Meditación sobre la Iglesia
Continuando las Reflexiones Cuaresmales publicadas en 2019 -redactadas para unos Ejercicios espirituales en 2017- llegamos a una trascendental que, sin embargo, en 2019 relegué a página adjunta para exponer mi reflexión en 2019 sobre las graves acusaciones que, bajo el supuesto respaldo del papa emérito aún vivo se estaban empezando a lanzar contra Francisco. Ver la entrada de 2019
Como ese tema coyuntural de las cicuntancias actuales de la Iglesia están ya muy tratados, hoy prefiero volver al texto original de mis reflexiones, centradas en citas amplias de Marcel Légaut. Mi reflexión sobre la Iglesia católica y mis conclusiones de por qué no reniego de ella por más aberracionnes que vea en ella y por más liberad iterior que haya adquirido co el tiempo, aceptándola como madre por más puta que sea, sigue siendo la misma que cuando escribí este texto, glosando las palabras de Légaut, mi hermano mayor que me lleva acompañando ya muchos decenios de mi vida.
Y aquí está el texto escrito en 2017:
Una invitación a ejercitar un espíritu realista
durante la Cuaresma, 5Por Antonio Duato, recogiendo varios textos de Marcel Légaut
Cuando estaba empezando mis estudios de Teología, en 1953, pude ya leer obras como Sobrenatural (1946) y Meditación sobre la Iglesia (1953) de Henri De Lubac. La nueva teología, con persecución por parte de la Iglesia, estaba ya poniendo las bases de lo que sería el Vaticano II. Y a un estudiante le servía para superar ya desde entonces el entendimiento de la estrecha mentalidad escolástica y apologética del statu quo eclesiástico que tenía la mayoría de los profesores. Bueno, pues desde entonces creo que mi meditación sobre la Iglesia no ha cesado de profundizar y desarrollarse. Y como mi vida más que a la teología se ha orientado a la pastoral y gobierno de la Iglesia esta meditación se enfoca a aspectos prácticos más que a la definición de lo que es la Iglesia.
La cuestión fundamental que todos nos habremos planteado muchas veces a lo largo de nuestra vida es por qué seguimos en la Iglesia católica. Ha habido muchas ocasiones en que nos ha dado tanta vergüenza hacer número en una institución que se apartaba tanto del Evangelio de Jesús en que hemos tenido tentaciones de romper todos los lazos, de apostatar formalmente y de que así constara anotado en nuestro libro de bautismo. Algún compañero querido decidió hacerlo y mostrar las dificultades encontradas para ello, aunque en su caso insistía que seguía considerándose miembro de la verdadera asamblea de creyentes en Jesús. Otros han renunciado a cualquier tipo de iglesia, visible o invisible, que se acoja al nombre de cristiana, generalmente por el respetable argumento de que era más sincero decir que incluso la fe en Cristo como referente especial de su vida ya no existía.
Meditación sobre mi ser Iglesia
Si una persona conserva viva su fe en Jesús, como referencia y camino para vivir la fe en sí, en los otros y en Dios, deberá necesariamente aceptar que pertenece a esa comunidad creyente de discípulos y aprendices a discípulos de Jesús que es precisamente la Iglesia. He querido hacer una síntesis de cómo hago yo hoy mi meditación sobre la Iglesia y en qué fundo mi pertenencia y esperanza, pero me he encontrado con unas reflexiones tan atinadas de Marcel Légaut sobre todo ello, que hago tan mías, que cedo esta vez la palabra al mismo Légaut en largos textos de un libro suyo antiguo (1975) y actualísimo a la vez[1].
[1] El texto referido tiene como título “La Iglesia” y es, en su original, la tercera parte del libro Paciencia y pasión de un creyente (1975, con nueva edición de 1990, revisada por Légaut un año antes de morir). Traducido recientemente al castellano en Cuadernos de la Diáspora, nº 28, 2016. Disponible, como todos los escritos de Légaut, llamando a Domingo Melero, 916 638 504.
Para que la Iglesia institución evolucione y se sitúe a la altura de su necesaria labor, a fin de que la Iglesia-comunión llegue a ser lo que debe, los sacerdotes y los laicos que se sienten marginales en cierta manera por razones específicamente cristianas deben mantenerse deliberadamente en el interior de la Iglesia. No como un cuerpo extraño; no para formar un “grupo de presión”; no como un “caballo de Troya” cuyo fin sería introducirse en el recinto con astucia (tal como reza el título de una obra reciente, de tendencia fuertemente conservadora y reaccionaria) sino como una presencia espiritual y necesaria. Deben atenerse a mantener su presencia con la dignidad que conviene y con la discreción que hace soportable dicha presencia para la autoridad, la cual, por otra parte, si se muestra susceptible ante ella es porque, sordamente y sin querer reconocerlo, no se siente a la altura de su responsabilidad.
Estos sacerdotes y laicos marginales, que se cuentan ciertamente entre los mejores, deben vigilar, tan atentamente como puedan, para librarse de sus propios demonios interiores. Los hay en todo hombre y también en quienes gobiernan la Iglesia. La paciencia y la abnegación de estos cristianos lúcidos sin restricción, pues también son los más espirituales y sin componendas, producirán fruto a largo plazo, a diferencia de los practicantes más resueltos pero que se limitan a ser pasivos en la Iglesia pues ello les parece suficiente y los coloca, conscientemente o no, al abrigo de otros deberes más exigentes. El fin de la Iglesia no es el confort religioso de los cristianos sino su realización espiritual. No se es cristiano para servirse de la Iglesia sino para vivificarla.
Si alguien es de Jesús, es de la Iglesia. Y si es de la Iglesia debe permanecer en ella en nombre de su fe en Jesús, pues su fidelidad a Jesús es lo que le mantiene unido a ella. Así fue como Jesús actuó respecto de Israel en su tiempo y así se nutrió de la voluntad de Dios en él.
Légaut no plantea la pertenencia y permanencia en la Iglesia, tanto como comunión que como institución, por el origen divino y exclusividad salvífica de la misma, sino como consecuencia responsable de facto de considerarse seguidor de Jesús. Estando muy liberado de todo lo eclesiástico, sin embargo no se queda solo con la iglesia invisible de comunión, sino que realísticamente reconoce que ella tiene un necesario cuerpo visible e histórico que llama “institución”. Y no se plantea adherirse a otra iglesia que no sea la suya propia que es la católica, aunque a veces sea duro aceptarla, como expresa en este otro párrafo:
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La Iglesia, mi madre y mi cruz. Sí, mi cruz también. Si la Autoridad fuese más espiritual, la Iglesia sería más madre que cruz. Pero, incluso entonces, también sería cruz. Las perspectivas de la acción creadora así como la propia condición humana incluyen algo de esta cruz que no es una reparación redentora a los ojos de Dios, tal como dicen los teólogos. El hombre sólo progresa en la vía espiritual a través del esfuerzo y de unos sufrimientos parecidos a los del parto. Igual ocurre en la Iglesia. Y son sus miembros más fieles quienes soportan dichos sufrimientos: tanto los del parto como los del crecimiento.
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Hablando en general, las personas movidas más auténticamente por unas exigencias que suben imperiosamente de su interior son las que pueden verse llevadas a abandonar el camino que, en un principio, previeron para ser fieles a la llamada que provocó su primer compromiso. ¿Es este abandono una infidelidad? No. Dejando aparte los casos de error que hacen que se pierdan las huellas del camino y se llegue al extravío, esta difícil fidelidad suya es del tipo de la que Jesús vivió, siguió e hizo suya hasta el final, hasta el sacrificio total, lo cual, ¿no fue siempre así, de una u otra forma? Juzgado su abandono como infidelidad a menudo por los más próximos, su difícil fidelidad es más realmente fiel que la perseverancia en el compromiso que se contrajo al principio, aunque se hiciese a conciencia, y por eso ayudará de alguna manera a la Iglesia a vivir según el Espíritu inicial que la engendró y que ella debe redescubrir continuamente para mantenerlo vivo y activo en ella, e irradiando en su entorno.
Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en las órdenes religiosas. Cuando alguien espiritual abandona su comunidad en nombre de la fidelidad que es su deber seguir y ésta sufre por su partida, que en absoluto es consecuencia de rechazar la fraternidad ni la solidaridad que ella le pide, entonces, sigue siendo fiel a dicha comunión, y más que quienes permanecen en el primer compromiso sin haberse planteado nunca partir a su vez. A corto o largo plazo, justo su abandono es lo que le prepara para la comunidad y lo lleva a una conversión sin la que la comunión se encaminaría hacia la parálisis espiritual y la desaparición.
No creo que ninguna comunidad tenga derecho a condenar a los miembros que la abandonan. El juicio pertenece a Dios. Pero la comunidad, sin duda, debe interrogarse al respecto. Fuera de casos extravagantes, o de vocaciones debidas a presiones sociológicas o ideológicas y claramente ajenas a cualquier realidad espiritual, el abandono de creyentes serios, que consagraron su vida a Dios en una institución de la Iglesia (orden religiosa, congregación, instituto secular), debe hacer reflexionar a estas instituciones sobre el espíritu que las anima en el presente y sobre las interpelaciones que se escuchan a su alrededor y entre sus miembros.
No obstante, como una institución de la Iglesia no es la Iglesia, yo plantearía graves reservas contra quienes se alejan voluntariamente de la Iglesia institucional. La exigencia interior de la vida espiritual implica no salir de la Iglesia-institución sino sostenerla y ser su soporte para hacerla vivir y ayudarla a la conversión que aún necesita y siempre necesitará, incluso –y sobre todo– cuando le parezca que ya ha cumplido su misión.
Gracias a la Iglesia, inseparablemente institución y comunión, aún podemos recordar a Jesús.
En el párrafo anterior se refiere Légaut no al abandono de la Iglesia en sí sino a la forma elegida para vivir en ella. Se dijo que Légaut era especialista en promover secularizaciones y exclaustraciones. Pero realmente él solo promovía fe personal en libertad. Incluso se alegraba cuando en los grupos que le seguían encontraba algún sacerdote o religiosa que mantenían su estado inicial de vida de una forma libre.
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Cuando se nos dé un Papa tan vigoroso espiritualmente como para dominar a la curia, cuya función, sin duda útil, se debe limitar por respeto a las responsabilidades y poderes inherentes al conjunto episcopal, entonces, éste recuperará la popularidad de Juan XXIII. Habrá que desearle larga vida entonces para que las viejas maneras de hacer no reaparezcan, dada la actitud inamovible de los altos funcionarios eclesiásticos, y para que una administración central no vuelva, de manera gradual, por un impulso suave, perseverante y hábilmente dosificado, a retomar el lugar que indebidamente había ocupado en el gobierno y magisterio de la Iglesia. Tal recuperación de poder por parte de la curia es lo que, por desgracia, hemos visto comenzar al final del pontificado de Pablo VI.
Considero que la pieza clave de la institución al servicio de la comunión es el obispo. Es él quien, en comunión de espíritu con los demás obispos y en particular con el Papa, debe ser el mediador entre la doctrina y la ley de la Iglesia, por una parte y, por otra, los cristianos de quienes él es responsable, lo cual incluye tener en cuenta la individualidad, las posibilidades, los medios y el itinerario espiritual de cada uno de ellos.
Hay que reconocerlo: tal función es actualmente imposible por múltiples razones. Supondría tales cambios, no sólo en la manera de ser del obispo y del sacerdote sino en las dimensiones de las diócesis y en la organización de la vida de las comunidades cristianas locales, que mucha fe haría falta para creer que tal cambio y tales conversiones serán posibles algún día. Sin embargo, la Iglesia nació, hace veinte siglos, en condiciones no muy distintas de las actuales. Por eso mismo, hoy estamos abocados a un renacimiento tal que sería más justo llamarlo no renacimiento sino nuevo nacimiento.
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Pío XII fue el último representante de esta larga inercia, sin duda desastrosa a largo plazo. ¿Durante cuánto tiempo sufriremos las consecuencias? Pío XII decía de sí mismo: “Soy el último Papa que va a conservar”. No digo que Juan XXIII haya sido un creador pero sí que supo no ser sólo un conservador. Su fe sostiene aún la nuestra, necesaria en los tiempos que corren, vista la manera en la que se sigue gobernando a la Iglesia.
Puse una gran esperanza en Pablo VI pero me decepcionó.
Vivió desde 1975 con esta esperanza de un nuevo papa que continuara más a fondo la obra de creación, no de conservación, emprendida por un hombre de fe como fue Juan XXIII y que Pablo VI ya empezó a reprimir. Posteriormente siguió con dolor la restauración progresiva de la antigua Iglesia hecha por Juan Pablo II. Sobre él habla en su último libro[2].
[2] Un hombre de fe y su Iglesia (Du Cerf 1988; en español 2010).
Él se alegraba cuando le llegaban noticias de obispos valientes y renovadores, como el de Evreux, Jacques Gaillot. ¡Cómo se hubiera alegrado del don a la Iglesia que significa hoy el papa Francisco y cómo desearía larga vida y vigor para dominar a la curia y el episcopado mundial, cuyas tretas para resistirse y reconquistar el poder de la institución daba por descontado!
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Las pequeñas comunidades son en mi opinión, la única vía posible para que la Iglesia pueda cumplir su misión propia: no sólo enseñar y gobernar de manera general al pueblo cristiano sino llamar a cada ser humano a la vida espiritual, y más especialmente a la fe en Jesús, y ayudarlo, según sus posibilidades y necesidades, a lo largo de su singular itinerario.
Sin embargo, no todo grupo merece el nombre de comunidad, aunque se autodenomine así. Por eso es muy importante precisar la diferencia radical que hay entre una comunidad y una colectividad.
La colectividad forma a sus miembros desde fuera, les impone la unidad de la uniformidad, explícita o implícitamente en función de un proyecto (una acción común, una lucha, etc.), y sobre todo por presión sociológica (bajo máscara de autoridad, de solidaridad o por intimidación). La comunidad, en cambio, a diferencia de la colectividad, se esfuerza en cultivar la propia originalidad de sus miembros, en ayudarles a ser fieles a su realidad profunda y, de esa manera, poder ellos desarrollar sus posibilidades conocidas y sus potencialidades aún inconscientes. En estas condiciones, la comunidad opera no por presión externa, como la colectividad, sino por la presencia de unos miembros en otros, todos unidos en el esfuerzo de la fidelidad personal; fidelidad que, con los años, los hace ser cada vez más diferentes entre sí, mucho más que lo que lo eran en el origen; diferencia inicial que la colectividad tiende, en cambio, a suprimir pues, con el tiempo, los hace a todos muy parecidos.
La unidad de la comunidad es fruto de la fidelidad de sus miembros, se consigue a través de su misma diversidad, que se enraíza en la hondura humana común a todos pero percibida, en cada uno, en el nivel de humanidad que cada cual alcanza en su singularidad. La unidad de la comunidad no es un punto de partida ni tampoco el objetivo de un proyecto, como en el caso de la colectividad, sino un fruto característico de la vida espiritual; fruto que, por otra parte, nunca madura lo suficiente como para poderlo recoger en el momento justo.
