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Me ha mordido un perro callejero, o quizá una perra

        Lo que les traigo a colación a continuación no es un relato onírico ni un mal sueño de la pasada madrugada, sino que acaba de ocurrirme hace tres horas (el lunes 14 de agosto) en plena luz del día, por eso ruego presten atención, como siempre lo hacen en mi beneficio.

        No sé por qué, pero hoy me ha clavado sus colmillos un can a quien no tenía el gusto de conocer. El percance tuvo lugar yendo un servidor de regreso a casa al toque de rancho de las dos de la tarde por la Plaza Mayor de Burgos, donde se encuentra la estatua del feísimo Carlos III, que en compensación fue el mejor alcalde de Madrid, aunque según dicen los historiadores, como siempre sin ponerse de acuerdo, también el peor rey de España.

        El mendigo, de provecta edad y con las posaderas en posición de descanso, se estaba comiendo con toda delectación un helado sobre un poyete que sobresalía de la heladería. Junto a él acampaba su perro callejero, galgo flaco y con cara de pocos amigos, relajado porque su amo le había dejado a su lado con la correa floja, descuidada. Sin embargo, apenas me vio, se abalanzó sobre mí tirándome un descomunal bocado que atravesó mis pantalones y dejó en la pierna el recuerdo de cinco dientes y cinco hileras de sangre, que no eran precisamente cinco jazmines adolescentes como los memorados por Miguel Hernández durante su estancia en la cárcel, de la que no salió vivo.

        Asombrado por la sorpresa y dolorido por las cuchilladas, pero tranquilo y sin rabia contra el perro (el suceso ha ocurrido este medio día, como digo, y todavía no sé si tengo rabia de verdad porque no he ido a urgencias), le dije en tono normal al dueño que si no se había dado cuenta de lo que había pasado, no ocurriéndosele al hombre otra cosa que golpear y gritar al perro: “Te he dicho que eso no se hace”, lo que me indujo a pensar dos cosas: la primera, que el perro en cuestión era muy desobediente, y la segunda que no era la primera vez que el chucho daba rienda suelta a su fiera fogosidad antihumana.

        En la terraza del bar junto al cual tuvieron lugar las cosas, “el día de autos”, o sea, hoy mismo, había dos jóvenes mujeres tomando el aperitivo que se indignaron muchísimo por lo que vieron. Una le gritaba al perro y a su dueño alternativamente, al perro le amenazó con un “te voy a arrancar los huevos”, y al dueño casi lo mismo, aunque prefiero no acordarme; la otra joven, madre de una hija al parecer, increpaba al devastado mendigo con cara de perro miméticamente y a mandíbula batiente: “Hijo de puta, si le llega a morder a mi niña, te mato”. Entonces, un poco irónicamente, y antes de que me matara a mí mismo por el mismo precio, dado el grado de irritación en que se encontraba, osé musitar esbozando una sonrisa: “¿y por qué no me adoptas como si fuera tu hijo?”. Lo cierto es que, con toda esta mamitis y filiitis de nuestra era, nuestros niños-mascotas son el único criterio de moralidad y de legalidad, la medida de todas las cosas. Para lograr que alguien se acurruque en un sofá y ponga el broche final de la jornada con un atracón de capítulos o de tuits del último ‘true crime’, antes es necesario cierto proceso de deshumanización.

        Lo que no puedo negar es que no me esperaba semejante cuadro. De la primera joven me extrañó su solidaridad, pues no me conocía, así como su grosera violencia verbal. De la segunda, su egoísmo, tan típico en nuestros días: su compasión hacia mí era una compasión hacia su hija en una situación imaginaria. Cuánto se aprende de la gente de la calle en pocos segundos, más que estudiando algún mamotreto académico.

