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El ‘sí, pero’ de la jerarquía de la Iglesia ante la plaga de los abusos del clero

Quiero recomendar y resaltar este artículo del Director de Religión Digital  José Manuel Vidal. Es un artículo de opinión que va a la raíz de ciertos triunfalismos eclesiásticos al interpretar la realidad (del que no está privada la misma cúspide de Francisco en ocasiones: ver las sombras en el documental Amen, en el caso Rupnik, etc). Con José Manuel tengo una fuerte y sincera amistad desde hace más de veinte años, aunque nuestros medios y modos en Internet se distancien a veces. AD.

Si la Iglesia católica española fuese un partido (que no lo es, aunque, a veces, lo parezca), los periódicos estarían hoy diciendo que su presidente, el cardenal Juan José Omella, pronunció hoy un brillante (o no tan brillante, según los medios) discurso, en el que planteó el programa-marco que la institución ofrece para intentar reconquistar a la sociedad española. Un buen marco, que vuelve a fallar en al abordaje de los problemas concretos, especialmente el de la lucha contra los abusos a menores.

El arzobispo de Barcelona planteó primero el diagnóstico del “mundo convulso” en el que vivimos:

“Vivimos en un mundo que padece por la polarización, la división, la pobreza que se hace crónica, una desigualdad que avanza, la precariedad laboral, la imposibilidad de muchos para acceder a una vivienda digna, el aumento de la brecha salarial entre directivos y trabajadores… Son muchos los hermanos y hermanas que sufren por estos y otros problemas como la soledad, la falta de ayudas a la dependencia o el acceso a los cuidados paliativos”.

Todo negro, muy negro. Sin blancos algunos. La conclusión del mandatario eclesial es clara: el mensaje de Jesús puede dar sentido a la vida de la gente y “ofrecer alegría y esperanza a nuestro mundo”. ¿Cómo hacer esto en la España secularizada de hoy? Siguiendo “al profeta Francisco”, que quiere lanzar a la institución, que quiere lanzar la misión de anunciar de nuevo el Evangelio, “con alegría y juntos”, es decir siguiendo el camino de la sinodalidad. Y, de esta forma, promover “una nueva primavera del Espíritu”.

Para eso, según el cardenal de Barcelona, hay que aprovechar “el creciente anhelo de Dios en nuestros coetáneos”. Porque, a su juicio, la secularización galopante que se inició en las ciudades y, desde ella, llegó al mundo rural, está llegando a su fin, porque “el deseo de Dios está emergiendo en las ciudades”. Y pone como ejemplo, el creciente número de adultos que se bautizan. ¿Cuántos? ¿Unos pocos cientos al año? ¿Y todos los niños que ya no se bautizan,m precisamente en las ciudades, donde la transmisión de la fe falla en las familias?

Para aprovechar este “deseo de Dios” urbanita, Omella propone, en su programa, “acogida sin apologética” o “proponer sin imponer”, a través de una Iglesia de la escucha y del testimonio gozoso de sus miembros. Y con “sacerdotes al servicio del pueblo”. Eso sí, y con laicos comprometidos en el mundo, porque ésa es su función primordial. ¿Existe esa Iglesia que escucha? ¿Existen esos curas al servicio del pueblo? ¿Existen esos laicos comprometidos? Parece que no, aunque Omella diga que sí.

Ese ‘ejército’ de curas serviciales, católicos en escucha y laicos comprometidos son los mimbres con los que el presidente del episcopado quiere reevangelizar el país, dejando clara la visión católica “ante las citas electorales que se nos avecinan”.

Y esos principios son los de siempre: Defensa de la familia, defensa cerrada del sistema educativo libre (con cheque escolar incluido: vieja reivindicación de los conservadores) y la defensa de la vida al principio (no al aborto) y al final (no a la eutanasia), aunque también incluye en este apartado la defensa de los emigrantes, la de los que padecen enfermedades mentales o la de los ancianos.

La teoría, bien. La de siempre, pasada por cierto aggiornamento de Francisco. Pero suena a programa de las derechas, al contrario de lo que suele suceder con el Papa. Entre otras cosas, porque Omella se alinea en muchas cosas con sus tesis y no pronuncia ni una sola mención de los logros de la izquierda para los descartados de este país, desde el salario mínimo a la próxima ley de la vivienda.

