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La gracia y el perdón

Provocaciones teológicas sobre la amnistía

             “Nadie puede exigir de nosotros, sostiene Francisco, que releguemos la religión a la secreta intimidad de las personas, sin ninguna influencia en la vida social”. Esta influencia no vendrá de grupos atávicos que lanzan el Rosario como proyectiles, ni de los obispos ultraconservadores que declaran “mentiroso” al Presidente por vincular la amnistía al bien común” (obispo de Alacant) o pronostican que “los nacionalistas ponen en peligro la convivencia de los españoles” (obispo de Huelva). Ni siquiera vendrá de las declaraciones más matizadas, pero igualmente ideológicas del obispo de Valladolid: ” la amnistía podría ser valiosa si fuera recíproca y los amnistiados renunciaran a un proceso ilegal y unilateral”. Lo que equivale a decir que la amnistía seria valioso si dejara de ser amnistía.

            Sostengo que es posible respetar la autonomía y racionalidad de la política y a la vez ofrecer el aprendizaje entre la visión religiosa y la secular, y “traducir los contenidos de verdad no agotados de las tradiciones religiosas” como propone el pensador crítico de la laicidad, Jürgen Habermas en su último libro (2019). Cuando el 70 por cien de la población española identifica la amnistía con “injusticia y privilegio”, algo habremos hecho mal al anunciar la Gracia: “Ha aparecido la Gracia de Dios sobre todos los hombres” (Tito 2,11), el Perdón: “pasó por alto los pecados cometidos anteriormente” (Rom 3, 25) y la Novedad: “quien no nazca de nuevo no podrá entrar en el Reino de los Cielos” (Juan 3,1-8). La amnistía, como despliegue del Amor Incondicional, del Perdón absoluto y del Comienzo radical, es la mediación histórica, el marco cognitivo y afectivo, y la mayor provocación del mensaje del Nazareno.

La gracia y el mérito

      Toda la vida de Jesús fue expresión del amor incondicional a santos y pecadores, poderosos y mendigos, sanos y enfermos. Y así se ha cancelado la ideología de “quien la hace la paga”. El Amor no tiene condiciones ni presupuestos como se ha expresado simbólica y realmente en la práctica eclesial del bautismo de los niños. Dios no ama porque somos conscientes, justos y buenos, sino para que lo seamos. La institución evangélica de la Amnistía ha sido socavada por la ideología del mérito que cree que el favor de Dios se gana y se conquista a través del sacrificio y prácticas religiosas.

      Esta recuperación de la gracia frente al mérito se ha producido en tres momentos decisivos que recuerda los avatares actuales de la amnistía. Fue Agustín de Hipona quien advirtió que nadie puede ganarse por sí mismo la salvación mediante las buenas obras y las prácticas eclesiásticas, que proponía el pelagianismo. Pelagio otorga al individuo la opción de salvarse a sí mismo fuera de las instituciones eclesiásticas. En el imaginario popular sobrevive el dilema que formuló Antonio Machado:  buscamos el agua porque tenemos sed, (como proponía Pelagio), o tenemos sed porque hay agua (como proponía Agustín de Hipona).

      El dilema entre la gracia y el mérito provocó la mayor fractura que ha padecido el orbe cristiano, mucho mayor que el suscitado actualmente por la amnistía en el ámbito político. La Reforma protestante nació como una crítica contra el mérito, contra las prácticas corruptas y la realización de ritos que intentaban comprar la salvación. Ante la convicción que ante Dios somos justificados por las obras, se proclamó que el Amor de Dios no tiene límites, es sobreabundante e inmerecido: la  justificación viene por la fe.  Dios amnistía para que seamos amables. En el debate político sobre la amnistía subyace igualmente dos posiciones, para unos sólo se pueden amnistiar a los que se lo merecen, a la buena gente, a los que muestran propósito de enmienda. Para otros, el Estado puede ejercer medidas de gracia no porque son constitucionalistas sino para que lo sean. No porque son gente de bien, sino para que sean plenos ciudadanos.

      El Concilio Vaticano II se propuso acabar con los enfrentamientos y polarizaciones entre la fe y las obras, entre la Iglesia y el mundo, estableciendo puentes y reconociendo que la Reforma se había llevado verdades nucleares de la experiencia cristiana: la Incondicionalidad y universalidad del amor que se despliega en múltiples caminos religiosos y seculares, confesionales y aconfesionales y anida en el interior de todas las religiones.

 

El perdón y la conversión   

      Francisco prosigue esta tarea conciliar mediante la centralidad incondicional y absoluta de la Misericordia; con el neologismo “misericordiando” rompe la lógica de la condicionalidad –te doy si tú me das–, la tiranía del mérito –te perdono si lo mereces– y la equivalencia –te concedo lo que en justicia te corresponde. Esta conmoción del sistema legal e institucional ha suscitado una oposición frontal en ciertos grupos fundamentalistas, religiosos y laicos, similar a la provocada por la amnistía política. La radicalidad de la Misericordia, en la Semana de la Juventud de Lisboa, era neutralizada por los obispos ultraconservadores al condicionarla a la confesión individual, al arrepentimiento y al propósito de enmienda. Cuando se dice que ¡“en la Iglesia caben todos, todos, todos”! se entiende que “caben todos pero no todo”, convirtiendo así a Dios en un jefe de aduanas. Al proclamar en la fórmula de la consagración eucarística que “la sangre de la alianza ha sido derramada por vosotros y por muchos, –en lugar de por todos- ” se vacía de contenido la amnistía de Dios y se convierte en un simple indulto

