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La ciudad y los perros

Cuando Carlos publicó el primero sobre perros yo creía que era una reflexión sobre un hecho acaecido y las reacciones de lpersonas presentes: “si se lo hubieran hecho a mi hija, lo mato”  y el problema de la mala educación de perros y personas. Yo lo tomé en serio como reflexión social y los dos médico en ATRIO recomendaron en serio la vacuna antirrábica. Después ha habido otro tipo de reacciones que comentó Carlos en su segundo artículo . Yo accedo a publicar este último, pero resaltando el humor y referencias literarias que maneja Carlos. AD. 

No quisiera yo convertir esto en la historia de la mala relación de los perros conmigo, pero hoy he tenido mi tercer rifirrafe con ellos por tercer día consecutivo, créaseme o no. Esta vez la señora llevaba tres, familia numerosa.

Por cierto que al encontrarme hace años en la calle con un personaje famosillo que llevaba a sus dos perros en cada uno de sus brazos, y tras los primeros saludos, lo primero que me preguntó fue si todavía estaba yo  casado con la misma persona y, al responderle afirmativamente, me soltó como si tal cosa la siguiente genialidad: “¡No me digas, a los que llevan más de siete años con ‘la misma’ habría que penalizarles por carencia de imaginación!”. Como correspondía, pase entonces a interesarme yo por su situación familiar, a lo que me respondió: “No, ya no tengo mujer, tengo muchas, estos son  mis dos mis hijos”, señalando a los dos bebés cachorros recién saliditos de la peluquería. Lo que pasa es que a mi pregunta “¿y cómo se encuentra la perra de su madre?”, tuvo sus dificultades para darme el parte sobre el parto. Como no he vuelto a verlo, no puedo saber cómo anda su prole, ni qué carrera habrán emprendido, probablemente la de galgos, que está bien cotizada en los canódromos.

Pero volvamos a la señora de este mismo mediodía, que iba hablando con ellos tan animadamente y tan de igual a igual llevándoles bien sujetos con sus correspondientes correas y arneses. A uno de ellos, el de peores modales, iba reconviniéndole con estas palabras: “No me fío de ti porque te portas últimamente muy mal”. Palabra de vidente, pues en el preciso instante en que pasa a mi lado con su troupe se suelta de la correa y se pone a ladrarme como una loca,  con una intensidad tan fuerte, que me asustó. Las cosas no pasaron de ahí,  pero mi excitación era tanta y tan inmoderada que increpé a la señora como sigue: “La próxima vez que me ladre su bicho le voy a meter una buena patada para que entre en razones”, amenaza harto altiva y arrogante por mi parte, pues no estoy físicamente preparado para su posible contraataque.  Y fin de la historia.

Como les digo, voy a bronca por día, y no sé que habrá de depararme la fortuna o el infortunio para los próximos días, o si voy a tener que exiliarme a un país que no sea Perrilandia, o si bastará con releer La ciudad y los perros para ver si aprendo a comportarme, o a encontrar el sosiego en la perrera de esta ciudad. Igual me tratan allí mejor que en la calle.

Tampoco sé si tomar criado o ponerme a servir, si seguir contando mis desventuras caninas o tragármelas sin soltar palabra, pues por el momento estoy haciendo el hazmerreir con todos mis amigos, el último de los cuales me lanza esta andanada: “Veo que tienes un imán perruno. Si sigues así, acabarás diciendo: ‘dejad que los perros se acerquen a mí’.  Yo, que te quiero mucho y velo por tu integridad, voy más allá que tu hijo y te aconsejo que pasees por zonas de gorriones (¡que los gatos arañan!). Un abrazo. Miguel  Ángel”. Abrazo rechazado.

Nunca tuve perro por distintas razones, pero a pesar de lo dicho hasta aquí me encantaría sinceramente. Admiro a Konrad Lorenz, que amó a cada uno de sus compañeros de viajes, y cuyos nombres recordó uno a uno después de  muertos, narrando su compleja y variada personalidad. Sin embargo, por estudiar al ritmo en que vengo haciéndolo, carecería del tiempo necesario para ocuparme de él. Estoy seguro de que alguno de ellos serían grandes coloquiales, pero no los de pedigrí de divas y divos, y de sus atontados dueños que les contaminan: a dueño tonto, perro tonto.

