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Notre Dame de París no vale una misa

Artículo publicado también en Noticia Obreras y Diario Vasco

Seguro que el lector se habrá dado cuenta de que el encabezado de este texto es una adaptación de una frase que, atribuida a Enrique de Navarra –pretendiente protestante al reino de Francia– se habría visto obligado a convertirse al catolicismo para ser aceptado como Enrique IV (1589-1610): “Paris bien vale una misa”.

Haya sido proferida o no esta frase por él, lo cierto es que cuando se recurre a ella se hace porque se quiere resaltar su pragmatismo (con la conversión cesaron las guerras con los católicos y se posibilitó el reconocimiento de la libertad religiosa a los protestantes) o, más bien, porque se pretende denunciar el relativismo en que habría incurrido para poder mantenerse –por lo menos, pacíficamente– en el poder. Dando por buena –muy probablemente, con poco fundamento– esta última interpretación, no he podido evitar que también aflorara una variante más contemporánea de la misma, atribuida, en este caso, a Groucho Marx, pero publicada años antes en un periódico de Nueva Zelanda: “estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”; una irónica denuncia, como se puede apreciar, del relativismo y del cinismo.

A diferencia de lo recogido por Groucho Marx y de lo supuestamente formulado por Enrique IV, creo que, en general, el comportamiento del papa Francisco no tiene nada que ver con las actitudes que evidencian tales dichos. Sin embargo, eso no me impide reconocer que, a veces, se comporta como una persona desigualmente coherente con los objetivos formulados en el inicio de su pontificado: el primero de ellos, referido a la importancia de las periferias –económicas, políticas, geográficas, culturales y existenciales– frente a los centros, sobre todo, de poder, sean del tipo que sean. Y el segundo, atento a escuchar, en expresión suya, lo que piensa y siente “el santo pueblo de Dios” sobre el asunto de que se trate.

La coherencia con el primero de estos objetivos la aprecio en su rechazo a presidir la reinauguración de Notre Dame de París e ir a la periferia –que es Ajaccio, en la isla de Córcega– para cerrar un congreso sobre la espiritualidad en el Mediterráneo. En tal decisión se evidencia su firme voluntad de seguir poniendo en el centro de su pontificado y de la información mundial no solo la indudable importancia de la religiosidad popular —tan decisiva, por ejemplo, en el nacimiento de la teología de la liberación en América latina, Asia y África— sino también la denuncia del cementerio que sigue siendo el mar Mediterráneo para quienes se asoman a las ricas mesas europeas a comer, al menos, las migajas que caen de ellas. Y, de paso, reconocer, de nuevo, el compromiso de los colectivos samaritanos que, en mar o en tierra, intentan salvar y acompañar a estos parias de nuestros días. Con esta negativa, se evidencia, de nuevo, que a Francisco le interesa más la periferia mediterránea que el ombligo mediático del mundo que va a ser París cuando se reinaugure Notre Dame. Por eso, me ha venido a la cabeza que Ajaccio –y no París y su catedral– bien vale una misa. He aquí, me he dicho, una admirable coherencia con el primero de los objetivos de su programa, en las antípodas tanto del pragmatismo y del relativismo como del cinismo.

Me cuesta más reconocer tal coherencia en el desarrollo del segundo de los objetivos (“la escucha del santo pueblo de Dios”). Es incuestionable que pide e insiste en dicha “escucha” –y con muchísima razón– a los obispos, curas y cristianos en general. Y, la verdad, es que está abriendo caminos en tal dirección. Pero también es incuestionable que le cuesta ser coherente con ella; en concreto, en lo tocante, por ejemplo, al ejercicio y concepción de un poder eclesial –y, por ello, papal– que sea codecisivo y policéntrico. Probablemente –dicen sus defensores– porque tiene miedo a provocar una escisión en el seno de la Iglesia católica. Por eso, reiteran dichos defensores, insiste en “abrir procesos” que propicien la escucha del “santo pueblo de Dios”, como paso previo a una reforma que queda en manos de sus sucesores.