      La ideología del mérito afirma que sólo se puede amnistiar a los que se lo merecen, se convierten y tienen propósito de enmienda. La Misericordia queda reducida al perdón que se otorga en la confesión oral. En un reciente debate televisivo se esgrimió, por parte del representaré popular, las cinco condiciones de la confesión para deslegitimar la amnistía política. La identificación del Perdón de Dios con la confesión oral pervierte el “principio misericordia” que es el núcleo fundamental del cristianismo, que debe impregnar la vida, la fe, la Iglesia, la moral, la política.  En las entrañas del evangelio, el perdón supera la ley del talión –ojo por ojo– y abre un futuro de vida para los mismos enemigos, por encima de la ley. Frente a los que sostienen que sólo hay que perdonar a quienes se convierten, expían sus culpas y vuelven al orden legal, Jesús empieza perdonando, de un modo gratuito, y sólo después ha pedido a las personas que se perdonen: no perdona porque se es bueno y justo, sino para que lo sean.     

      Del mismo modo, en las relaciones políticas, la dignidad no se concede sino que se reconoce, y los derechos humanos, que son hoy el otro nombre de la dignidad, tienen que ser “respetados y garantizados, según la acertada formulación de Amartya Sen, “a cualquier persona en cualquier parte del mundo, con independencia de su ciudadanía, residencia, raza, clase, o comunidad”.

      Se ha dicho que la amnistía es injusta porque privilegia a unos pocos  Es el argumento que esgrimió el hijo bueno contra su padre ¿Alguien diría que es injusto el padre de la parábola del hijo pródigo porque trató desigualmente a cada uno de los hijos, y sin condiciones ni preguntas, “se le salieron las entrañas” y corre hacia él, le besa y celebra que está vivo y vuelva a la familia?

 

Amnistiar para comenzar

      La institución de la amnistía está vinculada social e históricamente al comienzo de un tiempo nuevo y arraiga en una visión del ser humano que en ve en “cada personas, según expresión de Hanna Arendt en La condición humana, un inicio y un recién llegado al mundo, que puede tomar iniciativas, convertirse en precursoras y comenzar algo nuevo” Y encierra una visión del tiempo que, en palabras de Vasile Grossman en “Vida y destino” “no ama nunca, nunca a los hijos del tiempo pasado” y reconoce que “no hay destino más duro que sentir que uno no pertenece a su tiempo”. El movimiento cristiano empezó con la proclamación de la amnistía de Dios que cancela un pasado irredento y coloca al mundo en una situación germinal.

      Con la institución de la amnistía se recupera esta conciencia emergente en todos los escenarios sociales, económicos, culturales y políticos ya que el comienzo se pronuncia en plural. En el ámbito de la intimidad “sólo la mano que borra, decía el Maestro Eckhart, puede construir la libertad”. En la vida familiar, el perdón es un “poder de transición”, una lanzadera para avanzar juntos, y recrear un proyecto común “Nos perdonamos para reinventarnos confiadamente” advertía Viktor Frankl; de este modo el perdón familiar desborda la transacción moral y la lógica del intercambio. En el ámbito social, el perdón se vincula al fortalecimiento de la convivencia que repara los desgastes de la vida en común y promueve la amistad social y la inteligencia colectiva. Cuando falta la amistad social, los vecinos no escuchan los gritos de una mujer maltratada y se puede permanecer horas infartado en la calle sin que nadie se detenga a auxiliarle. Sin amistad social se levantan murallas para impedir el paso a extraños y los inmigrantes se convierten en peligrosos.     

      En la esfera política, la amnistía pretende promover una sociedad tolerante, respetuosa e inclusiva y cancelar el odio. La amnistía política se vincula al sufrimiento evitable, que necesita el borrón y cuenta nueva para abrir procesos de trasformación; necesitaremos ser perdonados por lo pobres para remover las desigualdades e inaugurar una comunidad de iguales y que los excluidos y descartados se sientan miembros activos en una sociedad inclusiva; declaremos la amnistía para que la patria deje de ser un club privado y sea también un hogar para los que no creen en ella.     

      La voluntad de cambio ha sido neutralizada a través de algunas estrategias. Hay quienes -no importa que sean laicos o religiosos, obispos o dirigentes políticos- ante la sacudida de un nuevo comienzo, intentan interpretar lo nuevo desde lo viejo; se afirma que el Concilio Vaticano II ha de interpretarse desde el Concilio de Trento, los desafíos actuales han de ser validados por el periodo de la Transición y las propuestas de un partido político han de ser inmutables: la tradición viva se convierte en “depósito de la fe” y la Constitución en un tótem.

20 comentarios

  • Roman Díaz Ayala

    La gracia y el perdón como categorías teológicas  le sirve a Joaquín García Roca para querer introducirnos en una reflexión “política” sobre la ley de amnistía presentada por el Ejecutivo en Las Cortes. 

