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Temporalidad y futuro del ser humano (2)

(La finitud humana)

(II)

[Anterior artículo de la serie, aquí]

        Tanto el tiempo pensado como el tiempo vivido deben estar relacionados a través de un mismo sentido, es decir, de un mismo fin. Con el primero intentamos encontrar el orden del mundo en el que existimos y con el segundo intentamos encontrar el orden de quien ordena a aquel en un mismo sentido de plenitud y no en un sentido de contínua e infinitas finitudes. El sentido de toda realidad mundana, en cierto modo, está ligado al sentido del ser humano y en concreto al de la persona concreta.

        En este punto surge nuevamente la pregunta ¿Tiene la vida humana un sentido y el hombre un destino?, ya que sin destino no hay sentido, no hay donde apuntar, no hay norte al que buscar y todo destino es a su vez final de todo trayecto. ¿Cuál será entonces el final de ambos tiempos en el que el sentido dé plena razón de realidad de principio a fin a nuestra vida y a nuestro mundo, es decir que explique la razón de por qué vivimos y para qué vivimos? Aunque la pregunta en su forma más correcta debería ser planteada no en forma impersonal y genérica y sí en forma personal y concreta así: ¿Tiene mi vida un sentido y tengo yo un destino?

        De sobra sabemos que toda pregunta condiciona el espacio de las posibles respuestas y esta última forma de preguntar me interpela y me compromete profundamente en mi ahora, requiriendo la necesidad de sentido ya en este preciso instante. Todos tenemos el futuro en nuestro presente. El presente es un continuo generador de futuro. En la persona el futuro no es aquello que nos viene, es aquello que traemos al presente siendo obra nuestra.

        El sentido de la vida se debe ejercer en el continuo presente de la vida. Un futuro cuyo pasado careciese de sentido dejaría a todo futuro huérfano de todo fundamento. La simple razón lógica así lo evidencia para no caer en el absurdo.

        No hay pregunta neutra, porque la persona no es una realidad neutra, es realidad primordialmente intencional. Jamás abrimos la boca sin que en lo más profundo de nuestro ser apuntemos a un fin, aunque éste permanezca velado en nuestro subconsciente. La intencionalidad es un “existencial humano”, palabra originalmente expresada en el ámbito filosófico por M. Heidegger en su obra “El ser y el tiempo” y que posteriormente fue recogida en la teología por K. Rahner como “existencial sobrenatural”, para poder fundamentar con sentido a lo más esencial del ser humano, la fe, y no la razón, como el fundamento de sentido que toda razón buscará en libertad.

        La libertad es el poder más absoluto a la vez que el más trágico de la persona al hacerle responsable de sus actos y de su destino. El ser persona responsable, requiere inevitablemente el ser libre “para” construir la razón de su propia realidad de ser. En ella reside su singularidad. Libertad y responsabilidad son inseparables.

        Por la “fe” se abre la “razón” al sentido de ser lo que “debe ser”.

        Recordemos la primacía del principio de finalidad sobre el de principialidad en el que ya debe estar incoado aquél para no perder el sentido de continuidad, para que todo presente esté impregnado por ambos – pasado y futuro – garantizando así el sentido de la vida en la propia vida, sin discontinuidades.

        La fe inaugura un nuevo tiempo en el tiempo vivido por la persona. Este es un tiempo responsable de todo tiempo. Es un tiempo esperanzado que no fluye hacia el vacío de un tiempo infinito, pues todo infinito tiende al vacío de la nada. El tiempo esperanza es un presente dinámico en plenitud de sentido que trabaja por un futuro presente, también de vida con sentido. El hombre es el único ser de la creación que posee la facultad de crear su tiempo, no vive bajo el dominio de él como todo dinamismo puramente evolutivo en el que para existir precisa de tiempo sin fin.

        La condición itinerante del hombre sería absurda si le condujese hacia su propia finitud, es decir, a lo contrario de lo que pretende, por lo que este tiempo nuevo solo podrá tener sentido ante un futuro absolutamente último, más allá del cual no haya nada digno que le obligue a prolongar su tiempo. Solo un tiempo en plenitud logra romper el vacío y el sinsentido de un tiempo infinito.

        Este nuevo tiempo a su vez demanda una nueva razón. La fe es apertura existencial en constante demanda de nuevas razones que le den sentido a su nuevo tiempo. El ser tiene que salir de sí para encontrar la razón de sí. Tiene que abandonar este tiempo infinito abriéndose a un tiempo escatológico, un tiempo absoluto que le ofrezca un plus de ser en plenitud.

