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Hacia una nueva relación Iglesia-sociedad civil en España sus comunidades autónomas

Honorio2

Quien quería un Atrio con menos olor a sacristía, escribe para este sitio un artículo que bien ser firmado por Juan Bedoya. Afrontar lo eclesiástico en España es necesario para conseguir una democracia. ¡Das en el clavo, Honorio! ¡Gracias! AD.

 

Recientemente, el sacerdote navarro Juan Carlos Elizalde Espinal ha sido nombrado por la Santa Sede obispo de Vitoria. Algunas semanas antes, el que era obispo de Calahorra y de la Rioja  Monseñor Omella era ascendido a la diócesis de Baarcelona.

Dos nombramientos que junto con otros de Monseñor Munilla para San Sebastián y Monseñor Iceta para Bilbao marcan la línea ideológica y pastoral que el Papa Francisco ha diseñado para España y más concretamente para dos zonas sensibles de la península y del Estado español, Euskadi y Cataluña.

La historia reciente de España nos ha situado en una guerra abierta entre el drama de la Segunda República, a la que siguió una guerra civil entre 1936 y 1939. En ella la Iglesia oficial se posicionó al lado de los sublevados contra la República y siguió identificada con la dictadura durante 40 años.

La Transición de los años 1970 dio lugar a una tensión sorda entre los movimientos seglares que se alinearon con los enemigos de la Dictadura, mientras el Episcopado, a excepción de Tarancón y algún obispo, siguieron apoyando al régimen. Los nuevos aires que trajo  Concilio Vaticano II reforzaron a los clérigos y seglares que lucharon por un régimen democrático al lado de tantos españoles que alumbraron el nuevo régimen de 1978.

Pero no se puede olvidar que un sector de la jerarquía eclesiástica y de los católicos españoles se parapetaron en posiciones conservadoras, intentando perpetuar los privilegios que la Dictadura había otorgado a la Iglesia, cediendo tan solo en algunos gestos de laicidad, pero amarrando cortos todos los privilegios fiscales y beneficios económicos.

Y en estas estamos. Los escándalos, percibidos como tales por un sector de la sociedad de izquierdas o simplemente de ideologías liberales y partidario de la separación de la iglesia y el estado, de un estado aconfesional, se suceden sin interrupción. Caja Sur, propiedad del Cabildo catedral de Córdoba se ha apuntado a los desfalcos sucedidos en el conjunto de la banca y cajas de ahorro de todo el estado. Diócesis y parroquias, al amparo del gobierno Aznar,  han inscrito en el Registro de la Propiedad a nombre de la iglesia ermitas, edificios civiles, terrenos, todo aquello que pudiese tener algún viso de eclesiástico y religioso, en perjuicio de ayuntamientos, diputaciones y Estado. Por ejemplo, la Catedral-Mezquita de Córdoba. Los ingresos de la iglesia, sean los de las colectas en las misas o cualesquiera otros, escapan por decreto a toda fiscalidad.   El Estado asume las obras de conservación de iglesias y catedrales, pero los ingresos por turismo entran a formar parte de la propiedad de la iglesia. El Estado reserva para entregar a la Iglesia una parte de los ingresos del fisco, como fondo para sueldos de los sacerdotes y el mantenimiento de la Iglesia.

Mientras tanto, funcionarios de la iglesia y sacerdotes son denunciados por abusos de índole sexual con menores, pedofilia y otras irregularidades, pero la estructura eclesiástica los protege y oculta esquivando a la justicia y a los tribunales civiles.

Desde otro ángulo de visión, la estructura de la iglesia se venía abajo a consecuencia de la deserción casi masiva de sacerdotes que se han venido secularizando, o religiosas… De manera que hoy la Iglesia sobrevive gracias a una plantilla de sacerdotes más que sexagenarios incapaces de mantener vivas las actividades parroquiales y asimilar las nuevas orientaciones de los pastores de cada diócesis.

Por otro lado, la proyección de la doctrina cristiana sobre la sociedad que protagonizaban durante la Transición los movimientos seglares de Acción Católica quedaba anulada por una agresiva campaña de la mayoría de los obispos empeñados en reducir la acción de los seglares al interior de las iglesias. Y los/las que antaño se comprometían en actividades sindicales o políticas en defensa y beneficio de los sectores oprimidos de la sociedad, se han refugiado dentro de los muros del templo haciendo las lecturas de la misa o dando la comunión a los fieles, o bien manteniendo las catequesis de niños.