    • Roman Díaz Ayala

      Agradezco su esfuerzo por superar el aprendizaje entre la visión religiosa y la secular manteniendo la fidelidad de la religión en la esfera íntima, aunque crea que con Habermás ha encontrado el “traducir los contenidos de verdad no agotados de las tradiciones religiosas”. Términos como Gracia, Perdón, Novedad, obedecen a una dinámica distinta referidos a la divinidad, y que por tanto son objetos de nuestras creencias. Partiendo de estos conceptos tropezamos con una razón teológica y otra histórica.

      Desde hace unos siglos la Europa cristiana no ha podido ponerse de acuerdo en la valoración correcta de la ofrenda sacrificial y propiciatoria de la cruz y el profundo significado de la satisfacción de Cristo, por lo que el concepto de reparación de la culpa (Pecado) adquiere distintos significados.

      El valor del individuo, el ser humano, fue encontrando su autonomía hasta cristalizar en una ética (principios y valores, Derechos Humanos…) ajenos a su connotación religiosa. Nuestras actuales constituciones liberales europeas ( occidentales) definen nuestros derechos y libertades de los ciudadanos constituidos en sociedad civil.

      Por supuesto que persiste la noción jurídica de satisfacción, el castigo por el delito, el pago de la pena. Pero ya no nos regimos por la ley del Talión cuando la justicia es vengativa con necesidad de víctimas. El ojo por ojo, diente por diente de los antiguos  y los códigos antiguos como el de Hammurabi, ha dado paso a un orden jurídico y penal que busca la reinserción curativa del victimario en la sociedad civil.

      Nuestro hecho constitucional recoge el sentido actual de la reparación de la ofensa, e incluyendo sus  medidas de gracia, que es una forma de reparación no merecida mediante la figura del “olvido jurídico”, que no significa que no haya existido delito, y mucho menos que las leyes hayan sido aplicadas de manera irregular por la jurisprudencia, sino que es una forma de reparación, de costura en el entramado social por una paz social de orden superior.

      La amnistía es una idea correcta de justicia que no destruye el orden jurídico, el constitucional que nos dimos todos los españoles mediante referendum, y que establece dos fórmulas para que este orden sea restablecido, y no solo con la pena y el castigo, sino mediante sus medidas de gracias.

  • M. Luisa

    Hola, Cristina, déjame hacer alguna consideración sobre lo que comentas aquí,  aunque  ya nos avisaste de que dispones de poco tiempo para entrar en el foro  con asiduidad. Independientemente de esta circunstancia,  lo hago porque mi intención  no es sentenciar nada y, por tanto, dejar el asunto abierto  para poder ser rebatido por quien así lo crea conveniente.  Ahora bien, si no nos abstraemos y nos ceñimos a los hechos, ¿podemos hablar de normalidad democrática en España cuando un tribunal de justicia se arrogó el derecho de derogar una ley aprobada tanto en el Parlament catalán(2010) como en el Parlamento español? ¿Podemos hablar de normalidad democrática  cuando un juez se atreve a decir “tranquilo amigo, esto te lo afino por la puerta de atrás”. Podemos hablar de normalidad democrática  cuando el poder judicial lleva en España caducado hace más de cinco años? Y así un montón de cosas más. Y dices al final ¿Concebiría alguien una amnistía fiscal no condicionada al pago o regularización de la deuda tributaria pendiente?.   ¿Me pregunto si esa amnistía fiscal  no será la que se le concedió al rey emérito?

    Y por último decir que aunque ayer mismo se supo de la noticia   según la cual Amnistía Internacional propone añadir elementos sobre derechos humanos no implícitos en el  documento de Ley de Amnistía, es decir, los parlamentarios se quedaron cortos, estoy convencida de que tal noticia en algunos medios informativos   quedará en silencio o se hará esperar. Un saludo!

    • Cristina

      Sí normalidad democrática, quizá sea excesivo en el caso de España,  es una “obviedad” decir que  la democracia es mejorable. Los casos que dices son algunos de los ejemplos, sí pero ello puede ni debe servir de justificación. Por otro lado, los parlamentos no pueden legislar ni aprobar leyes en contra de la Constitución.

       

      Pero hay algo claro, en el caso que nos ocupa, Me parece que lo correcto en términos democráticos sobre una iniciativa de la importancia que reviste la amnistía es que sea defendida públicamente ante la ciudadanía, especialmente en período electoral. Y no solo no se ha hecho, sino que buena parte de los representantes institucionales y orgánicos del PSOE han venido rechazando una amnistía hasta pocos meses antes de las elecciones, por ser, según ellos, inconstitucional o injusta. La hemeroteca, como es sobradamente conocido, recoge abundantes ejemplos en este sentido. Hasta donde sé, no se ha producido ninguna novedad o circunstancia sobrevenida que justifique un cambio de posición del partido, excepto, claro está, la de necesitar el apoyo de diputados de partidos independentistas para completar una mayoría parlamentaria que posibilite una investidura que mantenga al partido en el Gobierno en esta nueva legislatura.

