divina, a un hombre incapaz por sí, de “perfeccionarse”, (siguiendo el mandato jesusita: “¡Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto!”), y la rica autonomía humana, gracias a la naturaleza humana que para un creyente es un don de Dios, que si nos lo ha dado, es para utilizar bien los “talentos”.

    Decía el recientemente fallecido Jorge Wagensberg, que “toda idea ausente se preanuncia con una paradoja o contradicción presente”. Para comprender toda contradicción hay que sacar una idea de la Realidad, que permanece aún oculta.

    Y cuando lo hayamos hecho con todas las “oposiciones”, se aplicará lo que dijo Jesús: «Cuando seáis capaces de hacer de dos cosas una sola, seréis hijos del hombre; y si decís: ¡Montaña, trasládate de aquí!, se trasladará». (Evangelio de Tomás, 106.

    Y esa idea oculta que hace compatible la “Gracia” por un lado, y el “Cristo interior”, por otro, es el poder de la oración. Tradicionalmente se ha considerado la oración, como la fuente desencadenante de la “gracia”.

    Pero sucede que es muy probable, que la “oración” a Dios, sea uno de los principales fenómenos mentales que activan y movilizan ese “Cristo interior”, que como todos los programas arquetípicos profundos es autónomo e involuntario de la voluntad consciente.

     

    Pelagio no desdeñó el crucial papel de Jesús, en la articulación de nuestro proceso de “salvación”, solo lo resituó. Lo sacó del lacrimógeno, sanguinolento y masoquista Calvario, que tantos réditos ha proporcionado a la Iglesia en un mundo culturalmente primitivo, y que tanto “gusto” se ve que proporciona al amigo Jesús, (con todos los respetos), y lo modernizó para un humano moderno, al que tanta sentimentalidad a chorros, no gusta mas que en las procesiones de Semana Santa, (para luego irse a tomar unos vinitos al bar).

    Pelagio resitúa, la labor redentora de Jesús:

         “La doctrina de la redención de Cristo, según la entendió Pelagio, estaba limitada al efecto de su enseñanza en el individuo que se acerca a su palabra y al ejemplo de Cristo por su vida y muerte, así Jesús fue salvador en el sentido de superar el mal ejemplo y enseñanza de nuestro primer padre Adán y hacer que por medio de esto los que siguieran esta enseñanza y ejemplo alcanzasen la salvación que Adán no tuvo”.