Y donde, a mi juicio, hace aguas por todas partes es en su aterrizaje en el tema de los abusos. Plegándose a lo que piensa la mayoría de sus colegas obispos y dejando más solo que la una (y a los pies de los caballos episcopales) al obispo de Bilbao, Joseba Segura, que mantiene la tesis casi contraria a la de Omella.

Porque el cardenal de Barcelona viene a decir y dice que la Iglesia “pide perdón” (sólo faltaría) por los abusos de su clero, pero con peros. La dichosa dinámica del ‘sí,pero’. “La Iglesia  confiesa su pecado, pero denuncia que este mismo hecho,  que afecta a otros muchos sectores de la sociedad, no sea  puesto en evidencia, para buscar entre todos una solución  que abarque toda la extensión de este problema social”.

Y, además, dice querer liderar “la lucha contra esta lacra”. Y lo dice, cuando la sociedad ve a la Iglesia hasta remisa a admitir su “crimen”, cuando es una de las Iglesia nacionales que más ha tardado en asumir esa lacra y pedir perdón por ella. Cuando las investigaciones están en marcha, porque la sociedad casi les obligó a hacerlo. Cuando la gente sigue sin fiarse de que el arrepentimiento sea sincero y la Iglesia esté dispuesta a contar bien a sus pederastas, acompañar, socorrer e indemnizar a las víctimas.

Haga eso, primero, monseñor. Y después, sólo después, diga que quiere liderar la lucha contra la pederastia. Sólo después diga a las demás instituciones que hagan su parte. Sólo después, póngase de ejemplo. No ahora, cuando siguen mostrándose renuentes a asumir los hechos y, sobre todo, a poner a las víctimas en el centro.

Y, por lo demás, es lógico que la sociedad focalice sus denuncias de pederastia en la Iglesia. Primero, porque son reales. Segundo, porque dejamos a nuestros niños en manos de los curas, que han traicionado nuestra confianza. Y tercero, porque la Iglesia es una institución ejemplar (o debería serlo), que dice a los demás cómo tienen que comportarse y que, durante lustros, ha impuesto su propia moral a toda la sociedad.

Mientras sigan poniendo peros y buscando justificaciones; mientras sigan diciendo eso de que ‘tú más’ o ‘tú, igual’, lo sociedad no les creerá. La Iglesia, institución ejemplar, tiene que sufrir todavía mucho, arrastrar la vergüenza de los abusos y del sistema de encubrimiento y, sólo después, cuando la sociedad se vuelva a fiar, podrá levantar cabeza y lanzarse a la reconquista de la gente. Mientras tanto, nadie les creerá.

Publicado en Religión digital el 17-4-2023 (Aquí se han suprimido titulares y fotografía, que pueden ser interesantes)

2 comentarios

  • Antonio Llaguno

    Me reuslta bastante más interesante la reflexión de Ana que la de J. M. Vidal, porque creo que Ana da en el meollo del asunto.

    El problema son los clérigos. Y el celricalismo imperante.

    El problema son los clérigos porque han hecho de una circunstancia accesoria y discutible, el celibato, condición “sine qua non” para formar parte de su club elitista.

    El problema son los clérigos porque han rechazado al 50% de la sociedad, las mujeres, del ministerio sacerdotal y además ha rechazado a la parte de la sociedad más equlibrada en cuanto a materia sexual se refiere (Y eso lo dicen las estadísticas, no yo), es decir, de nuevo a las mujeres.

    El problema son los clérigos, porque se han erigido como los referentes morales de la sociedad y si quieres ser referente debes ser ejemplar. Es lamentable esta Iglesia que presenta como modelos de santidad a personas casi exclusivamente consagradas.

    El problema son los clérigos porque son clérigos quienes han creado institutos u congregaciones “carismáticas” que aportan muy poquito al mensaje cristiano (¿Sabe alguien qué aportan de especial o diferente o cuál es el carisma de los “Heraldos del Evangelio” o el “Instituto del Verbo Encarnado”, por ejemplo, como para constituirse en un organismo separado?) pero que se constituyen como grupos cerrados y endogámicos donde los abusos, no solo sexuales sino y sobre todo de poder, son el pan nuestro de cada día (Por cierto, sabe agluien de donde sacan esos nombres tan petulantes) y vuelve a dar en el centro Ana se comportan como sectas destructivas.