        La muerte nos interroga en vida por su sentido. La muerte demanda sentido para dar sentido a la vida. Así pues, la vida tendrá sentido en la medida que la muerte lo tenga.

        La pregunta por la muerte es la pregunta sobre la dialéctica del presente con el futuro, es decir del sentido del tiempo. El hombre que se pregunta por su futuro, tarde o temprano se topa con su muerte por lo que como decía Mounier; debemos avanzar hacia ella como un acto mas de nuestra vida a la vez que este acto debería ser el acto más autentico y personal que deberíamos asumir con pleno sentido, como añadía J. L. Ruiz de la Peña. La muerte participa así del sentido de la vida que no se desliga de ella, lanzándonos de lo provisional a lo definitivo, y para cerrar este breve apunte sobre la muerte y el futuro del hombre no me resisto a citar las palabras de X. Zubiri: “El hombre puede y debe previvir la hora y la forma de vivir su muerte”.

        Como naturaleza el hombre vive su muerte como necesidad, pero como persona la afronta como un acto de su libertad. La muerte no le puede arrebatar su sentido de la vida. La singularidad de la muerte está ligada intrínsecamente a la singularidad de la vida. Toda muerte es singular como es singular toda vida humana. Por ello todo futuro también es singular.

        Creer, esperar y amar son los tres modos en los que la vida del cristiano conjuga su tiempo.

        Cada persona es radical novedad, solo posible desde un acto creativo de Libertad Absoluta. Si no concebimos a la persona como creatura, como ser “creado”, nos resulta literalmente inexplicable, carente de razón, de razón suficiente, por muchas razones que queramos aportar.

        La libertad es creadora de vida, y la vida de la persona es don que a su vez demanda libertad para poder ser responsable del don gratuitamente recibido. De esta forma la persona percibe en un doble plano la libertad: El de la Libertad que le trae a la vida, ofrecida graciosamente, y el de la libertad ejercida voluntaria y libremente en su vida para cumplir el sentido del don de la vida recibida. El hombre es libre “para” cumplir el sentido de su vida recibida y aquí reside también la tragedia de todos sus males cuando se desvía de él.

        El don primordial de la vida que es ofrecida, es don con pleno sentido y que ya antes de ser recibido lleva en su esencia la intencionalidad de su creador como potencialidad, es decir con una finalidad, no con una arbitrariedad propia de una libertad azarosa, expresión esta última contradictoria en sí misma. El fin ya está contenido en el origen. La persona es creada “para” un fin concreto, pero con una singularidad, la de su libertad para cumplir con su sentido primordial.

        Si la libertad ejercida se desliga de la Libertad del don recibido, acaba perdiendo el sentido de dicho don y su vida se malogra al carecer del sentido por el que vino a la vida.

        Aquí la razón nos vuelve a preguntar: ¿Cuál es entonces ese sentido primordial para que libremente lo aceptemos? ¿Hay razón que nos dé razón de él? ¿Tiene sentido una lógica del don de la vida bajo el principio de razón suficiente?, pues la vida no puede carecer de razón suficiente, aunque no logremos dar con ella. Nada existe sin una razón. Todo ser tiene una razón por el mero hecho de ser.

        Solo el principio de razón suficiente, es la razón de todo fundamento. ¿Pero podemos afirmar que la razón humana es capaz de alcanzar dicho principio, cuando ya lo intentó a principios del siglo pasado con el llamado programa Hilbertiano y que finalizó con la llamada crisis de la razón al demostrar de forma categórica que la verdad, la razón suficiente de todo sistema racional, lógico y formal, jamás podrá estar contenido en dicho sistema racional?, ¿no abdicó aquí la razón dando entrada al pragmatismo relativista que hoy vivimos y experimentamos a nivel social en todas sus facetas?.

        Vuelvo a preguntarme, ¿cuál es la razón de mi ser, sabiendo que la razón suficiente de mi ser no está en mi razón? De pregunta en pregunta buscamos el sentido de nuestra vida, no lo podemos evitar, pero la vida es mucho más que la busca de razones que den sentido a la vida. La vida es la realización de u proyecto y todo proyecto es una mezcla de realidad e irrealidad en un presente dinámico y real. Pasado presente y futuro son un dinamismo en el que la vida se encuentra instalada construyendo su propia realidad. En este dinamismo, realidad y sentido se asientan mutuamente en una relación de conmutatividad en el que el sentido se halla fundado en la realidad en tanto como la realidad precisa de ese sentido. Que expresado en palabras de X. Zubiri queda así: “El problema no es el sentido de la realidad sino la realidad del sentido mismo como momento real de la vida real”.