Sería deseable que fuera tan coherente en todo lo referente a este segundo objetivo como lo es defendiendo sin desmayo las periferias del mundo ante la omnipotencia de sus centros. Y que lo fuera, propiciando, por ejemplo, una unidad magisterial y organizativa –añado, por mi cuenta, diferenciada y policéntrica– que ayude a poner en su sitio a los uniformistas: no todos tenemos que caminar a la misma velocidad y en consonancia total. No creo que los católicos africanos tengan que comulgar –al menos, hoy por hoy– con la concepción de la homosexualidad que se va abriendo camino en Europa. Pero tampoco entiendo que los europeos tengamos que tragar con la concepción y praxis poligámica del matrimonio que se tolera en algunas iglesias africanas. Por tanto, ni pragmatismo, ni relativismo, ni cinismo. Es mucho mejor, la coherencia que brota –en lo referido al segundo de los objetivos– de apostar por una unidad diferenciada y policéntrica, además de por un poder codecisivo.

3 comentarios

  • Antonio Llaguno

    El jueves pasado, volvía de trabajar a casa y escuche en la radio una intervención de un psicólogo argentino, desgraciadamente no me quedé con el nombre, que interviene en el programa de Cantizano, en Onda Cero.En ella, y es la primera vez que escucho una reflexión así, defendía con vehemencia y criterio el relativismo, afirmando que es la postura correcta para afrontar las preguntas más importantes del ser humano.Concrétamente hizo alusión elogiosa a la postura de Groucho Marx.

    No es decir, soy un voluble o un cínico; sino soy una persona abierta al otro (Y a la otra) y puedo cambiar mis principios si usted me convence con los suyos.
    Es decir lo que afirma Julius Henry Marx no es “soy un chaquetero” sino “espero que seas capaz de convencerme y pensaré como tú.. hasta que otr@ me convenza de otra postura”

    Y es que lo que importa no son los mprincipios sino los finales y sobre todo, sobre todo, el camino que se sigue hasta acabar en esos finales.
    De personas ancladas en sólidos principios est,a los integristas llenos.

  • Juan A. Vinagre

    Comparto casi todo el artículo de Jesús M. G., aunque -sin defender ciegamente a Francisco,  hombre que puede no ser consecuente-, matizaría algo el segundo objetivo. Francisco está más cerca de los hechos reales que no siempre se ven, y como está mejor informado, puede ralentizar o en cierta medida acomodar sus objetivos… Pero, a mi juicio, ralentizar, acomodar, callar por prudencia, esperar…, no equivale a contradecirse, sino esperar a que llegue el momento más oportuno… Cambiar de opinión no siempre es una contradicción. La realidad es dinámica, y a veces es imprevisible, pues cambia y sorprende… Es cierto que a muchos, ciertos silencios o concesiones nos pueden “impacientar” (al menos impacientar), pero también es cierto que un cambio de cierta envergadura -vivido y “consagrado” durante siglos- requiere tiempo y prudencia. Los “hombres de Iglesia” son reacios y lentos al cambio. Su paradigma tradicional, estático e irrevisable, no se lo pone fácil…-Como dice JMG, “no todos tenemos que cambiar a la misma velocidad y con consonancia total”. La unidad puede ser “diferenciada y polifacética”. Lo más importante en el Mensaje del Reino es “la unidad en el amor”. Si hay unidad en el amor, habrá menos “egos” inflexibles, y nos escucharemos más, más abiertos…  En suma, si purificamos nuestros egos y nuestras tradiciones históricas humanas -que tanto condicionan-, será  más fácil que veamos la necesidad de consensos evangélicos y de cambios. Y entre esos cambios se encuentra el cambio del concepto de poder por el de SERVICIO, como quería el Maestro. Con este comentario quiero decir -me digo, con otros- que aunque deseo y veo-veamos necesarios muchos cambios, y a fondo, saber esperar algo -no digo demasiado- a que maduren cosas para no crear más divisiones…, bien vale una y varias misas. Ese saber esperar no supone pasividad, sino una siembra consciente y comprometida de ideas evangélicas, que nos ayuden a RENACER.  Éste es el cambio real. Con esta reflexión no trato de ser un simple conciliador. Solo digo que el REALISMO debe guiarnos, y debe estar también entre y con nosotros. Los cismas de Oriente y de Occidente, evitables -en Occidente más de dos-, deben ser una lección. Repito: La auténtica Unidad es la del AMOR, no tanto la de ideas o interpretaciones humanas inevitables. Y el amor auténtico supone y requiere mucha poda.) En esto nos conocerán… y reconocerán…

  • carmen

    Pues es sencillo.Todo para El Pueblo, pero sin El Pueblo. Sorry. No lo he podido evitar.Y, prefiero a Groucho.
    Un saludo.

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