En El coloquio de los perros, una de sus novelas ejemplares, Cervantes nos hace asistir a la conversación de Cipión y Berganza, dos perros que guardan el Hospital de la Resurrección de Valladolid y que adquieren la capacidad de hablar durante las noches. Durante el relato, Cipión explica la experiencia con los distintos amos que ha tenido -recordando de algún modo al relato de El lazarillo de Tormes- recorriendo distintas ciudades del sur de España hasta llegar a Valladolid. La enseñanza moral de Cervantes resulta clara: ¡qué vida de perros nos damos los humanos entre nosotros mismos, y qué forma de azuzar las peleas y las riñas entre ellos! No sé por qué, pero me gustan menos los ejemplares de perros que viven sólo para sus amos, como Troylo para Antonio Gala, o Milú para Tintín.

¿Qué haría yo, silo tuviera, con un perro? Lo primero enseñarle a que no me ladrase ni se me tirase al cuello, algo que a veces no se logra pese a su buena doma. Sin embargo, quisiera que él mantuviera su libertad, sin anularle, ni amilanarle, ni achantarle, ni reprimirle hasta la esclavitud. Me repugnan los perros sumisos, esclavos, favoritos para la mayoría de la población que recurre a ellos después de no tener ninguna compañía humana con la que convivir sin imposición. Los perros son tan obedientes porque sus dueños son tan tiranos; a veces pienso que el perro de compañía es el bálsamo  de Fierabrás para los amos autoritarios y frustrados. El chucho es su flotador, su baluarte, su cobardía envalentonada.

Quisiera, pues, que mi perro me entendiera, y albergo incluso la fantasía de que pudiéramos dialogar, casi como lo planteaba Martin Buber en el epílogo de su fascinante Yo y tú,  pero eso es imposible porque no estamos en el mismo plano, a pesar de las ñoñerías de los animalistas; me gustaría que hablara, pues su forma atenta y educada de mirar cara a cara abre un campo dialógico interesante, palabra derivada del latín  inter/esse, tener entre ambos una cierta comunidad afectiva. Incluso le enseñaría axiología, para que no mordiese a nadie,  dando de su barrilete la reconfortante bebida al caído, como el perro de san Bernardo. Quisiera que cuidara a  los demás lo mismo que los demás a él mismo. Eso lo intentaría yo a pesar de cuantos pesares hay bajo el cielo, como hasta ahora he venido intentándolo con los humanos y conmigo mismo, aunque en demasiadas ocasiones fracasando en el intento: ¡mira que si al final entendiera mi perro o perra (aún no he pensado su nombre) mejor que algunos humanos los axiomas de la convivencia! ¿Sería posible educarle sin ladrar ni y olisquear?, ¿o, todavía mejor, crear un esperanto antropo/canino, con proyección para todos los animales del mundo?, ¿sabría contarles cuentos de perros evolucionados, capaces de enseñar a sus dueños, como lo intentaron los monos de El planeta de los simios? Desde luego, nunca le compraría unas gafas de profesor ni le disfrazaría con toga y birrete, por mucha filosofía que aprendiese conmigo. Sabiduría no es carnaval.

Tendría que escribir un libro que se llamara Filosofía para perros, o Perrosofía, del mismo modo que ya existen otros denominados Filosofía para niños, o Filosofía para torpes, pero ¿quién dijo miedo? El miedo paraliza cualquier intento de acercamiento al perro por parte del hombre, y al hombre por parte del perro. No hay imagen más patética que la de un perro apaleado, con el rabo entre las piernas temblando de miedo pero con la mirada suplicante a su maltratador. Nadie con un poco de compasión podría permanecer indiferente ante semejante espectáculo. En fin, y dicho todo lo cual, no quisiera pasarme lo que me quede de vida regañando a los perros por el solo hecho de que carezcan de modales en su acercamiento desmesurado a mi muy humilde persona.

A lo mejor, lo que hago un día de estos es acercarme a una asociación protectora de perros maltratados y comprar su libertad, como lo hacía la Orden de los mercedarios con los esclavos durante la época de Cervantes.

6 comentarios

  • carlos diaz

    Agradezco mucho a Rodrigo Olvera su magnífico retrato de mi personalidad, lo digo esta vez sin la menor ironía.  Un abrazo. Carlos Díaz

  • Antonio Llaguno

    Yo tomaré la postura de pensar que son reales los acontecimientos descritos por Carlos. Más o menos como lo de aquel antiguo anuncio de televisión: “Vaaaale, aceptamos pulpo como animal de compañía”.

