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La dignidad humana

Carlos Barberá

Me ha sugerido la reflexión que sigue la vista de unas cuantas imágenes de las torturas y ejecuciones del Frente Islámico.  Especialmente estremecedora, la del cadáver ensangrentado de una mujer con un crucifijo embutido en la boca.

Puede que nos hayamos vuelto más blandos y nuestra sensibilidad sea menos recia que la de otros tiempos en que ocurrían estas mismas cosas sin escándalo para nadie. Por ejemplo, Galaad, amonita, pone como condición a los de Jabes, para firmar una alianza con él, que a todos ellos se les saque el ojo derecho (1 Sam 11, 1-3). Y Josué no le andaba a la zaga: “entonces Josué tomó a Akán, hijo de Zéraj, con la plata, el manto y el lingote de oro, a sus hijos, sus hijas, su toro, su asno y su oveja, su tienda y todo lo suyo y los hizo subir al valle de Akor. Todo Israel le acompañaba. Josué dijo: ´¿Por qué nos has traído la desgracia? Que Yahveh te haga desgraciado en este día`. Y todo Israel lo apedreó (y los quemaron en la hoguera y los apedrearon)” (Jos 7, 24).

Será, pues, solamente eso, qué estas cosas ya no se hacen, que nuestros estómagos ya no las aguantan. Ya no nos vemos capaces, como los civilizados romanos, de ir al estadio a contemplar cómo unos leones devoran a personas humanas o un gladiador ajusticia a otro. Parecería, pues, que el problema es que los del Frente son un movimiento anacrónico, que llega con siglos de retraso.

Se dirá que esa argumentación peca de frivolidad, que no se trata de anacronismo sino de acciones criminales sin más adjetivos porque ya sabemos que la persona humana goza de una dignidad inatacable. Y en efecto, el prólogo de la Declaración Universal de Derechos Humanos  habla de la “dignidad intrínseca (…) de todos los miembros de la familia humana”, y luego afirma en su artículo 1º que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Se trata de una constatación que, aunque haya tardado tantos siglos en formularse, pertenece a eso que ya desde la Grecia clásica, y con representantes tan calificados como Tomás de Aquino o Kant, se llamó ley natural.

Confieso que siempre he tenido mis dudas sobre la existencia de esa pretendida ley natural. Fijémonos en el fenómeno de la esclavitud, la negación más evidente de la dignidad igual de los seres humanos. La esclavitud ha existido en todos los tiempos y en todas las épocas ha encontrado defensores, desde Aristóteles a Locke. ¿Cómo puede por tanto sostenerse que la dignidad de todos los seres humanos sea un valor “natural” ? Si así fuera, un texto religioso como es el Corán no podría decir cosas como las siguientes: matadlos (a los infieles) donde deis con ellos y expulsadlos de donde os hayan expulsado (2:191); ¡Combatid contra los infieles que tengáis cerca! ¡Que os encuentren duros! (9:123); ¡Anima a los creyentes al combate! (8:65); ¡que no crean los infieles que van a escapar! ¡No podrán! (8:59); ¡Profeta! ¡combate contra los infieles y los hipócritas! ¡muéstrate duro con ellos! tendrán el infierno por morada (66:9); cuando sostengáis, pues, un encuentro con los infieles, descargad los golpes en el cuello hasta someterlos. Entonces, atadlos fuertemente. Luego, devolvedles la libertad, de gracia o mediante rescate (47:4).

Creo que no cabe más remedio que decir que la dignidad humana es únicamente fruto de una toma de conciencia que ha llevado a todos a una afirmación compartida. Y sin embargo… En la película El Tercer Hombre, mirando hacia abajo desde la noria del Prater de Viena, Harry Lime argumentaba a su amigo, un honrado americano: mira esas personas en la calle, son como hormigas ¿qué más te da que algunas de esas hormigas desaparezcan? Sin duda, pese a la voluntad de convencer a todos, habrá muchos Harry Lime, a veces grupos enteros, como el Frente Islámico, que se negarán a aceptar esa pretendida dignidad humana natural.

Pero hagamos un poco de teología. Uno de los pilares del cristianismo es la llamada encarnación de Dios. La teología escolar, convertida en creencia popular, decía que Dios se hizo hombre por el Hijo, murió pagando por nuestros pecados y nos ganó la vida eterna. Un esquema, como se sabe, sujeto a mil objeciones.

Formulemos, pues, muy someramente, un esquema distinto: Poco a poco, la tradición judía y luego la cristiana van desarrollando la idea de la presencia del Espíritu. Primero se relata cómo, al comienzo del mundo,  “el Espíritu se movía sobre las aguas” (Gen 1,2); más tarde se afirma que “en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas” (Sab , 27); finalmente se asegura que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5).

Según esto, para la doctrina cristiana cada ser humano posee una dignidad especial porque, aun siendo su existencia relativa, sumamente frágil, tantas veces sin importancia y en ocasiones abominable, está traspasada por la presencia del Espíritu. La presencia gratuita de lo absoluto transforma en absoluta la relatividad humana. Así pues, la dignidad humana tiene un fundamento religioso y, aun mejor, cristiano. Precisamente por ello, tales afirmaciones no pueden ser compartidas por todos, se fundamentan en una fe patrimonio solamente de algunos.

