Reflexiones (en cuatro capítulos) para huir a las trampas de los «balances provisionales» sobre el Pontificado actual
«Cuatro años de Bergoglio bastarían para cambiar las cosas…». Hace cuatro años, a principios de marzo, un anónimo cardenal revelaba a un periodista amigo suyo sus esperanzas ante el Cónclave inminente. Cuando Papa Francisco se asomó por primera vez para saludar a la multitud reunida en la Plaza San Pedro, fueron suficientes menos de diez minutos que quedara claro que ya habían cambiado muchas cosas. Las primeras palabras que pronunció como Obispo de Roma, el recuerdo del «obispo emérito» Benedicto, las oraciones rezadas todos juntos (el «Pater», el «Ave» y el «Gloria», las más sencillas y las que usan los pobres») y también la petición al pueblo de que invocara la bendición de Dios sobre el nuevo camino que habría que hacer juntos. Esos pocos indicios fueron suficientes para que muchos se tranquilizaran. Para que reconocieran que el Señor seguía queriendo a su Iglesia, «Ecclesiam suam».
- Las leyendas sobre el «Cónclave» manipulado
La elección de Papa Bergoglio, en más de un aspecto, pertenece a la categoría de los milagros. Ostentan un despiadado desprecio a la inteligencia y a la memoria ajena los «malos maestros» que tratan sin vergüenza de envenenar los pozos con el engaño del «Cónclave manipulado».
Antes de la renuncia de Benedicto XVI y de la llegada a Roma de los cardenales para las Congregaciones generales antes del Cónclave, Bergoglio era para casi todos sus colegas solamente un anciano arzobispo a punto de dejar el gobierno de la diócesis de Buenos Aires. Desde hacía tiempo se estaba preparando para retirarse a la residencia diocesana para sacerdotes ancianos, liberando armarios y distribuyendo entre sus amigos y conocidos sus cosas. Desde hacía años, los periódicos de la ultra-derecha católica argentina hacían macabras alusiones a su voz «cada vez más débil», que habría callado poco tiempo después y para siempre. Los intentos de tejer soluciones «preconfeccionadas» para el Cónclave, acelerado por la renuncia de Papa Ratzinger, cuando existían, miraban hacia otras direcciones. Había algunos que actuaban creyendo que podían dar la impresión de que el Conclave se deslizaría en un plano inclinado hacia una dirección «natural» y «obligada». Pocos días antes del «extra omnes», un estratega «ruiniano» informaba todas las tardes a los vaticanistas sobre cuántos votos «seguros» ya había reunido el candidato que consideraba vencedor.
- Esa noche de marzo de 2013
El 13 de marzo por la noche, la desorientación de los aparatos fue disimulada con frases hechas y se ocultó rápidamente en las sombras, para tratar de tomarle la medida al «marciano» a partir de entonces. Las fábricas de los conformismos anti-bergoglianos y bergoglianos todavía no habían comenzado a funcionar. Y así, antes de que se cristalizaran las máscaras y las definiciones, el Papa electo dijo, al dar los primeros pasos de su Pontificado, lo más importante: confesó a la Iglesia y al mundo que los milagros no los hacía él, que él era un pobrecillo, un «pecador a quien Cristo ha visto». Era, al máximo, como el dedo que señala la luna. Uno con sus límites, que no fue a vivir al Palacio Apostólico «por motivos psiquiátricos». Uno que no quería ser Papa, porque «una persona que quiere hacer el Papa no se quiere bien a sí misma, y Dios no la bendice». Extendió en los pliegues de su magisterio, en las imágenes repetitivas de sus intervenciones, lo que ya había sugerido en el breve discurso ante los cardenales, durante las Congregaciones generales antes del Cónclave: que la Iglesia misma, empezando por el Papa, no brilla con luz propia. Que la Iglesia se vuelve un cuerpo opaco y oscuro, con todos sus aparatos y sus prestaciones, sus antigüedades gloriosas y sus astutas modernidades, si Cristo no la ilumina con su luz. Y que solo Cristo, perdonándola, puede liberarla y hacer que la Iglesia salga de su inercia auto-referencial, del repliegue sobre sí misma. Porque «si Dios no perdonara todo, el mundo no existiría» (Ángelus del 17 de marzo de 2013).
- Las cosas de siempre
En los primeros meses de Pontificado, las palabras y los gestos más propios e íntimos de la dinámica de la fe y de la vida cristiana, reducidos a sus características más esenciales (gracia, misericordia, pecado, perdón, caridad, salvación, predilección por los pobres) llenaban generosos los días y las intervenciones públicas de Papa Bergoglio. Eran las cosas y las palabras de siempre, sin embargo, para muchos, sonaban insólitas. Disipaban los velos de las objeciones, encendían las preguntas de muchos. Y Francisco, para que llegara a muchos, se encomendó desde el principio al instrumento más ordinario y común, utilizado desde siempre en la vida de la Iglesia: las homilías matutinas, en Santa Marta. Cortar el pan del Evangelio cada día y nutrirse de él, en compañía de los hermanos. Eran esas que ya entonces ciertos «expertos» de política eclesiástica llamaban «los sermoncitos». Para no crear obstáculos, para facilitar, para hacer lo más fácil posible el encuentro de cada uno y de cada una con Cristo.