        Mientras tanto, el vagabundo anciano estaba muy cascado por la vida a esas alturas, y no parecía tener lucidez ni cultura suficientes para entender la situación propiciada por su animal de compañía. Pero ¿y el perro, quién había enseñado a la fiera a lanzarse contra el inocente viandante? El perro, el muy cabrito, por decirlo suavemente, más parecía una garrapata inmóvil que desde hacía años hubiera esterado esperando mi paso por allá para abalanzárseme. ¿Instinto o mala educación? Si el perro hubiera estado bien educado y tratado como un pequeño príncipe, ¿habría tenido un comportamiento tan descortés con un pobre filósofo que daba su paseo matutino por prescripción facultativa? De ser así, y puesto que hay hombres que muerden como perros y perros que muerden como hombres, ¿habría que educar a los hombres como a perros y a los perros como a hombres? Alguna vez he contado que, en orden a la educación conjunta de perros/perras y a sus dueños/dueñas, cada vez que veo depositar sus excrementos en la vía pública a esos animalitos, me acerco al descuidado paseador de los cánidos: perdón, pero a su perro/perra se le ha caído eso”. En general me va mal, como le ocurre a quienes se atreven a ejercer el oficio de ciudadano o ciudadana. Y hasta podría publicar, si tuviera la pericia de mi amigo Gerardo Mendive, un interesante anecdotario al respecto, pues por nuestras cagadas (las de amos y animales) se nos conoce.

        Pero hasta ahora estaba hablando en género masculino, es decir, de perros y no de perras, aunque, francamente, para posible desesperación de las inflamadas neofeministas, yo no me fijé mientras tanto en el sexo de mi agresor. Cuando alguien canta con los pechos al aire, hombre o mujer, lo que espero es que cante bien. Bueno estaría que para aplaudir el arte de Platón o de Aristóteles les pidiera que se abriesen la camisa y me mostrasen sus pectorales, que Platón debía de tener muy bien desarrollados por su cultivo en los gimnasios, por cierto. Lo que hay que abrir es la inteligencia. Del mismo modo, tampoco sería mucho mejor este artículo si lo escribiera con mis partes pudendas al aire para reivindicar mi propia libertad existencial. ¿Seré LGTBIfóbico por esta inocente apostilla?, ¿o un taimado conspiranoico?

        Por lo demás, y de momento, a estas horas del presente día, camino bien, sin necesidad de garrota, sobre todo porque no me gustaría utilizarla para liarme a garrotazos con nadie, aunque me asistiera la razón y nada más que la razón.

        Sea como fuere, nunca tuve perro, pero no soporto a quienes les apedrean. Por lo demás, los perros que me gustan son como el de Ulises, llamado Argos, del cual sabemos por Homero que en Ítaca, habiéndose dado por muerto al héroe griego tras haber pasado veinte años tras la Guerra de Troya sin noticias de él, llegó a su añorado hogar disfrazado de mendigo sin que nadie le reconociera, excepto su fiel Argos, escena que el canto XVII de la Odisea describe así: “el perro, descuidado y moribundo, mueve su rabo en señal de reconocimiento para, a continuación, caer fulminado a sus pies definitivamente”.

        Mas, volviendo a lo anterior, ¿cómo podríamos educar y ser educados en esa fidelidad sin que los más tontos del lugar la entiendan como una manifestación de servilismo? “Fiel será mi perro”, me dijo en cierta ocasión con abierto desdén uno de aquellos enanos respecto de la fidelidad entre los seres humanos, para el cual la infidelidad era la cumbre de todas las virtudes.

        Por lo demás creo que esta vez va a haber suerte y no van a tener que amputarme de la rodilla para abajo.

4 comentarios

  • Monica

    Lo mejor en estos casos es acudir al servicio de urgencias, allí le aplicarán la vacuna antirrabica. Bien es cierto que si nohay signos de rabia después de 10 días, no necesitan vacunas contra la rabia tras la exposición, pero aún asi y si no encuentra al animal que le ha mordido, o éste muestra signos de rabia, debe acudir a un profesional médico para recibir tratamiento. Imagino que el perro no estará vacunado. También debe denunciarlo, lo que harán de oficio en el servicio de urgencias. Es por el bien de todos.