    Pero me pasa que soy el feliz papa (Porque son como los hijos que Dios o me concedió. Sus razones tendrá) de dos “perrohijos” a los que quiero con locura. Mi Maxito y mi Quetzallina, dos perretes pequeños, el machito un bichón mas blanco que las querencias futboleras de mi señora al que compramos hace ya 3 años y la hembrita una Yorkshire con las patas muy largas para su raza, negrita y dorada y a la que rescatamos de la perrera de Córdoba de más de un año de vida callejera con un embarazo y parto incluidos en sus primeros 14 meses de vida.

    Y ahí está. En mi casa. Viviendo como señor y señora de la casa y teniendo la deferencia de permitirnos a mi mujer y a mi el sacarlos a pasear, retirar y limpiar sus caquitas y sus pises, disfrutar de sus ladridos aleatorios y ser contantemente (Al menos un servidor que mi señora es mas escrupulosa con el tema) recibir sus muestras de amor a base de lamidos constantes y casi obsesivos que, o bien es que mi piel tiene un sabor delicioso (Cosa que mi mujer no refrenda) o bien que ponen de manifiesto lo mucho que nos quieren.

    Un perrito o una perrita pueden ser la compañía mas amorosa que puede tener una persona y que la evite sufrir los momentos de soledad más angustiosos, nunca te abandonará, siempre serás lo más importante de su vida hasta el punto de que si sales de casa un momentín buscará un resto de ropa tuyo para que el olor a ti que desprende la ropa le conforte.

    Un perro solo muerde en dos circunstancias la primera por hambre y/o maltrato. Como todo ser vivo su primera reacción es sobrevivir y la segunda, porque el ser más importante de su existencia: su amo, le ha educado a hacerlo.

    Desconozco, obviamente, la circunstancia particular de los perros que tanto han molestado a Carlos, pero tengo la más absoluta seguridad de que no son los culpables de ese incidente.

    Tengo en mi cuaderno de pensamientos importantes una frase anónima que recogí de Twiter hace tiempo: El perro esta en este mundo porque Dios quería ponernos un ejemplo de lo que es amor incondicional. Tengo que escribir mi testamento. Mi padre me educó que pasados os 60 (Y son mis próximos) uno debe tener en orden sus cosas porque nunca sabe uno lo que puede pasar. Pronto lo haré. No tengo gran cosa que dejarle a nadie y si alguna vez tengo algo que merezca la pena, solo tiene una destinataria: Lupita Sosa, mi amada esposa.

    Pero si tengo muy claro que dejaré escrito una cosa: Si como es lógico, los acontecimientos siguen los tiempos esperables, mis perretes mueren antes que yo; cuando yo muera, quiero ser incinerado y quiero  que mis cenizas se mezclen sin solución de continuidad con las de ellos, que no se pueda distinguir entre la ceniza de perro y la de humano y luego que nos guarden donde quieran, yo ya estaré bien acompañado.

    No se si es legal hacerlo, no se si es posible, pero tengo algún cómplice en la familia que si me sobrevive está dispuesta a hacerlo.No sabría, hoy, vivir sin Max y Quetzalli.

    Y si algún ecologista talibán tiene la intención de reprocharme que “humanice” a mis perritos y que les trate como el hijo y la hija que no conseguí fabricar, puede buscarse otro pleito pobre. Me la pela.

    • Rodrigo Olvera

      Gracias por compartirnos tu relación con Max y Quetzalli.

      En mi familia nuclear de origen, casi siempre hemos tenido canes, mayoritariamente perras.

      La primera era una mezcla de Lhasa con maltés. Yo tenía unos 5 años cuando llegó a casa. Mi hermana le puso Heidi, por la caricatura japonesa. Era una perra muy nerviosa, que sufrió abuso físico. Por el abuso, perdió mucha visibilidad, lo que reforzaba su nerviosismo. Mis padres no tenían las herramientas ni el tiempo para entrenar a una perra así, de modo que fue muy mordelona. Sólo respetaba a mi mamá y a mi papá. A mí me mordió muchas veces, ninguna fue grave físicamente pero sí desarrollé mucho miedo a los perros que no conozco bien (todavía lo tengo, aunque he aprendido a no dejarme controlar por ese miedo). Aunque me mordió muchas veces en mi infancia, yo adoraba a esa perrita. Al final, aprendí a relacionarme con ella (por ejemplo, acercarme gradualmente de manera muy audible, para evitar que la inseguridad de movimientos por la falta de visión la altera). No pudimos hacer que dejara ese carácter, pero sí pudimos lograr que no hubiera situaciones en que mordiera. Coincido contigo, la responsabilidad siempre es de los humanos. Los últimos años, conmigo era con quien más jugaba esa perrita.