Más que el concepto de “comunidad de base”, que es una denominación muy a menudo utilizada para designar grupos de orígenes, razones de ser y proyectos muy diferentes, yo prefiero el concepto de “comunidad de fe”; comunidad enraizada fundamentalmente en lo humano, y cuyos miembros, inspirados y llamados por la fe en Jesús, viven de cara a llegar a ser discípulos. Más allá de la adhesión a la cristología oficial, y gracias a su propia vida espiritual, quienes viven en comunidad de fe entran poco a poco, y cada uno a su manera, ayudado por los otros, en la comprensión de lo que Jesús vivió y fue. Estas comunidades abrirán nuevos caminos para la misión de la Iglesia en la medida en que tengan, gracias a su fe, la paciencia y la tenacidad necesarias para permanecer en unión con la Iglesia, y en la medida en que lleguen también a ser cada vez más ellas mismas y asumir ese riesgo con fe y coraje.
El futuro lo veía Légaut en pequeñas comunidades que él denomina “comunidades de fe” para ampliar más el ámbito de lo que es hoy el movimiento de comunidades de base y preservarlas también del peligro de ir derivando en “colectivos” que intentan determinar los criterios de pertenencia y la identidad desde fuera, con reglamentos, en de seguir respetando el camino singular de cada creyente y buscando la unidad desde dentro, con pluralismo y sin pretender uniformidad. Es un criterio de eclesiogénesis desde el interior, partiendo de lo universal que tiene la fa en Jesús de cada creyente que comparto plenamente.
La renovación de la Iglesia desde su interior
En los encuentros privados que pude tener con Marcel Légaut en su residencia de Mirmande, dos diferencias resaltábamos sobre la manera concreta de seguir cada uno nuestro camino. Él era ya, por su opción de vida hecha hace muchos años, un hombre del campo. Yo un hombre de ciudad. Él había vivido la Iglesia como seglar, sin compromiso especial en ella, como observador, aunque seguía yendo cada domingo a misa a la parroquia de su pueblo rural, observado a la gente y oyendo la predicación real conservadora como era la de todas parroquias. “Es el único lazo real que me une con mi vieja Iglesia, Antonio, y no lo voy a cortar aunque no me guste”, me dijo un domingo que le acompañé. Él fue siempre un laico por libre. Yo llevaba entonces ya 35 años comprometido como sacerdote en la lucha continua por renovar desde dentro esas estructuras y prácticas eclesiales. Hoy me siento tan laico libre como él por dentro, pero no puede evitar que sienta como cosa propia la lucha concreta por una renovación estructural de la Iglesia para que sea más fiel a su misión. Y vivo intensamente las estrategias concretas que existen para llevar esto a cabo.
Precisamente a través de la Asociación Marcel Légaut me llegaron noticias de todo el trabajo de búsqueda que desde hace años venía realizando el obispo anglicano John Selby Spong. En nuestro grupo le hemos dedicado muchas reuniones a asimilar sus nuevas versiones sobre los artículos del Credo. Él emplea sobre todo el método de revisar todas la creencia en dios superando el esquema teísta que concibe a Dios como un ser exterior que crea y determina todo con detalle, que premia o castiga, etc… En Légaut había ya encontrado suficiente orientación para hacer esa revisión y, sobre todo, para hacer nacer esa fe personal y realista que propugna Spong. Pero en lo que he encontrado mayor sintonía con él es en el que haya hecho todo este trabajo de renovación espiritual desde su ministerio de obispo. Es decir, teniendo que orientar hacia la unidad pero con respeto a la libertad a sus comunidades diocesanas, respetando la lentitud de las reformas. Y responsabilizándose en los cambios aún más lentos que proponía para toda la comunidad anglicana extendida por todo el mundo. Tenía la ventaja de que en esa comunidad no había un gobierno centralizado y monárquico sino sinodal y corresponsable, ideales propuestos por el Vaticano II para la Iglesia Católica. Spong, hasta su jubilación fue obispo oficial a pesar de sus ideas y libros que le habrían apartado incluso del sacerdocio en la Iglesia Católica. Así él pudo experimentar siempre con responsabilidad, ordenando al sacerdocio mujeres, cosa que fue aprobada oficialmente por los anglicanos de EEUU en 1976 y en Inglaterra en 1992. Y estuvo luchando hasta conseguir normalizar en el sínodo de la comunidad anglicana de 2015 la ordenación episcopal de mujeres. Es un ejemplo de cómo las mismas instituciones se ven obligadas a cambiar, lo que mantiene la esperanza de que otros cambios serán posibles si son muchas las comunidades de fe que presionan a ello desde dentro.
El cambio eclesial empezado por el papa Francisco
Muchos de nosotros, que vivimos los aires de renovación traídos a la Iglesia por Juan XXIII, creíamos hace solo cinco años que se nos acabaría la vida viendo cómo la restauración de una Iglesia de certezas y principios irrenunciables se afirmaba cada vez más. Se había atado bien tras la muerte de Juan Pablo y se suponía que todo estaba bien atado para dar continuidad a Ratzinger con una persona más resistente. Y la gran sorpresa es que salió al balcón Bergoglio con el nombre programático de Francisco y pidiendo antes de hablar la bendición del pueblo.
No vamos a entrar en una discusión sobre si se abren o no puertas a esa renovación de la Iglesia, al menos parcial, que proponía Légaut. Yo os puedo decir que llevo cuatro años presenciando, si puedo en directo, sus gestos, escuchando también en directo sus palabras y leyendo sus documentos. Y veo en él un hombre de fe profunda y conectada con la de Jesús de quien se muestra buen discípulo a pesar de lo que le separa el lugar que ocupa y los inmensos poderes de decisión que tiene.
Eligió como lema cuando le hicieron obispo y lo ha mantenido en su escudo papal una frase del Venerable Beda. Miserando atque eligendo. Ahí veo yo lo dramático de su pontificado que él parece que aguanta con coraje y sencillez. Lo de tener misericordia se nota que le sale sin forzar su naturaleza. Estoy convencido que el ir antes que nada a Lampedusa y lanzar su ¡Vergogna! le salió del corazón y no fue por instinto de marketing. Lo difícil en su situación es elegir en nombramientos y en alternativas de gobierno interior y exterior que se le presentaran continuamente. Y trazar el rumbo de una nave enorme que tiene que dar un giro de 180º sin hacerse pedazos con tanto islote enrocado. ¡Qué limitados en la práctica están todos esos poderes! Pero creo que además de seguir la vía del ejemplo de austeridad y cercanía a la gente, él tiene en mente –o yo humildemente le aconsejaría– una estrategia para llegar a una situación intermedia de gran iglesia llena aún de reliquias del pasado pero con mecanismo para acomodarse a la actualidad.
Se tratará de acercarse cada vez al modelo sinodal de la comunidad anglicana, que une a muchísimas iglesias diferentes repartidas por todo el mundo. El obispo de Roma, como él prefirió llamarse al principio y debería mantener más como principal título, tendrá más la misión de coordinador como el arzobispo de Canterbury en la comunidad anglicana. Existen ya las conferencias episcopales y continentales para instrumentalizar la transferencia de competencias desde Roma a la periferia, descentralizando así la curia. Y existen instrumentos de sinodalidad y parece que la opción tomada por Francisco es revitalizarlas más que convocar un Concilio. Me parece estrategia acertada. Pero las reuniones para coordinar la fe y la praxis de todas las diócesis del mundo deberían ser más frecuentes y para decidir, no solo consultar, sobre problemas concretos. También sería posible añadir a los obispos entre los participantes, representantes elegidos por los sacerdotes y laicos de todas las partes del mundo. Y no como meros oyentes, sino con voz y voto, como sucede en las reuniones de Lambeth. Por otra parte, en esos sínodos se marcaría la tendencia de unidad de todas las iglesias locales, que podrían mantener sus diferencias, aunque no coincidieran con lo expresado en los sínodos ecuménicos. A estos podrían ir añadiéndose otras iglesias hasta ahora consideradas heréticas o cismáticas, haciendo oficial un ecumenismo que debe iniciarse por las bases.
