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Bajo el Cuarto Poder

En mi último artículo hablaba del Cuarto Poder, el poder del Capital, algo que no tuvieron suficientemente en cuenta alguna de las mentes más lúcidas del siglo XX. En 1930, John Maynard Keynes, uno de los más brillantes economistas de ese siglo, pronunció en Madrid una conferencia titulada Las posibilidades económicas de nuestros nietos, en la que se preguntaba qué pasaría con el mundo de la economía cien años después, es decir, en nuestros días. Y Keynes no tiene la menor duda al afirmar que la humanidad en su conjunto estaría trabajando “un máximo de 15 horas semanales, en turnos de tres horas al día“. Y aun así, nos dice, “seguirá sobrando riqueza“.

Nos podemos preguntar cómo el genio más grande de la economía del siglo XX pudo equivocarse tanto. La respuesta es sencilla: no tuvo en cuenta el Cuarto Poder. Keynes se aferra a una evidencia muy de sentido común: el desarrollo vertiginoso de la industria hace crecer la riqueza con cada vez menos trabajo, así es que, de aquí a cien años la Humanidad casi no necesitará ya trabajar. Lo que a Keynes ni siquiera se le pasa por la cabeza es que una economía industrializada es perfectamente compatible con una reducción de la jornada laboral y una distribución del trabajo, pero que una economía capitalista no lo es.

También hacia 1930 Bertrand Russell, otro de los grandes intelectuales del siglo XX, defendiendo la reducción de la jornada y el reparto de trabajo, afirmaba: “Los métodos de producción modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos” Y esto lo decía Bertrand Russell hace casi un siglo, cuando la informática estaba en mantillas y la inteligencia artificial prácticamente era un sueño.

Sigue Russell: “En vez de esto (la paz y la seguridad), hemos elegido el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros.” Bueno, propiamente no lo hemos elegido nosotros, lo ha elegido el Cuarto Poder, pero nosotros lo hemos asumido. “Hasta aquí, hemos sido tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir necios para siempre”. Claro que en la necedad también tiene una buena parte de culpa el Cuarto Poder, con sus medios de comunicación y su cultura alienante.

 

Me viene aquí a la cabeza algo que ocurrió hace ya mucho, cuando todavía contábamos en pesetas. En mi empresa, IBERIA, se iba a negociar la renovación del Convenio Colectivo. En Comisiones se convocó una asamblea de afiliados para tratar de la plataforma reivindicativa que se iba a presentar. Los principales puntos de esa plataforma eran una moderada subida salarial y dos días más de vacaciones. En el debate intervino un compañero muy indignado por esa plataforma: “Y para qué coño quiero yo dos días más de vacaciones, si no tengo mil duros para gastármelos en lo que me dé la gana”. No pedía los mil duros para atender una necesidad más o menos perentoria, sino para gastárselos en lo que le diera la gana. No cabe duda de que el porvenir imaginado por Keynes y Russell no le seducía nada, lo que quería era más pasta, no más tiempo libre.

 

Mientras tengamos una idea del bienestar basada en el consumo, está claro que no lucharemos por esa sociedad esperada por Keynes y Russell en que la norma sea: repartir el trabajo y transformar la maldición del paro en la bendición del tiempo libre. Pero para eso necesitamos otro modelo de bienestar.

2 comentarios

  • ELOY

    Muchos gracias Antonio. Tu artículo resulta muy ilustrativo de un mal que nos acucia. la falta de reparto del trabajo y de la riqueza, de la abundancia para cubrir las necesidades, que debe llegar a todos. 

    Pero es la verdad que no a todos llega la percepción de la posibilidad de ese mundo ideal que refieres en las predicciones de Keynes, ni quizá todos comprendan el planteamiento, que debiera ser bandera en todos los programas de acción de las organizaciones nacionales e internacionales. 

    Por desgracia, muchos de los que mueven los hilos del mundo, tal y como como dice el salmista en referencia a los ídolos, Aures habent et non audient: tienen orejas, y no oyen.

  • Antonio Llaguno

    Es que ¿Quiénes son Keynes y Russel para decidir lo que interesa o no a un viejo sindicalista?