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JOSÉ MARIA DE LLANOS: El credo que ha dado sentido a mi vida

A los 31 años de su muerte (1906-10 de febrero de 1992)

El jesuita José Mª Llanos y el barrio del Pozo del Tío Raimundo a donde él llegó como vecino y párroco en pleno nacinalcatolicismo de los años cuarenta y cincuenta del siglo asado, fué un referente  en el cristianismo progresista de antes y después del Concilio. Él publicó su Credo en el segundo de la famosa serie de Desclée (sobre la que escribía hace diez años un artículo en su Blog el viejo amigode Atrio Miguel Ángel Velasco). Hoy nos recuerda ese aniversario otro amigo, Juan Antonio Delgado de la Rosa, doctor en Historia, que ha dedicado mucho trabajo a recoger la memoria de tantas figuras importantes de aquella época: Diez Alegría, Mariano Gamo, García Salve, Eugenio Rollo… AD.

       Con solo siete años, el pequeño Llanos quedaría huérfano de madre. Esa orfandad, más que un mero dato histórico, se hizo en Llanos “espacio y misterio” que le marcará íntimamente de forma indeleble. Es como un virus, el de la soledad más honda. Un sentimiento que horadaba el alma (cuando golpea la circunstancia vital de un niño privado de la ternura de su madre). La orfandad fue el origen de sus depresiones, que se incrementaron con la muerte de su hermano Nicomedes. Por tanto, para Llanos la orfandad se pagaría de por vida como sentida carencia, que le hiere las entrañas. Esta orfandad tan hondamente vivida, sería para Llanos clave para reconocer sus taras y su carácter difícil. De sus humores casi crónicamente bajos, de sus irascibilidades y sus repliegues.

        La esperanza pone al hombre a la tarea de este mundo, citándonos hoy para mañana y mañana para pasado, sin saltos ni evasiones, pero sin puntos finales ni autoderrotas, porque esta esperanza cristiana incluye el Maranata. Esperanza absoluta ante la cual la muerte no es sino un mañana más original y serio. Y así escribió su Credo, que hoy 31 años después, de la usencia sentida de Llanitos, nos ilumina en el camino de la vida:

“Creo que la vida es buena,
la que experimenté, la que experimento, la del “a pesar de todo”,
la que besa por sorpresa, la que guarda las espaldas,
la que cita desde las cosas tan sencillas y en las horas más calladas.

Creo en los hombres como son,
en aquellos que fueron amigos entrañables, y en los que me moldearon diestramente,
en aquellos a los que me atreví a moldear también un poco,
y en todos con los que marché y marcho por la vida,
confesando al amor como artículo de fe. Creo en la acción,
la que me fue despertando e irguiendo, según tomaba parte en la aventura humana, la que me salvó del naufragio
al par que me quemaba, en dialéctica feroz, la acción que es pensamiento, saber, curiosidad, palabra y pluma,
tareas, mando…y la poesía.

Creo en las “causas” humanas,
las que fui descubriendo una tras otra, a las que serví,
y al fin de ellas, en esta,
la de la justicia y libertad para todos,
según estructura socialista compartiendo entonces el llanto, la rabia y la lucha
con los hombres del pueblo.

Creo en el sentido de los fracasos,
en el de las perplejidades, la impotencia y el mal,
en el de la vulgaridad, el egoísmo, el cansancio, en la depresión, el absurdo y la náusea,
en mis “retiradas” mil, y en la muerte tan callando.

Creo en el misterio,
como telón de fondo, interrogante,
el que asoma detrás de cada triunfo y de cada derrota,
de cada flor, de cada latido y de cada hermano, tras la luz tan abierta y el silencio profundo.

Creo con otra fe, que ya no es mía del todo, creo en Jesús de Nazaret, Señor y hermano,
su muerte y su victoria, su vida aquí y ahora, su mensaje liberador, su llama exigente,
su profecía cifrada…y en Él.

Creo en Dios Padre, y en su don, el Espíritu, por Jesús y según su palabra,
creo en la alianza jurada y la promesa,
creo en una su presencia inexperimentable y en una su acción incomprensible,
creo por ello en la paz, y en la plegaria.

Creo en la Iglesia y en la humanidad,
creo en la Iglesia como levadura humilde, sacramento y llamada,
creo en mi ministerio entonces, en mi puesto, aquí desde hace 47 años,
creo en la humanidad entera, como pueblo que marcha trabajando por Dios,
en libertad y progreso, estructurado y ya púber, con sus vivos y sus muertos, hacia el Reino.

Creo al fin y por fin en la esperanza,
en el “ya sí pero todavía no”,
en el “a pesar de los pesares”,
en el “mañana, pues, y pasando mañana”…,
en el “todo es posible porque Dios es y más…”

4 comentarios

  • Antonio Llaguno

    Aunque es larga, permitidme por favor añadir una oración (Padrenuestro) de Gloria Fuertes, que más o mnenos es de una generación muy próxima a la de José María Llanos y que al igual que el Credo de éste, es un ejemplo de cuando había otra manera de hacer Iglesia:
      
    Oración
    Que estás en la tierra, Padre nuestro,
    Que te siento en la púa del pino,
    En el torso azul del obrero,
    En la niña que borda curvada
    La espalda, mezclando el hilo en el dedo.
    Padre nuestro que estás en la tierra,
    En el surco,
    En el huerto, 
    En la mina,
    En el puerto,
    En el cine,
    En el vino,
    En la casa del médico.
    Padre nuestro que estás en la tierra,
    Donde tienes tu gloria y tu infierno
    Y tu limbo; que estás en los cafés
    Donde los pudientes beben su refresco.
    Padre nuestro que estás en la tierra,
    En un banco del Prado leyendo.
    Eres ese viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo.
     Padre nuestro que estás en la tierra,
    En la cigarra, en el beso,
    En la espiga, en el pecho
    De todos los que son buenos.
     Padre que habitas en cualquier sitio,
    Dios que penetras en cualquier hueco,
    Tú que quitas la angustia, que estás en la tierra,
    Padre nuestro que sí que te vemos
    Los que luego hemos de ver,
    Donde sea, o ahí en el cielo.
                                   Gloria Fuertes

  • Antonio Llaguno

    Gracias por recordarnos a uno de tantos santos que nhunca serán canonizados.

  • Carlos Barberá

    Gracias por traernos el recuerdo de Llanos, Y de una iglesia y unos tiempos creativos que parece no haber tenido a continuación

  • Saturnino Delgado de la Rosa

    Estupendo artículo. Gracias