      En segundo lugar, en la amnistía que se está planteando no se está contando con la primera y tercera fuerzas políticas más votadas en las elecciones generales celebradas hace apenas tres meses, en julio de 2023, que suman más de 11 millones (aproximadamente el 45% de los votos emitidos). Me parece especialmente inaceptable que pretenda llevarse a cabo la aprobación de una amnistía sin consensuarla con el PP, partido más votado a nivel nacional en las últimas elecciones, tercer partido más votado en Cataluña (por delante de ERC y Junts) y que mayor poder acumula actualmente a nivel institucional en comunidades autónomas y ayuntamientos. Aunque la forma jurídica para la aprobación de una amnistía es la ley orgánica, esto es, basta la mayoría absoluta en el Congreso para su aprobación, una amnistía como la anunciada debe contar, a mi modo de ver, con un consenso amplio tendente a la unanimidad. Es decir, para la aprobación de una ley de amnistía es exigible, desde luego, el apoyo de las principales fuerzas políticas en Cataluña, pero también las de España en su conjunto. Se trata de una materia que debería ser objeto de un pacto de Estado. Por cierto, así sucedió con la ley de amnistía de 1977, que fue aprobada en el Congreso con 296 votos a favor, 2 en contra, 18 abstenciones y 1 voto nulo.

      En tercer lugar, una amnistía como la sugerida supone, a mi entender, un cuestionamiento inaceptable de la democracia española y de sus instituciones. Implica desacreditar la respuesta de las instituciones al desafío del próces; supone reconocer que su actuación fue en cierta medida ilegítima, injusta o arbitraria. Lo cierto, sin embargo, es que la democracia española se encuentra en una buena posición en todos los rankings sobre calidad democrática en perspectiva comparada (The Economist, V-Dem o Freedom House) y que la respuesta de las instituciones se produjo, en términos generales, con arreglo a lo dispuesto en el ordenamiento jurídico, con respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos y de manera garantista. No hay, por el momento, ninguna condena por parte del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Ni nos encontramos ante un contexto de transición a la democracia, ni tampoco estamos ante una suerte de acuerdo de paz para dar salida a un conflicto armado. Una amnistía en bloque para todos los delitos cometidos durante el procés, en definitiva, significaría conceder verosimilitud jurídico-institucional al relato que ha tratado de deslegitimar la democracia española dentro y fuera de nuestras fronteras y que ha tratado de proyectar la imagen de un Estado opresor.

      Considero, en fin, que la amnistía es infructuosa y, quizás, contraproducente. Infructuosa porque algunos de los beneficiarios de la medida no han renunciado a la unilateralidad ni, por tanto, a la potencial reiteración de conductas delictivas, con lo que la amnistía no contribuiría al bien que se dice perseguir: mejorar la convivencia política y procurar la paz social. Y contraproducente porque se corre el riesgo de que, una fórmula que pretende restañar la fractura política en Cataluña puede causar, por el contrario, un desgarro relevante en una sociedad española ya demasiado polarizada.

      • M. Luisa

        Aunque sea una obviedad decir que la democracia es mejorable cómo se llevaría a cabo esta mejora sin tener a la vista la  información de los casos que he expuesto anteriormente  y de tantos otros que han sido ocultados como  las actuaciones clandestinas de espionaje en Cataluña. Unas actuaciones que tomaron cuerpo dentro del informe, las “Cloacas del Estado”   antes, mientras y después del Procés. En estas condiciones, cómo podría esperarse una participación honesta de la ciudadanía respecto a la ley de amnistía. Además,  sería totalmente absurdo     por parte de los políticos llevar a cabo esta consulta cuando en cada campaña electoral lo que les hace sumar votos es precisamente  llenarla de contenidos en contra de Cataluña.  Absurdo porque de antemano se sabría ya el resultado.  
         
        Aquí se celebró la amnistía del 77 como lo que era: hacer tabula rasa de una situación pasada. Sin poder, eso sí, perseguir ni a Billy el Niño, ni tampoco  a Martín Villa y aun así celebramos la amnistía. No recuerdo que el antifranquismo en aquel tiempo  se opusiera a la amnistía, los que gritaban en contra  eran quienes presintiendo la nostalgia,  tienen, sin embargo, ahora quienes  la griten.
         
        Bien, Cristina, casi que lo dejo aquí. Saludos!

      • Cristina

        M Luisa no vale la pena responder a sus prejuicios y a sus suposiciones. Si no hay garantias democráticas en el Estado menos las hay en Cataluña, por parte de los gobiernos nacionalistas e independentistas, que  continuadamente incumplen la ley, y las libertades y los derechos de los ciudadanos catalanes, es un hecho incuestionable, una población que sufre una corrupción política  endémica.  Y no  hay porque tener miedo a la voluntad popular, del ciudadano que ejerce su derecho y elige, y si estar contra el independentismo suma votos pues así tendrá que ser, y por algo será, así que respeto a la democracia.
        La situación en 1977 es tan distinta que no admite comparaciones.