        En este dinamismo se confrontan dos sentidos el de la Libertad creadora de la persona y el de la libertad ejercida por la persona en su proyecto de vida por el que ésta se responsabiliza del sentido que va dando a su vida, pero ligado al sentido primordial y este sentido primordial que inauguró el tiempo en su creatura será el que ponga el límite al tiempo sin fin completándolo de sentido en un tiempo absoluto.

        El futuro del hombre y el futuro de la humanidad no difieren en el tiempo, difieren en el modo en cómo afrontarlo cada uno en su propio tiempo, en su propio proyecto de vida. No importa que viva cincuenta o mil años, que tenga más o menos comodidades, que viva ahora, ayer o mañana, que sepa más o menos…, solo depende de donde haya puesto el fundamento de su proyecto de vida, si en él mismo en su tiempo infinito o si otorga crédito al don recibido gratuitamente de su vida trabajando y proyectándose en él colaborativamente.

       

5 comentarios

  • Ana PIERA ORTS

    A la pregunta ¿Tiene la vida humana un sentido y el hombre un destino? expresada de modo impersonal se han ofrecido tantas respuestas, como pensadores han reparado en ella y más aún, como dirigentes se han propuesto ofrecer al pueblo un sentido de pertenencia. Véase un ejemplo de respuesta que en España pervivió durante décadas y todavía permanece y que, por su carga de superficialidad, liberadora para muchos de todo esfuerzo reflexivo, caló en muchos como respuesta única y valiosa: 

    “La vida no puede considerarse como un mero juego de factores económicos (…) Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo de la vida de los hombres y de los pueblos (…) Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas: hay que contestar con la afirmación o con la negación. España siempre contestó con la afirmación católica: La afirmación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera, pero además históricamente, la española. Por su sentido de catolicidad, universalidad, ganó España al mar y a la barbarie en continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación (…) El hombre, como conjunto de un cuerpo y un alma (…) es capaz de un destino eterno: como potador de valores eternos”. (Tomado de revista de Falange Española, Madrid, 7 de diciembre de 1933, núm. 1, páginas 6-7).

    Frente a este tipo de respuestas perviven algunas como la de Imre Kertész (judío superviviente de Auschwitz y Buchenwald, que vivió bajo el régimen estalinista de Hungría y, finalmente recibió el premio Nobel en Literatura en 2002) quien en la novela Sin destino hace decir a uno de sus personajes, que no es otro que su álter ego, lo siguiente:
    Yo había vivido un destino determinado, no era mi destino, pero lo había vivido”

    Así pues, la pregunta sobre sentido y destino puede encontrar respuestas que recorren el amplio correlato que va desde la extrema derecha, a la más ansiada demanda de libertad interior, que incluso ha de permanecer oculta a los ojos de sus captores. Esto es, respuestas desde quienes tienen claro cuál es el sentido y destino de sí mismos y del resto de sus congéneres, hasta de quienes manifiestan que su destino lo determinaron otros, sin otra opción que la de sobrevivir, como si de una bestia se tratase.

    Pero Mariano Álvarez vuelve a presentarnos una especie de itinerario. Al menos como “itinerario reflexivo” lo he podido ver yo; porque no parece que quiera llevarnos al terreno de los “ismos” sino al de la vida concreta de cada ser. Y aquí él promueve un recorrido que lo ubica en la temporalidad. La temporalidad en la que cada cual puede existir desde el vacío o la plenitud. Pero claro, hablar de vacío nos lleva por los meandros que cubren las laderas de algunos ríos: están ahí, en distintos recovecos, pero no siempre visibles, no siempre identificables, porque la maleza nos los oculta. Nos faltan pues palabras para describir esos vacíos que, si son individuales, se expresan de modos diferentes; algo así como la vivencia de los días soleados o nublados.

    Pero efectivamente como señala Álvarez, “no hay pregunta neutra, porque la persona no es una realidad neutra, es realidad primordialmente intencional. Jamás abrimos la boca sin que en lo más profundo de nuestro ser apuntemos a un fin, aunque éste permanezca velado en nuestro subconsciente” Y así lo percibo también, aunque no sabría vincularlo a la expresión de “existencial humano” de Heidegger, porque no he leído su muy mencionada obra “El ser y el tiempo” y no alcanzo a ver, cómo lo enlaza Rahner para convertirlo en un “existencial sobrenatural”. Tal vez sea, en una búsqueda de categorías reflexivas que, por no apropiarse de algunas, buscara su génesis fuera de la elaboración de su pensamiento. Tal vez, eso es frecuente.

