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El cisma que no viene 

En el décimo aniversario del papa Francisco

Muchos “católicos de toda la vida” se escudan en la actualidad en el temor al cisma que pueda sobrevenirle a la Iglesia en el caso que la doctrina y ejemplo predicados y vividos en gran parte por el papa Francisco se hiciera plenamente vigente en la misma. Tal temor resulta ser tan importante y manifiesto, que en frecuentes ocasiones troncha toda esperanza de renovación y de vida, que por sí misma hace ser Iglesia de Cristo, a la así llamada y conocida institución en la terminología de las relaciones sociales en las que nos movemos y somos. El recuerdo del fantasma del cisma –“división o separación en el seno de una religión “– se nos presenta en los últimos tiempos eclesiásticos con caracteres poco menos que apocalípticos, inhibidores además de todo progreso por el camino del Reino de Dios, que es el santo Evangelio.

Reflexionar sobre el cisma y los cismas, es tarea digna de consideración y respeto, siempre, y más en los tiempos en los que nos encontramos.

El cisma de referencia no es una posibilidad más o menos lejana en la Iglesia. Es, para muchos, una realidad. Tal vez lo único que le falte sea una declaración oficial u oficiosa por parte de alguien que encarne o crea encarnar, a ser posible “en el nombre de Dios” y oficialmente, cuanto es y representa la Iglesia en la actualidad en conformidad con la auténtica doctrina católica y en fiel y salvadora sintonía con los tiempos nuevos.

En la Iglesia, y en conformidad con lo que adoctrinan y viven una buena porción de su jerarquía, con pleno asentimiento de no pocos miembros de movimientos religiosos y ”ultra”, se constatan diferencias –divergencias– tanto o más notables  que las que   distinguen a unas religiones respecto a otras  y, por supuesto, a unas Iglesias de otras, aunque ambas sean, se consideren e intitulen “cristianas”.

Mientras que la constatación de tal hecho pueda ser para unos, irremediable motivo de escándalo, a otros les puede aportar la seguridad de haber acertado en la elección del verdadero camino. Y es que la Iglesia-Iglesia, pese a rutinas históricamente proscritas, sus cismas fueron consecuencia y obra –otras más– de reyes, emperadores y señores feudales, empeñados unos y otros en sacralizar sus apetencias terrenales de poder, “dignidad” y dinero, sacralizados por papas y obispos, con apetencias idénticas o similares, haciendo uso blasfemo el nombre de Dios.

El contubernio resultó perfectamente beneficioso para ambos “poderes”, cuyos representantes se vieron obligados a revelarlos así a los “fieles”, normalmente a base de símbolos y signos, todos ellos paganos, hoy sometidos a revisión, destierro y olvido, por muy simple y elemental que sea el juicio que de ellos se haga.

Es justo y reconfortante reconocer que, en estos contextos que apenas si tenían algún valor dogmático y ni siquiera eclesial y, piadoso, siempre, o casi siempre, surgieron figuras de relieve sobrenatural, procedentes de la clerecía o del laicado, que encarnaron hasta sus últimas consecuencias la realidad de la fe.

Huelga relatar que afrontaron tal vocación-ministerio testimonial a costa de exponer sus vidas a hogueras inquisitoriales, -vilmente apodadas santas y purificadoras-, siempre encendidas para castigar a quienes pretendieran despojarles de sus dignidades y privilegios también y sobre todo, terrenales-, otorgados por Dios mismo, marginando para ello todo cuanto fue y seguirá siendo Evangelio.

Desde tal perspectiva “dogmática”, gracias sean dadas a Dios, del lado de los oficialmente anatematizados surgieron santos de verdad, a quienes con el paso del tiempo la misma Iglesia que los condenó en vida, ascendería al honor de los altares.

Esto no obstante y en tiempos tan franciscanos en los que el papa está dando pruebas de vivir y querer seguir viviendo, para los cismas-cismas desgarradores de antes, hoy no ha lugar en la Iglesia. La Iglesia, por definición y audacia franciscana es, sobre todo, encuentro. Es plural. Caben todos. Y no solo cristianos por nacencia o cultura. También quienes no lo sean oficialmente ni sus nombres estén registrados en las actas bautismales. En la barca patroneada por Francisco habrá sempiternamente un lugar salvador para pasar a la otra orilla, “domus” de Dios, Padre y Madre a la vez.

