Esta cuestión de Dios dentro de la moderna visión del mundo (cosmogénesis) surge cuando nos interrogamos: ¿qué había antes de antes y antes del big-bang? ¿Quién dio el impulso inicial para que apareciese aquel puntito, menor que la cabeza de un alfiler que después explotó? ¿Quién sustenta el universo como un todo para que siga existiendo y expandiéndose así como cada uno de los seres que existen en él, ser humano incluido?
¿La nada? Pero de la nada nunca sale nada. Si a pesar de eso aparecieron seres es señal de que Alguien o Algo los llamó a la existencia y los sustenta permanentemente.
Lo que podemos decir sensatamente, antes de formular inmediatamente una respuesta teológica, es: antes del big bang existía lo Incognoscible y estaba en vigor el Misterio. Sobre el Misterio y lo Incognoscible, por definición, nada puede decirse literalmente. Por su naturaleza, el Misterio y lo Incognoscible son anteriores a las palabras, a la energía, a la materia, al espacio, al tiempo y al pensamiento.
Pues bien, sucede que el Misterio y lo Incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, designan a Dios. Dios es siempre Misterio e Incognoscible. Ante Él, vale más el silencio que las palabras. Sin embargo, puede ser intuido por la razón reverente y sentido por el corazón inflamado. Siguiendo a Pascal, yo diría: creer en Dios no es pensar a Dios, sino sentirlo desde la totalidad de nuestro ser. Él emerge como una Presencia que llena el universo, se muestra como entusiasmo (en griego: tener un Dios dentro) dentro de nosotros y hace surgir en nosotros el sentimiento de grandeza, de majestad, de respeto y de veneración. Esta percepción es típica de los seres humanos. Es innegable, poco importa que sea religioso o no.
Situados entre el cielo y la tierra, al mirar los millares de estrellas, contenemos la respiración y nos llenamos de reverencia. Y surgen naturalmente las preguntas: ¿Quién hizo todo esto? ¿Quién se esconde detrás de la Vía Láctea y dirige la expansión aún en curso del universo? En nuestros despachos refrigerados o entre las cuatro paredes blancas de un aula o en un círculo de conversación informal, podemos decir cualquier cosa y dudar de todo. Pero inmersos en la complejidad de la naturaleza e imbuidos de su belleza, no podemos permanecer callados. Es imposible despreciar el irrumpir de la aurora, permanecer indiferente ante el brotar de una flor o no contemplar con asombro a un recién nacido. Cada vez que nace un niño nos convence de que Dios sigue creyendo en la humanidad. Casi espontáneamente decimos: es Dios quien puso todo en movimiento y es Dios quien lo sostiene todo. Él es la Fuente originaria y el Abismo que todo alimenta, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: Él es el Ser que hace ser a todos los seres.
Al mismo tiempo surge otra pregunta importante: ¿por qué existe exactamente este universo y no otro y por qué nosotros hemos sido puestos en él? ¿Qué quiso expresar Dios con la creación? Responder a esta pregunta no es sólo una preocupación de la conciencia religiosa, sino de la ciencia misma.
Como dice Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos y matemáticos, en su conocido libro Breve historia del tiempo (1992): «Si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios» (p. 238). Pero hasta el día de hoy, científicos y sabios siguen todavía preguntándose y buscando el designio oculto de Dios.
Las religiones y el judeocristianismo se han atrevido a dar una respuesta dando reverentemente un nombre al Misterio, llamándolo con mil nombres, todos insuficientes: Yavé, Alá, Tao, Olorum y principalmente Dios.
El universo y toda la creación constituyen una especie de espejo en el que Dios se ve a sí mismo. Son expansión de su amor, pues quiso compañeros y compañeras a su lado. Él no es soledad, sino comunión de los Tres divinos –Padre, Hijo y Espíritu Santo– y quiere incluir en esta comunión a toda la naturaleza y al hombre y a la mujer, creados a su imagen y semejanza.
Al decir esto, descansa nuestro preguntar cansado, pero ante el Misterio de Dios y de todas las cosas, continúa nuestro preguntar, siempre abierto a nuevas respuestas.
*Leonardo Boff ha escrito junto con el cosmólogo canadiense Mark Hathaway, El Tao de la liberación: explorando la ecología de la trasformación, Vozes 2012; La nueva visión del universo, Petrópolis 2022.