    Y aquí he de hacer un paréntesis para mí, obligado. Solo conozco la obra de Heidegger por referencias, porque nunca he intencionado acercarme a ella. No me ha sido posible. Aun siendo consciente que conviene separar las obras, de las biografías de sus autores, todavía no me es posible leer a Husserl, como filósofo dificilísimo para mí, a Teresa Benedicta de la Cruz, Lévinas, Primo Levi,  Jean Améry o el ya citado Kertész y después de estas lecturas proseguir con Heidegger, que tan bien supo gestionar su “emigrante interior”, para que su conciencia no viera lo que el nazismo obró sobre sus compañeros de universidad y lo que haría sobre tantos judíos, entre los que se incluyen los autores que acabo de citar. Y cierro este paréntesis indicando que el aparato intelectual, por poderoso que sea, si no se ha elaborado bajo una existencia ética, para mí pierde fuerza argumental, aunque la propia Hannah Arendt nunca renegara de su maestro y fuera capaz de proseguir su propio camino de reflexión con total autonomía. Tal vez, yo evoluciones y un día decida asomarme al autor de “El ser y el tiempo”.

    Y aunque crea lo que afirma Álvarez cuando señala que: “El hombre es el único ser de la creación que posee la facultad de crear su tiempo, (que) no vive bajo el dominio de él como todo dinamismo puramente evolutivo en el que para existir precisa de tiempo sin fin”, se me hace difícil aceptar del todo esta posibilidad de creación del tiempo, cuando en tantas biografías se ha visto cercenada por mil dificultades, entre ellas las guerras, donde la despersonalización llega a romper identidades. Algunos se pueden volver locos de tanto miedo o deciden suicidarse al no soportar haber sobrevivido a una barbarie, cuando sus amigos fenecieron.

    La clave de lo que señala Álvarez debe estar seguramente en que “solo un tiempo en plenitud logra romper el vacío y el sinsentido de un tiempo infinito”. Y sí, seguramente relacionado con esta plenitud, cabe preguntarse por la propia muerte, pero cuando ésta no viniera de la mano de otro, y tampoco de la mano propia. Sólo cuando hay un verdadero horizonte de vida, incluso si ese horizonte apunta a la brevedad que marcaran unas células ya muy enfermas o la decisión expresa de aceptar un martirio como ejemplo de rectitud; entonces sí parece mostrarse ante la persona el horizonte que le permita previvir su muerte.

    Ese previvir debe requerir silencio interior, aceptación de lo que cada persona es en sí misma, voluntad de vivir una vida consumada, en vez de una vida consumida y al amparo del amor de Dios que, de verdad lo percibiremos si compartimos el amor con otras personas. No es sencillo expresar una idea si no se tiene una imagen, un pensamiento o una vivencia que la evoque. Le fe en Dios probablemente no sea fácilmente experimentable si no se participa de la fe en uno mismo -al estilo de Légaut-, se ha experimentado la presencia de Dios en algún momento inaprensible o incluso tal vez se ha crecido al amparo de unas personas que nos expresaron que creían en nosotros

    -¿Crees que lo conseguiré mamá?
    -¡Estoy segura mi amor! Pero recuerda que depende mucho de tu voluntad y tu esfuerzo. Cuando vuelvas a casa estaré esperándote para que me cuentes con detalle cómo te ha ido.

    Así, sí. Acompañados y acompañadas creo que podemos vivir esa plenitud. Luego ya nos podremos separar algo, para vernos a solas con el Creador, compartir con Él la tarea de co-crear lo que sea que forme parte de nuestro destino pensado por Él, aunque yo no lo vea y llegase a creerme directora de todos mis pasos.

    Es posible que, como en ocasiones anteriores, no haya captado todo el sentido de la exposición de Álvarez, entre otros aspectos porque no es posible encadenar cada una de las afirmaciones que va introduciendo, con otras propias sugeridas en la misma dirección o en otra bien distinta, hasta convertir un post en un largo texto. Pero en el compromiso que yo he sentido de contestar a tan gran trabajo, al buscar respuestas, me he encontrado conmigo misma. Las respuestas son más bien para mí. Pero creo converger con mucha proximidad en el aspecto que cita sobre la razón cuando afirma que ésta no es el fundamento de la vida, sino a la inversa. Por el camino de su texto ha transitado el tiempo, la libertad como creadora de vida, la singularidad de la vida y la propia muerte como partícipe de la vida y mucho más. Todo me ha hecho detenerme y reflexionar. 

