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Eneritz

ArregiEn la fiesta de todos los santos y santas, Arregi nos habla de una que no necesita canonización ni más milagro que su mismo vivir. En ella celebramos a todas y todos que se fueron dejándonos su sonrisa vital.

Era de Zestoa, pero por sus venas corría la savia alegre de los viñedos de la Rioja, la voluntad resuelta de las laderas y crestas de Errezil, la energía vital de los prados y vientos de Oñatz (Azpeitia).

Era de muchos lugares. De Gipuzkoa, Bizkaia y Asturias. De Almería y de Málaga, su querida Málaga. Era del Cantábrico y del Mediterráneo, vasca hasta la médula y andaluza hasta las entrañas. Era de Perú, de sus valles, mesetas y altas cumbres. También era de Cabo Verde, rodeado de mares, frente a Senegal. Vivió en muchas tierras, y era de todos, pero prefería a los últimos. Era de donde hubiese una herida que aliviar, una soledad que acompañar, una sordera a la que hablar.

eneritz

Se llamaba Eneritz, como un pueblecito navarro en cuyo escudo figura una cepa con dos racimos. Así era ella, como una cepa llena de racimos maduros dorados al sol. Como un racimo de vida sonriente y dulce, colorida como sus vestidos. Había que ver sus ojos luminosos, la sonrisa en su cara, ¡qué chorro de vida y de bienestar su sonrisa! La llamaban Eneritz, o Ene, o la Ene. Alegraba la vida.

Recién estrenado el otoño, colmada ya de fruto su vida, en apenas un mes, inesperadamente, se nos fue. Tenía treinta y un años. Fue terrible. Se rasgaron de nuevo las entrañas de su madre en un parto mucho más difícil. Y el corazón de su padre, y la entereza de su hermano Aritz. La pena, la soledad, las lágrimas los inundaron, a ellos y a las innumerables amigas y amigos de Eneritz.

¿Y ahora? ¿Qué deciros ahora, Lourdes y Dioni? ¿Cómo reaprenderéis a vivir sin vuestra adorada y admirada Eneritz? Hago silencio, y en silencio evoco su memoria entrañable, su figura llena de risas y de besos, de viajes y proyectos, de tertulias y conciertos, de teatro y de cultura, de delicadeza y cuidado. En el silencio emerge su corazón latiente lleno de vida, “tu corazón de Picasso solidario y activista”, como dijiste, Dioni, en la ceremonia del adiós. Corazón que le llevó con tan solo 18 años a colaborar en un centro de protección de menores en Cabo Verde, y, terminados sus estudios, a viajar a Perú para trabajar con los más necesitados, siempre ellos. Y a irse luego a Málaga a estudiar la lengua de signos para sordos. Allí se quedó a trabajar durante años, enamorada de Málaga y Málaga enamorada de ella. “Cuando pensábamos que la Costa del Sol no podía tener más luz, llegaste tú”, dijo Arantxa, una de sus amigas malagueñas, en su despedida. Tanta vida vivida, derramada en tan poco tiempo.

¡Gracias, Lourdes y Dioni, por habernos dado a Eneritz, por haberle regalado la vida que nos regaló! La vida, el gran misterio. En silencio invoco la Vida inmortal que, sin nacer ni morir, todo lo hace vivir. La Vida que es darse, y vivir dándose hasta morir es vida eterna. Así vivió ella hasta que, en plenas vacaciones en Almería, se le descubrió una leucemia terminal. Pocos días después murió como si fuera a nacer, escribiendo en su último e-mail a sus amigas desconsoladas: “¡Arriba los corazones!”.

Joven santa laica, te entregaste a todas las causas justas, por perdidas que parecieran. Nos enseñaste que ninguna causa justa está perdida, aunque nosotros sintamos el ánimo y las fuerzas perdidas, nosotros mismos perdidos. Nos enseñaste que, como escribió Pere Casaldáliga, somos luchadores derrotados de una causa invencible. Que la Fuerza o el Espíritu del Bien, del mundo nuevo, está con nosotros, en nosotros, más allá de religiones y dogmas. Que “trabajando juntos lo lograremos”, como escribiste una vez en una campaña dirigida por Change.org al Parlamento europeo por la asociación “Educación feminista, llave de la igualdad”. ¡Gracias, Eneritz! ¡Qué pena que no te tengamos como antes! ¡Qué suerte que te hayamos tenido!

No encontraría en el diccionario palabras más bellas y apropiadas que las que te dirigió tu padre allí en Málaga, donde quisiste morir, en aquella ceremonia llena de lágrimas y de fiesta: “Eneritz, hija mía, nunca te olvidaremos y allí donde estés tú serás nuestra guía. Hoy, en un rincón ausente de sus casas, unas gitanillas y gitanillos de Málaga y Bizkaia llorarán y en Cabo Verde y en Perú podrán ver una nueva estrella que brillará con la intensidad y alegría que tú tenías”. Sí. Amén.

 

Un comentario

  • Javier Pelaez

    La muerte “antes de tiempo” siempre es una pena.Es totalmente contranatura,hablamos de la “natura” de los occidentales porque por otros lares se vive poco.Una jodienda todo esto.¿Se van los mejores?¿Nos quedamos los peores?.La verdad que tal como cuentas esta chica tuvo una vida fructífera,por “sus frutos los conoceréis”.