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La muerte como invención de la vida

En la vida damos muchas vueltas. En la última de ellas encontramos la muerte. Ella es la única certeza indiscutible. Porque somos, por esencia, seres mortales, vamos muriendo lentamente, un poco cada segundo, en prestaciones, hasta acabar de morir.

El sentido que damos a la muerte es también el sentido que damos a la vida. Cada pueblo con su cultura interpreta, a su manera, la muerte. Quiero referir algunas visiones que merecieron mi consideración.

Como cristiano, conmigo mismo, cómo entiendo la muerte.

No considero la muerte como el fin de la vida. Morir es un acabar de nacer. La vida va más allá de la muerte. Por eso mi libro sobre el tema no se titula Vida después de la muerte, sino Vida más allá de la muerte. La vida se estructura dentro de dos líneas: en una, la vida comienza a nacer y sigue naciendo a lo largo del tiempo, aprendiendo a caminar, a hablar, a pensar, a comunicarse y a construirse hasta acabar de nacer. Es el momento de la muerte. En la otra, la vida comienza a morir en el mismo momento en que nace, porque el capital vital se va consumiendo lentamente a lo largo de los años hasta acabar de morir.

En el cruce de las dos líneas –acabar de nacer y acabar de morir– se da el paso a otro nivel de vida que los cristianos llaman resurrección: es la vida que llega en la muerte a la plena realización de sus potencialidades e irrumpe hacia dentro de Dios. Pero no de cualquier manera, pues todos somos imperfectos y pecadores. pasaremos por la clínica de Dios, en la cual nos purgaremos y maduraremos hasta llegar a nuestra plenitud. Es el juicio purificador. Otros lo llaman purgatorio, antesala del cielo y no del infierno.

En todo caso, no vivimos para morir, como decían los existencialistas. Morimos para resucitar, como dicen los cristianos. Hay una frase inspiradora de la gran figura cubana, José Martí, escritor, poeta, filósofo y combatiente por la liberación de su país de la dominación de un tirano. Para Martí “morir es cerrar los ojos para ver mejor”.

Cuando queremos concentrarnos e ir al fondo de nuestro pensamiento, cerramos los ojos de forma natural. Al morir, cerramos los ojos para ver mejor el corazón del universo, nuestro lugar en él y la Realidad Suprema que hace existir y persistir todo.

Tengo un amigo de Uganda que trabaja en la radio vaticana, Filomeno Lopes, que me describió así el concepto de muerte más frecuente entre los africanos:

“En África, cuando muere un anciano, no se llora, sino que se celebra el triunfo de la vida sobre la muerte, porque la vida ha recorrido su camino normal y hemos podido recoger la herencia antes de la muerte de nuestros padres. Por eso decimos que “nuestros muertos nunca se han ido”. Sólo dejan de estar con nosotros en la inmanencia de nuestra vida cotidiana para habitar en nosotros. Así es como se establece esa profunda comunión entre nosotros y ellos, que a veces resulta ser más fuerte que cuando estaban físicamente entre nosotros. Esto nos permite llamarlos en la oración y pedirles que intercedan por nosotros en las circunstancias de nuestra vida cotidiana, pues nosotros somos la única razón por la que ellos siguen presentes, como vivos, sobre la faz de la tierra. La vida humana, de hecho, no nace contigo, sino que renace siempre contigo. En este sentido, la vida es en sí misma ‘filosofía’ ya que nunca empieza una sola vez, sino que vuelve a empezar siempre en cualquier momento, en cualquier espacio, tiempo o circunstancia histórica”.

Para la mayoría de nuestros pueblos originarios, la muerte es solo pasar al otro lado de la vida. Los que han pasado al otro lado, especialmente los sabios y los ancianos, los visitan en sueños y les aconsejan. Acompañan a los que aún están en el lado de acá. Solo están invisibles, pero nunca ausentes.

Me contó el presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma, que es indígena y vive la cultura de su pueblo: cuando se siente presionado por los problemas políticos, de noche o de madrugada, se retira a un rincón y con el rostro en tierra consulta a los sabios y a los ancianos de su etnia. Se concentra. Entra en profunda comunión con ellos. Después se levanta con las inspiraciones recibidas. La mente se aclaró.