Educar y ser educados para el encuentro – el diálogo-, es deber y derecho de la jerarquía y de todo “buen cristiano”.  “Todos” y “nosotros”, son VERBO, palabra de vida y principio y fin del Catecismo.

”Una religión solo o fundamentalmente por  la variedad de ritos” y “por carecer  de sentido de lucha para  triunfar sobre las demás”, fueron  fórmulas a las que se acogiera el inmenso Nicolás de Cusa,  hombre moderno, aunque viviera en el siglo XV y fuera Cardenal de la Iglesia  de Roma.

De todas maneras, tanto a los católicos más ortodoxos, como a los más proclives a la comprensión, sin llegar a laxos, han de tranquilizarles las reiteradas confesiones del papa Francisco, de que a él jamás se le ocurrirá rozar el borde del dogma, sino solo algunos de los cánones y “ornamentos” litúrgicos. Algo similar a lo que describió Erasmo de Roterdam al referir que “uno de los pecados del reformador Martín Lutero había sido atacar al papa en la tiara y a los frailes en la barriga”.

Ni en tiempos de Juan XXIII ni en los del papa Francisco, el cisma-cisma anidará en la Iglesia.  El cisma prefiere ámbitos, hábitos y ocasiones propios de papas como Juan Pablo II, Benedicto XVI y otros, canonizados o por canonizar. Ecumenismo no es estar a la espera, por fe y dogmáticamente, de que sean los demás los que se unan con la Iglesia católica, sino que también sea esta la más proclive a unirse con ellos.

5 comentarios

  • Antonio Llaguno

    Tal y como nidica Antonio, no habrá cisma.

    Y las razones que aporta Antonio para hacer tal afirmación son correctas y muy incisivas pero le falta la fundamental.

    Siempre que ha habido un cisma es porque se han producido una de estas dos circunsatncias:

    – O bien la Iglesia se ha colocado en posición de poder y lo ha ejercido despiadadamente excomulgando a los discrepantes. Es lo que ha ocurrido en todas las herejías combatidas que, en el fondo, han creado un cisma, aunque ese cisma haya sido muy pequeño y aplastado por la Iglesia dominante

    – O bien es la parte discrepante, el hereje, quien se ha visto en posición de fuerza y, contando con un poder político que necesita a la religión para obtener credibilidad se ha separado. Este  cisma es el más grave puesto que al mezclarse con la política acaba en guerras, Así pasó con protestantes y anglicanos, y no con los ortodoxos debido a que el cisma de oriente fue mucho más lento de desarrollo y aunque Roma diga que gano la parte religiosa, la política había sido ganada por Constantinopla mucho antes.

    ¿Y qué pasa hoy?

    Pues que la Iglesia Católica Romana, al menos mientras gobierne Francisco (Que es la gran bestia negra de los aspirnates a “cismarse”) no está dispuesta a ejercer esa posición de poder.

    La actitud del papa es dejar que las protestas ultra conservadoras se vayan “muriendo poco a poco”  con el fallecimiento y ostracismo de los obispos y cardenales protestones y al mismo tiempo, ir configurando un colegio cardenalicio y episcopal más afin y acorde con otra visión de la Iglesia.

    Y los cardenales y obispos discrepantes no se rebelarán.

    Y no lo harán, en primer luigar, porque el poder político no les necesita y en segundo lugar porque ellos sí que necesitan a Roma. Son ellos quienes defienden que fuera de la Iglesia no hay salvación por lo que no pueden arriesgarse a ser expulsados o excomulgados.

    En esta situación ¿Cuál será la estrategia del búnker clerical?

    Una que ya dio resultados en la antiguedad. Encontrar un Atanasio de Alejandría que combata a Arrio o un Agustín de Hipona que combata a Pelagio. Localizar un nuevo Juan Pablo II que desde posiciones pastorales populistas sea capaz, al igual que hizo el polaco, de encorsetar la discrepancia teológica y retornar a posiciones de dogmatismo impuesto. Rehacer una nueva inquisición.

