Están de moda en los tribunales.
Vinieron primero los de Bankia, los de las tarjetas negras y tal, y resultó que no sabían nada de nada y que solo firmaban lo que les presentaban los técnicos y si usaban la tarjeta es porque suponían que era legal la cosa y no se explicaban porqué los querían mandar al trullo.
Ya más reciente está lo de los consejeros de la CAM, más o menos con la misma historia, y tampoco ellos sabían nada de nada y se limitaban a aceptar como bueno lo que los técnicos de turno les presentaban.
Y aún más reciente, recién sacado del horno, está el caso de la “honrada” Cifuentes, cuyo único fallo, a su propio parecer, es haber seguido al pie de la letra lo que le presentaron los técnicos, en lo que fue secundada unánimemente por el resto de los responsables del desafuero. ¡Pobre mujer, hay que ver como abusaron de su buena fe!
Primero, lo sorprendente es que ninguno de ellos se preguntara la razón por la que cobraban sus correspondientes sueldazos, cuando su escasísimo trabajo podría haberlo hecho cualquier currantillo de los de la cola del paro, que hubiera firmado tan contento todos los papeles que le pusieran delante por menos de la mitad del salario mínimo y quizás así se hubieran salvado las empresas correspondientes con tan importante ahorro. En román paladino ¿de verdad no se daban cuenta que el sueldo era absolutamente desproporcionado con su casi nulo trabajo?
Lo segundo, es que resulta despreciable y cobarde la actitud de quien trata de salvar su pellejo a costa de sus subordinados que, por cierto, no pueden defenderse. Y como no pueden ni les dejan defenderse, voy a contar una anécdota que refleja con exactitud la situación de los técnicos ante su superiores. Se non è vero, è ben trovato.
Llamó un buen día el (o la) jefe al (o a la) técnico y, después de hacerle sentarse a la mesa, le comunicó que era necesario e imprescindible realizar un detallado y exhaustivo estudio sobre determinada actividad que realizaba la entidad en la que ambos se ganaban el sueldo, dándole todo tipo de explicaciones sobre los puntos más importantes y las variables que era necesario tener en cuenta, cuyo informe debería estar terminado en un par de semanas con el fin de poderlo presentar ante el organismo consultivo del que el (o la) jefe formaba parte, así que le exigió la máxima dedicación y todo el esfuerzo que requiriese la gravedad del asunto. Y, en el momento justo en el que se despedía, el (o la) técnico, con la mejor sonrisa, preguntó: Por favor, ¿usted, que es lo que quiere que salga?.
Comentar lo que dice el autor es decir amén a todo lo que expone. Resulta incomprensible que los dirigentes de bancos y cajas no sean expertos en tales asuntos y necesiten unos subordinados cuya decisiones sean seguidas ciegamente por ellos. Las decisiones corresponden a los responsabes máximos y para ello deben conocer su trabajo. Si los técnicos deciden ¿Para qué la existencia de tales responsables con sueldos de escándalo para hacer nada?
Los jefes saben sobradamente que son ellos los que deciden y si un trabajo técnico les perjudica de manera directa o indirecta, se produciría un toque de atención al autor del trabajo.