20, 25, 30… años hace: Bueno es cualquier aniversario para reordarnos hechos y principio de series que continúan e incluso se recrudecen hoy entre nosotros. De hoc numquam satis, Nunca nos pasaremos en el recordar todo esto. AD.
El 13 de noviembre de 1992 era asesinada la ciudadana dominicana Lucrecia López, de 32 años por el guardia civil Luis Merino Pérez con ayuda de tres menores, vinculados a los grupos nazis violentos contra las personas migrantes. que entonces comenzaban a organizarse al grito de “los españoles primero”. Se encontraba refugiada con otras personas inmigrantes sin hogar en la discoteca abandonada Four Roses, de Aravaca, en la carretera de A Coruña (Madrid). Era el primer feminicidio racista documentado de la democracia española. Lucrecia había llegado apenas un mes antes a España. Trabajó como empleada doméstica unos días y fue despedida.
Había nacido en 15 de diciembre de 1959 en Vicente Noble, de la provincia de Barahona (República Dominicana). en mi viaje a Haití en 2017 con el sacerdote Julio Acosta (Julín) ví en la carretera el cartel que anunciaba el municipio de Tamayo (¡qué coincidencia con mi apellido!), donde se produjo una gran inmigración hacia España. Muy cerca está Vicente Noble, el pueblo de Lucrecia y de sus padres y de sus 16 hermanos. Nos detuvimos uno minutos para tener un recuerdo oracional por la mártir asesinada.
El asesinato causó un fuerte impacto en la ciudadanía, que expresó su indignada protesta a través de numerosas manifestaciones y concentraciones. Fue también el despertar de la lucha contra el racismo y la xenofobia para preservar la convivencia cívica, de la necesidad de acoger hospitalariamente a las personas migrantes como iguales en dignidad y derechos y diferentes culturalmente, del enriquecimiento que suponía la diversidad étnica y cultural, del reconocimiento de las personas inmigrantes por lo que estaban aportando al bienestar de nuestra sociedad y, especialmente, de nuestro agradecimiento a las mujeres inmigrantes trabajadoras en el servicio doméstico.
Treinta años después del premeditado asesinato, practicado con nocturnidad alevosía, y recién aprobada la ley de Memoria Histórica, me parece de justicia mantener vivo el recuerdo de Lucrecia, un recuerdo sororal que le devuelva la dignidad que el asesino le quiso robar y repare tamaño crimen.
El feminicidio de Lucrecia es el mejor ejemplo de lo que en los estudios feministas decoloniales llamamos la interseccionalidad de género, etnia, clase social y procedencia geográfica. Lucrecia era mujer, empobrecida, inmigrante, negra, desempleada y, por tanto, excluida. En la película sobre la vida de Lucrecia dirigida en Antena 3 por Mariano Barroso en 1995, la actriz Ruth Rodríguez, que representa a Lucrecia, lee, entre lágrimas, el texto real de una carta que Lucrecia escribió a su esposo donde le explicaba la maravillosa que es la vida en España, pero le advierte, premonitoriamente: “Y de lo que tenía que tener miedo es de ser pobre y negra”.
Con Lucrecia los asesinos racistas aplicaron a “cultura del descarte”, que declara a las personas excluidas, y especialmente a las mujeres, “desechos” y “sobrantes”, según advierte y denuncia el Papa Francisco en su encíclica La alegría del Evangelio. Con Lucrecia se practicó la necropolítica que, según Achille Nbembe, es la capacidad de decidir quién debía morir y quién tiene que morir. Según esta lógica, ella tenía que morir.
El asesinato de Lucrecia es la mejor demostración de que los discursos de odio racistas, xenófobos, sexistas, homófobos, LGBTIfobos, islamófobos, antisemitas, etc., fomentados por la extrema derecha política en alianza con los grupos religiosos integristas y basados en fake news, desembocan en prácticas violentas y en delitos de odio. Y las más castigadas son las mujeres, como demuestra el incremento de los feminicidios.
Treinta años después, tales discursos prácticas y delitos no se han reducido, sino que tienden a crecer. ¿Hay respuesta? Si, la ofreció la hija de Lucrecia, Kenia Carvajal, que trabaja en el Movimiento contra la Intolerancia, con motivo del 25 aniversario del asesinato de su madre: “Aunque lo que nos pasa es doloroso, nos deja huellas y no se nos va a olvidar jamás, tenemos que esforzarnos por convertir el odio en tolerancia”. Se trata de ponerla en práctica.
