Cuando Ramón Echarren se halla presentado ante la Realidad Suprema que lo sostiene todo habrá oído como Elías “Qué te trae por aquí Ramón?. Mi pasión por el Señor Dios”. (I Reyes, 19, 9a 11-16).
No me resisto a contar un hecho del que fuimos protagonistas los dos, él agente y yo paciente. Como muchos otros hombres decentes de este país ejercí el ministerio presbiteral una docena larga de años, entrando en el seminario después de haber estudiado y trabajado, como le ocurrió a Ramón Echarren.
Pertenezco a la diócesis de Cádiz y tras servir unos años una parroquia de la ciudad, pasé un año en Madrid estudiando Doctrina Social de la Iglesia con don Ricardo Alberdi y dando clase en ICADE de pensamiento social.
Estaba adscrito a una parroquia de la vicaria pastoral de la que era obispo Echarren en la cual decía una de las misas un sacerdote de 92 años que era capellán de un convento de monjas de clausura situado en la feligresía. Había ganado por oposición una plaza de cantor en la Capilla Real de S.M. el rey don Alfonso XIII tras haber recibido dispensa pontificia para ser ordenado en su Burgos natal con 22 años recién cumplidos. El anciano capellán llevada setenta años diciendo misa.
Las benditas monjicas querían que monseñor Echarren les quitara de su vera al viejo capellán y así les dejara libre la casa donde llevaba viviendo hacia setenta años para nombrar una estrella sacerdotal ascendente en el firmamento curial madrileño muy prometedor y con muchas llaves de otras tantas puertas. Alguna de mucho pan llevar.
Me llamó el obispo una noche a casa para pedirme que lo viera a la mañana siguiente en la iglesia donde celebraba misa a primera hora. Me contó lo que ocurría y las presiones de la curia y de las monjas para echar al capellán. Y su solución:
“Si te nombro segundo capellán sin paga, porque no tengo dinero, y sin ocupar la casa porque ni la necesitas ni vas a seguir en Madrid cuando termines el año de permiso, quedo bien con la curia, callo a las monjas, oculto la estrella ascendente y dejamos a don Fausto en su casa los meses que le quedan de vida.”
Así se hizo. El anciano cantor real murió antes de que yo regresara a mi diócesis. En la casa donde había vivido siete decenas de años. Cuando murió encontramos los cuadernos rayados donde escribía las homilías con plumilla y tinta. Ramón se los quedó como una reliquia. No sé si al hacer recuento de sus pertenencias ahora al morir él, el arcediano de Fuerteventura y archivero de la diócesis de Gran Canaria los habrá encontrado. Pero seguro que Elías los ha leído.
Este comentario tienen muchas lecturas posibles. Señalo algunas:
Unas de indignación contra los que quisieron “desahuciar” al anciano sacerdote.
Otras de compasión hacia el anciano “desahuciable”.
Otras más de valoración humana de como se puede “actuar con la mano izquierda”
Y sin extenderme más , recapacito sobre la importancia de fijarse en las personas que nos rodean y sus problemas y tener en cuenta “los detalles” para intentar ayudarlas.