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 Conciencia, voluntad y libertad

Una reflexión muy personal sobre tres dimensiones del ser humano

Por mucho que lo intento me cuesta mucho entender y sintonizar con algunos textos que Mariano envía a ATRIO. Me parece que parten demasiado de conceptos y teorías filosóficas, por más que afirme que la persona tiene un sentido único e irrepetible en sí misma. En este artículo, por ejemplo, sólo me veo interpelado por los cinco últimos párrafos, desde Aquí surgen dos miradas. Precisamente a partir de ese término “miradas”, se une el artículo de Mariano con el anterior de Patuel (que Mariano no leyó antes) y con los itinerarios de búsqueda a las que invito, más existenciales que teóricos, por los que estoy seguro que avanza Mariano. ¡A optar pues! Con libertad creadora y sin temor a la ley o al castigo. A

        La conciencia es el despertar, la voluntad es el caminar y la libertad es la meta.

        Estos tres vectores configuran un espacio existencial de realidad abierta llamada ser humano y singularizada en una realidad única, concreta e irrepetible, más allá de todo espacio y de todo tiempo llamada persona.

Esta singularidad le libera de todo gregarismo dentro de toda realidad al despegarse de ella para así ponerle nombre sin perder su singularidad. Solo cuando se identifica con su realidad nombrada niega su singularidad, abriéndose entonces a un gregarismo ideológico y fáctico, es decir, en lo que piensa y en lo que hace, aportando a la naturaleza por él nombrada solamente un plus de racionalidad inmanente sin poder alcanzar la meta que le singulariza para poder ser libre.

        El “Yo”, solo despierta al “sí” de “sí” a través de una experiencia. Antes de toda razón, en el principio de este ser, solo hay una experiencia, y esa experiencia demanda una presencia, una presencia con palabra y por lo tanto no puede ser un dato resultado de una introspección.

        La introspección es un acto de autoconsciencia que implica pensar y analizar sus propios pensamientos y conductas, siendo una de las características propias del ser humano y en cierto modo también de todo ser vivo en mayor o menor grado, pero no su característica primordial y exclusiva que le singulariza haciendo de él una realidad singular, concreta, única e irrepetible.

        Aunque se repita esta expresión mil veces, nunca resultará redundante, pues este es su genuino sello de identidad, su singularidad, que es previa a su consciencia de sí.

        El ser persona nace en la por él llamada realidad, pero no de esa realidad, expresión que implica una novedad cualitativa radical en dicha realidad. En caso contrario no sería ni singular, ni única, ni concreta, ni irrepetible. La persona rompe con el continuismo de la irrealidad nombrándola para que deje de ser tal irrealidad. La persona es la conciencia de la realidad sin conciencia de sí. De esta forma será responsable también del uso que haga de ella.

        El cosmos, el universo, la naturaleza, sin la presencia de quien le nombre es una irrealidad en sí misma. Es una realidad infundamentada, es realidad en potencia que deviene en realidad de facto cuando cumple con una finalidad uniéndose a la finalidad de quien le nombra poniéndola en realidad.

        La presencia del “yo” por el cual me singularizo y tomo posesión de mí como realidad consciente de mí, no puede venir de un dato de la realidad por mi nombrada. El “yo” que nombra a la realidad es previo a la realidad nombrada. Aquí ya se vuelve a evidenciar la primacía del principio de finalidad sobre el de causalidad. El “yo” deviene en “ser sujeto” y no objeto cuando todo él apunta a una finalidad. Es por ello que siendo el mismo nunca es lo mismo. El “yo” del “ser persona” es un ser en contínua búsqueda de su sentido de “ser”.

        La fuerza de gravedad de la realidad reside en el sentido de su finalidad, por lo que su principio de causalidad ya está orientado, tensionado, atraído, hacia dicha finalidad. Una realidad sin finalidad es el absurdo de toda razón que pretenda dar razón de la misma.

        Decir “yo”, existir en primera persona, es idénticamente a ser libre. Quien no es libre es una cosa, una pieza de la naturaleza al no poder plantearse como sujeto de sí. Tomar conciencia de uno mismo es mucho más que ser consciente de uno mismo.