  • Cristina

    La amnistía, en la medida en que implica la afectación o no satisfacción de principios importantes del estado de derecho, sólo se legitima al servicio de un objetivo especialmente valioso desde el punto de vista constitucional. Pero, reconciliación es menos tosco tal vez, pero en el contexto actual suena igualmente a hueco. El país no vive una situación convulsa o de excepción como la que forzó las amnistías de la Restauración o la República. La amnistía no es hoy una ‘cuestión existencial’ como lo fue entonces. En nuestras circunstancias de normalidad democrática, la concordia pretendida y “la búsqueda de una solución política y negociada al conflicto” no se logra por una vía en la que al infractor no se le exige contrapartida alguna, ni siquiera la ‘renuncia a la unilateralidad’ y una mínima satisfacción moral a la ciudadanía que sufrió su formidable desafío. Eso no es reconciliación, sino claudicación o rendición. La idea de que el Estado es el perdonante y no el perdonado no puede desdibujarse en ningún momento sin provocar ira, resentimiento y desafección en el grueso de la población. En ello sí nos va la convivencia. En resumen: no es admisible en esta hora una amnistía política sin que el infractor regularice moral y políticamente su situación. ¿Concebiría alguien una amnistía fiscal no condicionada al pago o regularización de la deuda tributaria pendiente?

  • M. Luisa

    ¿Y qué es si no, queridos amigos, el diálogo y la negociación,  un cambio de actitud por parte del gobierno? ¿Y, por qué este reconocimiento habría que llevarnos a más acritud?   Es todo lo contrario, se trata de una marcha dialéctica porque humanamente se ha entrado en razón buscando la convivencia y la solidaridad.

  • ana rodrigo

    Llevo varios días pensando si intervengo o no con mi siempre discutible criterio. Al final me decido, espero no molestar.

    • ana rodrigo

      Yo soy de la opinión que no siempre procede mezclar temas evangélicos y/o religiosos con temas civiles.El evangelio es un conjunto de mensajes sobre valores, yo diría, de práctica individual o personal. Mientras la sociedad que, puede compartir creencias religiosas o no, se rige por la ley. Ya sabemos que Franco hizo un cóctel de moral religiosa y leyes injustas, que derivó en muchas desgracias para quienes no pensaban como él.

      Voy a poner algunos ejemplos que yo recuerdo de esa época. El domingo era una fiesta religiosa, como sigue siendo en su origen, pues bien, en la época de Franco era religiosa-civil y todo lo que hiciésemos, desde coser hasta ir a la huerta a buscar unas patatas, era pecado, pero si un agricultor, aprovechando el buen tiempo, aprovechaba para las tareas del campo en domingo, venía la guardia civil y le ponía una multa. Vamos con este principio a lo más grave: Franco era muy católico y todos teníamos obligación de serlo, pero no cumplía el quinto (ni ninguno) mandamiento de “no matarás”, por eso hubo tantos cientos de miles de asesinados por el católico Franco. A los que hay que hay que añadir los encarcelados, torturados, y un sinfín de etc.

      Alguien dirá ¿a qué viene esto? Comienzo diciendo que aún no sabemos cómo va a ser la ley de la amnistía hasta que la ley no pase por todos los filtros institucionales, que son varios.

      Yo no creo que, en un problema político-social como el catalán, haya que buscar la solución en el Evangelio. Hay que pedir cuentas si incumplieron la ley vigente. Hasta aquí, correcto. Ahora bien, la clave está en si la ley que incumplieron era la vía para resolver el problema político a resolver de otra forma. Al igual que los delitos adjudicados por las leyes franquistas, se amnistiaron a sabiendas de que eran leyes injustas y criminales y muchos que participaron en aquel período, pasaron a ejercer la política, incluso de alto rango, ¿por qué no se puede hacer en este caso cuando no ha habido crímenes y barbarie como en la época de Franco?. Y, lo que amnistiaron eran delitos gravísimos, gravísimos, no sólo de incumplir la ley (eran leyes injustas), sino de ir contra los más elementales derechos humanos, como era el derecho a la vida……., y un sinfín de derechos.

      Sigo preguntándome, ¿no es lógico pensar que parte del problema político (aquí la religión quedaría en el ámbito privado), ya casi crónico de Cataluña, no sería mejor resolverlo con leyes políticas, no con condenas penales, en torno a acuerdos y diálogo que, según dicen muchos magistrados pueden entrar en la Constitución? (ya veremos cómo queda). Sólo pregunto, ojo! no afirmo. ¿Es mejor la violencia y las guerras para resolver problemas que pueden resolverse con diálogo y negociación?.

      Perdón si mi opinión molesta a alguien. Y pido perdón porque ya bastante agresividad hay en la sociedad y en la política y no quiero contribuir a ello.

      • ELOY

        Hola ana rodrigo, pienso honestamente que no tienes que pedir perdón a nadie, ni creo que tu comentario muestre ningún tipo de agresividad.  Yo comparto tu pregunta “Es mejor la violencia y las guerras para resolver problemas que pueden resolverse con diálogo y negociación?. 

        Y añado mi respuesta: Pienso que lo mejor es negociar e intentar suavizar los enfrentamientos y conflictos, a fin de resolver problemas. 