¿Cuál, es pues, la consecuencia? Que todos los hombres sean iguales en dignidad es una afirmación convencional pero a esa convención hay que atraer a los más posibles y ojalá a todos. Quienes la sostienen han de esforzarse en ponerla en práctica, en hacerla visible y el modo mejor, aparte de proclamarla, consiste en dar dignidad a quienes de hecho en este mundo carecen de ella.

Termino con una conclusión que me importa. Gestora de la tradición bíblica, la Iglesia ha de tener como una de sus tareas primeras la atención, la tutela, el cuidado de las víctimas. Sólo así hará visible la doctrina propia, ahora compartida por muchos, de que todos los seres humanos son iguales en dignidad.

6 comentarios

  • ELOY

    Hola Rodrigo Olvera:

    Dicen en mi tierra que “o falar non ten cancelas” (el hablar no tiene barreras) y quizá suceda lo mismo con las interpretaciones: que son libres.

    Yo, sin ánimo alguno de controversia, de momento mantengo la mía, porque es en la que creo.

    Gracias y un saludo.  
     

  • Rodrigo Olvera

    Pues yo he interpretado diferente, Eloy.
     
    NO veo que sea teoría vs práctica; lo que yo leo en el artículo es la contraposición entre  fundamentación laica vs fundamentación religiosa de la dignidad humana. Y el texto descalifica la fundamentación laica de la dignidad humana y afirma que la dignidad humana tiene un fundamento no sólo religioso sino cristiano. Y que justamente por tener un fundamento cristiano es que no todas las personas aceptan la afirmación de la dignidad humana (como si únicamente las personas no cristianas o al menos las no religiosas no respetaran la dignidad humana, cuando hasta el día de hoy algunas de las peores descalificaciones teóricas y prácticas a la dignidad humana se encuentran en el “magisterio” católico).
     
    Lo cual por cierto, viene siendo un hilo común en los artículos de Barberá: la intencionalidad apologética, que expresamente ha reivindicado.
     
    Abrazos y esperanzas

  • olga larrazabal

    Me parece que la” Humanización” de la Humanidad es un proceso de autogestión que la propia humanidad tiene que tomar en sus manos, y que está sujeto a ensayos y errores como todos los procesos de evolución.  El que siga una dirección determinada y no otra en el largo plazo, puede ser consecuencia de la venida de algún carpintero a algún pueblo marginal del Imperio, que concibió un sueño, y que las personas encontraron este sueño razonable y bueno y lo tomaron como modo de vida.  Si las propias personas que son las que gestan la realidad abandonan el sueño, este no se cumple.

  • ELOY

    Apreciado Antonio Vicedo:
    Creo que el sentido último del texto de Carlos Barberá va en el mismo sentido  que tú apuntas, es decir, creo (yo al menos así lo he entendido en una primera lectura) que él quiere remarcar la diferencia entre el reconocimiento teórico de la igualdad y la divergencia real, práctica, respecto a ese postulado de igualdad. 

    No sé si el autor querrá aclararnos este punto, porque es verdad que desde la “no creencia” en “el derecho natural” , puede haber voces que postulen que todo derecho (al menos jurídicamente hablando) es “convencional”, es decir, es  fruto de un acuerdo generalmente aceptado.

    En todo caso agradezco tu comentario que me ha hecho reflexionar y que contribuye a dar aliento a este “post”.
     
     

  • Antonio Vicedo

    Eloy, ¿No seria más ajustado a razón hablar de causa que de consecuencia y suplir convencional por realista y específicamente humana, al afirmar esto:- “Que todos los hombres sean iguales en dignidad es una afirmación convencional”?
     
    ¿O hay que admitir que el HUMANISMO de la HUMANIDAD depende de convencionalismos y no de la misma REALIDAD HUMANA?
     
    ¿No está sirviendo de base ideológica esa convencionalidad para empecinarse en los sofismas de DEMAGOGIA y UTOPIA PERMANENTE  quienes atacan cualquier proyecto de verdadero, real y eficaz cambio de la aberrante estructuración social humana, incluidos, sobre todo, los estamentos religiosos?
     
    Ni por racionalidad, ni por fe, es justo negar la radical igualdad de TODOS los SERES HUMANOS.
     

  • ELOY

    Es un artículo complejo que aborda distintos planos de la realidad y de la creencia.

    En todo caso nos pone ante el espejo de las debilidades de  los principios que no se cumplen. 

    Me quedo con el siguiente párrafo: 

    ¿Cuál, es pues, la consecuencia? Que todos los hombres sean iguales en dignidad es una afirmación convencional pero a esa convención hay que atraer a los más posibles y ojalá a todos. Quienes la sostienen han de esforzarse en ponerla en práctica, en hacerla visible y el modo mejor, aparte de proclamarla, consiste en dar dignidad a quienes de hecho en este mundo carecen de ella.