Muchas crisis están asolando a la humanidad: la crisis económica que ha hundido a los grandes bancos de los países centrales, la crisis política con el ascenso mundial de las políticas de derecha y extrema derecha, la crisis de las democracias en casi todos los países, la crisis del Estado que se burocratiza cada vez más, la crisis del capitalismo globalizado que no puede resolver los problemas que él mismo ha creado, generando una acumulación de riqueza en muy pocas manos en un mar de pobreza y miseria, la crisis ética, pues ya no cuentan los valores de la gran tradición de la humanidad, sino el vale todo posmoderno (anything goes), la crisis del humanismo pues imperan relaciones de odio y de barbarie en las relaciones sociales, la crisis de civilización que ha comenzado a introducir la inteligencia artificial autónoma que articula miles de millones de algoritmos y toma decisiones independientes de la voluntad humana, poniendo en riesgo nuestro futuro común, la crisis sanitaria que ha alcanzado a toda la humanidad a través de la Covid-19, la crisis ecológica que, si no cuidamos la biosfera, nos alerta de una posible tragedia terminal del sistema-vida y del sistema-Tierra. Detrás de todas estas crisis hay una crisis aún mayor: la crisis del espíritu que representa una crisis de la vida humana en este planeta.
El espíritu es el momento de la vida consciente en el cual nos damos cuenta de que pertenecemos a un todo mayor, terrenal y cósmico, y que estamos a merced de una Energía poderosa y amorosa que sustenta todas las cosas y a nosotros mismos. Tenemos la facultad específica de poder dialogar con ella y de abrirnos a ella, identificando un Sentido mayor que impregna todo y que atiende nuestro impulso de infinitud. La vida del espíritu (que algunos neurólogos llaman el “punto Dios” en el cerebro) está siendo sepultada por la voluntad irrefrenable de acumular bienes materiales, por el consumismo, por el egoísmo y por una profunda falta de solidaridad.
Desde agosto de 1945, cuando los Estados Unidos lanzaron dos bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, se nos abrió la conciencia de que podemos autoaniquilarnos. Ese peligro aumentó con la carrera armamentista, que incluye a nueve naciones con armas químicas, biológicas y cerca de 16.000 cabezas nucleares. La guerra actual entre Rusia y Ucrania ha hecho que Putin amenace con el uso de armas nucleares, suscitando el temor apocalíptico del fin de la especie humana.
En este escenario, ¿cómo celebrar la mayor fiesta de la cristiandad que es la Pascua, la resurrección del Crucificado, Jesús de Nazaret? La resurrección no debe ser entendida como la reanimación de un cadáver como el de Lázaro. Resurrección, en las palabras de San Pablo representa la irrupción del “novissimus Adam” (1Cor 15,45), es decir, del ser humano nuevo, cuyas infinitas virtualidades presentes en él (somos un proyecto infinito) afloran totalmente. Aparece así como una revolución en la evolución, una anticipación del fin bueno de la vida humana. El Resucitado alcanzó una dimensión cósmica, nunca más ha dejado el mundo y llena todo el universo.
En este sentido la resurrección no es la memoria de un pasado, sino la celebración de un presente, siempre presente para suscitarnos alegría, la suave sonrisa de que la muerte en la cruz de Jesús de Nazaret, el Viernes Santo, es solo una travesía a una vida libre de muerte y plenamente realizada: la resurrección. El horizonte sombrío se aclaró e irrumpió el Sol de la esperanza.
Pensando en términos del proceso cosmogénico que engloba todo, la resurrección no está fuera de él. Por el contrario, es una emergencia nueva de la cosmogénesis, de ahí su valor universal, más allá del salto de la fe. La resurrección es la síntesis de la dialéctica, de donde Hegel sacó su dialéctica, de la vida (tesis), la muerte (antítesis) y la resurrección (síntesis). Esta es el final de todo, ahora anticipado para nuestra alegría. Es el verdadero génesis, no del principio, sino del fin alcanzado ya.
