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San Zurbarán

En el excelso escenario de la Capilla Sixtina acaba de reunirse el papa Francisco con unos 200 artistas procedentes de diversos países y su insistencia en que ellos son evangelizadores certeros de doctrinas y ejemplos de salvación redentora, resulta soberanamente patente. Mención especial reclaman los pobres, que lo son mucho más aún, por no haberles sido posible el cultivo de cuanto se relaciona con el arte y con la belleza. El papa adoctrinó a los apóstoles-artistas, urgiéndoles a cultivar el “principio de armonía para hacer mucho más y mejor habitable nuestro mundo”, “con necesidad de que se derramen sobre él luces de esperanza en la obscuridad de la humanidad, hoy definida por el individualismo y la indiferencia” “La belleza –la luz– salva siempre, y a todos”. AA.

        Vaya por delante mi resplandeciente y optimista conformidad con quienes inspiran y aspiran a que lo antes posible el nombre de Antonio Gaudí, arquitecto del templo de la Sagrada Familia de Barcelona, enriquezca el Santoral Cristiano con el reconocimiento de la ejemplaridad de su vida y como intercesor oficial ante Dios, oficio y ministerio de beatos y santos. A la vez, expreso mi pesimista impresión de que se perpetuará el historial pasado, y aún presente, de beatificaciones y canonizaciones, en conformidad con “clericaloides” composturas canónicas que resisten las embestiduras de la renovación- reforma que demandan sus procesos, para el bien de la Iglesia, y no al servicio de intereses, no explícitamente pastorales. En el calendario oficial litúrgico sobran nombres de santos /as, aún contando con que de vez en vez se complementan con otros, de tal modo que su revisión habría de establecerse como dinámica y fluyente, tal y como en relación con ellos devotamente lo hace el mismo pueblo de Dios.

        Por poner un ejemplo de evangelización y cultura, en tal calendario oficial se echan de menos nombres de artistas cristianos, con mención para pintores y escultores. Gracias a ellos, la información- formación de la fe fue asequible, comprensible y duradera en una sociedad poco o nada ilustrada y cuyos caminos de esperanza y de salvación permanecieron entre abiertos, con la contemplación de las obras de arte de sus profesionales, quienes además de ejercer su oficio como medio de vida personal, familiar y social, la convirtieron en ministerio de proclamación de la palabra de Dios y de los misterios de la fe en su diversidad de episodios, de verdades y de perspectivas, en los siempre frágiles territorios del dogma y de la moral.

        Fijo la atención, y cito expresamente, el testimonio del pintor Francisco de Zurbarán, de nacencia extremeña, en cuya partida bautismal de la Iglesia parroquial de Fuente de Cantos, de la provincia de Badajoz, consta que nació el 7 de noviembre de 1598, hijo de Luis de Zurbarán, capador, por más señas, y de Isabel Márquez, de profesión “sus labores”, como no podía ser de otra manera. Se formó inicialmente en la todopoderosa inquisitorial ciudad de Llerena, pasando después a Sevilla y cuya obra, ya desde sus principios, uno de los tratados más comprensibles de religiosidad que proclamó y mantuvo la fe, tanto popular como la de ricos y nobles, sin de dejar de reseñar la de los monjes y monjas en la valoración de esencias y doctrinas cristianas, con la elección- selección de los motivos pictóricos de sus cuadros, como del estudio y de la profesionalidad con los que afrontó su temática y realización.

        Cada uno de los cuadros del pintor extremeño es lección vida de Iglesia, de teología y de luz. Un tratado de silencio, de armonía, de concordia y de simetría. De cadencia y de comunicación – comunión-, así como de entendimiento y de comprensión tanto cívica como religiosa. Cada cuadro es artículo y capítulo del catecismo, al alcance de quienes los contemplaron y contemplan con necesidad de satisfacer el hambre de adoctrinamiento y crecimiento de la fe recibida sin otro tipo de mantenimiento cultura, en tiempos en los que hasta la lectura de la misma Sagrada Escritura les estaba vedada al pueblo de Dios.

        Las lecciones sagradas están concentradas en cuadros tales como “Historias de santo Domingo”, “San Buenaventura”, “San Pedro Nolasco”, “Apoteosis de santo Tomás de Aquino”, “Adoración de los pastores”, “Misa del Padre Cabañuelas”, “Circuncisión del Señor”, “Aparición de Cristo al Padre Salmerón”, “Fray Martín Vizcaíno repartiendo limosnas”, “Cristo con la Cruz a cuestas”, “Cristo recogiendo sus vestiduras después de la flagelación”…

        Los temas familiares aparecen como vivas lecciones de vida cristiana con sus “Sagradas familias”,”Hogar de Nazaret”, “Adoración de los Reyes”, “Circuncisión”… La mujer fue objeto y sujeto de su más alta, bella y expresiva consideración artística, con los motivos de “Inmaculada”, “La Virgen Niña dormida”, “Santa Margarita”, “Santa Casilda”, “Santa Apolonia”, “ a Virgen Niña cosiendo”…. Familia y mujer se entrenzan en la obra de Francisco de Zurbarán, con rigurosa y comprometida visión de futuro de religiosidad, de sociología y de cultura. También se hace presente la naturaleza, con devota y religiosa mención para sus “bodegones” en los que sus componentes –recipientes y frutos– están colocados con liturgia y gestos sagrados, supuesto además el plus generoso del eximio tratamiento profesional de uno de los pintores más importante y cotizados de la historia del arte.

        Al santoral oficial de la Iglesia le faltan santos artistas. Concretamente, santos pintores. Al pobrecito “Fra Angélico” tan solo lo ascendieron a “beato”. El reparto de “Doctores de la Iglesia Universal”, de “Maestros en Teología y de “evangelizadores”, no es perfecto. Es “plusquam-imperfecto”. Los criterios oficiales están de por sí siempre viciados. Zurbarán, además del tiempo y sacrificios exigidos por la entrega a la profesión, hubo de dedicar días y horas fervorosas, a vivir y convivir con monjes – abades y “hermanos”–, protagonistas de los motivos de sus cuadros, pasando largas estancias en monasterios y “cartujas”. Las lecciones de blancura, de silencio, de armonía, de piedad y de luz, no se aprenden en una sola sesión. Hacen falta muchas, contando además con la gracia de Dios.

        En el hipotético y sorprendente itinerario-peregrinación del pintor “San Francisco de Zurbarán” se hallan Fuente de Cantos, Llerena, Zafra, Sevilla, Jerez, Cádiz, Madrid, pasando por museos e iglesias como las de Jadraque y Sigüenza, para terminar en el sacrosanto Monasterio de Guadalupe, “Patrimonio de la Humanidad”, cuya titular, patrona de Extremadura por más señas, todavía se halla exiliada por pertenecer canónicamente a la archidiócesis primada de Toledo.

 

NOTA: Con gozo, en justicia, y por mi cuenta, completo el contenido de mi reflexión periodística con el añadido de que en el mapa de la Comunidad Autónoma de Valencia -DGT- podrían y deberían estar ya trazados y señalizados los signos de peregrinación de caminos y senderos recorridos por tantos artesanos y artistas que pueblan y enriquecen su historia. Desde mi perspectiva “zurbaranesca”, no puedo olvidar a Joaquín Sorolla, con alguno de los salmos poéticos de Miguel Hernández. Gracias.

 

 

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