Mientras tanto, la práctica religiosa está bajo mínimos, aunque una mayoría de españoles se confiesa creyente y católica, son minoría los que acuden a los servicios religiosos dominicales, baja alarmantemente el número de matrimonios católicos, el de bautismos, hasta el de ritos funerarios religiosos.

Mientras tanto, ante los problemas que sufre Europa, ante la avalancha de refugiados que reclaman asilo en el viejo continente, ante la crisis económica galopante que condena a millones de españoles a la pobreza, el paro, los trabajos precarios, etc., la voz de la Iglesia, salvo algunas excepciones,  permanece muda, cuando no se descuelgan algunos obispos, como el de Valencia o el de San Sebastián, recomendando precauciones con los refugiados y sembrando las sospechas acerca del peligro que podrían traer a Europa…o soltando soflamas incendiarias contra los homosexuales, el matrimonio entre personas del mismo sexo, y otros detalles.

Si es verdad que se producen ejemplos edificantes de atención a los pobres y desamparados, al mismo tiempo el Cardenal Rouco y Varela se ha jubilado en una pensión que ha costado una fortuna prepararla y acomodarla a sus apetencias de príncipe de la iglesia. Y no faltan casos de ministros del altar que viven en el lujo y la ostentación.

Entretanto, egregios personajes públicos que se confiesan fervorosos católicos, casi todos encuadrados en organizaciones religiosas como el Opus Dei, los Kikos u otros, adoptan posturas políticas y sociales desde cargos importantes del estado: ministerios, alcaldías de grandes ciudades, etc. etc. Los españoles saben de las profesiones de fe de la alcaldesa de Madrid, del ministro de Interior y su actitud con los inmigrantes en Ceuta y Melilla, o de la imposición de no sé qué medalla a la Virgen del Pilar, o de los servicios prestados por la Virgen del Rocío en la promoción del empleo, elogiados por la Ministra de Trabajo, o de la presencia de altos cargos políticos como nazarenos en las procesiones de Semana Santa…

Es verdad que el relevo de Benedicto XVI por el papa argentino Bergoglio ha insuflado a la iglesia a escala mundial un nuevo estilo cercano a los pobres y a las víctimas de la crisis económica, propicio a la intervención de la justicia civil contra la pederastia y otros abusos del clero, favorable a una convivencia en el respeto mutuo y no interferencia entre la sociedad civil y la iglesia, respetuoso con todas las religiones y con las personas no creyentes.

Pero, ¿hasta qué punto la Iglesia de Bergoglio ha presionado sobre la Iglesia española para que aquí se apliquen esas recetas que hoy patrocina el Papa Bergoglio para toda la Iglesia?

Para algunos observadores, el espíritu inquisitorial y nacionalcatólico del Arzobispo emérito de Madrid Cardenal Rouco Varela sigue vivo. De vez en cuando se producen manifestaciones de una doctrina y praxis religiosa con rancio sabor medieval, de una moral sexual intransigente y ultramontana, protagonizadas por obispo como el de Alcalá de Henares o el de Córdoba. O de Granada…

En resumen, no vivimos en el nacionalcatolicismo de los tiempos de Franco, pero no pocos ritos y privilegios eclesiásticos de aquel tiempo sobreviven. A veces eclesiásticos son sometidos a juicio por delitos sexuales en los tribunales civiles, pero la justicia parece inhibirse ante las personas “consagradas”. Se producen intentos de manifestaciones de sociedades laicas en pro de la separación de la iglesia y el estado, pero se suelen prohibir por aquello de que “podrían impedir que instituciones religiosas se manifestasen en la calle de acuerdo con las sagradas tradiciones”, como suele ocurrir durante la Semana Santa. Surgen templos cristianos por doquier, pero se impide por todos los medios que se abran mezquitas musulmanas.

¿Acaso se nos negará a perpetuidad la puesta en marcha de una convivencia en libertad y en paz entre los creyentes y los ciudadanos españoles? ¿Acaso se nos negará el acceso a una sociedad en que el título de ciudadanos iguales en derechos y en libertades oscurezca los privilegios y prebendas venidos del cielo?