        La conciencia desborda el ámbito de la consciencia de sí. Si la consciencia le permite verse como individuo a través de un acto reflexivo que le proporciona su sentido de identidad frente a toda realidad, la conciencia es un acto proyectivo que modula a aquella orientándola hacia el cumplimiento de un deber ya existente en su principio de realidad, para que sea una realidad con pleno sentido de realidad de principio a fin. La conciencia es quien le singulariza.

        A esta conciencia la denominamos como conciencia moral, que incluso es previa a todo bien y a todo mal, en tanto que nos sitúa frente a un deber, y será posteriormente cuando ejercitemos nuestra libertad, donde aparecerán aquellos. Esta es una libertada situada, así la denominaba Jaspers, ante la realidad que nos encontramos al venir a la existencia, pues llegamos a ella en un contexto geográfico, cultural, genético, histórico, social…, que no hemos escogido previamente, por lo que de entrada ya no puede ser una libertad incondicionada o absoluta.

        La situación primordial y fundante de la realidad persona, es ante la presencia de Quien le nombra y ante la cual ineludiblemente debe tomar postura, afirmándose o negándose en ella. Así decía Heidegger que “la libertad más liberada”, es aquella que acepta y acoge el fundamento de su ser y no aquella que lo rechaza. Dicho de otro modo, el sí y el no a su Creador no son posibilidades simétricas. Pero dicha presencia, que sí es libertad absoluta, tampoco puede crear sin fundamento de finalidad, pues sería una radical contradicción en sí misma, asumiendo una libertad superior a ella, el azar, desentendiéndose de su realidad creada, y tampoco puede doblegar a la libertad otorgada de quien es creado en libertad.

        La auténtica libertad en suma incluye dos momentos, dos actos al unísono, el del compromiso y el de fidelidad, pues sin ellos no hay libertad sino veleidad, veleidad estéril. La verdadera libertad no es la ausencia de ligaduras, sino una forma de religación, pues solo quien se haya religado a su fundamento, a su sentido último, puede ser libre ante todo lo penúltimo. Es una dependencia que lejos de ser alienante es liberadora.

        Finalmente, para mantener la coherencia de lo hasta aquí dicho podemos afirmar, que la libertad es para ser lo que debemos ser o para ser lo que no debemos ser, pero sin dejar de ser, pues no nos hemos dado el ser. El dejar de ser le está vetado al ser. Aspecto ignorado por muchos y de una gran trascendencia existencial.

        La libertad ejercida por el “yo” en su serse no es una libertad ciega y antojadiza, es inteligente, reflexiva y proyectiva, pues está orientada a una finalidad, ya que sin finalidad no se precisa ninguna inteligencia, incluso la libertad sería superflua, no serviría para nada. La conciencia que yo tengo de mi me sitúa en el universo, me integra en la totalidad de las cosas, y reconoce en mí una existencia real al estar relacionada con el todo y con un mismo sentido de finalidad. La conciencia de mí, me singulariza y me universaliza.

        Libertad y racionalidad son las dos dimensiones de la conciencia de este ser singular y por tanto son necesarias por igual y si se suprime una de ellas, la conciencia desaparece. Un “yo” que solo fuese libertad pura no pertenecería al mundo real y una conciencia que se identificase con un pensamiento universal, dejaría de ser la conciencia de un “yo”. Se trataría de un “yo” sin universo, y en consecuencia sin realidad alguna; o de un universo sin “yo”.

        Por todo esto, libertad y verdad son las dos caras de una misma realidad en este ser singular, único, concreto e irrepetible. La libertad es expansiva abriéndole al camino de su singularidad y la razón es comprensiva en busca de la verdad que reafirma su sentido de realidad. Ambas son la meta.

        Si las filosofías eminentemente racionalistas suelen disolver la conciencia del “yo” en la consciencia de la verdad lógica y racional, es porque ignoran la experiencia primigenia por la que el “yo” se pudo afirmar a sí mismo en un acto originario de causalidad. El problema del “yo” más que racional es existencial. “El cogito ergo sum” es una derivada del, “Amatus sum, ergo sum”. La causa primera que busca la razón científica positivista, no reside en la razón que la busca.

