En el día en que se ha sabido que el mayor propietario de la Telefónica, privatizada por Aznar en 1997 y puesta en manos de su compañero de pupitre Juan Villalonga, es un fondo público de Arabia Saudí, el estado con menos respeto por los derechos humanos pero que puede comprar lo que quiera, vale la pena reflexionar con Antonio Zugasti sobre el Anticristo anunciado en la biblia y concretado en la historia actual. AD.
En las cartas del apóstol Juan se alude custro veces a la figura del Anticristo. Figura que no presenta unas características definidas, pero lo que sí aparece claro es su oposición radical a la figura de Jesús de Nazaret, el Cristo. A lo largo de la historia de la Iglesia muchos se han referido a esta figura del Anticristo atribuyéndole imágenes muy diversas, dependiendo de las circunstancias y las personas que reflexionaban. Hasta Isaac Newton, del que se guardan muchos textos de estudios bíblicos, trata del Anticristo, y establece una cronología precisa para la acción de este personaje, que asocia con el papado y con la destrucción de la ciudad de Roma, acontecimiento que prevé para mediados del siglo XXI.
Hoy, cuando nos acercamos a esa fecha, sí que podemos distinguir una figura que pone en riesgo no sólo a la ciudad de Roma, sino al mismo futuro de la humanidad. No se trata de una figura humana, sino de una tempestad huracanada que se mueve en el mundo de las ideas, creencias y ambiciones, una ideología que llega a convertirse en religión: EL CAPITALISMO. Una religión donde se da culto al dinero, a la riqueza, y para conseguirla se sacrifica todo, hasta millones de vidas humanas si es necesario.
Su radical oposición a los valores que predicó Jesucristo no puede ser más clara y terminante. Frente al ansia de enriquecimiento que fomenta el capitalismo, Jesús clama: ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! Jesús anuncia la venida del Reino de Dios, pero advierte que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.
El capitalismo fomenta una distribución cada vez más desigual de la riqueza. Frente al mandamiento de Jesús: Ama a tú prójimo como a ti mismo, el capitalismo empuja a competir con quien haga falta con tal de aumentar el beneficio. Con este fin, la oligarquía capitalista explota todo lo posible al mundo del trabajo. En primer lugar a los trabajadores de los países desarrollados, pero mucho más a los de los países empobrecidos, que soportan condiciones cercanas a la esclavitud. Y deja morir de hambre a aquellos que considera sobrantes, aquellos de los que ya no puede sacar ningún provecho.
Radicalmente opuesta es la predicación de Jesús. En su representación del Juicio Final condena terminantemente esa postura, y se identifica con los marginados: Apartaos de mí, malditos… Porque tuve hambre y no me disteis que comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui emigrante y no me acogisteis… cuando no lo hicisteis con uno de esos pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo.
El capitalismo no sólo explota a los seres humanos, también al planeta que nos sostiene. Su afán por un continuo e ilimitado crecimiento económico es absurdo en un planeta de recursos limitados y está en abierta contradicción con los análisis científicos que nos advierten que el actual ritmo de producción y consumo lleva a la humanidad a una catástrofe climática. Para la fe cristiana, Jesús es el Cristo Salvador. Para cualquier mente lúcida, el capitalismo es la ruina de la humanidad,
Si Cristo nos llama a vivir en la verdad, el capitalismo se mueve en la mentira. Y la primera y gran mentira es negar su carácter radicalmente anticristiano. Los grupos políticos gestores del capitalismo –los partidos de derechas– se presentan no sólo como totalmente respetuosos con las creencias religiosas de los ciudadanos, sino incluso afines a la Iglesia Católica. Consideran que Dios bendice a los que le son fieles con el éxito de sus trabajos en la vida. Vamos, que si han conseguido grandes riquezas es que Dios les ha apoyado en sus negocios. Seguramente algunos capitalistas sirven a la riqueza con buena voluntad, se esfuerzan por conseguirla engañados por este discurso, pero en realidad este pensamiento no puede ser más opuesto a lo que Jesús afirma en el Evangelio: No podéis servir a Dios y a la riqueza.
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