¿Conseguiremos algún día que los obispos proclamen sus opiniones y sus dictámenes religiosos sin más autoridad que la de cualquier otra institución o sociedad legalizada? ¿Conseguiremos que nuestros políticos se inspiren en la ley civil y la declaración de Derechos Humanos de la ONU para su actividad pública, y dejen sus creencias al margen, como una simple motivación o impulso de bondad y honestidad que queda recluida en el secreto de la conciencia de cada uno?

Hay un problema todavía pendiente, el nombramiento de los obispos se hace desde Roma, prescindiendo de los deseos y voluntad de los cristianos de la diócesis que han de gobernar. Y desde Roma no son promovidos precisamente los cristianos o sacerdotes más predispuestos al servicio de los más pobres, a la defensa de la justicia, a la superación de la crisis económica, el paro, la precariedad, en una palabra, los derechos humanos. No cabe esperar que el archipopular madrileño amigo de los pobres, Padre Angel, sea elevado a la dignidad episcopal, no, decididamente no da la talla… Más bien son encumbrados al episcopado sacerdotes que se han distinguido en promover la praxis religiosa de signo cultual y están ornados con doctorados y tesis egregias en universidades europeas. Podríamos presentar como botón de muestra nombramientos recientes de obispos como el de San Sebastián, el Cardenal Cañizares de Valencia, o los últimos del Obispo Omella para Barcelona y el último designado para Vitoria.

En clave un tanto reservada para entendidos, la tradición contestataria y renovadora que un clero de mentalidad avanzada y contestataria mantuvo en el País Vasco, hasta obligar al franquismo a habilitar en Zamora una cárcel para sacerdotes contrarios al régimen, se ha venido abajo por las orientaciones de una Santa Sede enemiga de crear problemas a las estructuras del Estado en Euskadi o Cataluña: “El círculo sanitario en torno al clero vasco es todavía muy fuerte. El Vaticano, con el apoyo de la jerarquía española, se propuso modificar el rumbo de la iglesia vasca, y ahí sigue. Para algunos (el Vaticano) se ha pasado de aguja”, comenta a este respecto un periodista bilbaíno.

Una de dos, o la iglesia española impone a Bergoglio su hoja de ruta, o Bergoglio no está muy decidido a aplicar en España las recetas de servicio a los pobres y oprimidos que pone en práctica en otros lugares.

Hace ya mucho tiempo que el Estado español y la Iglesia deberían haberse sentado a hablar, a normalizar sus relaciones de acuerdo con el evangelio cristiano y la Declaración de Derechos humanos. Estamos tardando demasiado. Y no solo el Estado y la Iglesia, también los representantes de la sociedad civil sin cargos, pero con prestigio reconocido, deberían participar en ese diálogo. En ambos casos, en el del Estado y de la sociedad civil sin cargos, con la presencia de parte de la Iglesia de clérigos y seglares sin distinción, solamente en base a su capacidad de diálogo y de negociación.

3 comentarios

  • Román Díaz Ayala

    Honorio, pide una nueva relación de la Iglesia Católica Española con la sociedad civil española ( lo de las comunidades autonómicas, es una redundancia) y está en su derecho desde su condición de creyente, pero no creo que sea adecuado que un Estado aconfesional ( o laico) tenga que sentarse a negociar poniendo por principios el Evangelio y/o los Derechos Humanos, sino para obligarla a cumplir los compromisos históricos asumidos en la Transición, cuando era un portavoz de la Iglesia el Cardenal Tarancón. Ha pasado demasiado tiempo.

    La Constitución de 1978 dejó temas pendientes porque aunque buscaba eficazmente soluciones a los temas heredados, algo quedó para una pronta solución basado en la buena fe de los actores políticos ( y la Iglesia fue un actor político de primer orden, herencia de la Dictadura) que se dieron un tiempo. Qué duda cabe que nuestra transición política cambió profundamente nuestra manera de pensar, de vivir y de comportarnos. Hubo grupos de resisitencia a los cambios y a las soluciones propuestas y consensuadas. Aquellos momentos muy difíciles para el país cuando la violencia de ETA venía con el contrapunto de los grupos de la extrema derecha, pero además existían  otros focos de resistencia de quienes no querían desprenderse de poder, o veían la posibilidad de hacerse con los nuevos mecanismos para crear otros poderes, y además aquella gente quienes sólo creían ver un caos reinante tras el mundo que se les había derrumbado tras la ruptura de  un anterior sistema que era un atentado contra sus convicciones.

