Otra magnífica homilía de Francisco a los cardenales
SANTA MISA CON LOS NUEVOS CARDENALES
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 15 de febrero de 2015[VÍDEO]
Pinchar en Video on demand. La homilía a partir del min. 27. Vale la pena oírla.
«Señor, si quieres, puedes limpiarme…» Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda límpio» (cf.Mc 1,40-41). La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente… simplemente, porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión.
«No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado» (Mc 1, 45). Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía (cf. Lv 13,1-2. 45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias (cf. Is 53,4).
La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración.
Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: «Impuros» (cf. Lv 13,1-2. 45.46).
Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como «si su padre le hubiera escupido en la cara» (Nm 12,14).
Además, el leproso infunde miedo, desprecio, disgusto y por esto viene abandonado por los propios familiares, evitado por las otras personas, marginado por la sociedad, es más, la misma sociedad lo expulsa y lo fuerza a vivir en lugares alejados de los sanos, lo excluye. Y esto hasta el punto de que si un individuo sano se hubiese acercado a un leproso, habría sido severamente castigado y, muchas veces, tratado, a su vez, como un leproso.
Es verdad, la finalidad de esa norma era la de salvar a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro, tratando sin piedad al contagiado. De aquí, que el Sumo Sacerdote Caifás exclamase: «Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn 11,50).
Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5, 17), declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, «que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). «Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7; Os 6,6).
Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos.
Y Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10).
Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio.
Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. San Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor de llevar el anuncio del Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Mt 28,19), escandalizó y encontró una fuerte resistencia y una gran hostilidad sobre todo de parte de aquellos que exigían una incondicional observancia de la Ley mosaica, incluso a los paganos convertidos. También san Pedro fue duramente criticado por la comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, el centurión pagano (cf. Hch 10).
El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las “periferias” esenciales de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al Maestro que dice: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Lc 5,31-32).
Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la tentación del «hermano mayor» (cf. Lc 15,11-32) y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor (cf. Mt 20,1-16).
En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita (cf. 1Cor 13). La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo… El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto! Era un leproso y se ha convertido en mensajero del amor de Dios. Dice el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho» (Mc 1,45).
Queridos nuevos Cardenales, ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente. «Quien dice que permanece en Él debe caminar como Él caminó» (1Jn 2,6). ¡La disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor!
Pensadlo bien en estos días en los que habéis recibido el título cardenalicio. Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias (cf. Jn 8,41) y el exilio (cf. Mt 2,13-23), para que nos conceda el ser siervos fieles de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo de la ternura. Cuántas veces tenemos miedo de la ternura. Que Ella nos enseñe a no tener miedo de la ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él.
Queridos hermanos nuevos Cardenales, mirando a Jesús y a nuestra Madre, os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos – edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no tuvo miedo de abrazar al leproso y de acoger a aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, queridos hermanos, sobre el evangelio de los marginados, se juega y se descubre y se revela nuestra credibilidad.
Es un buen mensaje, pero la pregunta que me queda es: ¿por qué no ir más al fondo de la cuestión?.. ¿Esta Iglesia que se esfuerza por predicar Francisco en fidelidad con el Evangelio, necesita de que se sigan creando nuevos cardenales?
Oscar: No me preguntas explícitamente pero preguntas en general y deseo converser contigo de cualquier modo y eso justifica que me aproveche en esta occasion (No necesito decir que el deseo es sincere pero que en modo alguno espero que te des por aludido).
Al menos mi comentario al respect ose debe a que en su homilía Bergoglio definió la institución cardenalicia como servicio colegial y no como individualmente honorífica de cada investido (otros lo han hecho antes después del Concilio pero eso no cambió mucho la idea de príncipes en los investidos) y por otro lado volvió a referir a la encrucijada que Jesús, según los evangelios, trató de definer en su modo de actuar: Miedo versus cello en la cual los seglares o laicos somos considerados posesióno patrimonio, la cual conduce al proselitismo y las ortodoxias divisorias, exclusivas, etc., que en el fondo me parecen anti cristianas.
Un abrazo a ti y a Olguita y desde luego me confío a que perdones mi personalización de tu pregunta.
Hola!
Excelentes reflexiones en torno al “trato” a los abandonados.
Y me pregunto: ¿qué tiene esto que ver con la Institución cardenalicia, motivo del Acto ¿no?
¡Voy todavía! – Oscar.
………………..
PS.: Pienso que Bergoglio juega piezas estratégicas para futurizar la línea de gobernabilidad según él (me incluyo) la entiende. Con estas irrefutables Homilías va des-articulando al Adversario ¿no?
¿Y como podemos saber, pepe, que:-” Lo hacemos porque sí, porque nos apetece y porque es nuestra decisión?
Se entiende más fácilmente lo de: porque es nuestra decisión, pero ¿igualmente el porque si , porque nos apetece?
Somos tan abiertos a lo mas y tan poca cosa para afrontar esa aspiración que, a menudo quedamos como asombrados ante la llamada imperiosa de llegar a metas que nos desbordan, sin porder concretar los por qué si y los por qué no.
Y es que, amigo, vivimos, pero sin terminar de entender qué es nuestra vida, sino en el resultado de lo vivido.
