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Eran otros Nuncios

        Me refiero a los “representantes diplomáticos del Papa, que además ejercen determinadas funciones pontificias“, de tanta y tan relevante misión en la historia de la Iglesia y de los Estados.

        Sorprendido, como un cristiano más, de la frecuencia de su aparición “diplomática” (que a los mismos obispos les parece excesiva), en los medios de comunicación social en su diversidad de versiones y colores, aquí y ahora decido acentuar estas consideraciones:

        La Iglesia es lo que son sus “Iglesias locales”. Y estas son, se presentan y las representan explícitamente sus respectivos obispos, cuyos nombramientos dependen fundamentalmente de los propios Nuncios. La intervención especial del Espíritu Santo y directamente del Papa, es explicación misteriosa, de procedencia teológica más que dudosa, que con facilidad desmontan quienes discurren, atentos a la acepción del “dicho” popular de “a las pruebas me remito”, tal y como salmodian los feligreses y buena parte del clero de a pie.

        Y es que, en la selección-nombramiento de los obispos, debieran intervenir ya y activamente el pueblo y el resto del clero, con formas y fórmulas adecuadas a las vigentes en otros tiempos eclesiásticos cercanas a las de carácter democrático que, en definitiva, son “palabra de Dios”, recomendadas por la misma Iglesia para instituciones y organismos foráneos, pero semi dogmáticamente rechazados por ella y su Código de Derecho Canónico.

        A los obispos los nombran prácticamente los Nuncios, salvo algunos casos en que personalmente parece haber prescindido de ese mecanismo “nuncios-congregación obispos”. La propuesta inicial de “ternas” está en sus manos, previos los informes elaborados por los asesores habituales de las Nunciaturas, de los que huelga aseverar su ”prudencia, devoción y amor a la Iglesia”, además de mutismo casi- sacramental, pero de cuyas” vidas y milagros”, y de las de los suyos, son conocidos sus pormenores, “corregidos y hasta aumentados” en los casos que se estimen precisos o convenientes. Conste que las connotaciones con los versículos del Evangelio no siempre explican y estimulan la inserción de nombres episcopables en las ternas canónicas. Aún más, a veces resultan ser contraproducentes, primando más las canónicas, las políticas y las que engloba el término “Amén” de asentimiento siempre y en todo y “en virtud de santa obediencia”.

        ”Evangelio” –ciencia y praxis– y “obispos” dan la fatal impresión de ser términos académicos condenados a no entenderse entre sí, ni mucho menos por parte del “pueblo”, por muy “de Dios”, que se intitule y crea serlo.

        La mayoría de los obispos todavía en activo en España demandan renovación y reforma. El estado de sínodo, de” Iglesia en salida”, las reiterativas palabras del papa Francisco y el ejemplo de algunos miembros del colectivo episcopal, alientan la esperanza de algunas –pocas– sonrisas primaverales intra y extra palaciegas.

        Para tan anhelado florecimiento es indispensable que el Nuncio mande triturar y hacer desaparecer cuanto antes, la mayoría de los informes–expedientes de los “episcopables”, existentes en sus archivos. Abruma y avergüenza comprobar que “sus” obispos fueran más expertos en “encubrir” que en “descubrir”, lo que de verdad era, y es, la Iglesia (catedral-diócesis), de la que “habrían de “tomar posesión” (¡¡) y hacer su “entrada triunfal”, con la honrosa presencia de las “autoridades políticas, militares y religiosas”, tipificadas estas últimas por sus cabezas mitradas y por el tono de los colorines litúrgicos o paralitúrgicos.

        Así las cosas, no están extraviados en demasía quienes, católicos o no, creen y proclaman que no pocos obispos nombrados en tiempos del “Generalísimo Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios “, vivieron en mayor sintonía el Vaticano II, a como algunos lo hacen hoy en España. Por ejemplo, después de 18 años de estancia pastoral al frente de la diócesis de Solsona, a don Vicente Enrique y Tarancón, el referido “Caudillo de España“  no obstaculizó su nombramiento como arzobispo de Oviedo, de Toledo, Primado de España, y después de Madrid.

        ¿Qué les responderá el Nuncio actual en España a “los curas del arciprestazgo de Gijón, quienes acusan a su arzobispo Sanz de favoritismos, falta de transparencia y de no sintonizar con el proceso sinodal”? ¿Se habrá enterado de esta noticia el Nuncio, antes o después de cualquiera de sus frecuentes incursiones jerárquicas que, con carácter de objeto-sujeto de lujo eclesiástico, es reclamado por obispos “agradecidos”?

        Quede constancia que tan solo de algún raro e impensable nombramiento episcopal, ha sido y es el papa Francisco en persona – “Humanizador de la Curia”- el único y verdadero responsable.

        Y aquí y ahora un recuerdo eclesial para los Mons. Nuncios, Riveri y Dadaglio, después Cardenales, que en los años sesenta y setenta facilitaron una renovación del episcopado en la línea del Vaticano II. Francisco no ha encontrado aún un nuncio para España que sintonice con él y bien hace en solaparle.

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