  • M. Luisa

    No es que quiera provocar a nadie algo que bien pudiera parecerlo, dado que el propio artículo habla de provocación. No, no es esta mi intención.   De nuevo mi aparición aquí viene dada por mi debilidad en la reflexión y en este caso   de seguir reflexionando sobre el comentario de Llaguno que se las trae. Anteriormente, decía en consideración al autor  que se puede llevar el problema de la amnistía política por vía religiosa, no obstante, si bien aduje a ello pensando hacia un mejor entendimiento, ahora, sin embargo, visto como acaba el comentario Llaguno, la vía religiosa lleva más a la confusión que a la comprensión.   Allí se lee:  La amnistía es medida de impunidad y ese juicio se lo dejo a Dios. Hacer esta afirmación significa inhibirse de responsabilidades y dejárselas a Dios como interventor en el mundo. Se confunde impunidad = ausencia de castigo con gracia sobrenatural y lo que es peor, creer que Dios interviene en el mundo…al parecer aquí junto  con otras  consonancias  como la de “no me hubiera molestado tanto a mí  el indulto”  etc., etc.,  con todo, sí que parece que  aflore aquí un poco de soberbia ¿no? 

  • M. Luisa

    No me he podido resistir y por un momento, al leer el comentario de A. LLaguno, me he quitado el delantal. ¿Cómo no se va a equivocar el estado español, Antonio, si todavía resuena en él, el “a por ellos” eso que tanto te gusta a ti? No te equivoques, Antonio, lo que la amnistía implica es un cambio de actitud por parte del Gobierno y aunque nunca explicaría yo ese cambio de  actitud política  en términos religiosos, considero que el autor del artículo se sirve de ello para darlo  a comprender a quienes así lo pueden entender mejor.  ¿A que llamas derechos tú? ¿A aquello en donde el ego de uno se aferra porque le gusta, o a aquello que le adviene una vez lo ha superado?   ¿Acaso la comunidad cristiana no se benefició    de lo obtenido en alguna encrucijada histórica cuando lo que era movido se tachaba de herejía? Siempre  fue a posteriori cuando tal proceder se le consideró  un valor ineludible sin el cual no se hubiera podido avanzar. 

  • Juan A. Vinagre

    Aunque a veces las entrañas, todavía no convertidas, clamen por el “ojo por ojo” o por “quien la hace que la pague”, y a esto le llamen justicia, en las relaciones humanas caben en ocasiones posiciones excepcionales, como la amnistía. Cuando por la vía del enfrentamiento y de la aplicación de la letra de la ley se enconan más los ánimos y se levantan muros…, ¿no es mejor explorar otras vías que allanen las vías de la convivencia, de una convivencia más tolerante y respetuosa? En otras palabras, si una amnistía sirve para sosegar ánimos y emociones, ¿no cabe ésta en el espíritu de la ley? La ley debe ser para los hombres, no los hombres para la ley.

    Y pasando al tema de hoy, la Navidad, ¿no cabe interpretar Belén como la gran amnistía del amor que perdona, que comprende, que disculpa e incluso cuasi-ignora el delito y desea la paz? ¿El amor cristiano no conlleva en sí, al menos, una cierta amnistía? Si creyentes -obispos, ultras  etc.- no admiten ninguna amnistía -ni en casos excepcionales-, ¿no están manifestando que el hombre es para la ley y no la ley para el hombre, para una sociedad más abierta, más respetuosa y tolerante? ¿Estos creyentes entienden de verdad el espíritu evangélico? ¿Estos creyentes -y más si son “servidores” del Reino en la tierra-, no están manifestando que todavía no han renacido, como pedía el Señor a Nicodemo? (Con estas preguntas dejo abiertas las puertas a alguna otra pregunta muy razonable que plantea Isidoro: las cárceles por delitos menores…) En suma, pese a que cruja en las entrañas, si una amnistía sirve para renacer a una convivencia respetuosa y tolerante, ¡bienvenida sea! La ley, cuando se hace para el hombre, ofrece posibilidades para el encuentro y para la paz. 

  • Antonio Llaguno

    Es que la amnistía no es perdón.
    Perdón es en el indulto. Amnistía implica que no hubo delito. Pero lo hubo.
    Amnistía implica que el estado español se equivoca al defender los derechos de los españoles no catalanes, y no se equivoca.
    Amnistía implica que existe una casta privilegiada que por darle el poder a Pedro Sánchez pueden malversar fondos, desoír sentencias judiciales y declararse independientes porque les da la gana y no pueden, porque así lo quiso toda España inculida Cataluña en un 90%.
    No me hubieran molestado maá indultos, porque el indulto SÍ es medida de gracia.
    La amnistía es medida de impunidad y ese juicio se lo dejo a Dios.

  • Isidoro García

    Señala Joaquín que “toda la vida de Jesús fue expresión del amor incondicional a santos y pecadores, poderosos y mendigos, sanos y enfermos”. (…)
    La institución evangélica de la Amnistía ha sido socavada por la ideología del mérito que cree que el favor de Dios se gana, y se conquista a través del sacrificio y prácticas religiosas”.

    • Isidoro García

      El amigo Joaquín, (es amigo de Antonio D., y sus amigos son mis amigos), navega como todo espiritual, con un pie en el suelo y otro en las nubes, y por eso no es extraño que su discurso esté “espatarrado”, dislocado, desquiciado y lleno de contradicciones.

      (El querer justificar racionalmente, lo que la emocional ideología nos autoimpone, nos sitúa ante contradicciones tan demoníacas, que claramente nos sobrepasan. A ver si con la I.A. acertamos un poco más).

