¡Que el Señor abra nuestros oídos para que nuestros labios no cesen de anunciar sus maravillas!
Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá” que quiere decir “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. (Mc 7, 31-37)
El evangelio de Marcos continúa este domingo, relatándonos la curación de un tartamudo sordo. Decimos tartamudo y no mudo porque el texto dice que “no hablaba correctamente”. Marcos sitúa a Jesús en camino más allá de Galilea y realizando los signos del reino, uno de ellos las curaciones a los enfermos. La liturgia se salta el texto de la curación de la hija de una sirofenicia que antecede a esta curación. Por otra parte, esta curación se asemeja mucho a la curación de la hija de Jairo, relatada en el capítulo 5. En ambos textos Jesús pronuncia unas palabras: “Talita Kum” = levántate y Effatá = Ábrete. “Al instante” la niña se levanta y se pone a andar; “al instante”, se le abren los oídos al sordo y se le suelta la atadura de la lengua y habla correctamente; y, con la niña, los presentes “quedaron fuera de sí” y con el sordo se “maravillaban sobre manera”. Como vemos, las curaciones siguen, en muchos casos, pasos similares, lo que muestra que son contados en un género literario, sin que esto invalide la experiencia histórica que debió acontecer, a partir de la cual, los que están con Jesús ven cómo se hace presente el reino de Dios anunciado por Él, rompiendo ataduras, exclusiones, impedimentos para que las personas tengan vida y vida en abundancia en ese contexto. El caso del texto de la curación de este tartamudo sordo, nos remite a textos de Isaías en los que se afirma que “se despegarán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán” (Is 35, 5-6). El evangelio nos deja ver también, que se les atribuye a las manos de Jesús y a su saliva la capacidad taumatúrgica. Estas especificaciones responden a las creencias del tiempo, del poder curativo de la saliva, por ejemplo. El mandarles a callar va en consonancia con el “secreto mesiánico” que está presente en el evangelio de Marcos. Sin embargo, en lugar de callar, la fama se extiende más y más. El texto nos muestra la acogida que va teniendo el reinado de Dios anunciado por Jesús porque, efectivamente, las situaciones se van transformando, su llegada genera cambios y las cosas no siguen como estaban.
La frase final “todo lo ha hecho bien”, nos remite al texto del génesis: “Y vio Dios que todo era bueno” (1,31). Efectivamente, las situaciones caóticas que vive la humanidad, están llamadas a organizarse, a mejorarse, a situarse en su correcto desarrollo para que la vida de Dios en el mundo sea fecunda y el plan divino de salvación se lleve a cabo.
Más allá del milagro en sí, el evangelio nos invita a dejarnos abrir los oídos por Jesús, a escuchar su predicación, la buena noticia que nos comunica para que nuestros labios sean capaces de anunciar las maravillas de Dios. Mucha sordera al evangelio existe hoy en nuestro mundo y en nuestra Iglesia. Pero la apertura sincera a Jesús es capaz de hacer el milagro de volver a escuchar la buena noticia del reino y de predicarla “a tiempo y a destiempo” en el aquí y ahora que vivimos. Nuestro mundo, necesitado de buenas noticias, exige una palabra más profética, más audaz, más creativa, más transformadora, por parte de todos los que nos decimos discípulos de Jesús. Y, eso será posible, en la medida que nuestros oídos estén abiertos para escuchar. Recordemos aquel texto de la carta a los Romanos (10, 14-15).
“Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? ¿y cómo predicarán si no son enviados?”
¡Que el Señor abra nuestros oídos para que nuestros labios no cesen de anunciar sus maravillas!
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