    Gracias, Mariano Álvarez

  • mariano alvarez

    Respondo a M. Luisa:

    Como ya te he comentado en otras ocasiones, una conversación contigo en torno a estos temas de la realidad, el ser y el tiempo… me resultaría sumamente atractiva y enriquecedora, a la vez que se podría eternizar y todo aquello que se eterniza en el tiempo pierde el sentido.

    Por mi parte lo que intento en la mayoría de mis reflexiones es explicar mínimamente lo inexplicable, que es la vida, no la vida en general sino en particular, al igual que el personalismo, el existencialismo  y cualquier -ismo- son el resultado de una praxis personal y concreta como el núcleo de ellos. La persona concreta siempre toma el timón de su vida y como realidad relacional en su ser mismo, impregna a toda vida y a todo tiempo de un mismo ámbito de posibilidades.

    Pero posibilidades abiertas a su libertad, posibilidades que se difuminan en un nuevo ámbito de creatividad. La persona no queda determinada por las posibilidades implícitas en su realidad estructural, física, biológica y psíquica (lógica/racional).

    El ámbito de la libertad en la persona trastoca el universo de las posibilidades. La razón por sí no alcanza a dar la razón de sí.  Este es el motivo por el que nos podemos enzarzar en ilustradas discusiones intentando llegar a esa explicación y que en filosofía se denomina como principio de razón suficiente, pues no hay realidad que carezca de razón para ser lo que es.

    La razón no es el fundamento de la vida, es a la inversa por lo que toda filosofía desarraigada de la vida queda en el vacío. De igual forma me atrevo a afirmar que la realidad no es previa a la vida, sino también a la inversa. Por lo tanto la razón demanda algo inexplicable y esto inexplicable es el ámbito de la creencia, es decir dar crédito. La realidad persona, es la que dando crédito a Otro encuentra la razón de sí, y por aquí es donde  discurren mis torpes razonamientos, por muy profundos que ontológicamente los consideres. Al final queriendo explicar lo inexplicable todos perdemos el sentido de la vida.Queramos o no, tanto ayer como hoy y como mañana seremos responsables de nuestro crédito, no de nuestras razones. 

  • M. Luisa

    Reconozco, Mariano, la carga de profundidad ontológica que tienen tus escritos y este en relación con el tiempo considerado desde la persona también. Se ve ahí la influencia de  Heidegger, que trata el tema del tiempo desde el “ser” y no desde el “estar” momento del mismo que aunque lo nombre pasa de puntillas. Y esto es así porque su pensamiento no fue más allá de la fenomenología entregada por Hurssel.  De ahí que hay un momento en tu escrito que veas a la  persona  como una realidad primordialmente intencional en donde en la intención va implícita la lógica del ser  y todos sabemos lo que esta lógica ha significado en la historia de la filosofía. El tiempo antes de ser una construcción lógica  es posibilidad de vida, fundándose esta posibilidad no en una lógica  (conciencia intencional)  sino en el  carácter fluente del tiempo, en su fluir dimensional mismo, el cual es respectivo al fluir  humano de nuestro sentir. Por tanto, ahí se ve que con anterioridad a toda  intención nuestra lo que hay es tensión, inquietud (termino típico en   Heidegger).  Tal  tesitura  nos abre luego sí a la intención, con lo cual lo que en este orden  sucede  es que entonces sí, en segunda instancia,  hacemos de la intención algo nuestro, pero por vía de lo real y no abandonándola  por  vía de  mera conciencia…  Soy consciente de mi limitada reflexión, pero mi tiempo esta mañana no da para másUn saludo afectuoso!

  • Santiago

    La razón de nuestro ser no puede estar en nosotros porque nosotros no poseemos la existencia, ni su razón,  “en nosotros mismos” sino que la recibimos de Otro que si la tiene en El por y en Si mismo.

    Como el sentido de nuestra vida no se encuentra en las posesiones materiales ni sensuales de aquí abajo y nada nos puede satisfacer cabalmente síguese que solamente se encuentra en lo que es trascendente y permanente, y esto se realiza en su plenitud en la vida eterna que Cristo nos promete repetidas veces en el Evangelio si seguimos Su Palabra y sus mandamientos.’
    Un saludo cordial
    Santiago Hernández 

  • GIORDANO BRUNO.

    Lo primero que tenía que hacer LA iglesia es traducirse por ASAMBLEA, que es la traducción del griego de IGLESIA, y tambien el de cresto, o cristo y traducirla por UNGIDO, Y Jesús no estaba ungido, solo si hubiera sido SUMO SACERDOTE o  REY. cosa que Jesús no fue nunca.¿
    No quedamos que era carpintero? ayayay¡¡¡¡¡