De Grup del Dissabte, traducimos este artículo del conocido internacionalmente como Ximo. Lo dedica a algunos de los curas casados valencianos, recientemente fallecidos. Que cada uno añada otras vidas conocidas por él. En Atrio añadimos a Jerónimo Podestá, José Mª Sarriondía, Juan Luis Herrero del Pozo, Antonio Vicedo, Antonio Albarrán, y otros. Como también a otros que murieron como curas excluídos sin verse reconocidos por su Iglesia, como Haering, Moingt, Küng. Todos merecerían un expreso recuerdo en un Sínodo que quiere renovar el espíritu del Vaticano II. AD.
A Paco Gramage, profesor, a Honorat Ros, lingüista, a José Luis Torner, enfermero, a José Luis Porcar, filosofo, a Josep Ignaci Espuche, professor,a Pepe Palau, psicólogo, Luis Marco, maestro.
En los últimos meses, una generación de soñadores y luchadores se han inscrito en el Libro de la Vida. Todos ellos ejercieron, por un tiempo, el ministerio sacerdotal con fidelidad y honestidad hasta que un día se “salieron” del sistema clerical buscando otras lealtades, otros caminos, otros desempeños; algunas de sus historias de vida están llenas de corajes, de autenticidades, de dudas, de búsquedas y desconciertos.
Con ellos aprendimos a nombrar las cosas en el seminario, a construir nuestras identidades, a tejer nuestros sueños con los hilos de la amistad. Llevaban el potencial profético, que abre otros horizontes, el potencial curativo que cura las heridas, el potencial cantor que anima a los cansados, y el potencial de la organización que les llevó a promover cooperativas, a ser curas a la vez que maestros de escuelas, a promover la cultura popular y cineclubs. En sus parroquias, se les recuerda como uno más del pueblo, cercano a sus esperanzas y a sus sufrimientos
Fue una generación seducida por la primavera conciliar que se propuso ser pueblo, servir al pueblo y caminar con el pueblo a la luz y por la fuerza de Jesús de Nazareth. El Concilio trajo para todos ellos un tiempo de esperanza colectiva, de libertad personal, de creatividad popular, de encuentro con los de fuera. No tuvieron miedo a abrir las puertas de los seminarios, a construir puentes con la nueva cultura, a abandonar la disciplina del celibato, a ejercer el trabajo manual, a construir una familia con sus mujeres e hijos. No necesitaron defender su identidad con la sotana y ni con el hábito talar para dar razón de su integridad.
Desde hace dos años, Francisco inició un largo proceso de escucha y discernimiento, abierto a todo el pueblo de Dios, para “caminar juntos” sin excluir a nadie. En el mes de octubre por primera vez hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa y formar parte de la Asamblea del Sínodo de los Obispos. Según la Carta dirigida al Pueblo de Dios, “se han favorecido intercambios recíprocos entre la tradición latina y las tradiciones del Oriente cristiano, la participación de delegados fraternos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, que ha enriquecido profundamente nuestros debates”. Y se propone “escuchar absolutamente a aquellos que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia” y “dejarse interpelar por la voz profética de la vida consagrada, y estar atenta a aquellos que no comparten su fe, pero que buscan la verdad, y en los que está presente y activo el Espíritu,”
Esta tarea exige una mayor autocritica institucional que la expresada en el Documento de la Asamblea sinodal; es una inexplicable omisión ignorar a los que se salieron, o murieron, en palabras de Fernando Urbina “con y por dolor de Iglesia”. Sin duda, sería razonable y enriquecedor escuchar a una generación de bautizados que además de estudiar las Escrituras, bautizaron a los fieles, anunciaron la Palabra en las homilías, catequizaron a los files, evangelizaron a los increyentes e hicieron la fracción del pan. Se calcula que en las décadas 70 a 90 alrededor de 100.000 sacerdotes católicos en todo el mundo optan por pedir dispensa de sus obligaciones al Papa, en muchos casos para poder contraer matrimonio. Fue un error identificar la secularización con la deslealtad o la traición. La disidencia es un ejercicio de fidelidad cuando es fruto de una conciencia informada, a la que hay obligación de seguir. La disidencia reivindica la búsqueda humilde que no se cancela con el Código de Derecho Canónico. Donde no hay disidencia, sólo existe el gueto, que según advirtió el gran teólogo RAHNER, es el permanente peligro de la Iglesia; sólo queda el repliegue y la restauración de formas caducas que ya no tienen ningún significado. ¿Quién, cuándo y cómo se cerró el espíritu conciliar? Son los mismos que hoy pretenden desacreditar al Sínodo y practican la razón sectaria contra Francisco. El Documento sinodal no debería silenciar sufrimientos manifiestos y evitables en el interior de la Iglesia
Quien se acerque a estas historias y las escuche encontrarán un depósito de sabiduría y experiencia para proseguir el camino sinodal que este año quiere erradicar el clericalismo, explorar caminos alterativos al celibato obligatorio, y ampliar la ministerialidad de los casados y participación de la mujer. Una Iglesia-en-salida debe oír la voz de los que se “salieron” o se murieron de pena eclesial. Bastará empezar por arrepentirse por la humillación institucional que provocaban los procesos de secularización, y por los sufrimientos causados a sus mujeres e hijos que se vieron privados muchas veces hasta de los legítimos derechos laborales. Y una palabra de agradecimiento por mostrar como dice el poeta que “Dios tiene un camino virgen para cada persona”, y “¿Qué aprovecha dar tú a Dios una cosa, se preguntaba san Juan de la Cruz si Él te pide otra?” Importa como sugería Pablo VI , al reivindicar la tradición viva de la Comunidad de Jerusalén y de Antioquia, que es un peligro que la Iglesia “respire con un solo pulmón”..
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