Considero que la versión del evangelio de San Marcos sobre la resurrección es la más realista y verdadera. Él termina el texto con Jesús resucitado diciendo a las mujeres: “id a decir a los apóstoles, y a Pedro, que él (el Resucitado) va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis, como os dijo” (Mc 16,7). Y así termina. Las apariciones relatadas, es convicción de los estudiosos que serían un añadido posterior. Es decir: todos estamos en camino hacia Galilea para encontrarnos con el Resucitado. Él personalmente ha resucitado, pero su resurrección no se ha completado, mientras sus hermanos y toda la naturaleza no hayan resucitado aún. Por esta razón, el mundo fenomenológicamente sigue igual o peor, con guerras y momentos de paz, con bondades y maldades, como si la resurrección no hubiera tenido lugar como signo de superación de esta realidad ambigua.
Incluso así, después que Cristo resucitó ya no podemos estar tristes: el fin bueno está garantizado.
Feliz fiesta de Pascua para todos los que pueden realizar este camino y también para los que no puedan hacerlo.
*Leonardo Boff ha escrito: La resurrección de Cristo. Nuestra resurrección en la muerte, Sal Terrae, varias ediciones.
Traducción de MªJosé Gavito Milano
Continúo la reflexión iniciada por L. Boff, y a continuación seguida por Isidoro. Hasta donde uno puede imaginar razonablemente, me parece que la resurrección -lo he sugerido alguna otra vez- es una metamorfosis, prevista y programada en las mismas leyes de la naturaleza, en este caso humana, de manera que más que concebirla como un milagro que va contra-supera- las leyes naturales, la resurrección es llevar las leyes naturales hasta sus últimas posibilidades. Posibilidades que conllevan una tendencia natural a ir a más, a trascender, con una mutación cualitativa de ese yo, sujeto emocional e inteligente, que ya no necesita de la materia para sobrevivir… Y esto que digo no parece un sueño sin razón: El desarrollo evolutivo de la naturaleza-universo, que, a partir de una posible “burbuja cuántica” (o algo así, según parece hoy) hasta el surgimiento del “homo sapiens” (todavía poco sapiens…), pero con un yo inteligente, surgido de las neuronas -y que ya no es materia-, ¿no da para pensar que, siguiendo ese proceso evolutivo, ese yo sea capaz de transformarse y vivir sin la dependencia de la materia? (Esta pregunta no me parece un sueño ingenuo sin base razonable) Por eso, pensar en lo Trascendente o en la metamorfosis de un yo espiritual -que ya no es materia-, no me parece una ingenuidad. Racionalmente hay bases razonables para tal hipótesis. De ahí que repita (dentro del marco de las increíbles, sutilísimas y poco exploradas leyes naturales): ¡YO CREO EN LA ESPERANZA! A esa esperanza nos invita la Resurrección. Resurrección -capacidad de trascender- que es la que elimina el absurdo y da sentido pleno a la vida y al gran Mensaje del Reino. Esa metamorfosis programada es posible-probable-real si pensamos y admitimos que “en Él somos, nos movemos y existimos…” (¿Sorprende que algunos físicos digan hoy -en contra de la opinión de Einstein- que el “éter” no debe eliminarse, pues se puede concebir como una energía inmaterial-espiritual que envuelve y sostiene el Universo o multiversos? Sin la hipótesis de un “éter” así es muy difícil explicar algunos fenómenos físico-cuánticos, parece. Por otra parte, ¿la cruz de Jesús no será también una indicación de que en nuestras condiciones “naturales” la cruz es inevitable?
Eso que llamas “éter”, Boff lo llama en su artículo, “una Energía poderosa y amorosa que sustenta todas las cosas y a nosotros mismos”.
Y es en el fondo el gran Algoritmo que rige el Universo, (creado por Dios), que podemos llamar el “Espíritu Santo”, la actuación de Dios en el Universo. (Y habrá tantos “Espíritus Santos”, como el número de Universos creados por Dios).