Francisco está tomando medidas muy importantes en esos encuentros ecuménicos. Para su relación con la Iglesia Luterana expresamente ha dicho que no hay que esperar a que se resuelvan todos los problemas que se están planteando en la comisión teológica interconfesional. Y decidió su viaje a Lund (Suecia) para un acto con ocasión del principio del año de Lutero. Abrazó a la pastora presidenta de la iglesia sueca y firmó una declaración conjunta en la que se dice:
Exhortamos a todas las comunidades y parroquias Luteranas y Católicas a que sean valientes, creativas, alegres y que tengan esperanza en su compromiso para continuar el gran itinerario que tenemos ante nosotros. En vez de los conflictos del pasado, el don de Dios de la unidad entre nosotros guiará la cooperación y hará más profunda nuestra solidaridad. Nosotros, Católicos y Luteranos, acercándonos en la fe a Cristo, rezando juntos, escuchándonos unos a otros, y viviendo el amor de Cristo en nuestras relaciones, nos abrimos al poder de Dios Trino. Fundados en Cristo y dando testimonio de él, renovamos nuestra determinación para ser fieles heraldos del amor infinito de Dios para toda la humanidad.
¡Exactamente lo contrario de lo que le obsesionaba a Ratzinger! Prohibió que habláramos, al referirnos a los protestantes, de “iglesias hermanas” por si poco a poco la gente se olvidaba que sólo la Católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Es muy bueno que no se meta Francisco a decidir sobre temas teológicos. Respecto de esto lo mejor creo que no consiste en rectificar a sus anteriores, sino en dejar que esas discusiones se vayan olvidando (como fue pasando con la Humanae vitae y tantos temas) y dejar libertad a los teólogos que vayan avanzando desde diversas disciplinas y regiones del mundo: India, África, Europa, América… Después nos daremos cuenta del gran pluralismo teológico real que hay en nuestra Iglesia. Creo que esa es su estrategia, aunque a veces nos gustaría que tuviera expresiones tan tradicionalmente realistas para referirse al demonio o algunas intervenciones divinas. Lo que le acepto y hago es que siempre pida que recemos por él.
Porque, os lo reconozco, yo vivo muy dentro a ese extraordinario jesuita que es Bergoglio y me parece entenderlo. Muchos de vosotros sois o fuiste jesuitas. Yo no lo soy pero estuve en centros de jesuitas, ininterrumpidamente, desde los 7 a los 27 años. Bergoglio vivió la renovación de Arrupe sin significarse. Fue persona de gobierno. Me dijeron al principio como pega que le “gustaba mucho mandar”. Yo me alegré que fuera de la escuela de grandes superiores, aunque hubiera cometido errores, como él siempre ha reconocido. Pero estaba más preparado que otros para ir a fajarse con los colmillos retorcidos de la curia. Le debió servir para ser un cardenal aceptado ese “vivir con la iglesia” de jesuita con cuarto voto. Hasta que no fue papa sabía que había una voz por encima que había que obedecer. Pero aquella noche que se supo papa él, ya tenía la responsabilidad ilimitada de ser él mismo la suprema autoridad. De ahí el cambio incluso de la manera como había sido obispo.
Mi meditación sobre la Iglesia concluye hoy por hoy en solidarizarme plenamente con la propuesta de conversión personal e institucional que propone Francisco, sin preocuparme de sí se conseguirá algo con ello o si sus propuestas son lo suficientemente radicales. Y a veces esa esperanza a medio plazo no es aceptada por gente y movimientos progresistas que se habían acomodado a su rol de ser críticos con la jerarquía por sistema. Yo he constatado con frecuencia en los medios en que me expreso, comprendido el grup dels disabtes donde coincido con Alberto. ¿No es verdad que a veces nos confunden con papólatras?
El verdadero nacimiento de la nueva Iglesia creyente aún está lejos
Otra cosa es que la verdadera y profunda iglesia creyente, fundada en personas y grupos radicados en la fe auténtica, no hay que esperarla de ese desbrozamiento de estructuras perversas que ocultan la Iglesia visible. Estas es bueno que se corrijan pues de hecho impiden el acceso a Jesús de mucha gente que aún lo necesitaría.
Pero para llegar a una iglesia verdaderamente creyente y confesante habrá que seguir trabajando mucho en silencio, en pequeños grupos, en el corazón de las masas, con verdadera esperanza en que tardará generaciones en llegar. Acabo dejando de nuevo la palabra a Légaut, con el final de capítulo que citamos al principio:
¿Qué le ocurrirá mañana al cristianismo? No lo sé, pero estoy convencido, gracias a mi fe, que este mañana será. La esperanza fundamental, arraigada en el corazón del hombre y que lo ha sostenido a pesar de los pesares, permanece desde hace milenios en medio de la siempre difícil ascensión de los hombres hacia la consecución de lo humano. Esta esperanza reaparece nueva, en cada generación, en lo íntimo de los realmente más vivientes de entre ellos. Ella inspiró a los profetas a lo largo de la historia de Israel. Invencible en el fondo de unos corazones desolados, devolvió, a los discípulos de Jesús, el sentido que antes habían dado al acontecimiento que luego los hizo desesperar. Dos de ellos, cuando regresaban de Jerusalén a la caída de la tarde, vivieron, como fruto de esa esperanza, en el fervor de una presencia presentida, el nacimiento de una nueva interpretación de las Escrituras. Gracias a ello, llegaron a comprender lo que hasta ese momento no habían comprendido acerca del trágico final de aquél al que adoraban. Así alcanzaron una nueva forma de ver el futuro que aquella muerte había inaugurado. Esta esperanza fundamental asegura también que aunque la Iglesia de hoy debiese morir mañana, sería para resucitar pasado mañana, nueva con una nueva juventud.
Sí. En cada generación, tal como ocurrió en los siglos pasados, algunos hombres se levantarán, quizá en esta ocasión de una forma menos vistosa y llamativa, pero sí igual de creadora e incluso puede que más. Estos hombres de fe no serán personas que se escapen de la realidad volcándose en una afectividad “salvadora” que los asegure acerca de los fines últimos; y tampoco serán gente que imagine esos fines a partir de una concepción ideológica que satisfaga la necesidad humana de certezas y de instalarse en ellas; y por último, tampoco será gente que se escape entregándose a borracheras de activismo, ni que se ignore a sí misma a fuerza de centrarse exclusivamente en el conocimiento del mundo material y de la vida. Acercándose al misterio que ellos mismos son en sí, y en la medida de sus propios medios y según los recovecos que su temperamento y las situaciones concretas exigen pero que su fidelidad los lleva a reorientar, se encaminarán hacia Jesús, se acercarán al conocimiento de la forma en la que él que vivió, y lo reconocerán como la personificación de la Esperanza que los posee. Creadores de la Iglesia igual que los apóstoles del primer tiempo, ésta resucitará en una comunión y en una institución renovada si la antigua, la que la cristiandad había moldeado, llegase a no sobrevivir a los tiempos que, con todo su peso, tienden a destruirla. Sin duda, esta institución futura se parecerá a la que llevó hasta el nacimiento de las Iglesias de los tiempos apostólicos; pero sólo en lo esencial pues los hombres de mañana serán diferentes por sus necesidades y por sus posibilidades.
No. La fe de la que Jesús vivió no es en vano. Las palabras que le fueron inspiradas permanecerán. Ellas salvarán al mundo si a éste, algún día, se le debe librar del torbellino en el que sin cesar se agita, se corrompe y puede que llegue a destruirse a fuerza de verse perturbado y roto. Que los cristianos, discípulos de Jesús, sean testigos de esta fe que ha llegado para visitarlos y confirmarlos en lo que, bajo las formas que podían darse entonces, hombres y mujeres, desde hace siglos, han vivido como han podido, con la grandeza de una libertad sometida a las leyes de la materia y de la vida, atada a las cadencias de los tiempos y de los lugares pero dominándolos con el sudor de su frente y con honor y dignidad.