    De aquel momento hemos heredado, o han surgido con otra fuerza dos temas de confrontación:la actitud de la Iglesia Católica permanentemente en desacuerdo con el modelo constitucional y los autonomistas excluyentes.

    Quienes confían o esperan que una autoridad religiosa superior, sea el Papa Francisco o una nueva política vaticana, disciplinen a la Jerarquía Católica Española, y a sus huestes, acampados ahora en los cuarteles de invierno, sencillamente no han llegado a una mejor comprensión del problema. Estos “creyentes” están bajo el influjo  de una concepción enferma de la autoridad en democracia, que nada tiene que ver, aunque la confundan, con la autoridad religiosa propia de los fieles. Creyentes y no creyentes conformamos la sociedad civil, pero no la determinamos por nuestras afiliaciones. Tal concepción “enferma” de la autoridad ha sido uno de nuestros elementos culturales revestido de sentido religioso. No retrocedamos a la historia,  lo ha hecho ya Honorio.

    La democracia se gobierna por el principio de la mayoria y no de la verdad.Los partidos políticos pueden por si sólo constituir mayorías o quedarse en minoría, pero si estando en el gobierno de nuestra democracia representativa se crea movido por una instancia ajena y superior, y se considera legitimado y  con el derecho de imponer el bien común, o si estando en minoría por esa misma instancia o principio establece una barrera dogmática, una línea roja, estará, igualmente enfermo que el creyente confeso. Tal descarte de la negociación en una circunstancia u otra rompe la democracia, que es el juego participativo de las mayorías y las minorías a través de la negociación que es como se llega a la voluntad general.

    Llegados a este punto comprobamos que no podemos culpar sólo a la Iglesia Española, sino reconocer esta mentalidad dogmática instalada, por ejemplo en el Partido popular. Pongo el ejemplo porque ha gobernado cuatro años con mayorías absolutas, y alejándose  de las minorías ha sufrido el escapismo de la realidad.Es un mal de la derecha, sea religiosa o nó., e instalado en nuestros políticos., si nó, vemos esos “emergentes” y sus análisis neomarxistas y de los nacionalismos excluyentes… Una enfermedad  de la que adolece nuestro cuerpo social.

    No estamos, pues frente a un problema de religión, sino ético. No se puede regular la ética pública mediante nuestras éticas privadas, tampoco desde la concepción antropológica de que la razón esté necesitada de una instancia superior para llegar a la verdad y que sólo con la ayuda de esa instancia podamos construir adecuadamente el pensamiento político y jurídico.

    La diferencia entre las éticas privadas, las de nuestro entorno se fundamentan principalmente en creencias religiosas, con las cuales construimos una ética de salvación. No ocurre así con la pública aunque busquemos nuestra autonomía moral la felicidad, el bien o la virtud.

    La ética publica en la sociedad civil busca lo que es justo, y sobre esos principios se organiza y articula el Derecho. Tal premisa queda salvaguardada en un Estado laico. Tal principio es válido para el gobierno de la Nación y para todas las comunidades autonómicas.

  • olga larrazabal

    Francisco con sus luces y sus sombras, como todos los humanos, por su pasado peronista de derechas más afín al Falangismo español que a la República, le debe tener un poco de miedo a los personajes más republicanos laicistas a los que debe considerar un poco “rojillos” para su digestión.

    Lo entiendo porque a mi me pasa todo lo contrario que a él, y por mi tradición se me paran los pelos con todo lo que huela a beaterío fascista anti republicano.

    No somos ni perfectos ni ecuánimes.

  • Antonio Rejas

    Es tan cierto lo que se dice que solo puedo dedicar un aplauso al artículo, aunque sin la alegría propia de los aplausos, sino con tristeza. No sé si Francisco ha dirigido alguna admonición a los obispos españoles pues los resultados no se aprecian, es más, creo que van a peor por lo que deduzco del funcionamiento de 13TV y del pensamiento mayoritario de su audiencia seguidora fiel de la misma. Hace mucho que llegué a la conclusión de que los obispos españoles no tienen fe en el evangelio porque sus obras como Colegio Episcopal y también de obispos en solitario son contrarias al mismo, aunque es posible que haya alguna excepción.