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¿Reforma de la Iglesia?

Que la Iglesia necesita una reforma y está en camino de ella, me parece algo difícil de negar. La historia muestra también que en toda situación de reforma aparecen voces individualistas que piensan más en lo suyo que en lo de la comunidad y gritan aquello que, en castellano, se ha convertido ya en un tópico: “¿qué hay de lo mío?”. Temo que esas voces dificultan la reforma en lugar de ayudar a ella.

Dos principios fundamentales.

El primero es simplemente humano: todo cristiano debe saber y aceptar que “la iglesia nunca será totalmente de mi gusto”. No solo por la evidente pecaminosidad humana (también mía) sino porque entre más de mil millones de personas es imposible que cualquier institución sea plenamente del gusto de todos. La comunidad exige renuncias y paciencias que se compensan por el valor de la unidad de muchos.

El segundo principio es más divino que humano: el criterio y el norte de la reforma de la Iglesia ha de ser el evangelio de Jesús y la voluntad de Dios. No la voluntad de los medios de comunicación. Y atendiendo a este principio me parece que en la Iglesia hay algunas reformas pendientes que son más voluntad de Dios y más importantes que algunos de los gritos que hoy solemos oír. Intentaré exponerlas:

Tres metas primarias

  • a.- La primera es que la Iglesia sea de verdad iglesia “de los pobres”. Cuando miro sesenta años atrás debo reconocer cuánto se ha avanzado aquí. Pero aún nos queda un buen trecho por recorrer. El clásico grito de la piedad antigua (“nuestro señores los pobres”, donde parece haber una alusión a las bienaventuranzas de Lucas) no sé si podemos repetirlo hoy con verdad. Y el programa de J. B. Metz (“más allá de la religión burguesa”) no podemos decir que esté ya cumplido.
  • b.- El segundo es la unión de los cristianos: el “que todos sean uno” de la oración de Jesús. Mirando otra vez sesenta años atrás también cabe reconocer que ha habido un avance fundamental. Pero la sensación es que hoy nos hemos cansado y que ya estamos bien como estamos. Y sin embargo he tenido siempre la sensación de que el cristianismo se juega su credibilidad futura en la recuperación de una unidad que no es lo mismo que uniformidad, pero que nunca se debió perder.
  • c.- El tercero es la profunda reforma de papado, episcopado y ministerio: desde que el obispo de Roma deje de ser jefe de estado, a que se devuelva a las iglesias locales la participación tradicional en la elección de sus obispos y que desaparezca toda connotación “sacerdotal” en el ministerio eclesiástico. Aunque la designación de “pastores” pertenece a otra forma de sociedad que no es la nuestra, la rica teología de los evangelios sobre el pastor puede suministrar enfoques mucho más cristianos del ministerio que esa especie de “divinización” que sugiere el término “sacerdote”. Para el Nuevo Testamento no hay más sacerdote que Cristo y el pueblo sacerdotal. (Me permito remitir al comentario a la carta a los hebreos en el capítulo 3 de El rostro humano de Dios).

En este último punto es donde pueden entrar algunas de las demandas más voceadas hoy. Por ejemplo, el tema de la mujer en la iglesia. Que aquí hay una reforma pendiente no puede negarse. Pero quisiera ponerle “dos manos” a esa reforma que creo que ayudarían a trabajarla mejor: un espíritu evangélico y una comprensión histórica.

La mujer.