Viejo como soy, no conoceré el renacimiento de esta Iglesia de la que tanto he recibido. Y quizá este renacimiento sólo será si, gracias a los cristianos de fe de la siguiente generación a la mía, que a su vez los han precedido, otros más creen después, como ellos, y se comprometen en la vía de Jesús con todo su ser, y se convierten así en discípulos.
Antonio…
tu artículo me ha interpelado muy íntimamente, como hace mucho tiempo no me interpelaba ningún texto leído sobre Iglesia o religión.
Creo que eres muy consciente de la admiración personal que te tengo, y no solo viene sustentada por tu trayectoria personal, de la que tampoco conozco demasiado, sino por lo que representa para un cristiano convencido pero muchas veces confundido, como yo, la coherencia de un testimonio que se manifiesta en la creación y mantenimiento de esta página, lugar de encuentro, llamada ATRIO.
Leyendo estas, tus reflexiones cuaresmales, he sentido que alguien, en unos momentos tú, en otros Legaut a quien has traído tu tan convenientemente, era capaz de poner negro sobre blanco algunas sensaciones o algunos sentimientos que yo mismo percibo en mi, pero que no soy tan capaz como vosotros dos de expresar correctamente.
Soy algo más de 30 años más joven que tú y sin embargo, sin haber vivido tanta Iglesia como tú, tengo sensaciones parecidas.
En especial esa sensación de que el cuerpo te pida en ocasiones abandonar esa estructura eclesial inquisidora y corrupta, llena de supersticiones y alejada de la misericordia; pero que cuando lo piensas decides seguir en ella a pesar de que creas que el camino que recorremos juntos no es el camino que querrías recorrer (Y al habar aqui en 2 persona del singular me estoy refieriendo a mi mismo)
Esa y no otra es la razón de que a falta de mejor expresión y a causa de mi escasa formación telógica me defina a mi mismo como “hereje”, porque la diferencia entre “hereje” y “apóstata” es que el hereje no ha tirado la toalla y conserva, aún, la esperanza de que esa Iglesia, a la que en el fondo amas, cambie y retorne a aquel grupo de pescadores que rodeaba a Jesús de Nazareth.
Mi querida madre, que tenía una forma de pensar mucho menos retorcida que la de su hijo Antonio, decía que “La Iglesia es Madre y por mucho que te decepcione, a una madre no se le abandona. Y la obligación de un hijo es siempre procurar que sus padres (Dios y la Iglesia en este caso) tengan la mejor vejez posible”
Es por eso que, en mi enorme irrelevancia, he tomado como mi parte de aportación a esa vejez (Y al mismo tiempo juventud) de la Iglesia la de afirmar ante quien quiera escucharme (Que no son muchos, pero alguno hay) cual es la Iglesia y el Dios que veo en mi interior.
Y debo agradecerte que me hayas puesto ante los ojos el testimonio de personas mucho más “leídas” que yo como Lejaut, Grothendieck o tú mismo (Especialmente tú mismo) que me animan a atender esa revelación de Dios que encuenttro cuando miro dentro de mi.
No se si estaré equivocado en esa visión, pero es la mía y es indivisible conmigo mismo. Tiendo a pensar que todas esas visiones interiores son tan reales tan ciertas, que nos muestran un Díos poliédrico, multiforme, adaptado a cada ser humano y al mismo tiempo capaz de acoger a todos los seres humanos, acogedor, con los brazos siempre abiertos.
Un Dios que no es justo sino bueno, que no es todopoderoso sino “tododebilitoso” (Que diría Faus, creo), que no juzga sino que ama.
Y una Iglesia que no es una sino todas, que no es dogmática sino intergradora y que no es inquisitorial sino misericordiosa, que no es la verdadera sino la de cada uno.
Una iglesia que se fije más en el “Mujer nadie te juzga. Yo tampoco lo hago” que en el “Vete y no peques más”.
Y por eso sigo y seguiré sintiendome un fiel hijo de esa Iglesia católica en la que tuve la suerte de nacer. Un hijo rebelde, y rarito (Como ya lo fui como hijo natural de mis padres), pero un hijo fiel que solo quiere lo que piensa honestamente que es mejor para ella. Y sabes que comparto contigo esa admiración a Francisco que con sus luces y sus sombras ha tenido y tiene el coraje y la coherencia de luchar por ello a pesar de la enorme incomprensión que recibe.
Porque estoy convencido de que sólo se puede amar a Dios amando al prójimo, que significa próximo y que Dios no puede hacer nada que no hagamos nosotros en su nombre.
Muchas gracias por haber construido un lugar acogedor donde expresarlo y por pemitirme, a pesar de mi mismo, formar parte de esto.
Gracias.
Nota: Ya sabes que me gusta la poesía. Te pongo aquí un poema de Pere Casaldaliga que refleja mucho esta sensación que tengo y que tú has sabido describir tan bien, aunque no la conocieras.
Si en medio de la Iglesia,
te sientes, hoy, hermano,
como un leproso antiguo…
¡No atropelles el tránsito
ni dejes el camino!
(Dom Pere Casaldaliga)
(Antonio. He elegido tu articulo por lo que pones: “meditación sobre la Iglesia”)http://libroesoterico.com/biblioteca/enigmas_conspiraciones/Freke%20Y%20Gandy%20-%20Los%20Misterios%20De%20Jesus.PDFTengo un dedo lastimado y entablillado, con lo cual se limita mucho lo que puedo hacer. Estoy acabando de leer de nuevo el libro del enlace “Los Misterios de Jesús”. Con una humildad de la que a veces no he hecho gala, deseo traerles a mis hermanos católicos de ATRIO una visión “novedosa” respecto a Jesús. Por si a alguien le vale para si.No comento nada. Solo recomiendo la lectura del libro. Si… un solo comentario. Este libro equivale a colocar una bomba en el Vaticano. Pero no es terrorismo, es una liberación. Para “el que tenga ojos para ver”.Se me ha ocurrido pedirle a Chat GPT me hiciera un resumen de susodicho libro, y esto es lo que arroja:Explorando “Los Misterios de Jesús” de Freke y Gandy: La Brecha entre el Cristianismo Gnóstico y Literalista”Los Misterios de Jesús”, obra de Timothy Freke y Peter Gandy, presenta una fascinante exploración de las raíces esotéricas y místicas del cristianismo, destacando la divergencia entre la interpretación gnóstica y literalista de la figura de Jesús.El libro desafía la narrativa convencional del cristianismo, proponiendo una visión más profunda que busca comprender las enseñanzas de Jesús en un contexto espiritual y simbólico. Freke y Gandy argumentan que Jesús fue un maestro espiritual cuyos mensajes fueron malinterpretados y simplificados a lo largo del tiempo, especialmente por el cristianismo ortodoxo.Una de las principales distinciones que el libro hace es entre el cristianismo gnóstico y el literalista. En el cristianismo gnóstico, se enfatiza el conocimiento espiritual directo y personal, la idea de que la divinidad reside dentro de cada individuo y que la salvación proviene de despertar a este conocimiento interno. Por otro lado, el cristianismo literalista se centra en la interpretación literal de las escrituras y en la creencia en doctrinas como la resurrección física de Jesús y el juicio final.Freke y Gandy argumentan que el cristianismo gnóstico ofrece una comprensión más profunda y liberadora de la espiritualidad, mientras que el literalismo puede llevar a una interpretación superficial y dogmática de las enseñanzas de Jesús. Resaltan que muchas de las historias y parábolas en los evangelios tienen un significado simbólico más allá de su interpretación literal, y que entender esto puede conducir a una experiencia espiritual más rica y significativa.En resumen, “Los Misterios de Jesús” ofrece una perspectiva provocativa y esclarecedora sobre la figura de Jesús y el cristianismo en su conjunto, invitando al lector a reconsiderar las tradiciones y dogmas establecidos en favor de una comprensión más profunda y personal de la espiritualidad. En última instancia, el libro subraya la importancia de trascender las interpretaciones superficiales y abrazar una búsqueda espiritual que vaya más allá de los límites del dogma religioso.(Os digo que el libro es de apasionante lectura. Que pálidamente refleja este resumen de Chat GPT)
Gracias Antonio por darme paso franco a la sección de comentarios.