Aquí surgen dos miradas: Una que busca comprender el principio de las cosas para construir una ciencia del mundo, escudriñándolo y dictaminando leyes universales en un intento de explicarlo todo y en la que se incluye a sí mismo; y otra que se separa ligeramente de aquella para encontrarse en un remanso que le dé el sentido de su existencia para poder ejercitarlo con autoridad y responsabilidad, orientando operativamente, práxicamente, a su mirada anterior, para así responsabilizarse con sentido de realidad en toda realidad, al dotar a ésta de finalidad y no a la inversa. El cosmos, el universo, el mundo entero son rescatados de su inidentidad por esta singularidad cuando ella (la persona), reconoce el sentido de su existencia y no a la inversa.

        Resumiendo: En el ámbito de la física o la bilogía de nuestra primera mirada, no hay lugar para la subjetividad en la que no se puede entablar un diálogo yo-tú de sujeto a sujeto, solo una dialéctica acción-reacción, causa-efecto, sin alteridad, pero no un diálogo interpelación-respuesta. Pues solo la diversidad cualitativa entre persona y persona es fundante de una real alteridad desde la subjetividad dialogante, en la que la palabra desborda a la razón para emerger desde el corazón. Diálogo cálido en el que el yo y el tú nunca dejan de ser sujetos para no confundirse como objetos y así no caer en la tentación de cosificarnos, principio de toda despersonalización.

        La cuestión de la libertad queda así dirimida en un contexto de respectividad dialógica entre la alteridad, la subjetividad y la responsabilidad, frente a esa otra mirada que se polariza hacia la perentoriedad de las leyes físicas o las pulsiones biológicas en las que las llamadas personas podrán considerase como un mono que ha tenido éxito o actualmente como un robot optimizable.

        Una vez llegados a este punto sólo nos queda nuestra voluntad para decidirnos por una mirada u otra. La voluntad será quien marque nuestro camino. Ni la razón, ni las creencias, ni la fe tienen la última palara. La última palabra la tiene la voluntad que es la genuina expresión de la libertad situada ya citada anteriormente. ¡Pobre voluntad!, sola ante la libertad.

        A partir de aquí yo personalmente no concibo un camino con más que estas dos posibilidades, con estas dos miradas. Su voluntad elige. Ánimo, ¡No va más! ¡Hagan juego!

9 comentarios

  • Miguel

    Hace años leí un libro de Xabier Zubiri, en donde hacia hincapié en estas dimensiones del ser humano, su tesis indica  que el ser humano es a la vez y necesariamente individual, social e histórico, y que estas dimensiones vienen exigidas por su propia realidad específica, que es pluralizante, continuante y prospectiva. Y es el Yo el punto de partida, sin esta dimensión no podemos pasar a las siguientes. Puedo entender que  la realidad del ser humano, como cualquier otra realidad, es un sistema de notas, que dichas notas son respectivas y que lo que tienen de  realidad determina un modo de realidad. La nota más importante es la inteligencia, en virtud de la cual se comporta consigo mismo y con todas las cosas como reales, porque lo propio de la inteligencia es aprehender las cosas como reales. Tema interesante, gracias, leeré con interés.

    • Miguel

      Si los seres humanos son  afectados por sus congéneres, como afirma Zubiri, se debe al hecho que estos  forman especie. Por lo tanto el problema está en esclarecer que sea esta especie,  Sí que es replicante, pluralizante y prospectiva, y esos caracteres refluyen en los individuos y por ello son individuales, sociales e
      históricos. Entonces parecería que lo primario es la especie y que esa especie configura a los individuos, por lo tanto entiendo que es razonable que lo dado sea el individuo y que el problema sea la especie. Perdón por estas divagaciones, que se alejan algo del tema,

      • M. Luisa

        Hola Miguel, me alegro de volverte a saludar   y también  que al tratar el tema del artículo  recuerdes este libro de Zubiri que también  se encuentra  entre los que de  él he leído. De su  pensamiento  es importante  el legado conceptual de algunos de sus términos,   no desde luego  lo que de sistemático lo constituyera en su tiempo. En el nuestro sí que nos pueden ser válidos, como digo, usar algunos de sus conceptos, pero solo como herramientas. Su filosofía de la realidad le obligó a romper con la idea de sustancia,   abriendo en el filosofar  la posibilidad  real de que en el ser humano estén ya dadas  estas dimensiones de las  cuales se habla aquí. Este sistema de notas, de las que haces mención, es precisamente lo que constituye  la sustantividad humana, no son propiedades de ella que luego se predican,  sino   que al poseerlas ya (estas notas)  físicamente es un realizarse en ellas.  No es abstracción, sino despliegue…en fin Miguel, un placer saludarte de nuevo!