      Porque, con el pie en las alturas, nos plantea muy bien, la amnistía como “institución evangélica” divina. A Jesús le pasó lo mismo, que unas veces hablaba con el pie de las alturas y otras con el pie del suelo.

       

      La religión triunfó en el pasado, porque ejercía una labor social muy positiva, y favorecía un orden social mas convivible y positivo para el desarrollo humano, sirviendo de base para una moral social.

      Por eso hoy día, ha perdido su influencia social, porque una sociedad secular y hasta postsecular, se autodota de leyes y normas sociales pro-convivencia, que hace respetar coercitivamente.

      (Ya no hay Caudillos por la gracia de Dios, hay presidentes, por la gracia del electorado). (Pero la Iglesia parece no haberse enterado).

      La religión del Antiguo Testamento, era claramente, una religión antigua, primitiva, que sostenía una Ley social, bajo la amenaza divina.

      Jesús, era un hombre del futuro, (del punto Omega, de Teilhard), viviendo en un presente aún bastante primitivo. Y apunta a una Misericordia divina, que es lo que Joaquín denomina “amnistía” divina.

      Porque Jesús en la cruz lo explica muy bien. Dice: “Perdónales Padre, porque no saben lo que hacen”. Con ello está diciendo, que el Perdón divino, no es ni perdón, ni misericordia, es solo justicia. Y las leyes injustas, decaen ante la nueva ley justa.

      Unos seres tan ignorantes que no saben donde tienen la mano derecha, que no saben ni lo que hacen, ni por qué lo hacen, no son culpables de nada, solo somos unos pobres disminuídos.

      Esa es la amnistía divina evangélica: el reconocimiento de la escasa realidad humana.

       

      Pero por otra parte, Jesús, vivía en su época, rodeado de personas de su momento, y es consciente de la necesidad de reafirmar el orden social, y así explica, (si realmente fueron palabras suyas), lo de dar de comer al hambriento y beber al sediento… Y amenaza con castigar a los que no lo cumplan.

       

      Hace unos días, alguien que no recuerdo ahora, recordaba la frase de Isaías:

       “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.

      Y por eso todo intento de conciliar la política, que por naturaleza es pura práctica y emocional, con la realidad trascendente del Universo, nos sitúa ante callejones sin salida.

      Por ejemplo, me gustaría que el amigo Joaquín, nos dijera, si con sus lúcidas loas al Perdón y la Misericordia divinas, no son dignas de las mismas, los miles de condenados por conductas ilegales comunes, que están en prisión.

    • Isidoro García

      Y las contradicciones, se continúan en la eterna discrepancia pelagiana. Si hay algún talón de Aquiles de la visión eclesiástica de la religión, (relación con Dios), es esta contradicción infernal y demoníaca, entre gracia y mérito personal.

      Pelagio se adelantó a su tiempo e intuyó que Dios nos había colocado en la mente, una guía de comportamiento, en sintonía con las Leyes del Universo. Luego todo al final es obra de Dios.

       

      Y esta contradicción pelagiana, solo se resuelve adecuadamente, como todo, con la Ciencia, el conocimiento de las Leyes del Universo, que regula todo en él, incluído el comportamiento humano. Cuando comprendemos, que el mérito, no es tal y como nos lo han pintado.

      Nos han pintado un ser humano, racional, plenamente libre para actuar como desea, solo con el uso de la voluntad, que sería una facultad plenamente consciente y “voluntaria”, (valga la redundancia).

      Pero eso no es así, nos muestra la Ciencia. No se mueve en el Universo, una brizna de hierba, sin que haya una Ley del mismo que lo impulsa.

      Sería la concreción “del destino cósmico”, constituído por unos fuertes impulsos telúricos y profundos, (el “drang”), y que no podemos eludir, entre otras cosas porque ni siquiera somos conscientes que existen. (Ilusamente creemos que la voluntad es consciente y voluntaria)

       La voluntad, según Schopenhauer, es el sustrato íntimo intangible, que da cohesión a la totalidad de las cosas y los seres del mundo. Desde la ley de la gravedad, hasta el eterno devorarse sin sentido de unas especies a otras en el que consiste la vida animal, “todo es voluntad”.

      Con este concepto de voluntad, vemos que es exactamente lo mismo que la “gracia”, las leyes del universo, y por lo tanto de Dios.

      Y en ese sentido, el pelagianismo se reivindica, aunque haya tardado 1.700 años a que se desarrollara el conocimiento de la naturaleza humana.

      Hoy día, ya en el ámbito civil y laico, la “meritocracia”, está en pleno declive. Indudablemente tiene un lado positivo, de valoración del esfuerzo y la competencia profesional y cognitiva.

      Pero tiene un lado oscuro. Comenta Pablo Malo, el libro “La Tiranía del Mérito”, de Michael J. Sandel.

      “Según Sandel, la meritocracia tiene dos problemas, más un tercero del que luego vamos a hablar en otro apartado. 

            El primer problema, es que la situación de partida no es igual para todos, y todas las personas no tienen las mismas oportunidades en la vida. 

             El segundo problema de la meritocracia tiene que ver con la actitud ante el éxito. La meritocracia alienta a que quienes tienen éxito en sus propósitos, crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen las consiguientes recompensas.

            La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores, y humillación hacia los que se han quedado atrás. La meritocracia se basa en la idea de que el éxito es mérito de nuestros talentos, que consideramos nuestro.

