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La amenaza más sensible: el cambio climático

Hay varias amenazas de destrucción de la vida, especialmente, la humana, en nuestro planeta: la amenaza nuclear, la del colapso mundial del sistema económico-social, la de haber sobrepasado la Sobrecarga de la Tierra (insuficiencia de los bienes y servicios naturales que sostienen la vida), la de la escasez mundial de agua dulce, entre otras.

Tal vez la más sensible sea el cambio climático, pues está llegando a la piel de poblaciones enteras. Ligada a él está la crisis hídrica que ya afecta a buena parte de las naciones. Personalmente estoy viviendo este drama hídrico. En el límite de mi terreno corría un riachuelo con abundante agua. Se canalizaba una pequeña parte de él para producir una cascada frecuentada por muchos durante todo el año. Lentamente, sin embargo, el río fue disminuyendo y la cascada desapareciendo hasta que una gran extensión del río se secó totalmente, apareciendo después con visible disminución de agua. El río nace en medio de una selva vecina, totalmente conservada. No habría razón para que sus aguas disminuyesen. Sin embargo, sabemos, que el factor hídrico es sistémico, está todo interligado. Mundialmente crece la escasez de agua potable.

El peligro más cercano y con consecuencias dañinas es el cambio climático de origen antropogénico, es decir, producido por la forma como los seres humanos, especialmente los dueños de los grandes complejos industriales y financieros han tratado la naturaleza en los tres últimos siglos. El proyecto que animaba y anima todavía ese modo de vivir en la tierra es el del crecimiento ilimitado de bienes y servicios dando por supuesto que la Tierra poseería también esos bienes de forma ilimitada. Sin embargo, desde que se publicó el informe Los límites del crecimiento en 1972 por el Club de Roma quedó claro que la Tierra es un planeta pequeño con bienes y servicios limitados. Ella no soporta un crecimiento ilimitado. Hoy para atender la demanda de los consumistas necesitamos más de una Tierra y media, lo que estresa totalmente al planeta. Él reacciona, pues es un super Ente que se rige sistémicamente como un ser vivo, calentándose, produciendo eventos extremos y enviando más y más virus peligrosos, hasta letales, como hemos visto con el coronavirus.

Conclusión: Hemos sobrepasado el punto crítico. Ya estamos dentro del calentamiento global. Se ha producido una desregulación ecológica. Aumentaron exponencialmente los gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento. Veamos algunos datos. En 1950 se emitían anualmente 6 mil millones de toneladas de CO2. En 2000, 25 mil millones de toneladas. En 2015 ya eran 35.600 millones de toneladas. En 2022/23 llegamos a 37.500 millones de toneladas anuales. En total circulan en la atmósfera cerca de 2,6 billones de toneladas de CO2, que permanecen en ella cerca de 100 años. Además, el hecho de que los analistas todavía no están incluyendo en el agravamiento del calentamiento global la interacción sinergética entre la comunidad de plantas, masas de tierra, océanos y hielo, torna dramática la situación climática. Hemos topado con los límites infranqueables de la Tierra. De proseguir nuestro modo de actuar y consumir, la vida estará amenazada o la Tierra no nos querrá más sobre su superficie.

El acuerdo de París, firmado en 2015, de que todos los países se comprometieran en la reducción de gases de efecto invernadero para evitar que superásemos 1,5°C o hasta 2°C con relación a la era industrial, se ha frustrado. Los países no hicieron sus tareas en casa. Era necesaria la reducción inmediata del 60-80% de las emisiones de CO2. En caso contrario, existiría el peligro real de cambios irreversibles, lo que dejaría vastas regiones de la Tierra inhabitables. La última COP28 mostró que ha aumentado el uso de energía fósil, petróleo, gas y minerales.

Bien dijo el presidente Lula en la COP28: “El planeta está harto de acuerdos climáticos no cumplidos. Necesitamos actitudes concretas. ¿Cuántos líderes mundiales están verdaderamente comprometidos en salvar el planeta?”

Lo que predomina es el negacionismo. Se dice que el calentamiento es efecto de El Niño. El Niño entra en la ecuación, pero no explica, solo agrava el proceso en curso ya iniciado y sin vuelta atrás. Los mismos científicos del área confiesan: la ciencia y la técnica han llegado atrasadas; ellas no son capaces revertir ese cambio, solo advertir de su llegada y aminorar los efectos dañinos.

Así y todo se han propuesto dos maneras de proceder para hacer frente al calentamiento actual: la primera, usando organismos fotosintéticos para absorber el CO2 a través de la fotosíntesis de las plantas y transformarlo en biomasa. Es el camino correcto pero insuficiente. La segunda sería lanzar partículas de hierro en los océanos para aumentar su capacidad de fotosíntesis. Pero este método no está científicamente aconsejado por previsibles daños a la vida en los océanos.

A decir verdad no tenemos soluciones viables. Lo cierto es que tenemos que adaptarnos al cambio climático y organizar nuestra vida, las ciudades oceánicas, los procesos productivos, para aminorar los daños inevitables. En el fondo, tenemos que volver al mito del cuidado de nosotros y de todas las cosas como vengo insistiendo desde hace años, ya que el cuidado pertenece a la esencia del ser humano y de todos los vivientes.

Imaginemos que un día la humanidad toma conciencia de que la vida puede desaparecer y hace que toda la población mundial se ponga un fin de semana a plantar árboles y así secuestrar el carbono y crear condiciones para que el sistema-vida y la humanidad sobrevivan. Sería un intento que podemos implementar y que quizá nos pueda salvar. Lo imponderable siempre puede suceder como ha mostrado la historia.