- El «Sensus fidei» del pueblo de Dios
Después de mucho tiempo volvió a aparecer en el horizonte eclesial el pueblo de Dios. Frágil y distraído, pobre y mal cuidado, reconoció inmediatamente la voz y el olor del pastor. Reconoció los acentos sorprendentes y al mismo tiempo familiares, la concreción de una promesa de humanidad y de felicidad que acoge pero al mismo tiempo sorprende, que supera cualquier expectativa. No los militantes de las siglas, los activistas de la movilización eclesial permanente, los fervientes de tiempo completo de las «minorías creativas» y de ls círculos culturales, sino los «diletantes», los bautizados «genéricos», los que no tienen preparado el discurso. Esos en quienes se percibe una necesidad casi física de seguir siendo simples. Porque ser y decirse cristiano es ya un milagro, y no es necesario inventarse nada más. Ellos advertían una consonancia instintiva con la Iglesia «elemental» propuesta por Bergoglio directamente. La Iglesia de siempre, la de Papa Benedicto y de todos los Sucesores de Pedro. No una Iglesia «nueva», sino un nuevo inicio, siguiendo el camino de la fe de los apóstoles. En una historia siempre marcada por nuevos inicios, encomendada a las frágiles manos de hombres y mujeres que anuncian el perdón y la misericordia de Dios, solo porque lo han experimentado en carne propia.
- La curiosidad de los «otros»
Pero las palabras y los gestos del nuevo Obispo de Roma también encendieron la simpatía entre las multitudes que no conocen o que ya no reconocen el nombre de Cristo, en todos ellos que consideran el cristianismo como un pasado que no tiene que ver con ellos y en todos los que le dieron la espalda a la Iglesia. Cayó la máscara del falso dogma de los círculos eclesiásticos que durante los últimos años se complacían mostrándose odiosos e insoportables al mundo entero, confundiendo ese desprecio con una medalla, un certificado de su identidad exhibida sin descuentos ni «buenismos», «opportune et importune». Papa Francisco le recordó a todos que el cristianismo no funciona así. Que vence al mundo por «delectatio», como decía San Agustín; «por atracción», como repite siempre él mismo citando a Papa Ratzinger. Que las multitudes no estaban maravilladas y no eran atraídas por las invenciones ni por las estrategias de los sacerdotes, sino por Cristo, que desde el principio pasaba por el mundo haciendo el bien para todos, para los pecadores, para las mujeres, para los malhechores y para los que no pertenecían al pueblo elegido.
- El interés de los poderes del mundo
Los gestos y las palabras del Papa pescado casi «al fin del mundo», y el aliento que parecían inspirar en la Iglesia, fueron advertidos también por los que tienen el poder. El primer Papa americano se alejaba de las líneas del pensamiento eclesiástico que a partir de los años ochenta, en el derrumbe de las ideologías secularizantes, propusieron la pertenencia religiosa como factor de identificación político-cultural y apostaron por reafirmar (política o geopolíticamente) la centralidad hegemónica de los aparatos religiosos en la vida colectiva. Al mismo tiempo, la «conversión pastoral» que Bergoglio ha sugerido a toda la Iglesia no era una manera para retirarse a un mundo paralelo, el mundo «de la Iglesia» separado del mundo de los hombres. Tenía, en sus rasgos más netos, la preocupación por toda la familia humana, por el destino de los pueblos y de las naciones. Papa Francisco no llegó a la Cátedra de Pedro con la intención de aplicar un plan geopolítico. Su Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, ha afirmado que los objetivos de la diplomacia pontificia consisten en «construir puentes, promover el dialogo y la negociación como medio para solucionar conflictos, difundir la fraternidad, luchar contra la pobreza, edificar la paz. No existen otros “intereses” ni “estrategias” del Papa ni de sus representantes cuando actúan en el escenario internacional». Una actitud al servicio del bien común «global», sin intereses propios o «ejes preferenciales» que hay que cuidar. Y esto explica, por lo menos en parte, la atención y el crédito que se ha ganado el Pontificado de Bergoglio entre los sujetos geopolíticos más dispares. Hasta ahora, mientras se revelan claramente las incógnitas en las relaciones con Donald Trump, la atención de los líderes globales y nacionales por los gestos y las palabras del Obispo de Roma ha sido constante y transversal. Desde Vladimir Putin hasta Barack Obama, pasando por Angela Merkel, la reina Isabel, Benjamin Netanyahu, el rey de Bahrein, Hamad bin Isa Al Khalifa. Todos han querido pasar por el Palacio Apostólico o por Santa Marta para escuchar al Papa y para que él los escuche.
- El partido de los devotos
Además del pueblo fiel, además de las multitudes globales, distraídas y afanadas, además de las élites de los que tomas las decisiones y de quienes tienen el poder, se dejó sentir también una parte de las élites eclesial-mediáticas que en los últimos lustros, mientras iba avanzando por todo el Occidente la deforestación de la memoria cristiana, lucraron posiciones de poder (incluso eclesiales) con base en la afiliación a la línea ideológica muscular-identitaria y «teo-con», la «vencedora», la que volvió a descubrir el «orgullo católico». Los sectores que habían creado una clave de lectura «orgánica» para aplicarla a los últimos dos Pontificados, de carácter sustancialmente político-ideológica, construida completamente en las dicotomías conservador-progresista, liberal-ortodoxo. Con el tiempo, lograron afinar instrumentos y redes globales capaces de imponer las propias consignas como unidad de medida de la ortodoxia católica, criterios de conformidad con respecto a la Tradición de la Iglesia. En estos sectores comenzó a aumentar inmediatamente el nerviosismo. Y también las operaciones mediático-clericales creadas y difundidas por los canales y los agentes «de confianza», según los típicos clichés de las luchas de poder que habían marcado los anteriores periodos eclesiales: «Quejarse y despotricar es su fuerte. Ellos refunfuñan, mascullan, regañan. Están de pésimo humor y, lo que es peor, nutren rencor» (Charles Péguy).