    Y para eso necsitan el papado. Por eso ahora el combate está en quién sustituye a Francisco.

    Hasta ahora tenían la figura de Benedicto que, enfermo y retirado, ha sido manipulado y empleado, no sabría decir si con placet del propio papa emérito o sin él (Eso se lo llevó a la tumba, aunque hay que decir que nunca salió de su boca o pluma una crítica a Francisco), para justificar la ultra ortodoxia; pero ya no la tienen.

    Candidatos hay (Muy antipáticos todos) aunque ya se está encargando Francisco  (Y ellos le siguen la corriente poniéndose reiteradamente en ridículo) de que en el colegio cardenalicio sean conocidos y rechazados. Para mi el más peligroso es Sarah, porque ha optado por un perfil bajo, de protestar menos, de no hacerse ver y además, como es negro y africano  cuenta con lo “políticamente correcto”.

    Nos esperan tiempos apasionantes.

  • George R Porta

    Aunque ya no aparezca a menudo en este «atrio» (este u otro) ni olvido el lugar, ni olvido a los atrieros, y mucho menos dejo de agradecer «todo el bien recibido» en cada visita hecha. Así pues, mi saludo y gratitud afectuosas a todos los atrieros y la seguridad de que mi irrupción en la conversación se funda en, quizás, abuso de la amistad.
    La lectura de este artículo me ha hecho releer capítulos del trabajo de Hans Küng titulado «Justificación en la Obra de Karl Barth.» Me parece que Küng, en ese trabajo, propone la idea Barth de que el pecado sea al mismo tiempo: Pereza que resiste tanto a la apertura hacia lo percibido como diferente desde tras de la trinchera de la propia inteligencia mientras se está seguro de ser- sí-mismo, sin posibilidad de errar, mientras se lidia con aquello percibido como diferente. (Mi lectura del texto de Küng: « sin is in its unity and totality always and simultaneously pride, sloth and lying, » Cf.  London, Westminster-John Knox, 2000, p. 43).
    El «temor» (miedo) al riesgo de cisma de quienes reciben el trabajo de Francisco «en clave de rechazo», es decir el esfuerzo de Francisco tratando de sacar (empujar o halar) a quienes (bautizados o no) se encuentren en actitud de permanencia (no de salida) no solo me parece que pudiera explicarse en los términos de Barth según Küng, sino hasta en los de Juan XXIII al convocar al Concilio (aggiornamento como salir hacia la actualidad, siempre gerundial, y en la de Pablo VI.

    El miedo es pecado él mismo en cuanto implica la certidumbre incuestionable de la probabilidad de castigo por mano de una divinidad que solo será sentida o conocida como proyección del conocimiento/sentimiento de sí mismo que parece emanar de la profunda herida narcisista al saberse/sentirse tan vulnerable, falible, ignorante, una divinidad que se cree ver o sentir escondida en la profunda  noche del «no saber».