¿Estaremos tan solos en este inexplicable vivir? – El SI o el No, los dejamos en el horizonte de la FE para cuya doble opción, encontramos segura y personal capacidad. Un abrazo.
Una palabra “encantadora” ¡No es el camino!
Seguir nombrando cardenales “príncipes” ¡No es el camino!
Nos queda tanto por hacer para intentar volver a la Fuente, sin que en el camino se destruya por completo. Una iglesia que hasta ahora, ha estado totalmente (en su cúpula al menos) tan alejada de lo que ahora el papa Francisco nos dice… al tiempo que sigue haciendo… ¡Lo de siempre!
No, no es el camino, tendremos que seguir como nos dice Pepe, seguir trabajando desde otros caminos para que algún día… consigamos encontrarnos desde otra manera de mirar.
mª pilar
Bueno, ese es un punto de vista. Es un punto de vista comprensible en un papa que va de enrollado. Otro punto de vista es que quienes se están apartando cada vez más hacia la periferia son ellos: el papa, los cardenales -los nuevos y los viejos-, los obispos, muchos sacerdotes y muchos católicos.
Pero, afortunadamente, aún estamos aquí algunos quijotes dispuestos a salvarlos, a ir a buscarlos a la periferia de la historia. Y, para ello, no necesitamos la motivación de un mandato divino previo. Lo hacemos porque sí, porque nos apetece y porque es nuestra decisión.
Magnífico. Oportunísimo. Voy a utilizar esta
homilía en el primer encuentro del año de
catequistas. Profundo,claro bien aterrizado.
Parece que el mensaje implícito sea el de aprender a mirar cuanto más mejor con una mirada como aquella de Jesús para poder ver al/la otro/a en su necesidad que regala al observador o testigo la ocasión del servicio en el amor, es decir, gratuitamente, no con ánimos de impresionar o hacer proselitismo, sino con el solo propósito de servir.
Quizás Francisco quiso llamarnos a la atención a un renovado entendimiento de la evangelización, del cual siendo tan viejo como aquella llamada atribuida a Jesús en los evangelios de seguirle a base de imitarle, nos hemos distraído. No se trata tanto de buscar la propia salvación, sino de vivir en la alegría de contagiarla en el servicio compasivo y gratuito. Parece que quisiera remarcar, siguiendo la tradición de Ignacio de Loyola del “en todo amar y servir” (Ejercicios Espirituales n. 233), que la evangelización más que “decir” sea decir amando, o amar sirviendo (Cf. Ejercicios Espirituales, n. 230).
La misma noción de salvación que ha perdurado y, sobre todo, Pablo en cierta medida distorsionó haciendo casi exclusivamente una lectura sacrificial del asesinato de Jesús, parece que debiera cambiar. La Carta a los Hebreos, que no es paulina sino anónima y transida de sabor vetero-testamentario al punto de convertir a Jesús en un nuevo Sumo Sacerdote, también es promotora de una tal visión sacerdotal de la evangelización.
Esa visión ha tenido trágicos resultados: 2000+ años después el sacerdocio de la religión católica sigue teniendo que confesar su inefectividad, tiene que enmendar su corrupción y pérdida de sus genuinos propósitos y el mundo secular es un mundo injustamente desigual, cundido de opresión. Quizás el énfasis deba estar en que la vida misma es anuncio, testimonio como “voz” según el modelo secular típicamente individual, y contenga la más auténtica forma del seguimiento fiel en la compasión gratuita del amar sirviendo. (Cf., por ejemplo, el número 16 del decreto sobre el apostolado de los laicos, del Vaticano II.)
La difusión del sufrimiento y omnipresencia de la injusticia parecen renovar la validez de la definición que Mateo atribuye a Jesús de su misión en camino:* “Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan, y pobres reciben la buena noticia” (11, 2-6). Este ocurrir en presente habla por sí mismo. En Juan se atribuye a Jesús haber dicho, de nuevo en presente, otra definición de la misión de hacer presente a Jesús a base de hacerse conocer: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: En que os tenéis amor entre vosotros” (Juan 13, 35).
Parece que sea amar mucho más que decir, aunque haya que decir o proclamar lo necesario en ese amar. Es amar sirviendo lo que distingue al seguidor de Jesús y parece que ese sea el mensaje de Francisco no solo a los cardenales sino a todos.
Hermoso texto.
Buen punto de partida para la reflexión y la acción en el día a día.
Hoy, solemne y valientemente, Francisco le ha cedido a Jesús, visiblemente, el timón de LA BARCA.
Si es verdad aquello de que: “Por la boca muere el pez”, hoy ha habido pesca mayor en San Pedro del Vaticano.
La referencia a María, Madre de Jesús y de la Humanidad, bien la podemos recibir como invitación a considerar su intercesión en las Bodas de Caná, poniendo en aprieto a Jesús y orientando a los servidores con aquel. “Haced lo que Él os diga.”
Y lo que Él sigue diciendo es que hagamos lo que está en nuestra capacidad humana hacer: “Llenar de agua (SOLIDARIDAD A TODO RIESGO ante leyes “divinas” y humanas) las tinajas vacías”
Porque, la FIESTA y el VINO OPTIMO para ella, es cosa para TODA VIDA HUMANA.