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Laudato si’

ArregiPrimavera de 1225 en Asís. Francisco tiene 44 años, todo el cuerpo doliente, los ojos casi ciegos. La fraternidad pobre e itinerante que había soñado 20 años atrás se está convirtiendo en Orden poderosa, instalada en el corazón de los burgos. Su sueño ha fracasado. Se siente solo. Y presiente la muerte, que llegará año y medio después. Pero ahí, en su extremo desaliento, dice sí, se diluye su última pizca de amargura. Ahora ya se siente libre de todo, y enteramente hermano de todos sus hermanos, de la hermana Clara que está a su lado, de la hermana madre tierra, del sol y del agua, del fuego y de la muerte. Y desde el fondo de su ser, por todos los poros de su cuerpo llagado, le brota la alabanza en el dialecto romance de su bella Umbría: Laudato si, alabado seas. Y con esas palabras como estribillo compone el “Cántico del hermano sol”, singular testimonio del italiano naciente. Y de su alma singular. Muere cantando como la alondra en el cielo de Asís.

Laudato si. Es el título de la primera encíclica del papa Francisco, la primera sobre la ecología en toda la historia, y sorprendentemente profética. Evangelio luminoso para hoy en paradigma ecológico. Reconoce al Poverello de Asís como modelo, y apostaría a que las líneas maestras y las mejores páginas, numerosas, son hechura… del hermano Leonardo Boff, un hijo de San Francisco al que Juan Pablo II hizo callar. El Espíritu no calla ni deja de soplar.

El Espíritu nos abre los ojos para que viendo veamos. ¿Qué vemos? El panorama es desolador: sobrecalentamiento del planeta, cambio climático, contaminación masiva, sobreproducción de basura, cultura del descarte, pérdida de la biodiversidad, conversión del maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos, inminente carencia de agua potable para los más pobres, desaparición de culturas milenarias. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últi­mos dos siglos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería, mientras se desperdicia un tercio de los alimentos que se producen. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombra­ría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida. Y estas predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. (Todas estas frases, al igual que las que siguen, las tomo literalmente de la Encíclica, en otro orden y sin comillas).

¿Cuáles son las causas profundas de ese panorama desolador? Es la globalización del paradigma tecnocrático: la tecnología al servicio de los más poderosos y ricos. Es la especulación financiera. Son los intereses eco­nómicos de las corporaciones transnacionales. Es el uso intensivo de los combustibles fósiles, petróleo y gas. Es la depredación de los recursos por una visión inmediatista de la economía. Es el sometimiento de la política a las finanzas. Y la idea de un crecimiento ilimitado, la mentira de la disponibi­lidad infinita de los bienes del planeta. La consecuencia, hela ahí: el clamor de la tierra y el clamor de los pobres, un clamor único que nos reclama otro rumbo. Nos hallamos en una grave encrucijada planetaria.

¿Podemos aún hacer algo? Podemos y debemos buscar un nuevo comienzo. Necesitamos una ecología integral. (Y aquí apunto mi única crítica al escrito papal: ¿es coherente con dicha ecología integral seguir considerando, como hace, al ser humano centro y corona de toda la creación, e ignorar el gravísimo problema de la superpoblación humana del planeta? Me parecen dos serias lagunas de esta por lo demás espléndida encíclica). Necesitamos una nueva política que piense con visión amplia y no se deje someter a los poderes financieros. Y organismos internacionales y organizaciones civiles que presionen para que los gobiernos de turno no se vendan a intereses espurios, locales o internacionales. Una verdadera autoridad política mundial.

Necesitamos una economía que subordine la propiedad privada al destino universal de los bienes. Un modelo circular de producción que reemplace la utilización de combustibles fósiles por fuentes de energía renovable, y asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, pues la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán. Un crecimiento sostenible para todos, que exige decrecimiento en algunas partes del mundo, pues el actual nivel de consumo de los paí­ses y de las clases más ricas es insostenible para todos. Y no olvidar que los países más ricos tienen una gravísima deuda ecológica con los países más pobres.

Necesitamos un nuevo estilo de vida más sobria, capaz de gozar con poco. Una ética ecológica fundada en el reconocimiento de que todas las criaturas están conectadas, y cada una debe ser valorada con afecto y admiración. Todos los seres nos necesitamos unos a otros, los seres humanos y también los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos.

Necesitamos una espiritualidad que descubra la mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre, que mire el suelo, el agua, las montañas como caricia de Dios (o de la Vida o del Misterio que Es).

¿Será todo esto algo más que palabras, sueños y buenos deseos? De nosotros depende. Haz como Francisco de Asís. Basta un hombre bueno para que haya esperanza, dice el papa Francisco. La injusticia no es invencible. El amor mueve el sol y las estrellas. El amor puede más. Que nuestras luchas y preocupaciones por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza. Caminemos cantando.