           La propia capacidad de esfuerzo es un rasgo de personalidad, no algo que se enseña, y se aprende, y al igual que la capacidad de autocontrol son altamente heredables. Eso concuerda con la parábola de los talentos.

      En resumen, que hay que repensar la manera en la que concebimos el éxito personal.

       

      Y volviendo al artículo, la definición de pelagionismo, que da Joaquín, es que “Pelagio otorga al individuo la opción de salvarse a sí mismo fuera de las instituciones eclesiásticas”.

      El error de Agustín, tiene su lógica en su época, en que a falta de Ciencia del comportamiento humano moderna, su mundo se reducía a elegir entre la filosofía griega clásica pagana, o el cristianismo eclesial.

      Pero hoy día esa afirmación es absurda de sostener. Es paralela al “fuera de la Iglesia no hay salvación”, que aunque ya casi nadie se atreve a decir en público, muchos aún piensan.

      Poner límites a la acción del Espíritu, es el verdadero pecado contra el Espíritu Santo. Porque como decía Teresita: “Todo es gracia”. 

    • Isidoro García

      Una de las consecuencias perversas de la meritocracia pelagiana, es el activismo desaforado: el “¡A las cosas, a las cosas!”, al que nos insta el amigo Oscar, que lo quiere hacer todo él, y no deja espacio, (ni se acuerda), de la eficacia del Espíritu.
             El activismo es un caso particular de perfeccionismo, que es psicológicamente, un programa autónomo transversal, una creencia en la excelencia que opta siempre por lo mejor, que es para él un icono moral. Se trata de alguien que no sabe que “lo suficientemente bueno” es preferible a lo mejor.
            Y eso genera muchas dudas, y un sentimiento crónico de infelicidad y desdicha.
          El perfeccionismo es un “zombi” mental, un programa autónomo, que solo se puede neutralizar con otro zombi contrario, y especialmente con la alegría y la distimia. (Francisco Traver).
          Es una perversión de lo religioso, contrariamente a lo espiritual.
           Como decía ayer, el espiritual, camina con una pierna en el suelo y otra en lo alto, (“Una mano clama al cielo, la otra en el cajón del pan” – La cabra mecánica), y eso te evita caer en la tentación de andar con una sola pierna, la del suelo, dando saltos, de forma que no se llega muy lejos, (ahora bien, se hace mucho ejercicio, y parece que hemos trabajado mucho, y el ego se satisface de ello).
           La disyuntiva Agustín-Pelagio, en el fondo se traduce como un Iglesia necesaria para relacionarse con Dios, o la vía autónoma y personal del “espíritu”. Al final Agustín, como buen obispo, critica el pelagionismo individual, para sustituirlo por un pelagionismo grupal, comunal, eclesial.
         Es una faceta más de la tan abundante sustitución del ídolo del narcisismo individual, por otro ídolo paralelo, el del narcisismo grupal. Los mismos perros con los distintos collares. Otra trampa más el “ego” diabólico.
         Chuang Tzu, describía este proceso, con su broma de unos monos del zoo, reivindicativos, (activistas), que protestaban al administrador, por su dieta de cinco medidas de comida por la mañana y tres por la tarde, y al final, consiguieron muy ufanos, tres por la mañana y cinco por la tarde.  

  • ELOY

    Es muy de agradecer este artículo de Joaquín García Roca. . Gracias porque ahonda en un tema, el del perdón, sobre el que yo hubiera querido extenderme y profundizar más cuando el pasado mes de septiembre publicó ATRIO mi artículo Amnistía: Ley y Perdón. Sin embargo no tuve fuerza y conocimiento bastante para profundizar en el tema. No obstante entre los comentarios que hice en ese artículo publiqué el siguiente:

    Acercarse al perdón es acercarse a algo que sobrepasa la mera racionalidad. Ya indiqué anteriormente el interesante contenido del último número de Iglesia Viva sobre este tema. El perdón rompe la lógica de la correspondencia en el trato recibido, rompe el “do ut des”, frena la fuerza de la respuesta que incluso parecería “lógica” al agravio, frena la enorme fuerza del odio y la venganza. El perdón se perfila así como una palabra, un concepto, superior, a la par que un sublime valor ético y de humanidad: ¡¡¡ qué difícil hablar o ni siquiera pensar en el perdón !!!!!!!!!.Y sin embargo el perdón es eje de toda convivencia huma, de toda religión de toda filosofía humanista. Bien sabemos que es palabra central del “Padrenuestro” y del sentir evangélico. ¿Cómo clamar por la justicia y la reparación y al mismo tiempo aprender a perdonar?. “.   

    Eso es lo que dije allí. Pero me hubiera gustado poder contestar a la pregunta que planteo, precisamente a partir del contenido del úmero 294 de Iglesia Viva y muy especialmente tomando como referencia el texto bíblico de Isaías que cita en su artículo (“El perdón como interrupción creativa de la dinámica social)” Sergio Massironi, en la página 48 de la revista, donde tras afirmar que Dios “perdona ampliamente se ponen en boca del mismo Dios las siguientes palabras:
    “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, // vuestros caminos no son mis aminos” (Isaías 55. 6-9) 55