(I – Continúa)
-El ser humano precisa y busca ansiosamente la felicidad, ser lo que es de verdad. Isidoro.
– Cuantías enormes de rocalla, pedruscos, barros, desechos, se se han aglomerado en el camino a través de los siglos, pero esto no ha bastado para corromper el manantial de origen. M. Luisa refiriéndose a las falsedades de la Iglesia Católica.
–Francisco no es tan reformador como se le supone, sino más bien predicador de ideas que otros pueden hacer revolucionarias. Es lo que yo pienso y por eso , ni lo magnifico, ni me decepciona; no espero mucho más y y no vamos mal, salvo en el gran retraso con respecto a lo que corresponde a la mujer. José Ignacio Calleja.
Tres comentarios para pasar un buen rato dándoles vueltas.
(Continúo mi comentario de ayer)
Si el humano ha llegado a la conclusión de que nuestro Padre misericordioso, no va a permitir que nos suceda nada malo en lo referente a Él, y por ello estamos “salvados” de oficio, ¿Cuál fue entonces, la misión y el mensaje de Jesús?.
Pues parecería razonable suponer que Jesús, nos instó a perfeccionarnos humanamente, madurando como personas, para de ese modo formar una humanidad con un alto nivel de perfección y justicia: el anunciado Reino de Dios.
Los cristianos creemos que el objetivo de Jesús, en su vida humana, además de otros, fue darnos y enseñarnos pistas sobre cómo conseguir alcanzar esos objetivos específicos de los humanos.
La Iglesia como comunidad de los seguidores y creyentes en Jesús, tiene como objetivo principal, ayudar en esa labor educadora de ayudar a la gente a ser “felices y sabios”, con todo lo que conllevan esas palabras, y con ello cooperar en el salto cualitativo de la humanidad, constituyendo el “reino de Dios” que anunció Jesús.
Y este objetivo básico que nos marcó Jesús, y la forma de lograrlo, tiene que estar en la línea de los conocimientos psicológicos que tenemos actualmente sobre la maduración y auto realización humana.
El ser humano, es una especie de prisma con varias caras, todas ellas constitutivas del mismo. Es al mismo tiempo, un ser biológico, un ser psicológico y un ser “espiritual”.
Precisa y busca ansiosamente, la felicidad, que es un estado en que puede desarrollar sus potencialidades, su naturaleza, ser lo que es de verdad.
Como señala Maslow y muchos psicólogos más, el ser humano tiene unas necesidades de autorrealización de su potencial intrínseco, en un proceso de evolución y maduración personal a lo largo de su vida.
Tiene (1) unas necesidades biológicas primarias, (de alimentación, descanso, sexo, salud),
(2) unas necesidades biológicas secundarias, (de seguridad física, empleo, recursos, vida familiar, propiedad privada),
(3) unas necesidades psicológicas de afiliación, (amistad, afecto y amor e intimidad sexual),
(4) unas necesidades psicológicas de reconocimiento, (autoestima, confianza, respeto, éxito),
(5) unas necesidades psicológicas superiores, o de sabiduría o espiritualidad laica, (libertad, moralidad, creatividad, capacidad de discernimiento y resolución de problemas),
y por último, (6) muchos sentimos una necesidad de “trascendencia”, o de conocer nuestra situación y papel individual y comunal en el Universo.
Hoy sabemos que como individuos el sentido de la vida humana es ser integralmente “felices”, y como comunidad, nuestro objetivo es alcanzar un proceso de superación hasta alcanzar una nueva naturaleza con capacidades superiores a las actuales.
Este planteamiento concreto del hombre y sus necesidades, es el planteamiento moderno y actual, pero hace siglos, los planteamientos sobre el sentido de la vida humana, eran muy distintos. Por ello, la Iglesia primitiva, (a la que la Iglesia actual tiene a gala, mantenerse plenamente fiel), tenía otros planteamientos del sentido de la vida humana.
Y por ello, la Iglesia actual está prisionera del pasado y se ve imposibilitada de actualizar sus postulados doctrinales, una interpretación antigua del mensaje de Jesús, que ha sido refutada, por la realidad conocida, (los tres postulados erróneos de mi comentario anterior).
El problema es que un formación exhaustiva de sus dirigentes actuales, desde su época infantil/juvenil, (en una época, los 50’, en la etapa preconciliar), les ha aislado bastante del “mundo” moderno y de sus categorías, que desde pequeñitos han visto demonizadas como tentación del maligno.
Así muchos dirigentes religiosos actuales, de 70 a 90 años, no son en realidad modernos, sino que la modernidad los ha atropellado. Y por eso desearían en lo más profundo de su mente, “que cuando abrieran los ojos, el dinosaurio ya no estuviese allí”.
