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La Ambición snloquece

Eso de que la ambición enloquece no es una idea que nos vayamos a encontrar  en los medios de comunicación. Si buscas en Google, encuentras anuncios de una novela en la que un joven diplomático enloquece por la ambición de ser embajador, pero muy poco más sobre el tema.  Incluso  parece que la ambición no tiene mala prensa:  se asimila al deseo de prosperar, de no quedarse dentro de una masa de mediocres que no son capaces de situarse bien en la vida. Ambicionar el llegar a fin de mes sin problemas, y poder dar una buena educación a los hijos, es un deseo natural y lógico.

Pero la mentalidad capitalista lo que fomenta es  una ambición desaforada que realmente enloquece de una forma muy peligrosa. Existe un pequeño número de supermillonarios que, a pesar de sus fabulosas fortunas, siguen ambicionando más y más. Poseen miles y miles de millones de dólares, que no podrán gastar en toda su vida, ni podrán sus hijos y nietos,  pero siguen aspirando a ganar más y más. Una ambición loca… y criminal. Porque esa acumulación de riqueza no cae del cielo, exige el empobrecimiento de millones y millones de seres humanos, sobre todo en el tercer mundo, que llegan a morir de hambre, cuando otros  explotan y se apropian de las riquezas de sus países.

Esta ambición loca no sólo supone la miseria de millones de personas, sino que es una muy grave amenaza para la conservación de un clima y una naturaleza que permita la vida de la especie humana en el planeta Tierra. La comunidad científica nos ha advertido repetidas veces, y de forma cada vez más apremiante, que nuestra forma de vida no es sostenible, que vamos hacia un colapso de consecuencias imprevisibles. Pero la enloquecida élite económica es incapaz de renunciar a cualquier actividad que les proporciones un beneficio económico, aunque suponga seguir empujando a la humanidad hacia el abismo.

Y lo malo es que esa locura la han contagiado ampliamente en nuestra sociedad. Locura que nos lleva a un consumismo sin límites, olvidándonos de que este consumo  desmedido es totalmente insostenible en  un planeta con unos límites muy claros. Locura que nos lleva a competir como sea y con quien sea para procurar enriquecernos,  olvidando que los seres humanos somos seres sociales, que necesitamos imperiosamente a los demás.

No todo se puede comprar: necesitamos unos médicos que curen nuestras enfermedades gracias a los conocimientos acumulados en todo el mundo lo largo de los siglos; la sociedad necesita unos gobernantes que, precisamente, no se puedan comprar; necesitamos la amistad y el afecto de otras personas, algo que pierde todo su valor si es comprado.

Difícilmente podremos llevar una vida feliz, si nos dejamos arrastrar por la ambición,  y siempre procurando tener más de lo que tenemos. Conseguir algo nuevo nos puede proporcionar una satisfacción momentánea, pero pronto la ambición nos señalará otro objetivo que desear. Sólo podremos sentirnos realmente satisfechos si nos encontramos a gusto con lo que tenemos, si no ambicionamos más, si no buscamos la felicidad en el consumo, en poseer  objetos, sino en  actividades gratificantes y enriquecedoras.

Sería un camino de salvación ante el colapso medioambiental que amenaza a la humanidad.

3 comentarios

  • ELOY

    Dice Antonio Zugasti: 
    << Pero la mentalidad capitalista lo que fomenta es  una ambición desaforada que realmente enloquece de una forma muy peligrosa. >> 
    La verdad es que hablar de “mentalidad capitalista” es ir al fondo del problema para analizar las causas y el funcionamiento de las estructuras capitalistas. 
    Helder Cámara (febrero 1909 – agosto de 1999), siendo ya arzobispo, en una intervención en el Congreso mundial de la federación mundial de las juventudes femeninas y masculinas católicas en Berlín (Alemania) en abril de 1968, año de indispensable referencia de juventud para los que ahora rondamos (año más, año menos) los ochenta años de edad, decía. 
    << ¿Podrá el capitalismo dejar de considerar la ganancia como motor esencial del progreso económico, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los bienes de producción como derecho absoluto, sin límites, sin a correspondientes obligaciones sociales? Estos principios que parecen inherentes a la esencia misma del capitalismo, conducen a absurdos e injusticias escandalosas que comprometen e desarrollo de todo hombre y de todos los hombres, y sabemos que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, lo mismo que sabemos también que sin justicia no existirá autentico desarrollo, y por consiguiente no existirá la paz. >> 

  • Javiierpelaez

    Es evidente.Y además sin llegar al nível criminal de los millonarios,la ambición es disfrazada con diversas argucias en la sociedad que vivimos porque a veces la ambición en determinadas estructuras sociales exige pisar a algunos prójimos o utilizar argumentos como el clásico “todo el mundo lo haría” cuando eso esencialmente no es cierto porque,,partiendo de ciertas necesidades cubiertas que varían según el nível de desarrollo de cada sociedad,no todo el mundo hace lo mismo…Cuántas veces he oído yo utilizar la expresión “ambición legítima” para justificar cosas bastante dudosas moralmente….En fin,no ser ambicioso es una virtud,nos digan lo que nos digan…Uno tiene que ambicionar vivir en una sociedad más justa para todos…Fuera de eso: vanidad de vanidades…

  • Gonzalo Haya

    Estos días he leído varios comentarios a las Bienaventuranzas, pero creo que el final de este artículo, sin pretenderlo, es el más acertado.

    No entiendo de Economía, pero creo que tan perjudiciales como ese 1% de supercapitalistas es ese gran porcentaje de adinerados, y en cierto sentido anónimos, que invierten en acciones cuando una empresa va bien, sin ningún compromiso de permanencia, y se retiran cuando ésta empieza a decaer, o cuando encuentran otra más próspera. Cualquier empresario sabe que tiene que producir cada vez más beneficios para no perder inversores. Creo que las inversiones en Bolsa tendrían que conllevar un compromiso de permanencia durante un determinado tiempo. El trabajador de esa empresa ha comprometido su vida laboral; es justo que el inversor también adquiera un compromiso.