Es oportuna la advertencia de un eminente filósofo alemán Rudolf-Otto Apel: “Por primera vez en la historia del género humano, los seres humanos han sido puestos, en la práctica, delante de la tarea de asumir la responsabilidad solidaria de los efectos de sus acciones en un parámetro que incluye a todo el planeta” (O a priori da Comunidade de Comunicação, São Paulo: Editora Loyola, 2000 p. 410). O nos responsabilizamos, sin exceptuar a nadie, por nuestro futuro común o podrá suceder que no nos contemos más entre los vivientes del planeta Tierra.

 

*Leonardo Boff ha escrito: Saber cuidar: ética de lo humano-compasión por la Tierra,Vozes 1999/2010; Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo, Record, RJ 2010; Tierra madura: una teología de la vida, Planeta, São Paulo 2023.

Traducción de María José Gavito Milano

 

5 comentarios

  • oscar varela

    Hola!

    • oscar varela

      Mi guía es mi compromiso conmigo
      https://www.pagina12.com.ar/704284-me-guia-es-mi-compromiso-conmigo
       
      Fue cuando algo adentro de ella eligió un rumbo y a los trece años de edad, Lía abrió la boca y dijo
      – “quiero ser trabajadora social”.
       
      – La respuesta de su mamá no se hizo esperar:
      – “eso es peligroso”.
      (Faltaban veinticinco años para que Leonardo Boff pusiera su atención en ella y a su trabajo)
       
      Lía recuerda:
      – “hasta mis quince años nos mudábamos mucho. Creo que tantos cambios me llevaron a pensar en el tema de los cuidados. En qué significa y como se valoran los cuidados. Me preocupaba. Pensaba siempre el tema de cuidar del otro, de la otra, del núcleo.”
       
      Siguió pensando que podría ser eso o directora de teatro. Y finalmente fue trabajadora social con el agregado de su interés en los cuentos de tradición oral.
      – “Trabajo con grupos de personas de altísimo riesgo. No solo cuidar y contener, sino darles herramientas nuevas que las ayuden a sobrellevar su situación. Coordinar grupos terapéuticos, de familiares de chicos que estaban internados por adicciones.”
       
      Había comenzado a preocuparse por los cuidados mucho antes, desde la escuela de monjas misioneras con las que visitaban villas y asilos de ancianos de Buenos Aires, Chaco, Neuquén, y familias con problemas varios que
      siempre me hacían volver sobre el tema de los cuidados. A cada lado que iba, mi preocupación y mi foco se ponía en quien cuida, cómo se cuida, y hasta para qué cuida.
       
      Las monjas son buenas en el trabajo social, pero no me convocaba el tema de la evangelización, a pesar de que en ese grupo había laicas también, pero cargaba con la visión de la carrera en la universidad de La Matanza, cuyo postulado decía que la religión debe estar lejos de nuestra ciencia. Ahora está cambiando un poco eso, pero era un signo de época. Yo venía de la escuela Cristo Rey de Caseros y había que cortar.”
      (Mas tarde se daría cuenta que “después en todos los espacios de trabajo aparecía lo religioso y eso me llevo a una reflexión en profundidad.” Supo que a la teoría y a la práctica, había que agregarle comprensión de lo que sucedía en la realidad del territorio y cariño.
       
      En el año 2008, siendo muy joven pero teniendo ya un intenso trabajo de campo, fue al foro social mundial en Brasil, con la Red de Mujeres de La Matanza, espacio al que llegó a través de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, y entonces, recordando se vuelve a reír fuerte “¡no me podía sacar de encima a las monjitas!” y menos pensando que fue con las monjas del colegio Cristo Rey que había sido invitada años antes a presenciar y presentarse en el modelo de la OEA en Washington, y que -seguramente- esa misma inquietud sin sosiego de las monjas, la llevó a pasarse todo su último año de secundaria “recorriendo todas las universidades de Buenos Aires. Sin invierno ni primavera ni verano.
       
      Siempre intentando esquivar a las monjitas, pero
      – “Mis primeros trabajos fueron con las Hermanas Oblatas, ahí en Matanza. No quería ir con monjas y al final fui. Fue toda una discusión con mi profesora porque ¿qué tengo que hacer yo con las monjas? Yo voy a ser trabajadora social. Al final fui. Igual la monja que era mi referente, Sandra, es trabajadora social. Y allá armamos siete centros de alfabetización de adultos.”
       
      De Bujarú, ese pueblo lejano de Belem do Pará (a donde llegó al foro social mundial) más que el agua verde del río y la tierra colorada, la impresionó que “siempre llovió. Calor y lluvia todo el tiempo. Un lugar rudo para nuestro trabajo.” Y fue allí mismo que vio por primera vez a Leonardo Boff, hablando de la ética del cuidado y quedó fascinada.
       
      Terminada la tesis sobre cuidados, su buen amigo, el periodista Rogerio Tomaz, se ofreció a presentárselo a Boff.
       
      Tiempo después, su tesis convertida ahora en libro pronto a salir titulado “Cuidar: una mirada desde el territorio”, tiene dos prólogos, uno de Leonardo Boff y otro de Ana Domiguez Mon, antropóloga e investigadora del CONICET, lugar a donde “llegué por casualidad; me dijeron que había un lugar que daba becas para investigación, postulé mi trabajo y gané.”
       
      Hay que seguir alfabetizando adultos. Hay que seguir guiando para cuidar mejor. Todo es lo que uno puede hacer. Y yo soy el cambio social. Para eso aprendí abriéndome, vinculándome. Viendo y buscando saber con el cuerpo. Es lo que hago, es lo que hacemos. Es mi vocación y de la que no puedo ni quiero salirme, porque MI GUÍA ES MI COMPROMISO CONMIGO”.
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