Muchas gracias Antonio por tu sinceridad y por la reflexión que me haces en tu comentario. Te lo agradezco. Respeto tu punto de vista y creo que mi postura de ver a la Iglesia unida al carisma de Cristo desde arriba en la Revelación no es totalmente incompatible con la otra vertiente tuya y de otros, de una comunidad peregrina caminando en los avatares de la vida tratando de seguir a Jesús de Nazaret. Tanto desde arriba como desde abajo nos podemos encontrar con Jesús de Nazaret que nos pide constantemente que nos convirtamos a El. Por otro lado, el que haya disidentes y “bajas” en la Iglesia es un fenómeno multifactorial y Jesús nos advirtió como ejemplo que Su doctrina eucarística era su deseo, a pesar del misterio y de su “aparente dureza” y nos aconsejó a persistir en ella porque “el que come de éste Pan vivirá eternamente” Habrá algunos que lo acepten y otros que lo rechacen y éste es el misterio de la gracia…….Y el que quiera imitar a Jesús ha de tomar Su Cruz diaria porque siguiéndole “en la pena también le encontremos en Su gloria” Un saludo cordial y te deseo unas Felices Pascuas de Resurrección
Santiago Hernández
Cada vez que voy conociendo mejor a M. Légaut -gracias a AD-, más me convence y comparto bastantes de sus ideas, muchas de las cuales estaban en el atrio de la Iglesia, en otras mentes también. Por eso las comparto desde hace años. De hacer algún matiz, sería éste: No concibo la Iglesia de Jesús como madre, sino como un Movimiento de fraternidad-sororidad, seguidor de Jesús de Nazaret, con el fin de vivir y anunciar, en primer lugar con el testimonio de vida, su gran Mensaje -el Reino-. Mensaje con un sentido trascendente e inmanente. El Mensaje evangélico no se evade de la tierra, sino que quiere transformarla, espiritual y socialmente. Por eso algo importante en ese mensaje es que los seguidores sean con su ejemplo fermento transformador de la religión y de la tierra…
En otras palabras, la Iglesia es la Familia más cercana de Dios, aunque no solo ella. Familia compuesta por hermanos y hermanas, por personas humanas frágiles, sin jerarquías. Tan frágiles que han caído y siguen y seguimos cayendo en la tentación del poder y de dar culto a ídolos -dinero-, en vez de, liberados de servidumbres, seguir más de cerca al Señor. Solo liberados y renacidos se le puede seguir.
Pues bien -pues mal-, por habernos desviado y sustituido el servicio por el poder, hemos marginado aspectos esenciales del Evangelio. Y también hemos olvidado-marginado la historia de la Iglesia, la historia de nuestras desviaciones, como lección, y en su lugar hemos “sacralizado” el poder, así como algunas tradiciones, no evangélicas, jerarquizando y masculinizando los servicios.Concretando más, pregunto:
-¿El sacerdocio jerárquico masculino es creación de Jesús o más bien una imitación histórica con inspiración levítica?
-¿Se puede admitir que la obediencia y sometimiento a la ley -frecuentemente marginando al hombre y más a la mujer- estén inspirados y reflejen el espíritu evangélico?
-¿Una de las esencias del Evangelio -dar de sí, servir- no se ha vendido, más de una vez y de siete, en la historia de la Iglesia por treinta monedas de poder?
-¿Bastantes estructuras y liturgias eclesiásticas etc. no son un contratestimonio que aleja de la Iglesia, y en muchos casos también de la fe? ¿Qué explicación razonable puede darse a la actual carencia de servidores “sacerdotes”?
-¿Las separaciones eclesiales -la desunión- no han sido en buena parte a causa del poder?
-¿Las luchas internas en la Iglesia son luchas por la fidelidad al Evangelio o más bien por mantener un paradigma estático tradicionalista, amigo de conservar el poder y su tradición?
-Pues bien -permitid esta confesión personal-, estas preguntas críticas y creo que fundadas no me alejan de la Iglesia de Jesús (aunque la parte humana sea a veces deleznable) Y no me alejan porque cuento con las flaquezas y con las limitaciones humanas, algunas inevitables. Pero sobre todo no me alejan porque creo que detrás se hallan Jesús y el Espíritu en medio de nosotros, pecadores. Si en Galilea Jesús prefería la compañía de los pecadores…, en la Iglesia ocurre lo mismo, si esos pecadores desean mejorar…
Por eso no sueño con una Iglesia perfecta en la tierra, solo deseo que sea más evangélica y que se aleje de la tentación del poder y de los privilegios que seducen… Ésta es la Iglesia de Jesús, Iglesia HUMANA, de la que, pese a todo, quiero formar parte. Yo también soy parte de esa Iglesia humana, limitada y frágil. Y permanezco en ella, porque también a mí me gustaría, no solo ser tratado, sino también tratarla como un buen samaritano, que comprende y perdona, sin dejar de ser crítico, sin decirle que ya es hora de que vuelva al Evangelio. A la libertad del Evangelio, que es dar más de sí.
Como esta 4º reflexión de Cuaresma va sobre la Iglesia Cristiana, (lo mismo la Católica, como las muchas otras que hay), voy a comentar mi opinión personal sobre el tema, que es eso, personal, mía, y muy respetuosa con las opciones que cada uno tenga sobre el tema, opciones a las que cada uno tiene su perfecto derecho.
Yo, en principio, hago total abstracción, de mis experiencias de adoctrinamiento infantiles, que considero una parte muy bonita de mi infancia, como el creer en los Reyes Magos, o que los niños los trae la cigüeña.
Y por ello, no me siento obligado a ninguna lealtad a esas ideas infantiles, que inevitablemente nos suscitan efectos nostálgicos, y se asocian con nuestros queridos padres desaparecidos, y con nuestra primera infancia y juventud, tan llenas de ilusiones sobre el futuro.
Lo primero que quiero señalar es la falacia eclesial de unir solidariamente su destino, a la de la creencia en Jesús, como gran maestro de vida de la humanidad.
Como dice Javier Melloni: “El Cristo total es mucho más que el cristianismo. Tal como lo conocemos actualmente, el cristianismo es el resultado de tres conjunciones: la espiritualidad hebrea, la formulación griega y, en el caso del catolicismo, la organización romana.
Al salir al encuentro de otras culturas y tradiciones en un planeta irreversiblemente global, descubrimos que el cristianismo puede adquirir otras formas que no somos capaces de imaginar en este momento.
(Por ahí iba yo, en mis especulaciones cósmicas y crísticas de ayer).
Asistimos a una crisis de lo que hemos conocido hasta ahora, pero ello no implica una crisis o un acabamiento de lo crístico”.
Hay que salir del Niceanismo ramplón. Y no olvidar que el Concilio de Nicea, donde se zanjó la discordia sobre la consubstancialidad, fue presidido por el emperador Constantino, que estaba aun sin bautizar, y lo hizo dictando que todos los padres sinodales acatasen la palabra literal, pero con plena libertad para interpretarla cada cual según su entendimiento.