Pero la realidad no sólo no desaparece sino que se acelera, y así se ven compelidos muy a su pesar a aceptar que algo va muy mal, en cuanto a la aceptación del mensaje. Y por eso su obsesión por la “pastoral”.
Y si existía alguna duda, la permanente y acelerada crisis de vocaciones y de práctica religiosa en las sociedades modernas, ponen a los dirigentes de la Iglesia ante un problema que no pueden obviar.
De tod@s son conocidas, al menos para algun@s de aquí en Atrio, todas estas falsedades de la iglesia católica que comenta el amigo Isidoro.
Parece como si de nuevo quisiera remitir a la comunidad atriera a un camino ya de vuelta después de tantos años . Mal iría que sin haber tenido en cuenta todas estas falsedades, se hubiera invertido aquí tanto espacio cibernético y tiempo sólo para llenarlo de esperanzado palabrerío!!
Es de suponer que para una verdadera búsqueda de los orígenes todas estas desviaciones del cristianismo en la historia han de constituir una espoleta para su continua investigación.
Cuantías enormes de rocalla pedruscos, barros, desechos se han aglomerado en el camino a través de los siglos, pero eso no ha bastado para corromper el manantial del origen.
La interpretación del mensaje de Jesús por parte de la Iglesia católica, (no entro en las otras, que conozco poco), se cae a pedazos, en estos tiempos modernos.
Se basa en una serie de postulados falsos, que se empeñan y tienen a gala en conservar contra viento y marea en estos nuevos tiempos reinantes.
El primero, es empeñarse en afirmar que el mensaje de Jesús, es perfectamente conocido a través de los escritos de los cien años después de su muerte. Eso la crítica bíblica, hecha principalmente por cristianos, lo ha desmontado absolutamente.
El segundo, es que cuenta con una inspiración directa e inequívoca del Espíritu Santo, para poder determinar la interpretación del mensaje y las normas morales, que no trató Jesús clara y directamente, (la organización interna de la Iglesia). La historia de la Iglesia, es una continua refutación de esta idea.
La cantidad de traspiés, cambios, líos y relíos doctrinales y fácticos, que han existido a lo largo de los siglos, dejaría en muy mal lugar al Espíritu Santo o al grado de agudeza auditiva de los dirigentes de la Iglesia.
El tercero, es el que ya he insistido bastante, es el hecho de considerar la salvación humana, como algo problemático que nos jugamos cada uno ante Dios, por lo que el objetivo principal de la Iglesia, sería ayudarnos a que logremos superar ese grave peligro.
Eso hoy día con nuestros conocimientos de psicología, de nuestras pulsiones internas involuntarias, de nuestras circunstancias vitales que condicionan enormemente nuestro comportamiento, no tiene sentido algunos para el hombre moderno.
Toda la dialéctica de Francisco sobre el perdón, la compasión y la tolerancia a los pecadores, lo que está diciendo subliminalmente, es que dejemos a los pecadores (los humanos todos), en las manos misericordiosas de Dios.
Este proceso, si Francisco albergase alguna duda sobre la posibilidad de condenación del pecador por parte de Dios, sería temerario e indigno de una Comunidad, (Iglesia) cuyo principal objetivo declarado es la salvación de los humanos.
Sería algo indigno y traicionero, como el torero que pone la capa justo delante de la barrera, para que el toro, entre confiado, y se pegue un testarazo contra la madera.
Esa actitud solo es justificable, si consciente o subconscientemente, se tiene una confianza absoluta en la misericordia divina.
Por todo ello, es preciso un replanteamiento de la interpretación del mensaje de Jesús, que si es equívoco, por razones humanas históricas, es porque Jesús lo ha querido así, exigiéndonos a los humanos de cada época histórica, el uso de nuestra inteligencia y saberes, para reinterpretarlo adecuadamente y descubrirlo.
Jesús habló para sus contemporáneos, y lógicamente habló en su idioma y sus categorías mentales. Como la historia se ha prolongado ya casi dos mil años desde entonces, es lógico que se pida de nosotros que lo reinterpretemos a nuestras categorías igual que lo hemos traducido a los idiomas modernos.
Y para eso nosotros contamos con unos conocimientos que no estaban al alcance de la gente de la época de Jesús. Eso no es ninguna traición, sino una revivificación del mensaje, que si no se hace así queda fosilizado.
Y ya lo hacemos en algunas cosillas, que son infumables. Por ejemplo, nadie tiene en cuenta hoy, que Jesús hablaba de enfermos endemoniados, o de las “veleidades” con las espadas, que contienen los evangelios, ni de sus promesas inminentes del fin del mundo, etc.
Y respecto al Espíritu, hay que aceptar que su labor es misteriosa, y que no podemos fiar decisiones graves a esa inspiración. Da la impresión de que el Espíritu, igualmente, desea que seamos nosotros por nuestra cuenta quien tomemos las decisiones más acertadas, por lo que los consejos eclesiásticos morales, y doctrinales, deben ser considerados como realizados por humanos, y no es de recibo que se apoyen en supuestos apoyos directos del Espíritu.
Y entonces, con estos principios, las decisiones de la Iglesia, deben ser tomadas como todas las decisiones de cualquier organización humana, mediante la democracia. Y si sale A, pues A, y si sale B, pues B. Y cada diez años, ya se irá viendo.
Y si hay una división y un cisma, no pasa nada. Es mejor que la gente está en una organización en que se sienta cómoda ideológicamente, que lo contrario.