La película de Mariano Barroso se estrenó en 1995, año declarado por la ONU contra la Intolerancia. El director definió la cinta como “un trabajo emocionado porque significa que puedes hablar por los que no tienen voz. Es una aportación a la lucha contra el racismo”. En la plaza de Aravaca aparece la imagen de Lucrecia Pérez con este eslogan: “Aravaca libre de racismo”. Yo creo que habría que remedar dicho eslogan diciendo “España libre de racismo”.
Juan José Tamayo es teólogo de la liberación y autor de La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye? (Icaria, 2022, 3ª ed.).
No suelo coincidir con Tamayo, pero esta vez no se le puede poner ni un pero.
Me uno a Ana y Eloy en este recuerdo de Lucrecia asesinada vilmente.
Como nos dicen las “noticias” esto no se pasa se acrecienta en esta sociedad de hoy cada día más injusta y mentirosa.
Gracias a los dos por recordarla para no olvidarla.
Un abrazo entrañable.
Me alegro mucho leerte, Pilar, espero que estés mejor. Un abrazo
Inmigrante, pobre, negra y mujer, este tipo de personas son las a que Jesús, le preocupaban y de las que se preocupaba, así como deben ser las que a nosotr@s nos deben preocupar; son las mártires de nuestra sociedad, de nuestra época y de siempre, las y los más vulnerables.
Lo que no acabo de ver a Lucrecia, siendo canonizada en la fastuosa plaza de San Pedro, con toda la parafernalia que conllevan estos grandiosos actos para las canonizaciones de los Papas de los que hablábamos el otro día, tan parecidos al antiguo Sanedrín que tan bien se sabían la biblia y que tan reconocidos eran por su poder, al mismo tiempo que ni interesaban a Jesús ni Jesús les interesaba a ellos. A ver si nos vamos enterando quienes son l@s preferid@s de El Galileo.
Totalmente de acuerdo
Ana, son cosas de la iglesia que necesita hacer sus ritos, es una pena espcialmemnte para Lucrecia.
Un abrazo fuerte Ana
Como dice Tamayo, es de justicia traer a nuestra memoria y a nuestro corazón víctimas, como Lucrecia, de odio directo por ser… aquello que a los violentos no les gusta; tienen en su cabeza un patrón para adjudicar lo que cada persona tiene que ser según su grado de inhumanidad, y todo@s l@s demás son desechables
Sufrimos homofobias, xenofobias, racismo, aporofobias o feminicidios. Quiero resaltar que, si una mujer, como Lucrecia, es emigrante, negra, pobre y, además mujer, reúne todas las condiciones para concentrar el mayor de los odios por parte de quienes su razón de vivir es eliminar al diferente.
Es muy preocupante porque comprobamos que estas situaciones, no sólo no van desapareciendo, sino que van aumentando, incluyendo en estos momentos la violencia contra los EGTBI+
Es descorazonador, pero también nos recuerda y nos estimula en lucha contra la violencia, además, fomentada por determinados partidos políticos que nos lo ponen más difícil. No sé qué leyes tendrían que haber para sancionar a los responsables políticos que, apoyados en la libertad de expresión, manifiestan públicamente, como si estuviesen cumpliendo con su deber, su rechazo a l@s inmigrantes o su negacionismo del machismo y de los feminicidios.
No podemos conformarnos con esta terrible realidad, y tenemos que seguir en la lucha, a pesar las Ayusos, Olonas, Abascales y ciertos jueces que consienten, por ejemplo, el cartel aquel del metro de Madrid contra la migración diciendo, además falsedades.
Muchas gracias por este emotivo recuerdo de Lucrecia Pérez
Recuerdo el crimen cruel, realizado con nocturnidad y alevosía. Recuerdo también indignación y desasosiego que nos provocó, así como la sorpresa terrible de saber, de forma tan fehaciente, que en nuestra sociedad anidaban personas que no dudaban a perseguir y matar a emigrantes pobres por el simple hecho de serlo.
Se produjo el asesinato en 1992, yo tenía entonces 50 años, hoy cuento 80 y no puedo por menos de sentir un escalofrío al recordar el crimen cobarde y sin sentido que se cometió ese día, 13 de noviembre.