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¡Dios está aquí!


Más teología en el entorno de la festividad del “Corpus”.

          Festividad tan importante litúrgica y popularmente, comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja el año 1246, estableciéndola con carácter universal en la Iglesia, el papa Urbano IV el año 1264. El himno actual que acompaña sus pasos procesionales en España y en toda Hispanoamérica, es el oficial del XII Congreso Eucarístico celebrado en Madrid los días 25–30 de mayo de 1911, con letra del padre agustino recoleto Restituto del Valle, y música del maestro Ignacio Busca de Sagastizábal, con dedicatoria a la Infanta Isabel de Borbón.

          “¡Cantemos al Amor de los Amores!” y “¡Dios está aquí!“, son referencias inequívocas de la teología y del fervor popular, como argumentos soberanos de la extensa e intensa fama y calificación que caracteriza la devoción eucarística y sus manifestaciones.

          Mi intención en las vísperas de las celebraciones hebdomadarias por esos pueblos de Dios, se reduce a subrayar con criterios mayormente conciliares –Vaticano II– algunos de los puntos festivos de luz que, como todo en la Iglesia, demandan revisión, renovación y reforma, condición inherente a la misma vida eclesial.

          “¡Dios está aquí!”, y por eso le adoramos y procesionamos por calles y plazas. Y es que Dios, en Cristo Jesús, ni solo ni preferentemente está, reside y actúa en los lugares que se dicen “sagrados”, más o menos canónicamente. Dios –nuestro Dios– historiado, testimoniado y presentado en conformidad rigurosa con el santo Evangelio–, nos ama y quiere que le amemos de tal forma que se encarnó y se encarna en los seres humanos, como uno más de la comunidad–convivencia que constituimos entre todos, sin exclusión de ninguna clase.

          “¡Dios está aquí!”, verdad tan sublime y elemental demanda en gran proporción la “des religiosización” –“des deificación”–a la que con desventurada y desnortada intención la han sometido y someten cánones y preceptos litúrgicos.

          “¡Dios está aquí!”, y no solo ni preferentemente en los templos o en sus procesiones. Está en la Naturaleza. Al desnudo y con la verdad por delante. En la transparencia. En la claridad, tanto y tan simultáneamente como en la caridad. Sin hipocresías. A ser posible, sin hábitos talares y sin ornamentos que licenciosamente se llaman “sagrados”, al no ahorrarse gastos y dispendios.

          Es obligado aseverar que, con el Evangelio en la mano y fiel referencia al mismo, no en todas las manifestaciones eucarísticas, que se celebran con ocasión de la festividad del “Corpus”, recorriendo calles y plazas de pueblos y ciudades, se hace presente Jesús. Sí, es verdad que “Dios está aquí” pero a su vez, no es toda la VERDAD, aún con referencias explícitas a su “Reino y reinado”, que precisamente “no es de este mundo”.

          El “¡Dios está aquí!” deja de estarlo, si se lo dificultan o impiden las riquezas, tal y como acontece con tanta y tan descristianizada frecuencia, “presididas por autoridades militares, civiles , políticas y religiosas”, signos y símbolos sociales, y a modo de pasarela en la que la religión de verdad se ausenta, aun cuando los ritos y los protocolos pretendan suplirlo.

          Es triste el hecho de que no pocas procesiones del Corpus se limiten a ajustar los pasos de quienes participan en ellas, siempre en el marco de las calles y plazas, rehuyendo la visita a los barrios periféricos, lo que al menos constituye una prueba eficiente para dudar de su religiosidad, a no ser que se dé por supuesto – pero olvidado – que “Dios es y se identifica más y mejor”, avecindado como uno más entre los censados en el conjunto urbanístico de referencia.

          Una y otra vez insisto en la idea de que no todas las procesiones del Corpus son religiosas, a la luz de la teología, por bien organizadas y “ejemplarizantes” que sean y por buena y santa voluntad que en el empeño inviertan organizadores y organizadoras, ni porque todas ellas –las procesiones – salgan y vuelvan a entrar en los lugares sagrados de parroquias y de catedrales.

          “¡Dios está aquí!” también y de modo fervorosamente festivo en los niños y niñas que “hicieron la Primera Comunión”, y a quienes se les adoctrinó convenientemente que Dios es y está en el “Otro” – el prójimo– ,cuyo nombre habrá de transcribirse y vivirse con todas sus letras mayúsculas.

          “¡Dios está aquí!” avecindado sobre todo como hermano, colega, padre y madre la vez, pastor y vecino, anciano, vulnerable y pobre, más que como Todopoderoso, Principio y finde todas las cosas, Dueño y señor del Universo, Omnipotente y representado en exclusiva por los miembros de le jerarquía eclesiástica – Alto y Bajo Clero–, con báculo y mitra.

          Así, y solamente así, podríamos y deberíamos “Cantar al Amor de los Amores” en cristiano, todos los días del año, dado que todos ellos lo son del “Corpus”, es decir, eucarísticos.

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