      Después tuvimos a Jolie; una Cocker Spaniel. Esa raza si no se educa bien, puede ser muy problemática y berrinchuda. Jolie llegó desde cachorrita, así que fue criada desde el principio por mi madre. Yo estaba terminando la adolescencia. Por mi miedo a los perros, decidí ser yo quien se encargara de darle de comer a la perrita (comprar la lealtad jajaja). Fue el animal más dulce que he conocido. Inquieta, juguetona, se nos escapó varias veces. Cuando alguien se acercaba para detenerla, se echaba panza arriba, sumisa. Cuando la traían de regreso a casa, juro que sonreía pícara. Murió cuando yo estaba en Estados Unidos.

      Todavía viviendo Jolie, un primo dejó a su perrito con mis padres porque ya no sabían qué hacer con él. Era un French Puddle Minitoy Tacita. De por sí es una raza nerviosa; el perrito sufrió abuso físico constante desde cachorro por mi tía. Llegó profundamente neurótico y agresivo (nunca mordió a nadie mientras estuvo en casa de mis padres, pero gruñía y lanzaba dentelladas al aire). En esa época mis padres ya estaban jubilados, así que mi madre tuvo una mayor influencia sobre Rocky que la que pudo tener con Heidi cuando mi madre trabajaba doble turno. Entre la dulzura de Jolie y el amor de mi madre, la vida cambió para Rocky. Llegó a aprender a jugar (no sabía jugar, el pobre), a divertirse, se acurrucaba a los pies de mi papá para escucharle tocar el piano, pasaba las tardes acostado junto a mi mamá. Prueba irrefutable del poder de los buenos tratos, en los animales y en las personas. Murió en brazos de mi padre.

      Cuando murió Rocky (ya había yo regresado a la casa paterna para cuidar a mis padres), mi padre – que era de la generación que nunca expresaba sus emociones – dijo “ya no quiero otra mascota, porque cuando mueren, se sufre mucho”. Una semana después mi madre llegó con una cachorrita que se suponía que era French Puddle Minitoy Tacita, pero que en dos semanas quedó claro que sería talla pequeña tirando a media (mezcla de terrier con sabe dios qué más). La llamó Bonita. Nuevamente, desde cachorra yo me he encargado de darle de comer (esta vez no por comprar su lealtad, sino por las condiciones de salud de mis padres). Era la adoración de mis padres, y mía. Muy tierna, cuando quiere ser tierna; muy inquieta y divertida, cuando le gana la energía. Con cada persona expresa su cariño de forma única. Expresiones de afecto que tiene sólo conmigo nunca las hace con otras personas; y así también tiene expresiones únicas para mi hermana que jamás hace conmigo.  A mi me gusta ponerle distintos apodos, siempre le pregunto si el que propongo le gusta o no. Sólo le mantengo los que interpreto yo que le gustaron. Algunos ejemplos: Perrastroika; Atorvastatina (mi mamá tomaba diario ese medicamento, y yo hacía la broma de decirle a la perrita “vamos, dile a mi mamá que ya le toca su Atorvastatina”, la perrita corría a donde estuviera mi mamá, se le ponía en frente y le llamaba la atención; con el tiempo se le quedó Atorvastatina); otro apodo es “El orgullo de Pávlov” o “Señorita Pávlova”.

      Cuando murió mi papá en agosto del año pasado, uno de mis primeros pensamientos fue “Hubo un tiempo en que éramos 5 en esta casa, ahora sólo quedamos la Perrastroika y yo”.

      En Enero de este año empezó con fiebres. La operaron dos veces. Le dieron más de 4 tratamientos fuertes de antiobióticos. En el momento más delicado vino un pensamiento, independientemente de si yo tengo o no otras mascotas en el futuro, caer en cuenta que esta perrita es la última criada por mi mamá. Ese pensamiento le puso una sobrecarga emocional a todo el proceso de salud del animal muy grande, hasta que reconocí esa sobrecarga emocional y la trabajé personalmente. Afortunadamente logró salir adelante – tiene 11 años y goza de buena salud para su edad. Hablo mucho con ella, tiene una capacidad de ternura muy grande. Mi página de Facebook tiene muchas publicaciones de y sobre la Perrastroika.

