Estamos en medio de un conflicto profundamente desproporcionado entre Israel y Hamas, con actos de terrorismo en Israel cometidos por un grupo de Hamas el día 7 de octubre y la consecuente represalia por parte del gobierno de Israel, dirigida por el sionista Benjamin Netanyahu, tan violenta que ha sido denunciada como un genocidio. Han matado hasta la fecha (30/10) a 3345 niños y niñas, 2060 mujeres y más de ocho mil civiles heridos. Después de bombardeos de saturación, que arrasaron los centros principales y cientos de viviendas palestinas, el ejército de Israel inició una peligrosa invasión por tierra de la Franja de Gaza. Como es sabido, en estos casos se produce un número incalculable de víctimas en ambos lados. Hay los que desesperan de su fe en un Dios justo y bueno (“Señor, dónde estás? ¿Por qué permites tanta destrucción?”) y en la propia humanidad, ahora negada rotundamente. Ya no se trata de una guerra sino de verdaderos crímenes de guerra y un real genocidio del pueblo palestino.
Así y todo, seguimos creyendo que puede haber una humanidad sorprendente entre palestinos y judíos. Veamos dos testimonios, uno de un palestino y otro de un israelí. El primero fue relatado por el periodista español Ferrán Sale en El País del 7 de junio de 2001 y del segundo doy testimonio yo mismo.
Este es el primero: Mazen Julani era un farmacéutico palestino de 32 años, padre de tres hijos, que vivía en la parte árabe de Jerusalén. El día 5 de junio de 2001, cuando estaba tomando café con sus amigos en un bar, fue víctima del disparo fatal de un colono judío. Era una venganza contra el grupo palestino Hamás que cuarenta y cinco minutos antes había matado a muchas personas en una discoteca de Tel Aviv en un atentado perpetrado por un hombre-bomba. El proyectil entró por el cuello de Mazen y le destrozó el cerebro. Llevado inmediatamente al hospital israelí Hadassa llegó ya muerto.
El clan de los Julani decidió allí mismo en los corredores del hospital, donar todos los órganos del hijo muerto: el corazón, el hígado, los riñones y el páncreas para trasplantes a enfermos judíos. El jefe del clan aclaró en nombre de todos que este gesto no tenía ninguna connotación política. Era un gesto estrictamente humanitario.
Según la religión musulmana, decía, todos formamos una única familia humana y somos todos iguales, israelíes y palestinos. No importa a quien van a ser trasplantados los órganos, lo esencial es que ayuden a salvar vidas. Por eso, concluía, los órganos serán destinados a nuestros vecinos israelíes.
En efecto, se hizo un trasplante. En el israelí Yigal Cohen late ahora un corazón palestino, el de Mazen Julani.
A la mujer de Mazen le fue difícil explicar a su hija de cuatro años la muerte de su padre. Solo le dijo que el padre se había ido de viaje muy lejos y que al volver le traería un bonito regalo. A los que estaban cerca les susurró con los ojos bañados en lágrimas: dentro de algún tiempo mis hijos y yo iremos a visitar a Ygal Cohen en la parte israelí de Jerusalén. Él vive con el corazón de mi marido y padre de mis hijos. Será un gran consuelo para nosotros acercar el oído al pecho de Ygal y escuchar el corazón de aquel que tanto nos amó y que, en cierta forma, aún está latiendo.
Este gesto generoso demuestra que el paraíso no está totalmente perdido. En medio de un ambiente de muy alta tensión y cargado de odios, como está actualmente, surge una flor de esperanza y de paz. La convicción de que todos somos miembros de la misma familia humana alimenta actitudes de perdón, de reconciliación y de solidaridad incondicional. En el fondo, aquí irrumpió el amor que supera los límites de religión, de raza y de ideología política. Tales virtudes nos hacen creer en una posible cultura de la paz.
En la imaginación de uno de los más perspicaces intérpretes de la cultura brasilera, Gilberto Freyre, nuestro ensayo civilizatorio, no obstante las muchas contradicciones, consistió en haber creado un pueblo capaz de convivir con las positividades de cada cultura y con una enorme potencialidad de hacer frente a los conflictos (Casa Grande y Senzala).
El segundo es de un israelí y lo presencié personalmente en Estocolmo con ocasión de la concesión del título The Rigth Livelihood Award, considerado el Nobel Alternativo de la Paz, a principios de diciembre de 2001 cuando entre otros, yo mismo fui nominado. Uno de los galardonados impresionó a todos. Fue el testimonio de un alto oficial israelí, encargado de la represión de los palestinos. En un enfrentamiento fue herido. Un palestino lo socorrió rápidamente llevándolo en su jeep al hospital palestino. Lo acompañó hasta que se recuperó.
De vuelta a Israel este oficial creó una ONG de diálogo entre israelíes y palestinos. Tal iniciativa fue considerada como alta traición, y fue llevado ante un tribunal militar, pues se trataba de establecer un diálogo con el enemigo. Pero acabó siendo perdonado, continuó con su diálogo y fue finalmente premiado por su persistencia en buscar la paz entre judíos y palestinos.
Aquí se muestra, una vez más, la capacidad humana de socorrer a un herido, que lo reprimía, como el buen samaritano de la parábola de Jesús. Reconoció en él a un ser humano que necesitaba de ayuda urgente.
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Hemos dicho repetidas veces en nuestras intervenciones que el amor y la solidaridad pertenecen a la esencia del ser humano y están inscritas en nuestro ADN. Por ser así, no podemos desesperar ante la crueldad y la barbarie que estamos presenciando en las guerras actuales. Ellas son también una posibilidad de lo negativo de nuestra “condición humana”. Pero no podemos dejar que prevalezcan, de lo contrario nos devoraremos unos a otros.
Estos dos ejemplos son expresión de nuestra humanidad en un momento de los más sombríos de nuestra historia actual. Ellos nos actualizan el esperanzar, es decir, la invención de las condiciones reales que garantizan el amor y la solidaridad presentes en cada uno de nosotros. Son las que permiten una convivencia pacifica y que, al cabo, nos salvarán.
*Leonardo Boff ha escrito “Cultura de paz en un mundo en conflicto” en Virtudes para otro mundo posible, vol. III, Vozes 2006, 73-131, publicado en español por Sal Terrae.
Traducción de Mª José Gavito Milano
Ojalá, hermano Leonardo, que lleguen a latir en muchos corazones palestinos e israelitas -israelitas y palestinos, rusos y ucranianos, europeos y asiáticos etc. etc.-, porque ello querría decir que el reino más humano del hombre-mujer ha llegado a nosotros. Ojalá que en la tierra se realicen muchos trasplantes espirituales, mentales y afectivos, que nos hagan tomar conciencia de que todos somos hermanos, y no caníbales. Ojalá tomemos conciencia de que con nuestras lenguas, patrias, etnias, mitos, poder, dinero etc., estamos adorando ídolos que demandan sacrificios. Ojalá que pronto se realice en todos (o por ser más realista: en casi todos) un trasplante de sentido ético-moral que nos haga más humanos y lúcidos… Ojalá se cumplan estos sueños y esos latidos cordiales vayan más al unísono. Entonces habríamos logrado construir en la tierra un estado, un solo Estado dedicado a crear para todos un cierto y razonable bienestar humano. ¡Ojalá sea posible que se extienda y reine entre nosotros la PAZ!