Porque entonces dejaremos de perder el tiempo con problemas internos y orgánicos y nos dedicaremos a lo fundamental: a la construcción del Reino, (lo que cada uno tendrá su idea propia de cómo hacerlo).
Y en el ejercicio de esa diversidad y pluralismo, reflejo de nuestra diversidad y pluralidad de ideas, iremos acercándonos poco a poco, con idas y vueltas, errores y aciertos, a la meta soñada.
Y Dios con todos.
Rubén Amón, ¿Y si Francisco fuera un impostor? (El País, 14.III.17), “… sin haber modificado un milímetro la doctrina de la Iglesia en los asuntos terrenales: ni comunión a los divorciados -los supuestos son excepcionales, ni reconocimiento a los derechos de los homosexuales, ni compromiso con el peso de la mujer en la Iglesia, ni tolerancia normativa con el aborto, los anticonceptivos o la estirpe descarriada de los adúlteros. El problema es que a Francisco se le ha atribuido la proeza de haber emprendido una gran reforma, reputación de Papa canchero y colega. Se le puede tutear a Francisco. Analogía: la reina Isabel II está más cerca de su pueblo cuando más lejos se encuentra. Hacen de ella una figura sobrenatural. Es atractiva la idea de un pontífice vulnerable. ¿Es un impostor el papa Francisco? La suya es una revolución de las formas. Francisco es el papa de Podemos. Y un buen hombre al que hemos convertido en santo porque la impostora aquí es la sociedad”.
A mi juicio, Rubén Amón exagera la aceptación general (casi todos) y global (por casi todo) del Papa en la iglesia y fuera de ella. Es una estrategia muy interesante en la comunicación, el autor lo sabe, pero al precio de falsear bastante los hechos que interpreta. La aceptación de Francisco es más mediática que eclesial y más en los sectores seculares (creyentes o no) que entre los católicos practicantes. Ni mucho menos se puede decir, si no es por la imagen de los medios, que el fervor del catolicismo practicante por Francisco es el que el articulista supone. No, el juicio es más discutido. Lo que sí es verdad es que los sectores populares del catolicismo no asociado y proselitista, el catolicismo más de a pie, vive con ilusión la empatía de Francisco por sus vidas y dificultades, y lo cree cómplice de su limitado aprecio por la normativa moralista de la Iglesia. Esa gente capta una complicidad de fondo con ella, en los silencios que Francisco guarda sobre ciertos temas y en el subrayado que da a otros; su constante recuerdo del perdón, el amor, la justicia, el respeto, la honestidad, la conciencia, la explotación y la pobreza, el trabajo, el pueblo, lo hacen muy suyo. No sé si Rubén Amón se hace cargo de este valor, creo que no. O no lo ve o no puede. Sigamos en esto. Hay también hay otro catolicismo expectante y confundido sobre si esta actitud de empatía con los sencillos es definitiva y, además, de aliento contenido por el temor a que se concrete en normas nuevas. Lógicamente esperan que Francisco no lo haga, o en su caso, que no haya tiempo.
Por tanto, es mucho más variada la reacción ante Francisco de lo que el autor dice por necesidades de su narración. Yo pertenezco a la Iglesia, simpatizo mucho con Francisco, y ni de lejos tengo una valoración uniforme en todo su proceder de gobierno y magisterio, ni de lejos. Supongo que habrá mucha gente como yo; entre la que trato, desde luego, mucha gente piensa así. Y sin embargo lo valoramos mucho en lo que ya hace. ¿Cómo es posible esto que afirmo? Sí, tiene su lógica. Los cambios en la doctrina pertinente a los asuntos terrenales que dice Rubén Amón, y donde se jugaría para él la verdad de la reforma de Francisco, no diré que están mal elegidos, desde luego que no. Pero sí diré que a nosotros, la gente de la iglesia más cercana a la sensibilidad de Francisco, no nos inquieta sobremanera que no pueda imponerse a los conservadores de toda condición; sabemos que puede generar un cisma y eso es duro de asimilar para todos; y pensamos, salvo los más radicales entre nosotros ¡con todo respeto a su posición! que la comunión a los divorciados vueltos a casar, es una batalla ganada, que queda en manos de las personas afectadas; va a haber problemas si algunas personas con perfecto derecho le quieren dar publicidad en los medios, pero en la mayoría de los casos va a quedar en la vida comunitaria y aceptado con respeto y normalidad por casi todos (salvo los recalcitrantes); cuestión de tiempo y como fruta madura, caerá. En cuanto a los derechos de los homosexuales, lo mismo, puro respeto comunitario de las parejas de hecho y acogida en igualdad; reconozco que su bendición como sacramento, va a tardar, pero pienso que todavía la mayoría de catolicismo de base no lo acepta como sacramento y no imagino al Papa adelantándose al sentir de los fieles. Luego, normalizar el trato, acoger con respeto y encargar responsabilidades comunitarias a estas parejas, de igual a igual, es un paso muy importante para hacer común entre los católicos estas nuevas situaciones de amor y bendecirlas ante Dios. Sobre el compromiso con el peso de la mujer en la Iglesia, sí veo especialmente pobres los pasos de Francisco; desde luego, y en primer lugar, aquí no se puede escudar en los fieles y nuestro proceso de construir una clara