  • Juan A. Vinagre

    La historia de la Iglesia también se puede, en parte, conocer a través de la historia de sus cismas o de sus desviaciones evangélicas, que han sido muchos y muchas. Y esos desencuentros ideológicos y/o doctrinales se perciben ya desde la misma Comunidad de Jerusalén. (Jesús no era concebido de la misma manera dentro de esta Comunidad)  Los cismas -una de las partes más humanas de la Iglesia- han sido la manifestación de una jerarquía de valores -no siempre evangélicos-, que se introdujo en algunas comunidades, demasiado centradas (y a veces fanatizadas) en las ideas…, y en los egos, poco conscientes de su responsabilidad…   Y esto hizo que en muchas ocasiones fuera muy difícil o imposible el ENCUENTRO.  Encuentro que reclama diálogo, empatía, apertura y escucha mutua, mutua…, pues todos tenemos que aprender unos de otros…  Y por no escucharse con empatía (y con un poco de humildad inteligente) ocurrieron cismas como en el siglo XI (oriente-occidente) y luego con Lutero en occidente, con las consiguientes y horribles ¡¡guerras de religión!!  En estos -y otros casos- se citó la Escritura, pero de modo sesgado, olvidando un principio básico expresado por Jesús en una súplica (que adivinaba o se temía lo que había de venir). Esa súplica fue: “QUE SEAN UNO”.  Ante este deseo-súplica de Jesús,  ¿tienen sentido evangélico los cismas? ¿No manifiestan que prevalecen nuestras ideas-interpretaciones humanas sobre algo más fundamental: “que sean UNO”?  Mucho nos queda por reconvertir, si aún no somos capaces de revisar-corregir nuestras suficiencias, y sobre todo nuestra jerarquía de valores no evangélicos. Mas para que esta conversión sea posible, necesitamos antes renacer, como dijo Jesús a Nicodemo. Renacimiento que muchos  esperamos, aunque haya que aguardar…, pues tampoco  resulta fácil reconocer nuestras disonancias en la fe.  En suma, que necesitamos renacer al Evangelio-Mensaje de Jesús, a fin de recomponer esta sociedad y las religiones llamadas cristianas… No más sesgos ni egos…  La unión en el amor es más importante que la unión en las ideas o interpretaciones teóricas. En otros términos, primero la unión, y después las ideas… (Esto que digo, lo digo también para mí.)

    (La lucha por combatir y desechar el gnosticismo en la Iglesia primitiva fue un caso excepcional de supervivencia y conservación de la esencia del Mensaje del Reino. Otros cismas, aunque algunos importantes, no eran tan peligrosos y demoledores. Algunos encajaban bien dentro de la parábola de la Evaluación final.) Con esto no quiero decir que los suscriba.

    • ana rodrigo

      De acuerdo con lo que dices, Juan A., cuántos problemas se hubiesen evitado en la Iglesia con diálogo, con escucha, sin creerse siempre con la verdad absoluta que lo que suele producir rupturas, enemistades y cismas muy difíciles de suturar.

      Cuántas verdades decía Lutero al que no sólo no se le escuchó, sino que con un Concilio, Trento, apostaron por el no diálogo, con lo que supusieron las guerras de religión, cristianos contra cristianos como enemigos furibundos, a base de ejércitos a los que se les añadió otros intereses que nada tenían que ver con a ideas religiosas. Una vergüenza histórica que debería servir para siempre como lección.

      En estos momentos, creo que podrían surgir movimientos reducidos que no creo llegasen crear otra Iglesia paralela. Pasaría como con el Vaticano II, que surgieron grupúsculos que no llegaron a nada, y la mayoría, aunque no les gustase lo que se dijo en el Concilio, ahí siguieron, y que ahora, se ven desbordados porque esta Iglesia ha dado un giro hacia la compasión y la integración, pero no a la teología, que no deja de ser un compendio de ideas.

      • George R Porta

        Hola Ana. Un saludo cordial a ti y al Sr. Vinagre. Muy próximo al problema del abuso de autoridad en la Iglesia está la llamada manipulación de la santidad (Cf. Promotor Vincenzo Paglia con James Martin, SJ, Cf. América, el 23 de marzo de 2017. La revista América es mensual. No encontré la versión en español:  https://www.americamagazine.org/faith/2017/03/23/archbishop-paglia-opposition-oscar-romeros-cause-sainthood-was-political. Tres de los cardenales a que se refiere Paglia eran latinoamericanos: Dos colombianos (Alfonso López Trujillo y  Darío Castrillón Hoyos y uno chileno, Jorge Medina Estévez). El Fondo de Cultura Económica (UNAM, México DF) publicó en 1999 el libro La Santidad Controvertida, de Antonio Rubial García, historiador y académico especializado en los procesos de mestizaje y evangelización del  periodo colonial, obligada referencia sobre el tema para nosotros los latinoamericanos. También, Teófanes Egido (Universidad de Valladolid y Universidad Complutense de Madrid, historiador de reputación, en los Cuadernos de Historia Moderna, 2000 (25) publicó sobre el tema, específicamente en Juan de la Cruz: Este enlace accede al texto: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5472984. Relacionado a este tema está el de la religiosidad popular que es muy relevante para estudiar el abuso de la autoridad pastoral en la Iglesia Católica.