  • Alberto Revuelta Lucerga

    Casi siempre ha habido canes de distintas sensibilidades sexuales e inclinaciones agresivas varias en nuestra casa. El último, que ha muerto cumplido en soles, un pastor de 16 años,  sólo enseñaba los dientes y gruñía al cartero que iba en moto a casa, fuera del casco urbano del pueblo. Hacía rugir el motor de su motillo a toda pastilla y al perro lo sacaba de quicio. Servidor, pacientemente, le había explicado al Tecnico de grado medio en reparto de objetos varios enviados a través de una empresa pública que era molesto a los cristianos habitantes de la casa y a los animales agnósticos que compartían la finquita el dichoso ruido de su moto. En vano. Hasta que un día el perro le rasgó los fondillos del pantalón, sin acceder a partes glúteas o testiculares del responsable de los decibelios elevados. No volvió a hacerse oír, aunque siguió cumpliendo su deber patriótico de entregarnos la correspondencia. Canes tengas, como explica Ana, y respetes sus pausadas existencias. 

  • ana rodrigo

    Carlos, siento lo que te ha pasado con un perro agresivo y agresor. Cuídate y espero que no tenga consecuencias indeseadas. 

    Puesto que aprovechas el accidente para filosofar, pues yo voy a aportar algo sobre lo que dices de las feministas, dices:” Pero hasta ahora estaba hablando en género masculino, es decir, de perros y no de perras, aunque, francamente, para posible desesperación de las inflamadas neofeministas, yo no me fijé mientras tanto en el sexo de mi agresor”. Creo que la razón del feminismo y de quienes nos tomamos en serio el mismo, se debe al hecho de que las mujeres tenemos conciencia de que no somos hombres y sí somos mujeres; desconozco si una perra tiene conciencia de que es no debe ser tratada como perro sino como una perra.

    Tampoco sé si soy una inflamada neofeminista (no soy neo, soy feminista desde que tuve conciencia de lo que eso significaba, es decir hace muchísimos años, tengo 81 años…) o no, pero nooooo me gusta que se tome a cachondeo la identidad de cada persona, en concreto en este caso, la de las mujeres, es decir, el feminismo, porque es algo muy serio dadas las consecuencias de lo contrario, es decir, del machismo, del que estamos estamos viendo todos los días, en todos los lugares del mundo y en todo momento del día, agresiones, marginación, exclusión y, además, las Evas de turno provocando sexualmente a los hombres, ¡pobres!, porque ellos no pueden controlar por sí mismo sus instintos cuando ven unos pechos femeninos, siendo nosotras las culpables de sus desvaríos. Es como, no hace tantos siglos, los hombres se excitaban al ver los tobillos de las mujeres. ¿Siempre la misma canción….! 

    Los hombres que aún no lo han hecho, debería estudiar y aprender lo que es la masculinidad para no estar echando continuamente la pelota (las pelotas) contra las mujeres.   
    Un saludo cordial. 

  • Santiago

    Carlos Díaz, muy impresionante tu narración y lamento profundamente el penoso y doloroso incidente que por inesperado es aún más sorprendente.. Sin embargo, no sólo empatizo contigo sino que mi preocupación es también por el perro puesto que lo “no provocado” del asalto del can lo hace sospechoso..

    Y si no se ha hecho ya,es preciso encontrar al perro (o a la perra) y observarlo por 2 semanas. Si el can no muere en ese periodo de tiempo es señal que su ataque no fue producto de la rabia o hidrofobia usando la antigua nomenclatura médica. Pero si está enfermo el perro. no sobrevive la rabia y muere, a pesar de que sus síntomas pueden ser leves al principio, tirnr que ser cauto. Hay tiempo todavía para aplicar la vacuna al mordido para prevenir la enfermedad.

    En todo caso es prudente consultar a un veterinario o al centro de control animal municipal, si existe. Mis disculpas si he sido indiscreto o demasiado intenso en el intento. Y desearía que tu trauma sea cada día más leve y que todo se resuelva bien.

    Un saludo cordial
    Santiago Hernandez