mayoría moral, sino que él mismo, el papa Francisco, es conservador en relación al acceso de la mujer al sacerdocio y, por tanto, a la gran mayoría de las responsabilidades que vienen unidas, hasta hoy, a ese sacerdocio ordenado; no debieran, pero vienen; y en esto sí que el catolicismo de base está bastante por delante de Francisco y de toda la Curia Romana o de cualquier otro lugar; o sea, que decir que Francisco no se atreve a esta reforma, no es justo, porque sencillamente no la desea, no cree en ella. (O eso parece, porque es muy difícil saber qué cree un Obispo y hasta un Papa de ciertas prácticas canónicas como las relativas a la mujer en la Iglesia, muy difícil; hay un oficio de por medio que no me deja ver claro al sujeto y su conciencia). Lo cual es más grave, pero no es lo que dice Rubén Amón. Y por fin, en cuanto al aborto, no va a decir Francisco nada distinto de los anteriores papas, salvo incidir más en acoger a las víctimas que abortan, porque él piensa de ese modo; o sea, que de nuevo se le atribuye la falta de una reforma que no ha prometido ni la piensa prometer, y que en ello conecta otra vez bien con el catolicismo popular; por tanto, ni puede; el catolicismo popular es mayoritario en el no al aborto y entrar en la casuística de los supuestos más extremos no es lo que se espera de un Papa en sus homilías. Esto para los profesores de moral. En cuanto a los anticonceptivos no abortivos en orden a la libertad del matrimonio y a regulación de la natalidad, los silencios que guarda, tienen un valor no pequeño, pero en cuanto a ofrecer una nueva doctrina, que en este tema podría muy bien conectar con la mayoría social del pueblo católico, no lo está haciendo; probablemente porque de nuevo Francisco es más conservador que nosotros y piense, además, que no es una batalla en la que se gane mucho en libertad, pues la gente católica la está resolviendo en conciencia y resolviendo muy bien; luego poco que ganar y mucho que perder.
En suma, que los cambios que se le exigen para que no sea un impostor, amigo Rubén Amón, no son los que prometió ni los piensa como tú, ni los considera centrales en su reforma. Y mucha gente del catolicismo más abierto, lo sabe, y se lo criticamos, pero ni en todo, ni tanto como para hacer de ello una cuestión de principios. Pensamos, desde dentro de la Iglesia, que el giro que Francisco da en la doctrina a varios núcleos evangélicos y las actitudes personales que elige ante la gente, han de tener un peso de verdad practicada para el catolicismo que, si vive un años más, lo renovará mucho en coherencia con su origen en Jesús. Pero en todo esto, una lucha sin cuartel de personas, grupos, posiciones, y expectativas, contienen nuestro aliento por si todo queda en agua de borrajas.
Pero insisto, y si me lo permite Rubén Amón, no son tantos los católicos que exigirían a Francisco un cambio radical e inmediato en cada uno de los temas que ha propuesto en su artículo; no, todo está lleno de diferencias y hay que jugarlas con habilidad. Y no hay que confundir esto con el hecho de que sí son muchos los hombres y mujeres de convicciones seculares que piensan el catolicismo reformado bajo la exigencia de “las medidas que dice Rubén Amón”, pero ya no es lo mismo. O de otro modo dicho, que la batalla está lejos de resolverse en esas concreciones normativas que recuerda este periodista, porque las que no tienen un pase, no van a durar por mucho tiempo, y ya languidecen en nuestras conciencias; porque otras de las dichas, quedan lejos de ser mayoritarias en la conciencia de los fieles, por más que desde fuera parezcan obvias; (¡téngase en cuenta que no faltan sectores de la cultura secular conservadora, con mucha influencia entre los católicos con poder, que le dicen a la Iglesia que su normalización moral ante el mundo sería su perdición como alternativa contracultural, y esto tienta muy arriba!); y porque para muchos de nosotros la batalla no es por los reglamentos, que a larga también, sino todavía por la legitimidad de la interpretación liberadora del evangelio, y en este caso, con significado central para los más débiles de la historia, y como justicia que incluye, no sólo como beneficencia que condesciende. No sé si Rubén Amón piensa en esto. Esta es todavía nuestra batalla y yo creo que la de Francisco, porque sólo desde aquí algo nuevo puede venir.
Luego, ni tanto aplauso a Francisco desde el catolicismo real, ni tantas promesas por su parte sobre cambios en la normativa moral, ni tan descorazonador el fruto futuro de sus actitudes de vida y de sus convicciones éticas y creyentes. ¿Qué pasará, morirá y no habrá nada? ¿No habrá por su culpa o responsabilidad? No lo creo, o no principalmente, sino porque la partida la habría perdido en la sombras de un iglesia mucho más reacia al significado liberador del Evangelio de lo que reconoce nuestro autor. Todo es menos imperial y monárquico, y más florentino y combatido de lo que parece. Y lo es arriba y lo es abajo, entre los bautizados de toda condición. No es verdad que las buenas ideas no muevan el mundo, pero las buenas ideas no están solas, y otras peores pueden ser defendidas por otros con más medios, más tiempo o menos sonrojo.