    El problema son los clérigos, porque han constituido, ellos y solo ellos, una Iglesia con personas de Champions League (Los cardenales y obispos, todos clérigos), de primera (Los clérigos), de segunda (los consagrados), de tercera (Los laicos) y de cuarta (Las mujeres).

    El problema son los clérigos, porque han creado un edificio moral basado no en la Justicia Social, siguiendo al Nazareno, sino en la moral de bragueta (Y una moral de bragueta represiva e injustificable científicamente), siguiendo a no se quién, pero con seguridad a alguien bastante reprimido sexual y socialmente que no se llamaba Jesús, ni nació en Nazaret.

    El problema son los clérigos, porque han construido un argumentario doctrinal donde se erigen en poseedores de la Verdad, sin posibilidad de que el signo de los tiempos y los descubrimientos y avances en el conocimiento del Mundo mmodifiquen ni un milímetro de lo que decretaron, otros clerigos ¡¡¡Hace mas de 1000 años!!!

    Y el problema son los clérigos porque con el mas puro estilo de la “Cosa Nostra” han establecido la ley de la “Omerta”, el código de silencio corporativo y han decidido proteger a sus colegas más depredadores, porque en el fondo, ellos saben que si no fuera por kilos de auto contención y auto represión, ellos actuarían como los propios depredadores que protegen.

    Por todo esto, la inmensa mayorñia de las personas de educación y formación católicas, si les preguntas, te dicen la manida frase “Yo creo en Dios pero no creo en la Iglesia” (Pobre Iglesia, ¿Qué culpa tendrá?) cuando querrían decir “Yo creo en Dios pero no me fío de los clérigos”,

    Y por eso la jerarquía católica, desde Francisco en el documental de Netflix (Que en general me gustó mucho, pero lleva razón Antonio en que tiene muchas sombras) hasta Omella, pasando por el párroco de mi parroquia, tienen muy difícil arreglar esto.

    Porque ésto solo se arregla volviendo a los orígenes y volver a los orígenes exige desmontar el chiringuito montado y sé muy bien que no sería un cambio voluntario ni expontáneo sino forzoso y doloroso.

    Menos mal que fuera de la Iglesia hay salvación. En especial, fuera de ésta.

  • ana rodrigo

    En las sociedades occidentales concurren dos hechos en la relación Iglesia-sociedad; uno es que la gente antes encontraba seguridad en la religión y ahora son otras circunstancias de la vida que suplen a la religión y, por tanto, no necesitan de esta Iglesia.

    Otro hecho es el descrédito por el que la Iglesia está pasando. La columna vertebral visible de la Institución son los clérigos, muchos de ellos, en todo el mundo que, por una razón u otra, entre ellas el celibato, han utilizado a los y las menores para resolver su instinto sexual, y esto es demoledor, porque, cuando falla la confianza, se concluye el que “todos son iguales”, por lo tanto el rechazo que produce la religión simbolizada en el clero, es irremediable. El otro día me decía un hombre sencillo, “desde que me enteré de que los curas abusaban de los niños, ya no quiero saber nada de la iglesia”. Esto no hubiese pasado si las mujeres también hubieran sido sacerdotisas.

    En la cuestión del abandono de la religión, según el cardenal Omella :”a su juicio, la secularización galopante que se inició en las ciudades y, desde ella, llegó al mundo rural, está llegando a su fin, (lo dudo) porque “el deseo de Dios está emergiendo en las ciudades”,y yo pregunto, ¿qué Dios busca nuevamente una parte de esta sociedad, (ceo que poca)? Yo observo que son los grupos más “sectarios” tipo kikos u Opus,  debido a que tienen un gran afianzamiento grupal, al estilo de otras organizaciones religiosas tipo sectas, las que se mantienen cierto y fuerte atractivo a personas relacionadas con ellos. Les une mucho el apoyo humano entre ellos, pero la fe, es la de siempre, “ciega”, sin ningún cuestionamiento exegético ni crítico.

    ¿Realmente la sociedad necesita de Dios, necesita del mensaje evangélico, o más bien necesita normas y ritos que le tranquilicen la conciencia y le den seguridad? Porque yo observo que los compromisos sociales los llevan a cabo ongs seculares sin planteamientos religiosos. La Iglesia se reduce a los templos, el clero, los ritos, las normas, la sumisión a la ortodoxia y a la religiosidad popular. ¿Dónde queda el Evangelio?