Quiero honrar a Sandra Mara Herzer, que siendo una niña se sentía niño. Se vestía como un niño. Asumió el nombre de Anderson Herzer. Sufrió mucho en la FEBEM. Tenía una extrema sensibilidad y quería ayudar a todos los sufridores que encontraba. Con pocas letras, escribió un libro conmovedor, promovido por Suplicy Matarazzo, A Queda para o Alto. Cuenta toda su vida y los padecimientos que su situación provocaba. Al final del libro publicó algunos poemas. Uno con el título “Encontré lo que quería” es impresionante. En ese pequeño poema habla de la muerte:

“Yo quería que el fuego me cremase
para ser las cenizas de quien hoy nace.
Yo quería morir ahora, en este instante,
solo para ser nuevamente embrión, y nacer;
yo solo quería nacer de nuevo,
para enseñarme a vivir”.

Esa belleza y esa generosidad no necesitan comentario.

Finalmente, el testimonio del que fue uno de los mayores seres humanos nacidos en Occidente del cual podemos enorgullecernos: Francisco de Asís. Estableció un lazo de afecto con todos los seres, a los que llamaba con el dulce nombre de hermano y hermana. En su cántico a todas las criaturas dice:

“Alabado seas mi Señor por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún ser humano puede escapar!”

La muerte no es ‘una bruja’ que viene a quitarnos la vida. Es la hermana querida que nos abre la puerta de la eternidad feliz. La muerte no es la última barrera. Es un puente que nos hace pasar del espacio y del tiempo pasajeros a la eternidad sin fin. La muerte es una invención de la vida para dar un salto y seguir viviendo más y mejor.

*Leonardo Boff ha escrito Vida para além da morte, Vozes, muchas ediciones; publicado en español con el título Hablemos de la otra vida, editorial Sal Terrae; A nossa ressurreição na morte, Vozes 2005; también publicado en español por Sal Terrae, con el título La resurrección de Cristo, nuestra resurrección en la muerte.

Traducción de María José Gavito Milano

Un comentario

  • Juan A. Vinagre

    Tras la lectura del artículo del hermano L. Boff, adjunto esta breve reflexión surgida a raíz de esa lectura:

    -Filosofía es -para muchos, también para mí- el intento de búsqueda de sentido de la existencia, de nuestro estar aquí en medio de la oscuridad…  Esa búsqueda persistente de sentido profundo, último, en medio de la noche -búsqueda que no se detiene o entretiene en sentidos menores, acaso frívolos- es, a mi juicio, quizá la mayor proeza que puede realizar el ser humano. Y la persistencia-perseverancia en ese intento es muy razonable: La vida humana, la persona humana (un verdadero milagro, si no la frivolizamos), exige ir en busca de razones que iluminen y/o al menos sugieran el sentido que nuestra existencia, en medio de este inmenso y colosal universo, parece (a muchos) que debe tener… Esa búsqueda persistente -insisto-, creo que es la mayor proeza-gesta del ser humano. Cuando se consigue, ésta es la gran conquista que merece llamarse tal. Por otra parte, mientras busquemos un sentido que vaya más allá de lo efímero no envejeceremos. Envejecemos -morimos- cuando ese sentido es tan pobre que envejece y muere.

    -Con esta pequeña reflexión no pretendo entrar en el sentido más inmediato y flojo de la vida y de la muerte, sino en el sentido que explique el SENTIDO último de la vida y la muerte. (Pido disculpas por entrar en este tema precisamente ahora en verano, tiempo de descanso, de disfrute, aunque el descanso también puede dar pie a una reflexión más profunda que enriquezca y renueve fuerzas no solo físicas…)  La vida es más que disfrutar del ahora (o llorar con él). La vida en el fondo está gestando una mutación metamórfica, de modo que la vida no muere, se transforma (muere solo el cuerpo). La resurrección es esa mutación de un cuerpo material en otro inmaterial, espiritual, que trasciende la materia. Es una metamorfosis, en la que creo. Y al decir esto pienso que no soy un ingenuo que “sueña”…

    -Otro tema que sugiere L. Boff: Para mí el llamado “purgatorio” es un lugar de purificación, un lugar en donde se hacen unos ejercicios espirituales, que renuevan y otorgan el vestido de fiesta para entrar en el banquete del Reino. No es un lugar de “purgas”, sino de ducha… Es un lugar donde se renace y se comienza a vivir plenamente.