Francisco tiene un debe y el tiempo corre, pero no exactamente el que se dice en estas exigencias del artículo que comento. Francisco no ha hecho mucho de lo que se le atribuye, porque ni prometió eso y en todo, ¡es un conservador!, ni todavía hay base social católica decisiva para arroparlo en varios de esos cambios normativos, ni el Papa puede salir a campo abierto sin recontar sus fuerzas y perder más de lo que se gana en lo que más le importa: devolver al centro el Evangelio Liberador de Jesús y su Dios. Y quizá, también, porque no es tan reformador como se le supone, sino más bien predicador de ideas que otros pueden hacer revolucionarias en justicia, fraternidad y fe. Yo esto pienso, y por eso, ni lo magnifico ni me decepciono; no espero mucho más y no vamos mal, salvo en el gran retraso con respecto a lo que corresponde a la mujer. En esto, como siempre que se trata de derechos fundamentales, no puede haber negociación.
Gracias, Antonio. Sabes que cuentas con mi lealtad, mi amistad y mi respeto. Si a veces soy un poco provocador o atrevido con mis comentarios lo hago, entre otros motivos, porque me consta que tienes un buen sentido del humor (no se publica un artículo sobre la religión pastafari si uno no disfruta de un gran sentido del humor) y sabes apreciar el puntito socarrón que tienen algunos de mis comentarios.
Añadiré, con calma, algunas cosas sobre este asunto del papa Francisco que no recuerdo haber comentado nunca y que quizás tengan interés. Pero será la próxima semana. Mañana nos llegan invitados a casa y ahora nos toca hacer de cicerones.
Me estimulas, Pepe, con comentarios tan rotundos y directos como éste. Alguna vez, al tardar en contestar y al final no hacerlo, parece que me retiraba y te dejaba la última palabra. Es que la controversia implicaba cuestiones muy complejas que no logré formular sintéticamente por falta de tiempo.
Pero ahora hay una opinión sobre un texto concreto de Rubén Amón, publicado ayer en El País y que yo criticaba, tras recomendar a todos leer. Nuestras dos opiniones son claramente contradictorias, blanco y negro, y no se aceptan grises. Lo has reflejado bien y así es.
No creo que opinar sobre el texto de Rubén sea un test válido para medir nuestro IQ. La auténtica capacidad analítica y de discernimiento no es evaluable en una opinión que emiten válidamente dos personas con diferentes instrumentos de análisis y diferentes criterios para discernir. Y en esto, Pepe, aunque nos hayamos encontrado desde hace tanto tiempo en este espacio de ATRIO, tenemos un background vital, una información y unos criterios muy diferente sobre lo que significa, en el hoy y aquí del mundo, este fenómeno de papa Francisco que Rubén analiza. De ahí, no de nuestro coeficiente de inteligencia, depende lo opuesto de reacción ante lo escrito por él.
Ya habrá ocasiones para que tú expongas más información y criterios para explicar el papulismo. Yo, en principio, ofrezco el análisis que hace un nada desinformado Gianni Valente, con el que en gran parte coincido. Hay ya tres y espero el último mañana. Al menos me parece más sólido que el de Rubén Amón. Y muy interesante de cómo las grandes compañías de asesoramiento han entrado recientemente en Vaticano, con la excusa de seguir las reformas de Francisco pero, en relidad, para aumentar poder en la Iglesia. Y muchas de esas cosas me rebelan más que el mismo hijo de Santiago Amón.
Continuemos pues intercambiando información y opiniones, sin quebrar la amistad y el respeto mutuo.
Estoy empezando a plantearme seriamente la posibilidad de que yo sea tonto. Muy tonto. Rematadamente tonto. Da igual que haya superado la carrera de Física con una media de casi 9.4 y me hayan concedido el premio extraordinario fin de carrera. Nada de eso me parece en estos momentos expresivo de mi auténtica capacidad analítica y de discernimiento, sino más bien un velo tupido que parece ocultar mi burricie.
Lo que finalmente me ha conducido a replantearme mi estupidez (que ya sospechaba desde hacía algún tiempo) ha sido el comentario de AD sobre el artículo de Rubén Amón.
– Lo que a él le parece un artículo sensacionalista, a mí me parece un texto sensacional.
– Lo que él interpreta como frivolidad, a mí me parece puro sentido común.
– La liquidez que él ve en Rubén Amón, yo lo aprecio en Bergoglio y en toda la corte de papulistas que lo jalean.
– El último párrafo del artículo que nos trae AD, me parece que es tan acertado que nada se podría añadir.
Como siempre he pensado -y sigo pensando- que AD es un tipo listo, muy listo, y puesto que nuestra visión de Bergoglio es tan dianetralmente opuesta, entonces tiene que ser que soy burro. Muy burro. Total y absolutamente burro.
Respecto al artículo, de Rubén Amón, digno hijo del gran Santiago Amón, y una de las mentes más lúcidas e ingeniosas del actual periodismo español, ¿qué esperabas? ¿un artículo de teología?. Francisco y el cambio en la Iglesia, son temas populares, y eso le viene bien a la Iglesia, siempre deseosa de estar en el candelero. De entrada Francisco tiene asegurada el santo súbito.
Estoy convencido que Francisco, que es hombre inteligente agradecerá más una crítica lúcida aunque sea laica y tangencial al problema, que los continuos besuqueos en las manos, a los que los clérigos están tan enganchados.
Fíjate que el artículo es una crítica social: es la sociedad la que es impostora, (y no sabe dónde va, y por eso gusta de caretas de carnaval, para fingir ser una “persona= careta” que no es, añado yo)
Lo que pasa es que lo más nos duele siempre, es la verdad.
