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Una propuesta: el regreso al neandertal

Como era natural, Europa está comenzando a ser pobre respecto a lo que venía siendo. Pobre, pero armada, lo uno no va sin lo otro. A más armas más hambre y negocios milmillonarios. Arruinada, armada hasta los dientes, y deshumanizada por la suciedad que la guerra misma genera en las almas. Armamento, empobrecimiento, envilecimiento van de consuno.

La inflación galopante va a obligar a comerse hasta los mimbres de las cestas vacías de la comida, excepto para quienes puedan pagarlo todo a precio de oro, los nuevos Midas. Si tenemos en cuenta el deterioro creciente de la pobreza galopante de las grandes clases sociales en este contexto, la inflación cada vez más parecida a la de Argentina o Venezuela, el resultado es la ecuación de Gresham: a más moneda, menos comida.

La guerra a la que nos inducen las superpotencias para agrandar sus respectivos imperios se paga con hambre, sudor y muchas lágrimas. Los muchos, al matadero patriótico con políticas ajenas: es el precio del tremolar de las banderas al viento. Los asnos nacionalistas –casi todos los Estados, pequeños o grandes– cocean entre sí, embisten con sus astas, berrean y son ardorosamente arrastrados por los fetiches multinacionales que les llevan al matadero, pero ni Putin ni Biden, ni los chinos al acecho van a sufrir lo mismo que todos aunque hagan sufrir a todos. A morir, que son dos días; ellos ya están haciéndonos vivir en peores circunstancias y más llenos de rabia: a más cantidad de gente, ya están en ello.

La moneda que paga todo esto es el hambre, la moneda de circulación más corriente. Las hambrunas se extienden por doquier y el paraíso en la tierra va a llegar a bombazos. Los conductores ebrios pagan al doble el precio de la gasolina que no les lleva a ninguna parte, y ellos tan contentos: un poco más de gasolina, un poco más de alcohol, y a la fiesta, la felicidad de garrafón, el sexo “fluido” que –versátil– es macho por la mañana, hembra en la tarde y ambiguo de noche. Vida fluida. Algunos ya han perdido la esperanza hasta en la fluidez sin solidez. Primero vamos a la academia de conducir, y luego a la macrofiesta. Han perdido la esperanza de que llegue algo sólido, tierra firme, el piso está resbaladizo y el asidero será cualquier prójimo que pase por allí al que arrastrar en nuestra caída: una cadena de arrastrados arrastrantes. Lo más chusco es que los terribles optimistas inactivos llaman pesimista a quienes intentan hacen ver la pesimidad de su débil optimismo, y se enfadan y hasta dicen que les haces sufrir cuando tiras un poco de la manta.

Mientras tanto, cada misil de última generación, por si era poco, añade un gramo de muerte más al aire que respiramos y destruye la vida del planeta Tierra palmo a palmo. Habíamos comprado el agua embotellada, ahora pagaremos el aire embotellado llevando el tanque en la mano por la calle, un nuevo modo de hacer turismo. Al tiempo.

El resultado de toda esta mugre es el vertiginoso incremento de funcionarios–plañidera; las plañideras lloran a pie de sarcófago equivocado, convertido el espíritu de plañidera mismo en negocio mientras sigamos cobrando alguna nómina o algún subsidio, pues ciertas nóminas son suicidios, y ciertos suicidios nóminas. Todos ganan y nadie pierde cuando los ganadores son perdedores y los perdedores ganadores. El caos perfecto, la cuadratura del círculo.

Desafortunadamente, el caos puede ser perfecto a corto plazo, aunque al mismo tiempo disguste a casi todos, si al pueblo le agrada y lo paga. En lugar de decir no a la guerra, abracemos el “si quieres la paz prepara la guerra”: hasta mañana en el altar del holocausto cósmico. Si esto no es una contradicción, digan los sabios gobernantes qué podría ser.

La inflación por los cielos, con su boina mugrosa cada vez más calada (¿hasta cuándo seguirá permitiéndose la huella de carbono al menos en los jets privados, por ejemplo?); el calentamiento devastador del verano que achicharra; la carencia de combustible en el invierno; el analfabetismo galopante las cuatro estaciones, y con todo eso la banalización de la vida permite de momento no echarse a la calle. ¿Quién llegará antes, la militancia social, o la extenuación ante el rosario interminable de cuentas… pendientes? Que lo paguen los tataranietos, si es que pueden. Que se jodan.

Pero ¿y si todo tuviera solución? Todos tenemos ángeles custodios, el ángel negro con la hoz sin filo y el martillo por un lado, Lucifer; el ángel blanco del signo dólar, Luzbel, por el otro. Cada una de sus legiones protege a los suyos (algunos lo llaman Providencia), pero faltan protectores de toda la humanidad sin distinción de personas, animales o cosas. Lo contaron las maracas de Machín: “Siempre que pintas iglesias pintas angelitos negros. Pintor, que pintas con amor, por qué desprecias su color, si sabes que en cielo también los quiere Dios”. Así que ahí nos vemos, tú rogando a tu ángel protector que te eche una mano, y yo quemando incienso ante el mío con la esperanza de que Baal o Astarté rompan la crisma del ángel enemigo: al ángel orando y con el mazo dando. Unos y otros, mensajeros dedicados con sádico–bélico ardor a borrar la historia de la humanidad, sin que ninguno de ellos quiera fumar la blanda pipa de la paz.

¿Pero, y si la paz llega de forma insospechada, por casualidad? ¿Caerá esa breva en esa religión de Mammona, tan listos como somos para desertizar, pero tan torpes para reforestar? Numerosos son los neandertales a los que habíamos dado por extinguidos. Es la era del regreso de los neandertales al planeta de los simios arrastrados–salvados por Biden–Putin. Y como el autoproclamado homo sapiens ha vendido la piel del oso de la racionalidad cálida antes de cazarlo, ¿acaso no sería mejor que el neandertal que está entre nosotros y en nosotros nos enseñase a ser mejores sapiens? Haría falta un espacio para rehabilitación de los violadores de la paz para no violarnos entre nosotros de mil maneras, al parecer algo todavía más costoso que el gasto bélico y las miríadas de ángeles–soldados armados.

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