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De la democracia formal a la democracia moral

El hombre es considerado como un ser moral por su capacidad de discernir el bien del mal, ojo, no entre el bien y el mal como realidades objetivas, realidades exteriores a él, pues éstas emergen desde las profundidades más íntimas de su ser, de su ser moral, previo a todo bien y a todo mal, y además por actuar en consecuencia, por lo que la moralidad no se ciñe solo a su saber sobre el bien y el mal, sino que es la sustancia de su praxis existencial. Pensamiento, palabra y obra están impregnados desde sus profundidades inconscientes en todo acto que realiza. Su ética es una ética moral, su existencia es una existencia moral e ineludible. El hecho moral es el que dará origen a lo que hoy denominamos por “declaración universal de los derechos humanos”.

        A la vez de su ser moral, y también desde los más profundo de su ser, es un ser relacional, de tal forma que la relación ya se manifiesta en su propia individualidad. La persona en sí, siente su sentido de autopertenencia, sentido que es el ritmo con el que late y percibe su vida. La individualidad de la vida es lo que a la vez le posibilita su expansión, su socialización sin perder su individualidad. En definitiva, la persona es aquella realidad que al poseerse le es posible darse, condición necesaria y además inevitable por su esencia relacional. Concluyendo: El ser persona es ser desde sí para los demás y envuelta en el orden moral. La persona es el ser que se da sin perder su individualidad, no le caben más acciones que las de serse y las de darse.

        La individualidad de la persona es lo que asegura su propio dominio de sí, y su carácter relacional es lo que realiza su expansión. Ambos movimientos son ineludibles para mantenerle en la realidad. La persona es tensión entre el yo y el tú; entre el yo y el tú mayestáticos, entre el nosotros y el vosotros, y el mayor peligro de desintegración le viene y nos viene cuando perdemos ese equilibrio de relación moral bajo el cual orientamos libremente nuestros actos.

        En definitiva, la persona es, y debe ser, trascendente tanto a lo individual como a lo social, puesto que no se realiza (no cobra realidad) sino por ellos al ser categorías propias de su realidad esencial, no son atributos opcionales. Lo que sí es opcional es la forma de ejercerlos bajo ese orden moral, decidiendo libremente en cada uno de sus actos la orientación moral que quiere realizar y que a su vez le responsabiliza y nos responsabiliza de nuestra vida y de nuestras vidas. No hay derecho sin deber y no hay responsabilidad sin libertad. La persona tiene una doble responsabilidad, un doble deber, pero a su vez también tiene un doble derecho. Del yo al tú como del nosotros a vosotros y del tú al mí como del vosotros al nosotros.

        La declaración universal de los derechos humanos, es a su vez, la declaración universal de los deberes humanos y si la justicia que emana de dicha declaración universal, se desliga de su fundamento moral, caemos en el relativismo moral, cáncer desintegrador tanto de la individualidad como de la sociabilidad.

        En la persona no es primero lo individual y luego lo social. La persona en origen ya es ambas cosas. Lo social no es una propiedad emergente por la suma de voluntades de personas individuales. Lo social para no romper la integridad de la realidad del ser humano ya está inscrita en su propia realidad de origen.

        Visto desde hoy, todavía el ser humano confunde la integridad de su ser, generando compartimentos estancos en su propia realidad personal, distorsionando así a todo su mundo. De esta forma el ser humano se compartimenta, se objetiva, se convierte en objeto, se cosifica a sí mismo y a la sociedad, dejando de ser sujeto y facilitando el germen de su corrupción.

        En el ser humano, lo individual y lo social son una necesidad que es mucho más que un deber pues en ello le va su vida personal y social a través de su historia que es la huella de su singularidad a través del tiempo y de todo tiempo. El tiempo en la persona muta desde un tiempo desintegrado a un nuevo tiempo integrador, por eso somos constructores de nuestro tiempo y la historia es quien da testimonio de dicha construcción.

        Cuando objetivamos lo individual y lo social, también nos despersonalizamos y nos convertimos en objetos, perdiendo el fundamento moral que nos daba nuestra singularidad y a la vez nuestra responsabilidad quedando envueltos en una relatividad moral exterior.

        En esta despersonalización emergen los ismos del individualismo y del socialismo como partes desintegradas con un referente moral en el aire, el moralismo, es decir manipulables y sujetos a interpretaciones interesadas, acentuando los extremos y perdiendo el equilibrio armónico entre ellos, confrontando a personas contra personas y a sociedades contra sociedades.

        Aquí no caben argumentos ni formas respetuosas con que exponerlos. La persona ismo ya ha perdido su respeto a sí misma y por muy buenas formas de exponer sus argumentos, estos adolecerán del respeto a la verdad que es una. Aquí la persona se encuentra ante su fundamentalismo y es donde ve la paja en el ojo ajeno ignorando la viga en el suyo. Por eso muchas veces queriendo lo mejor acabamos haciendo lo no mejor.

        La democracia formal que se ajusta al poder del número ya de entrada adolece del referente moral social inscrito en la singularidad de la persona. Lo social es mucho más que una suma, es una integral, en la que la función integrable (la persona), tiene dos variables ligadas intrínsecamente y cuyos límites están acotados por el yo y el tú mayestáticos y que a su vez son función en otra integral cuyos límites son el del deber y el del derecho, y estas dos integrales en vueltas en una última cuyo limite es la responsabilidad que a su vez es una derivada de la libertad.

        Pido disculpas por esta argumentación matemática posiblemente oscura para los no matemáticos, pero creo que con una simple reflexión se puede entender, otra cosa es que se comparta o no.

        Si la democracia numérica se vive solo como un derecho con sus correspondientes obligaciones, la democracia moral se vive como un deber que cada cual se impone libremente y con determinación para construir un mundo más digno en el que solo soy libre cuando todos los demás que me rodean son libres, en los que individuo y sociedad vibran con la misma frecuencia en armonía de vida. Persona e instituciones, gobierno y gobernados en integridad armónica, en donde ya se destierra tanto el individualismo como el socialismo o colectivismo y ya no cabe decir en qué bolsillo está mejor el dinero al perder éste su hegemonía de poder.

        Quiero terminar esta reflexión con una frase de Charles Péguy: “La democracia moral es la organización sistemática de la filantropía, de la buena educación, de la ayuda mutua, de la esperanza, ya que se basa en la convicción de que existen extraordinarias posibilidades en la gente ordinaria”.

        Así las cosas, me pregunto y pregunto ¿cómo pasar de una democracia numérica a una democracia moral?

        ¡Les invito a responder!

       

       

       

       

       

       

       

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