        • Miguel

          Hola M. Luisa, yo me alegro de saludarte por primera vez, gracias.

          Coincido contigo en lo que afirmas sobre Xabier Zubiri. La esencia es el momento fundante de la sustantividad. Para comprender esta idea es necesario saber qué se entiende  por fundamento. El fundamento puede entenderse en el sentido de una base o cimiento. Lo fundante sería basal, y el fundamento sería lo que está por debajo de aquello que funda. Cabe entender el fundamento también en el sentido de la determinación originante: en tal sentido es fundamento lo que hace emerger, lo que hace brotar otra cosa.

          Zubiri siempre es un referente, hizo la distinción entre cosas-realidad y cosas-sentido, lo que supone una nueva concepción de la naturaleza frente a la physis griega, que se contrapone a lo artificial.

          Un saludo afectuoso M.Luisa

  • Antonio Llaguno

    Mariano, me pasa contigo algo parecido al chiste que contaba mi padre y que sólo los conocedores del Evangelio podían entender bien.Decía mi padre, que después del discurso (Creo que le llaman Discurso Escatológico) de Cristo en Juan 16, 16:33 (“Dentro de poco no me veréis, pero un poco más tarde volveréis a verme…” y que sigue un rato por estos tránsitos) , llegó Tomás (Que debía haber sido el patrono de los ingenieros y no San José. Por lo cerril, afirmo) y le dijo con cariño: “Maestro, si te quiero es por lo bien que te expresas”A mi también me cuesta leerte, siempre preciso más de una lectura y acabo inevitablemente con la sensación de haber entendido (Si acaso) un parte pequeña de lo que quieres expresar.No obstante, siempre me ayudas a reflexionar yo mismo y aunque seguramente mis reflexiones nada tienen que ver con lo que tú queras decir, siempre son interesantes y te tengo citado en mi cuaderno un montón de veces.Aquí yo te cuento mi propia empanada mental.Creo entender lo que tu defines como “singularidad” y como la “introspección” por si misma no es suficiente para alcanzar el conocimiento (O así, que no estoy seguro de que quieras decir eso mismo), pero siguiendo este trozo de empanada mental, pienso que a lo que tu llamas singularidad y que como tu mismo dices, nos aleja del “gregarismo” lo que le hace falta para ser verdaderamente un aprendizaje, lo que necesita para constituirse en “verdad” (Siempre una verdad particular y subjetiva, nunca absoluta y objetiva) es precisamente una pasada por el “gregarismo”.¿Qué quiero decir? Que es en el gregarismo, en la puesta en común de esa verdad que surge de nuestra singularidad e introspección más la recepción e interiorización de la “verdad” que surge de otros y de sus singularidades lo que nos puede hacer construir un entelequia que se pueda acercar a una “Verdad” más general.Y eso, no sólo a nivel “intelectual”. Es más importante aún, hacerlo a nivel “personal” y “humano”; es decir no solo acoger con respeto (Ni siquiera es valida a mi juicio la tolerancia. Sólo el respeto es el mínimo. El máximo es el amor) la construcción mental del otro sino acoger, en este caso con amor, a la totalidad del otro o de la otra.De esa forma podremos hacer un constructo sólido que nos permita acercarnos a lo que sea que llamemos Dios, trascendencia e incluso conciencia.Y a partir de aquí me sumerjo en mis propios pensamientos y mi me pongo a disfrutar del sabor de mi empanada mental, que teniendo en cuenta que ya me quedé definitiva y vitaliciamente a régimen, es un delicioso sabor del que disfrutar lentamente.Como siempre, haces que cada vez que te leo, lo que hay en mi cabeza sea mejor que lo que había antes de leerte.un abrazo.

  • mariano alvarez

    Querida M. Luisa, antes de entrar en tu planteamiento me gustaría que te fijases en dos matices: El primero ya figura a continuación del título, y el segundo en la entradilla que nuestro querido amigo A.D ha añadido en la presentación del mismo.  