Lo que pasa es que la “personalización” trinitaria, que se ha hecho de dicho “Espíritu”, nos descoloca la comprensión de lo que puede ser. Pues habría que entender la Trinidad, como una jerarquía “divina”, con tres niveles distintos y acusados.
El Top, el Dios-Padre creador, luego el segundo escalón, con el Dios del Universo, (que sería el Espíritu), y luego el Dios de la Tierra, que sería el Hijo. (Y con tantos “Hijos”, como planetas con seres inteligentes haya en cada Universo).
Y entendiendo la palabra “Dios”, no como una persona o personaje, sino como un cargo, la “autoridad” designada, el mando y dirección en cada nivel.
Como dijo Jesús, a Dios, no se llega más que a través de Él, que señala con el dedo al Universo, (el “Espíritu”), que es la revelación de Dios en toda su gloria.
(Perdón por mi especulación teológica, que como todas las especulaciones, y más sobre este tema, son personales y arbitrarias).
El artículo de Leonardo Boff, me ha sugerido, una interpretación personal, un poco imaginativa, en el sentido de que Leonardo, (posiblemente sin proponérselo del todo), hace una especie de canto al transhumanismo.
Dice textualmente: “La resurrección no debe ser entendida como la reanimación de un cadáver como el de Lázaro.
Resurrección, en las palabras de San Pablo representa la irrupción del “novissimus Adam”, (1Cor 15,45), es decir, del ser humano nuevo, cuyas infinitas virtualidades presentes en él, (somos un proyecto infinito), afloran totalmente.
Aparece así como una revolución en la evolución, una anticipación del fin bueno de la vida humana. (…)
Él, (Jesús), personalmente ha resucitado, pero su resurrección no se ha completado, mientras sus hermanos y toda la naturaleza no hayan resucitado aún”.
Para mí, parece claro el canto a la futura “resurrección” general de la humanidad, como paso final revolucionario de la evolución humana.
Lo que sucede es que aquí entra en juego la dialéctica entre el “naturalismo”, (el seguimiento de las leyes del Universo), o el “sobrenaturalismo” teísta milagroso y milagrero.
Venimos de un mundo religioso en el que rige e impera la acción directa de Dios, en la humanidad, por vía mágica y sobrenatural, que lógicamente, es impecable, sin problemas alguno para su realización: la “varita mágica” de Dios.
Seguimos en esa visión infantiloide, a pesar de todas las evidencias, de que la acción de Dios en la humanidad, es indirecta, a través de su gran obra y revelación que es el Universo, (del que formamos parte), y que su actuación siempre es a través de la naturaleza.
O sea que somos nosotros los que tenemos que “resucitar” a la humanidad, gracias a los dones con que el Universo, (con Dios, detrás), nos ha incorporado en nuestra naturaleza, y especialmente con la inteligencia, mediante la Ciencia.
Somos nosotros los que tenemos que auto desplegar, “las infinitas virtualidades presentes en nosotros, (somos un proyecto infinito), y aflorarlas totalmente”, (Boff).
Y eso, y no otra cosa, es el transhumanismo. Claro es que al ser una labor humana, y no milagroso y sobrenatural, nos espera todo un vía crucis de problemas y sufrimientos, que deberemos resolver, como parte del proceso.
Ya se sabe que la invención de algo nuevo es un 95 % de transpiración, de sudor, de sufrimiento, de cansancio, de peligros a resolver.
Quizás, Jesús, no sufrió y murió entre grandes sufrimientos, para hacerse perdonar los pecados de la humanidad, sino que quizás lo hizo, para marcarnos el camino que nos espera, hasta llegar a la “gloria”, del despliegue e implementación plena de nuestra naturaleza latente y larvada: para que de la miserable larva que se arrastra por el suelo, aparezca “milagrosamente”, la bella mariposa que vuela por los aires.
(Un saludo cordial a la vuelta del amigo Rodrigo, en su vuelta a este su Atrio, que nos necesita a todos).