4 comentarios

  • George R Porta

    Se me hace muy difícil no intentar responder a la interesantísima pregunta de Antonio Viciedo. Si la historia del individuo es la historia de la raza (o de la especie para los que no puedan ver la humanidad como única raza humana), el ser humano se ha visto en el centro por el hecho de que puede dominar al resto de la naturaleza y se sirve de ella. Es un aprendizaje que sale del haber podido dominar y someter que los hebreos decidieron legalizer en Genesis.

    Los/las niños/as por mucho tiempo tienen igual fantasia de ser el centro de la vida de sus padres/madres. Solo la maduración, el crecimiento permite abandoner esa fase de narcisismo primario y buscar, redirigiéndose, hacia un equilibrio más o menos estable en el que todo el mundo quede satisfecho.

    Quizás la humanidad después de dejar de sentirse predilecta por la divinidad pasando por la negación de una tal divinidad que le dé preferencia por sobre todo el resto de lo “creado”, haya llegado o esté llegando al punto de considerer que el aura tiñosa presta un servicio de primera alimentándose de la carroña, que las cucarachas son extraordinariamente higiénicas, que los monos son bastante poco ecológicos y que hay seres humanos que no tienen siquiera carroña que comer y a mucha gente no le importa y un montón que son más guarros que las auras y las cucarachas.

    Llamar a la luna Hermana, al lobo y al cordero hermanos con cariño y fascinarse por la belleza y el poder de la lluvia require un grado de sencilles que alguien que se precia de sr la joya de la corona y en cambio destruye la corona de la que es joya parece que no tenga.

    Quizás es el riesgo de tener que deconstruir toda una estructura ideológica y admitir que pensar no es mejor que simplemente la acción mecáanica de andar si el pensamiento es destructivo y egocéntrico.

    Es comprensible que a alguien como el ser humano que se empeñado en “ser como dioses” del modo que se imagina a los dioses le cueste trabajo poner los pies sobre la tierra, admirar las hormigas y hasta agradecerles la labor que realizen ventilando el suelo como a su manera también hacen los vermes.

    Ojalá que la pregunta que hace Antonio sea escuchada. Al menos yo le quedo agradecido.

  • Antonio Vicedo

    ¿Porqué a ese empeño de rucurrir al  antropocentrismo humano no le acompaña la forma de  no considerar ese antropocentrismo desde su realidad (natural) pero sbre todo desde la calidad inalienable de la equivalente hermandad en valor, dignidad y finalidad?
     
    Ese carácter antropocéntrico de todos y cada uno de los seres humanos, desde la fe cristiana queda inalienablemente condicionado por aquella gran verdad humana expresada y contemplada por Jesús al afirmar solemnemente- ” A NADIE consideréis ni llaméis PADRE sobre la Tierra, pues UNO SOLO, EL CELESTIAL, es vuestro PADRE.”
     
    Al ser humano, desde nuestra fe cristiana  no se le ha coincidido  ese omnímodo centralismo ni respecto a sus semejantes, ni con relación al resto de la Naturaleza.
     
    Su verdadera CALIFICACIÓN, en tanto ser humano  se mantiene y expresa prácticamente en la solidaridad  de hermandad en su condición de sujeto compartida con toda la HUMANIDAD.
     
    Cualquier otra interpretación sobre la calidad del poder religioso, queda inapelablemente fijada en aquello de : El SABADO es para la HUMANIDAD  y no esta para aquel  bajo ninguna de sus manifestaciones por divinas que parezcan.
     
    Mal anda la eclesialidad en toda su estructuración, si esto tan elemental y fundamental en el proyecto Mesiánico, no se quiere admitir ni ser considerado como modo de posibilidades vivenciales

  • George R Porta

    Al trasladar de Word al sitio de entradas de Atrio, dejé fuera esto que deseaba incluir: “El antropocentrismo no puede ser evitado o renunciado cuando se habla desde la amenaza, la urgencia del miedo, la duda y la desconfianza o la desesperanza de un mañana major y ese es el lugar desde donde arranca Francisco, el opuesto al que ocupaba y desde que el Francisco de Asís, como las alondras, entonó su himno laudatorio.”

    Perdón por mi torpeza que se me va hacienda un mal hábito. 

  • George R Porta

    Leo lo siguiente en el artículo de este hilo:
     
    “Necesitamos una ecología integral. (Y aquí apunto mi única crítica al escrito papal: ¿es coherente con dicha ecología integral seguir considerando, como hace, al ser humano centro y corona de toda la creación, e ignorar el gravísimo problema de la superpoblación humana del planeta? Me parecen dos serias lagunas de esta por lo demás espléndida encíclica.
     