    • mariano alvarez

      Con el primero, (una reflexión muy personal), intento distanciarme de todo formalismo metódico y académico para acabar desplazando a la razón por la mirada. A pesar de ello, nuestro amigo A.D ya le parece que parto de excesivos conceptos y teorías filosóficas.

      En tu planteamiento, que encuentro muy bien argumentado me estás invitando a seguir por el terreno que a nuestro querido A.D no le acaba de convencer ya que dice, “que no los acaba de entender”, y que solamente se ve interpelado por los cinco últimos párrafos en los que yo enfatizo la mirada por encima de la razón pero sin prescindir de ella.

      El entender y el comprender reflejan dos niveles antropológicos de experimentar la realidad propia y ajena del ser humano, digo antropológicos porque integran la dinámica de todas las facultades de este ser humano, que no es la suma de esas partes ya que todas hasta las inconscientes son inseparables desde que este ser viene a la realidad.

      Es una cuestión de principios y no de razones, que siempre serán una derivadas de aquellos y aquí es precisamente donde ubico a la voluntad como consecuencia del fundamento antropológico de la persona. Su libertad entitativa por encima de su libertad electiva.

      Ya se que esto dicho así para muchos puede ser “in-tendible”, pero no “in-comprensible”.

      En este momento que acabo de ver tu comentario, me es materialmente imposible explicitarte más mi respuesta al tuyo que me satisface mucho, pues solo aprecio un matiz con el mío, pequeño pero infinito, por lo que te prometo volver en cuanto me quede libre.

      Un abrazo

       

      • M. Luisa

        Sí, Mariano, a mí ahora tampoco me va bien extenderme solo dos pinceladas sobre estos dos matices que me señalas.  Respecto al de Antonio, en efecto suelo leerme todos los artículos de Jaume Patuel, que me son todos muy familiares buscando siempre la unidad y huyendo de todo dualismo; por ejemplo él destaca en este la diferencia entre el acto de “ver”  y el acto de “mirar”  sin embargo, no se trata de dos actos, sino de dos momentos (estructurales) de un solo acto: el acto de intelección humana. En lo que respecta a ti, en efecto aprecio  el carácter reflexivo y personal de tus escritos y en esta ocasión  creo entenderte.  Pues el “hacia”direccional  donde  la mirada se dirige apunta a  la realidad como fondo de aquello que en principio se ha dejado ver, sentir, etc., y, por tanto, al no objetivar la realidad, al final es ella la portadora de  razón. La razón más que nuestra nos está dada por las cosas en cuanto son tenidas como reales…. Solo esto quería decir de momento…

  • M. Luisa

        Querido Mariano, me he leído varias veces, que bien lo merece tu   denso y a la vez  interesante artículo, y después de preguntarme dónde hallar la  encrucijada interpretativa en la que diferir  de la tuya,  la encuentro, como es habitual en ti,  en ese adjetivo de “singular” que le añades a la persona. Presiento      que lo haces para huir de la idea de sustancia que de ella se tiene como soporte de propiedades, viniéndonos así ya conformada esta idea   desde  Aristóteles. No obstante, pienso que si la persona es  realidad abierta  como tú también reconoces,  será entonces en esta realidad abierta, en tanto que abierta  donde habrá que desplegarse la persona.  De ahí se desprende  que la conciencia, la voluntad y la libertad no son vectores   agenciados por una finalidad, es decir,  por una causalidad teleológica. No, no lo creo, más bien diría que la conciencia, la voluntad y la libertad son   momentos estructurantes de esta realidad personal.  Siempre, aunque  sin hacerlo explícito, he pensado  para mis adentros  que  donde tú ves singularidad yo veo sustantividad. La  sustantividad  (concepto zubiriano) es más que singularidad, es suficiencia constitucional.  En la estructura está la clave, porque en ella no hay traslación vectorial  entre conciencia, voluntad y libertad,  sino  superación transformadora por el propio ser del “yo” de la sustantividad humana.  Si se me preguntara diría ¿claro que es algo complicado lo que expongo? Pero desde luego no más  de lo que tú has expuesto en el presente artículo.  ¡En fin, te mando un abrazo!