Traducción de María José Gavito Milano
Es este Dios, misterio infinito, que se quiso REVELAR en el Cosmos y en nosotros mismos al asumir El, nuestra naturaleza,y presentarse en el mundo como el Hijo del hombre, según los datos de la historia.
Pero la aparición de la vida racional se da aún en el Universo contra toda probabilidad en un satélite de una pequeña estrella como es el Sol situada entre trillones de galaxias. Es aquí donde surge el milagro de la inteligencia y de la vida humana.
Por eso la Creación es necesariamente una decisión inteligente que dió lugar a un diseño inteligente que no pudo ser producto del azar, según los datos más recientes, y que fue programado ad extra ya que la materia energética “en si” no posee la vida “per se” sino que es un producto de la Creación y no su causa.
La explosión inicial de la Creación requirió una fuerza “inmedible”, prácticamente infinita, o sea imposible de medir por las leyes de la física nuestra. En ese momento inicial desaparecieron todos nuestros parámetros científicos que explicara aquella inconmensurable explosión. Tampoco pudo aplicarse la Ley de la Conservación de la Materia porque ésta no existía todavía.
¿De donde provino esa energía suficiente capaz de semejante explosión que borró en un infinitesimal instante nuestra ciencia astrofísica?
Es ese Dios de quien decimos que es infinitamente misterioso pero que en Su Amor inmanente y desbordante quiso también estar cerca de nosotros dándonos nuestra existencia y sosteniéndola en el tiempo hasta el día de hoy.
Por eso Dios no nos deja solos porque nos crea para relacionarnos con Su Amor del que provenimos y para la relación humana y el amor que nos da la familia, los amigos, de los consuelos en las penas, de las medicinas en la enfermedad, y el saber que hacemos y vivimos la vida en El, en el Misterio divino.
Un saludo cordial
El artículo de L. Boff me recuerda esta reflexión de H. Küng: “Una obra tan inmensa, tan grandiosa e impresionante, como es el Universo, tiene que tener un sentido como corresponde a su magnitud. No puede definirse, limitarse o resolverse con un sentido superficial o frívolo. Sería un contrasentido”. El Gran SER, generador del Universo, que dio el ser y mantiene en el ser a cuanto existe -y se mantiene porque le está insuflando constantemente energía, a fin de que no se extinga como fuego artificial-, ese Gran SER (que Jesús llamaba Padre Abbá) es la razón que da sentido a tanta inmensidad y a nuestro estar aquí, preguntándonos y buscando sentido sin cesar (aunque muchos se cansen de preguntarse y lo reduzcan todo, inconsecuentemente, a pura materia. Digo “inconsecuente” porque la materia no ha sido lo primero en este Universo, ni nosotros, humanos, somos solo materia. En el ser humano hay más que materia… Y eso “más que materia” ya es una sugerencia y tal vez una guía en esa búsqueda…
Lo que nos puede llevar, como una cierta intuición -aunque no se vea claro-, a la física cuántica, es decir, a la microfísica o nanofísica…, y al estado preinicial o inicial del Universo, como un gran Proyecto planificado en expansión y evolución (aún inacabada), y cuya causa o razón originaria es un Misterio inefable, que probablemente más que inteligencia matemática -que también- es un Misterio de Amor… De Amor en el que cabe incluso el mal, como consecuencia inevitable de ese Amor que se abaja tanto hasta darse a lo más frágil incapaz de ver bien, y por ello propenso a infringir la buena conciencia… Por todo ello, por perdernos ante tanta inmensidad y ante tanta fragilidad, necesitamos una explicación que se ajuste a esa inmensidad y a esa fragilidad. Y en esta tarea nos puede ayudar tanto el gran Mensaje de Jesús de N., centrado en Dios Padre Abbá-Amor, como en la Ciencia, que al profundizar en el estudio del Universo nos ayude a entender y hasta a intuir eso que da sentido, que va más allá de la materia. El ser humano es más que fragilidad y torpeza. Es un buscador que pregunta y al preguntarse, de alguna manera se trasciende… ¿El sentido pleno que busca no se hallará, más allá del Universo, en Algo inefable que nos trasciende? Y si nos trasciende, es natural y lógico que no entendamos, y que para entender algo necesitemos un aporte de fe… Fe que pone a prueba nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad espiritual. Por eso, tantas dudas y tan poca fe…