Yo desde luego, seré un soberbio y un chulito, pero prefiero mis especulaciones que las de Constantino.
Todos los planteamiento nuevos, inevitablemente contienen paradojas y contradicciones, (muchas mas en los ojos que leen que en los ojos que escriben).
Pero ya decía H. de Lubac, en «Paradojas de la Fe»: «El Evangelio está lleno de paradojas, por las cuales la mente se turba al principio. El Salvador enseña con gran sencillez, pero también dice: «Bienaventurado el que no se escandalice en mí”.
Porque hay que cambiar las metáforas y reinterpretar las categorías obsoletas, para afrontar el mundo moderno, y explicar las ideas de Jesús a la gente de hoy día.
Ya decía decía Bergoglio, (en 1987): «Hay una perplejidad en el agotamiento de categorías de interpretación que ya no sirven para interpretar los acontecimientos del hoy. Nuestra actualidad histórica rebasa las ideas existentes. Por eso son ideas que ciegan, que no ven”.
Dice Manuel Fraijó: El filósofo H. Bergson distinguió dos clases de religión: la estática y la dinámica.
La primera se agota en la búsqueda de seguridades. Su problema es el miedo, que intenta esquivar acumulando certezas doctrinales y pautas inmutables de conducta que defiende con ira, intransigencia y fanatismo.
En definitiva, la religión estática rechaza las fatigas de la duda y el ejercicio de la razón crítica.
En cambio, la religión dinámica está familiarizada con las preguntas que “el terror de la historia” suscita, (M. Eliade)”.
Por último, en este corta y pega, me acojo de nuevo a Javier Melloni, que dice:
“Una religión que somete, que impide que la gente piense por sí misma, es sumamente peligrosa.
Quedarse anclados en la época cultural en que fueron entregados, en el mundo psicológico al que iba dirigido. Es absolutamente necesaria e indispensable la actualización de los textos y abrirlos a su interpretación y aplicación contemporáneas.
El problema de toda Institución religiosa -y por lo tanto, de la Iglesia cristiana y católica- es su pretensión de monopolio sobre Dios, su tentación de acaparar a Dios, de convertirse en la única interprete, en la única mediación con lo divino”.
Yo comprendo que hay personas muy mayores y no están para muchas piruetas mentales. pero mientras tengamos un poco de lucidez, debemos hacer un esfuerzo para adaptarnos a los tiempos modernos, y sobre todo a los del róximo futuro, que ni nos podemos imaginar por donde irán.
(Marcel Légaut, fué un gran hombre de su tiempo, como todos los grandes hombres.
Esto es como en el fútbol, unos defienden y otros meten goles. Unos son personas de pasado y presente, y otros son de presente y futuro).
¡Hola Antonio!
Te leo:
1- “Es muy bueno que no se meta Francisco a decidir sobre temas teológicos”
Ok! ¿No se te ocurre unirlo a lo que hace unos 15 años le pregunté a Leonardo Boff en la casa de Clelia Luro:
“¿Cuándo crees que la “Teología de la Liberación” se habrá de “Liberar de la Teología”?
……………….
2- “… a veces nos gustaría que tuviera expresiones tan tradicionalmente realistas para referirse al demonio o algunas intervenciones divinas”.
Me parece que le falta un “NO”:
– “… a veces nos gustaría que NO tuviera expresiones tan tradicionalmente realistas para referirse al demonio o algunas intervenciones divinas”.
Gracias!
Otra cosa en la que vos y los ‘espiritulistas’ religiosos (Bergoglio incluido) no ceden en su tozudez es la “desconfianza” radical (no mero y sano “alerta”) en su propia realidad de vidas humanas que son. Escapan siempre a Dios, al Espíritu Santo, etc. ¿Cuándo se van a poner los “pantalones largos” y hacerse cargo de las “cosas que pasan y hacen”?
De la vida de Jesús sacan una Teología y Estructura (Iglesia) que se parece más a una “Metástasis religiosa” que a las necesidades de la simplemente vida humana; que hoy se han de tratar con las herramientas que tenemos y ´las nuevas que hay que inventar en Ciencia, Técnica, Sociología y Política.
………………….
Hace 3 días me reprochabas -solapadamente- no seguir los ejemplos de Jerónimo Podestá y Clelia Luro. Te respondí con Carta mía a Clelia (hace unos 10 o 15 años):
Querida Clelia!
Jerónimo ha muerto. Otra Macana más de Dios. Otra “Maldad” de Dios. Tal vez no lo sea para vos; porque sos capaz de comprender todo sin más pretensión. Sí para mí, porque la pretensión de comprender es la forma con que, quizás, pueda ganarle terreno a mi dis-capacidad.
Si así fuera: saludo a tu Dios, aunque no sea el mío; y no es nada de malo que así sea: que cada cual tenga su Dios. Te aseguro que no hay más Dios que el de cada cual; quiero decir: tantos Dioses cuantas Cada Cuales haya. El de Jesús es el que llamó “Su” padre. El tuyo es ese Recóndito de Tu Vida, y que has prodigado en tus hijas, en Jerónimo, y también en Libros escritos en favor de ese Encuentro, que tu otro Beneficiado –dom Helder- extendía tan inocente (toda profecía es inocencia de nonato) a otras galaxias.
Nada hay “Sustantivo”, todo es “Verbo”, “Quehacer”. Ya es hora de que la Teología cristiana se entere de lo que está diciendo cuando afirma que el Hijo fue “Enviado”; y que su mentado Dios Trinitario no es un insensato “Ir-y-Venir” [las “Procesiones”] al pepe, sino un “tener Algo-Que-Hacer”, esto es: Tarea de un Protagonista con Vocación de vivir sin los sobornos del Poder, del Dinero, en fin y sobre todo, de los Miedos.
No se trata de algo extra o sobre-humano, pero sí -¿porqué no percibirlo y decirlo?-, bastante difícil eso de Vivir como un hombre, e.d., sin treguas ni concesiones con el aterrador Dios expulsante. Se trata, ciertamente, de hacernos cargo de los miedos a la libertad. Como te decía por teléfono, y vos me lo corroborabas con pensamientos de Jerónimo, te decía algo así: “No tanto la verdad nos hace libres, cuanto la tozudez por la libertad nos va haciendo veraces; sólo entonces y luego, esos hombres veraces construyen algo enclenque que llamamos Verdad; porque la verdad antes que una Teoría es el insoslayable Problema del Vivir humano.”
¿No han tenido, vos y Jerónimo, que resolver día tras día los “mil y un” problemas vitales, como la Scherezade de los cuentos famosos, hasta que amaneciese y así seguir viviendo hasta la próxima salida del sol? Y siempre al yugo de la inseguridad, tan tentadora de sutiles sobornos. Saber eso me ha sido suficiente para reconocer a Dios en ustedes; quiero decir, para reconocerlos a ustedes, sea cual fuere el Dios que los aliente, el Cual radicalmente no me interesa si “es” o “no-es”.
¿Qué es Tu Vida ahora sino el Problema de prodigarnos “Tu Jerónimo” a través de sus “Decires”? Todavía andarás por Trelew, puesto que el Otro Dios -ese que acostumbramos llamar Diablo-, te tiene entre rascaderas y zancadillas. Pero un día de estos tu paciente y pausada Furia nos entregará la página final del Libro… y ya estarás embarcada en otros prodigamientos.
Voy terminando. Dios se ha portado mal con Jerónimo. Pero Jerónimo no se puede quejar. Estoy convencido de lo contrario. Jerónimo tuvo Suerte: Una vez te encontró… de lo contrario, fuera muy posible que anduviese con la carga de un “cardenalato” y de una sospecha de haber chingado su alma buena “ortivando” (1) al chiquitín carioca.