      • Antonio Llaguno

        Gracias Rodrigo,

        he tratado de encontrar tu página de facebook para ver esas totos de tu perrastroika y no la encuentro.

        Me encanta conocer tu relación con los perretes que han ido apareciendo en tu vida.

        En la mía hay uno más, Ulises, más conocido en mi casa como Ulises Pestes que fue mi primer perrete y que ya nos abandonó.

        Fue el perro de mi juventud, un mestizo de raza no reconocible, color canela con las orejas gachas y muy fuerte y musculoso a pesar de su tamaño no muy grande. Era muy protector y no dejaba que nadie se nos acercara con malas intenciones.

        Mi padre le llamaba “sombrita” porque cuando él estaba en casa, Uli se dedicaba a seguir sus pasos con verdadera devoción y no lo dejaba ni para ir al baño. Si mi padre estaba en casa, Uli no contemplaba la existencia de nadie más.

        Nos dejo con 16 años, ya muy gastado y con una diabetes galopante que la había dejado ciego. Ninguno de mis hermanos o yo nos atrevimos a llevarle a la inyección y tuvo que ser mi padre quien le diera sombra por última vez.

        No hace mucho, hablando con unos primos míos, muy de campo y que tienen una relación con los animales mucho más utilitaria, se reían de mi porque decía yo que si llego “al cielo”, lo único que deseo es que allí me acompañen mi esposa querida y mi familia y que en esa familia mis perretes ocupan un lugar destacado.

        Mis primos me dijeron que no hay que jugar con Dios y que decir que los perretes van al cielo es una barbaridad.

        Pues si es una barbaridad, sea; pero quiero pensar que Dios seguro que tiene eso resuelto.

  • Rodrigo Olvera

    Casi desde el primer hilo de Carlos publicado en la columna central de ATRIO, la percepción que tengo es que el tema central y reiterado es “miren qué provocador que soy, que rebelde que soy, soy un Quijote embistiendo y soy víctima de la reacción que recibo”. (Claro, ha habido hilos que son excepciones a ésto). Y ha cargado especialmente contra tres “molinos”: los jóvenes actuales, la comunidad intelectual actual, y especialmente contra el movimiento feminista.   Esta trilogía no sólo tiene como elemento común la figura de perros “atacando” a Carlos (incluso cuando el “ataque” es un gesto amistoso en canes, como el lamer), el otro elemento común es el “anti-feminismo”. En este tercer acto es más sutil, menos burdo que en el primero:* en este tercer hilo, tanto al principio como al final Carlos habla del perro en masculino: al principio es “A uno de ellos, el de peor modales…” y al final “la próxima vez que me ladre su bicho…”* pero, significativamente, al describir lo irracional de la conducta contra Carlos, el animal es descrito en femenino: “se pone a ladrarme como una loca…”* todo ello antecedido por el muy machista párrafo de la conversación con el amigo orgulloso de decir “ya no tengo mujer, tengo muchas” y el chiste de “¿y cómo se encuentra la perra de su madre?”  Carlos insiste en que han sido tres episodios reales. Yo acepto su palabra. Aún así, pareciera que estos tres encuentros reales con perros reales detonan el construir la metáfora del feminismo como una perra  agresiva y loca, que me ataca injustamente.   

  • ana rodrigo

    Antonio, Dices: “Cuando Carlos publicó el primero sobre perros yo creía que era una reflexión sobre un hecho acaecido y las reacciones de personas presentes: “si se lo hubieran hecho a mi hija, lo mato”  y el problema de la mala educación de perros y personas. Yo lo tomé en serio como reflexión social y los dos médico en ATRIO recomendaron en serio la vacuna antirrábica”. O sea, que además de “las desesperadas neofeministas sin dormir por la preocupación del sexo de una perra…..¡!, encima nos tomó el pelo preocupándonos por su salud. ¡¡¡Venga ya!!! ¡¡¡venga ya!!! Si se mete la pata, se saca con dignidad, no solapándolo con falso sentido del humor y palabras huecas. Y me callo, por no contribuir a tal ¿¡insustancial!? artículo.