    ¿No es este el pensar antropocéntrico del ser humano bajo el sentimiento de que peligra o de que le amenaza su propia capacidad de auto-destrucción? ¿No es este el pensamiento del antropocentrismo que el propio Arregui cuestiona? ¿Ha renunciado el autor a pensar desde y bajo su carga antropocéntrica? ¿Fuera eso posible? Mi respuesta es que no lo es y desde luego confieso que posiblemente, probablemente, de hecho, yo tampoco puedo.
     
    Cuando una fiera mata para comer no puede dejar de hacerlo desde su actuar centrada en sí misma. Da lo mismo si se trata de un león o una hormiga o un aura tiñosa y, muy curiosamente, la hormiga y el aura tiñosa parecen enormemente pro-ecológicas y el león lo parece mucho menos.
     
    Si Francisco se sale de lo antropocéntrico se sale de la ortodoxia católica y hasta de lo cristiano y desde luego de su némesis en Hebreos, Cur deus Homo, etc.
     
    La antropología cristiana y en ella la católica están condicionadas por la percepción judía de “pueblo escogido” por la divinidad que sigue siendo causa y objeto de guerra.
     
    Quienes compusieron los Evangelios seleccionaron, según un paradigma judío antropocéntrico, a el mensaje de Jesús que decidieron trasmitir aunque nunca pensaron, me atrevo a estimar que el que ellos escogían comunicar fuera a ser el único trasmitido. Quizás le reconocían derecho a los demás cristianos a seguir escribiendo Evangelios. Pablo mismo no parece haberse detenido a pesar de la interferencia de los judaizantes. Ni dejó de interferir el mismo la creencia judía de la que procedía y de la que procedía Jesús. Quizás el “paralaje” o la distorsión no le creaban problemas.
     
    El magisterio católico no puede admitir que los evangelios se hayan quedado cortos sin quitarse él mismo el suelo sobre el que se yergue. No puede admitir que la revelación no esté completa en Jesús, que el Jesús que ha sido comunicado fuera precisamente reducido. Que sus asesinos al ejecutarlo malograron el resto de que Jesús mismo, que no parece haber deseado morir cuando fue asesinado, posiblemente, se viera haciendo y diciendo.
     
    El asesinato de Jesús no fue suicidio y sus últimas peticiones o sus últimos encargos son declarados en los Evangelios a través de la lente de su muerte, a posteriori.
     
    Es cierto que  aunque su imprudencia al lanzarse al (por ejemplo contra los cambistas del Atrio de los Gentiles) como un “espontáneo” cualquiera haya tenido que ver con la aceleración de su asesinato. Lo hizo cuando el horno no estaba para bollos, quizás siendo auténticamente humano era muy joven su impulsividad lo pudo (Pablo parece haber pensado que Jesús aprendiera sufriendo) y que lo pudiera lo mejor que había en su humanidad, su antropocentrismo aprendido en la sinagoga.
     
    Aun admitiendo que se pueda explicar este reduccionismo de Jesús a los meros treinta y tantos años terminados antes de tiempo, hace 20 siglos que el Magisterio Eclesiástico lo defiende como revelación completa.
     
    Todo el rollo del pecado, de la salvación sacrificial, la función del clero en la comunidad por encima de la de la familia (el celibato y la castidad en un paquete tan a menudo confuso cuanto corrupto y manipulado). Todo eso es parte del desorden ecológico porque expresa la antiecología  antropocéntrica.
     
    Ni qué decir de la cuestión de la mujer o del misoginismo consagrado lapidariamente en Efesios y, subsecuentemente, en la teología escrita por los no casados, no importa las vueltas que se le dé y que el próximo Sínodo no resolverá por lo que se ve del documento de trabajo.
     
    Francisco trató pero la burocracia eclesiocéntrica (que necesita ser antropocéntrica para subsistir y retener su poder) no le permite avanzar. Después de todo Francisco se debe a ella y ni siquiera puede reformarla sin aumentarla cuando debiera reducirla.
     
    La herencia judeo-cristiana es antropocéntrica como lo son sus raíces prehistóricas pero saberlo no ha impedido que todo el aparato eclesiástico que ahora escribe en la mano de Francisco siga negando que el sentimiento profundo de ser estando en la divinidad si la divinidad existe quizás nunca haya estado errado.
     
    Mientras la Iglesia siga sacando intercesores de su manga mágica, seguirá divulgando este edificio falaz de Dios arriba, lo humano con su Vicario de Cristo en el medio y al frente del ejército de los administradores de la Gracia, y el resto de lo vivo debajo, y esta especie de sándwich teológico-filosófico seguirá entorpeciendo o impidiendo una comprensión del Mundo que sea ecológicamente aceptable o válida.