A mí me satisfará –si lograse sostenerlo hasta el final- el aforismo del Peregrino: “Beberé del pozo y dejaré el lugar a otro”. Por suerte hay quienes no tienen tal contentamiento y -porque han amado más- siguen sintiendo la sed de un Después del Final. Aunque no sea lo mío, es mi Deseo que a vos se te cumpla. Acaso veas que digo lo mismo, pero con palabras que se sacan la lengua.
Y ahora termino. Jerónimo era buena tela, y vos mejor “hechura”. Está bien que se nos pinten como Maestros de … ¿de qué? … Para mí, de “ABRIR CAMINOS DE LIBERTAD”. Quizás hayan tenido alguna vez el sentimiento del Protagonista del Cuento de Borges Las ruinas circulares, que quería soñar un HOMBRE NUEVO: -“… comprendió con alguna amargura que nada podría esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina; y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable.”-
……………………..
(1) “Ortiva” en lunfardo argentino es “Alcahuete”. El Obispo Podestá fue comisionado por el Episcopado argentino y el Vaticano para “neutralizar” a don Herder Cámara en la Asamblea del CELAM realizada en Mar del Plata.
Este comentario va muy directamente destinado a mí y no puedo menos de contestarte, Oscar.
He intentado evitar la polémica y que, dada mi calidad de moderador, considerases tú, como otras veces ha sucedido, que enseñaba “tarjeta”. Por eso prefiero a veces escribirte offline o llamarte por teléfono. Aunque a veces tus dardos me lleguen al alma, como eso de mi fracaso como gestor al no lograr llegar a término el proyecto de una fundación (perdona que no te confiara a ti todo el proyecto) o aquello de “¿Antonio Duato sigue a estos iluminados (Marcel Légaut y GrothendiecK)”.
Pues sí. Busco cada vez más en el fondo del alma a mi Dios, siguiendo a quienes me dieron testimonio de buscar en serio a su Dios dentro de de sí y en las circunstancias concretas de su vida. Y, en privado te hacía referencia a amigos comunes que habían seguido con cabezonería este itinerario (Jerónimo y Clelia). Gracias por compararme a ellos. Y a Helder Camara y a Leonardo Boff. Y ya veo por donde van tus búsquedas, revolviendo ideas simplistas y atrsadas sobre mística, expuestas desde su cátedra de predicador laico a ignorantes hispanos en 1929 por Don José Ortega y Gasset. ¡Ese seguimiendo sí que iluminará las mentes del futuro!
¿Sabes? Encuentro más sabiduría humana auténtica en los cuento de Borges como el que tú citas a Clelia (Las ruinas circulares) o en el mito de Higinio (que también cita Boff. Se vé que los dos habéis estudiado en Alemania) que en todas las OC de Ortega, que tú sigues destilado y a mí me gusta buscarlas para leerlas al menos en su contexto.
Hola Antonio
Carta de Jerónimo José Podestá (algunos párrafos) Lima Perú martes 11 de marzo de 1975
Querida Clelita:
Leí tus líneas que dicen todo lo más importante -que me extrañas mucho- y por eso te las agradezco tanto porque es una manera de tenerte y sentirte cerca, de vibrar juntos al impulso de algo tan común, tan compartido, tan nuestro, que es lo que hace de nosotros dos, uno solo, sin que por ello se diluya nuestra individualidad personal, sino que se acreciente y se vitalice.
Una cosa más quiero decirte porque la he sentido ahora y me ha llenado la mente después de henchir mi espíritu. Esta vivencia es como una dimensión nueva del ser; es como una dimensión nueva de la vida, es como una vida más allá de la vida; es como estar viviendo en un plano y en una dimensión nueva, distinta, superior…
Lo que realmente importa es haber sondeado las profundidades abismales del propio espíritu y haber tocado esa dimensión interior y profunda en que la vida adquiere el sentido de algo indestructible y eterno. Yo no puedo negar lo que se llama experiencia mística, tanto más que de algún modo puede decirse que yo también la he vivido, aunque no puedo estar seguro qué se les debe atribuir a tales vivencias.
Digo esto porque hoy estoy convencido del valor definitivo que esas experiencias “místicas” (lo mismo debo decirte de las experiencias yoga) si no se encarnan en una vida de compromiso y de amor humano, realmente terminan por ser la cosa más alienante, la corrupción de lo óptimo que se convierte en pésimo. Como que ahora empiezo a comprender tu concepto de “mística encarnada”, aunque no sé si tu concepto va más allá del mío. En todo caso afirmo rotundamente que una mística que no se encarna es un puro sueño, una alienación, un engaño…una falsedad…
A Dios en definitiva se llega a través del otro. Si he llegado verdaderamente a sentir, a descubrir y conocer al otro, que en definitiva es amar al otro, ya no me interesa tanto llegar al Otro y saber que existe el Otro … total si existe ya lo estoy tocando, ya estoy viviendo en Él. Y esto, aunque pudiera parecer una terrible herejía, no lo es. En cambio, afirmar la creencia, afirmar la mística y no encarnarla es pura alienación.
Por favor no te quedes, seguí siempre adelante, no te pares ni te achiques, no vaciles ni claudiques … Hacé siempre todo lo que sientas que tenés que hacer, aunque yo no te entienda, no me atreva, no te acompañe…No quisiera en la vida es ser causa de tu frustración.
……………
La Iglesia está unida a Cristo de manera indeleble y perenne en una unión semejante a la unión conyugal y es en ese amor como Cristo “ama a Su Iglesia”, profundo, fiel, constante, duradero… Esta Iglesia -cuyo origen reside en Cristo, – fue por El dotada de Su carisma personal y sacramental -que es independiente de la dignidad del ministro- y es esta Iglesia el medio ordinario para obtener la gracia de la salvación. Es por esto y por la promesa de Cristo que Su Iglesia NO va a ser destruída por el mal imperante en el mundo. Puede ser renovada-pero no cambiada en su esencia-que es inalterable e inmutable como el mismo Cristo glorificado.
Por eso la Iglesia en sí está incólume y posee los elementos necesarios para santificar al mundo y se Lumen Gentium, luz que nos acompañe en este peregrinaje hacia la vida eterna. Renovar la Iglesia quiere decir que sus fieles, tanto clérigos como laicos, se esfuercen en parecerse más al Cristo del Evangelio que hacia la Voluntad del Padre, que se compadecía de los enfermos, de los pobres y desvalidos, que predicaba la justicia, que combatía el mal del pecado, que daba testimonio de la verdad, que tomó la Cruz para darnos ejemplo y abrirnos el camino más fácil hacia la gloria y que nos dio el nuevo mandamiento de “amarnos los unos a los otros” Un saludo cordial
Santiago Hernández
Siempre he defendido tu derecho a mantener tu personal inteligencia sobre el contenido de la fe católica, que comprende muchas de la afirmaciones que tú haces aquí, tras mi reflexión sobre por qué hoy me mantengo en mi comunidad histórica de fe sin abjurar de ella o epasarme a otra Iglesia. Pero tengo que advertir que mis motivaciones no tienen nada que ver con esa visión que expones, más o menos dogmática. No espor esa doctrinaa sino a pesar de esa doctrina sacral, institucional, “de derecho divino” que está aún hoy instalada en la ICAR. Para mí todo eso, que el papa actual desea cautamente cambiar, ha sido motivo de que la gente abandone la Iglesia y la fe.
Invito a leer más detenidamente el artículo. Y si alguien quiere un resumen es esta: Creo en la Iglesia católia pero en sentido de “desde o dentro” de una una comunidad concreta de creyentes y tremendos pecadores. Pero no tengo fe en la Iglesia como objeto de mi fe. Más o menos así lo explicaba por ejemplo Hans Küng que se manuvo católico e incluso sacerdote hasta el final…