El problema amigo Antonio, es que el problema de la Iglesia no es un problema de ideologías, que siempre en todo momento, dentro de ella habrá varias, por la natural pluralidad humana, si no se cae en sectarismos. Sino que es una cuestión de un nueva lectura del mensaje de Jesús, en los momentos actuales, con la ciencia, la psicología y la antropología del siglo XXI, muy lejanas de las del s. XIX, sin ir más lejos.
Los que estáis demasiado implicados emocional y biográficamente con la Iglesia, sabéis mucho de teología y del Código Canónico, pero por ello mismo, no sois capaces de un pensamiento innovador, lo que se llama pensamiento lateral, o sea saliéndose del eje, y mirando con una nueva perspectiva. Por eso decía yo el otro día que la Iglesia necesitaba un análisis “profesional”, aséptico, exterior, que examine, si el problema es de la red de ventas, o es de obsolescencia de la presentación del producto.
(Un ejemplo han sido muchos productos, que se proyectaron para un fin concreto, y tuvieron éxito cuando se aplicaron a las necesidades reales del consumidor: muchos productos farmacéuticos, (la viagra y muchos antidepresivos), o incluso el fonógrafo de Edison fué diseñado primero para grabar conversaciones con los muertos, luego pasó a ser dictáfono de oficina, y acabó con su gran éxito, como reproductor casero de música).
Los que denigran las “consultorías externas”, aducen, que nadie sabe más de las interioridades de una organización que sus miembros. Pero olvidan, que a veces saber “demasiado” es muy malo, pues existe una tendencia inconsciente a reprimir las novedades. Hay demasiada carga emocional en juego, y eso puede ser fatal.
Como ejemplo, el gran innovador Henry Ford, decía que si hubiese seguido el consejo de los profesionales carreteros, que le pedían caballos más fuertes y carruajes más rápidos, no hubiese sacado el coche asequible.
Cuando se está en un callejón sin salida, asfixiados y paralizados por contradicciones múltiples, la salida del cambio, no es pasar de A a B, sino de superar esas contradicciones con un modelo nuevo. Y para eso hay que replantearse todo de cero.
Comprendo que un superbuque, como la I.C. no gira y da la vuelta rápidamente. Pero si no se es consciente de que hay que girar, entonces no hay nada que hacer.
Esta mañana, había escrito el siguiente comentario, que no mandé, a ver como evolucionaba el tema. (No digo nada que no haya dicho muchas veces antes, sin ningún eco).
Lo pongo a continuación:
En mi opinión toda Iglesia, debe reactualizar su objetivo básico. Debe pasar de ser una fuente de salvación personal, (que ya se debe dar por asegurada, gracias a la misericordia divina), a ser una institución de enseñanza del mensaje de Jesús, e instrumento de mejoramiento personal de sus integrantes, en su esfuerzo de auto realización y maduración personal.
De esa manera, con individuos maduros y sabios, se contribuye a ir formando poco a poco el reino de Dios, en forma de una especie humana organizada en una sociedad justa y sabia.
Todo lo que no sea un replanteamiento auténtico y drástico, (aunque se realice con cierta diplomacia y flexibilidad), que apunte hacia un cambio de rumbo en un máximo de veinte años, es una operación de un quiero y no puedo, o mejor, no quiero y por eso no puedo. Y no extrañe entonces que todo lo demás sea una operación de maquillaje, o como dice una y otra vez, Oscar, de gatopardismo.
La Iglesia debe dejar de ser un instrumento de salvación y convertirse en una institución formativa y terapéutica.
Y en esta labor didáctica y terapéutica de sus miembros, debe tener como cualquier institución de enseñanza a nivel global, tres secciones, coordinadas pero especializadas. Una sección “infantil”, (la escuela), una sección “media”, (instituto), y una sección “superior”, (universidad).
El objetivo es que los individuos vayan superando niveles y vayan llegando al mayor nivel posible de perfeccionamiento humano (= “santidad religiosa”).
Y los mensajes deben variar de un nivel a otro. No es que se opongan, sino que se explique lo mismo de otra manera, cada vez más detalladamente.
El País de hoy, martes, publica un artículo que no voy a reproducir en ATRIO, pero que convendría que todos leyéramos, pues es significativo de la crítica profunda a Francisco que surge, no de los conservadores de la Iglesia y la sociedad, sino de un periodismo típico de comentaristas de la actualidad que hacen síntesis frívolas de todo y llegan a conclusiones sin suficiente conocimiento de los temas. Intentan ser brillantes, sin implicarse demasiado. Típico pensamiento líquido. Eso es lo que me ha parecido el sensacionalista artículo de Ruben Amón, ¿Y si Francisco fuera un impostor?.
Rubén acaba su artículo con este párrafo, muestra de todo su nivel analítico: “La suya es una revolución de las formas, una catarsis de las apariencias cuya repercusión ha engendrado el neologismo del “papulismo“, una suerte de populismo papal que relaciona a Bergoglio con las homilías buenistas, que fomenta las aspiraciones elementales —la paz y el amor— y que ha sensibilizado a la izquierda agnóstica y atea como encarnación de la demagogia. Francisco es el papa de Podemos. El papa de Maduro y de Kirchner. Una correlación bolivariana de la Iglesia. Un libertador del capitalismo. Un ariete del movimiento ecologista. Y un buen hombre al que hemos convertido en santo porque la impostora aquí es la sociedad.”