  1. a.-. Siento disentir de una vieja amiga cuando dice (cito solo el titular): “las mujeres también esperamos una petición de perdón por parte de la iglesia”. No hay aquí disensión en lo de la mujer sino en lo del perdón: cuando se exige la petición para poder perdonar, ese perdón se falsifica y se convierte en un acto de orgullo. No me imagino la parábola de Jesús (Lucas 15) con un padre que se queda en casa y cuando le avisan de que ha llegado su hijo responde: “primero que me pida perdón…”. En vez de eso el padre sale al encuentro del hijo y ni le deja pedir perdón. A la esencia del perdón pertenece la gratuidad y esta es la que ayuda a cambiar al perdonado. “Sabemos que has hecho mal, lo hemos sufrido; pero seguimos queriéndote y esperamos que sabrás cambiar”. Algo así es lo que sería cristiano decirle a la Iglesia. Mis admiradas Mary Word o Simone Weil, creo que habrían reaccionado más bien de esta manera.
  2. b.- La segunda mano se sale del campo eclesiástico y toca todo el tema actual del feminismo. Me da la impresión a veces de que algunas feministas acusan al pasado imaginando que la sociedad de hace siglos era ya técnicamente como la nuestra. Personalmente no me cuesta nada reconocer la superioridad de la mujer sobre el varón (aunque esto pueda tener esa contrapartida del refrán latino: “corruptio optimi pessima”). Pero recordemos un poco de dónde venimos:
      1. Venimos de unas épocas en que las fieras no eran figuras del zoo sino amenazas cotidianas; pasamos luego a otras épocas en que la guerra parece haber sido la profesión más habitual. Todo eso hizo sobrevalorar la fuerza física y la necesidad de protección, dando una aparente superioridad al macho. Una época en que la necesidad de perpetuarse era muy grande, pero en la que no se conocía el óvulo y parecía que toda la posibilidad de perpetuarse estaba solo en el macho (el dolor y la desesperación de tantas mujeres bíblicas por no “darle hijos”, no era una ridiculez aunque hoy nos lo pueda parecer: era una consecuencia de las condiciones sociales). Cuando va cuajando la agricultura todavía no existen los tractores y demás máquinas (“elemental, querido Watson”, que diría el viejo detective) y la postura frecuentemente inclinada causaba en las mujeres, por el peso de los pechos, dolores y deformaciones de espalda y posturas encorvadas. (Esto aún lo han vivido en África algunos compañeros míos, en el siglo pasado y después contaré una anécdota divertida de uno de ellos, si queda espacio).
      2. Al lado de todo eso, venimos de una época en que no existían tampones ni Tampax y la menstruación era una verdadera amenaza vergonzante para la presencia pública de la mujer. El amigo Isaías tiene una plegaria que muchas biblias pudibundas no se atreven a traducir bien y que dice: “Señor, todas nuestras justicias no son, ante Ti, más que como los trapos de una mujer menstruada” (64,6). Eso Isaías no lo escribiría hoy: a lo más Steffi Graf podría decir que perdió la final de Ronald Garros contra Arantxa porque aquel día tenía la regla. Quizá sí, pero si no lo dice ella ni nos habríamos enterado (y, a lo mejor, alguien podría pensar que esa fue una excusa que se inventó luego). Y para acabar, venimos de unas épocas en que la alimentación del hijo dado a luz no estaba tan facilitada como hoy por mil leches artificiales, ni el niño era tan transportable como hoy por mil carritos ni era tan fácil y tan cómodo cambiar los pañales…; y todo eso obligaba a la mujer a quedarse en casa.

En resumen: venimos de una historia en que la aparente inferioridad de la mujer era fruto más bien de las posibilidades materiales que de la maldad de los machos. Pero la humanidad, bien que mal, progresa, la tecnología resuelve muchos problemas y eso ha facilitado una época en que la mujer puede recuperar la visibilidad y la calidad de su condición de persona, una época en que la promoción de la mujer se convierte en un “signo de los tiempos” (como dijo Juan XXIII ya en 1963) y en que se abre a la humanidad la posibilidad de trabajar hacia esa meta tan humana de igualdad en las diversidades, donde siempre quedará mucho por hacer, pero donde se trabajará mucho mejor desde el ideal de fraternidad que desde eslóganes cómodos. Los defectos heredados se combaten mucho mejor cuando comprendemos cómo se produjeron históricamente, que cuando pensamos que somos hijos de unas generaciones malvadas y que nosotros somos las primeras personas buenas (aunque también cabe reconocer que eso de culpabilizar a otros es una cosa que descansa mucho). Pero he repetido mil veces que a una causa grande se le hace más daño defendiéndola mal desde dentro que atacándola desde fuera; y la historia de la Iglesia me ha enseñado bastante de eso.

Muchas feministas conocerán la historia de las relaciones entre Teresa de Jesús y la princesa de Éboli: cómo esta quiso colaborar con aquella en la reforma del Carmelo y cómo creó tales problemas que Teresa la dejó plantada haciendo que sus monjas se escaparan de noche del convento de Pastrana (lo que le costó que la princesa denunciara a la inquisición el Libro de la vida de Teresa). Cuidado pues hermanas.

Curas casados

Otra breve observación a propósito del celibato y del derecho a formar una familia. Se puede renunciar a un derecho personal a cambio de alguna otra adquisición; eso es algo relativamente frecuente. Pero lo que no se puede es volver a reclamar aquel derecho al que se renunció, cuando se ha obtenido lo que se pretendía con aquella renuncia. Por eso creo que el tema de los curas casados ha de plantearse mirando más a los del futuro (que aún no han accedido al ministerio) que a los del pasado (que tuvieron que renunciar a él). Estos que se pongan en manos de Dios, cuyo amor infinito y comprensivo será su verdadero reivindicador, y que traten de ayudar a la Iglesia por los otros mil caminos en que necesita ayuda, como muy bien están haciendo algunos que conozco. Creo que así facilitarán más esta reforma.

Concluyendo

Apuntarse a una causa buena y grande no nos hace ya buenos ni superiores a los demás: nos hace solo más responsables. Recojamos pues la frase que se hizo famosa en la teología de la liberación y en la América Latina de los pasados ochentas: “lo que buscamos es el reinado de Dios, no el nuestro”. Una Iglesia plenamente evangélica será siempre una utopía, dada nuestra pasta humana. Pero las utopías no son ni una meta a conseguir (porque creemos que son posibles) ni una meta a la que renunciar (porque creemos que son imposibles) sino una meta en cuya dirección hay que caminar.

Terminaré con una anécdota vivida allá por los años noventa del s. XX. En una de aquellas reuniones sobre la fe, su busca y su pérdida, un amigo catalán, estilo Trinca, pidió la palabra y nos dijo que a él, el PSOE le había reconciliado bastante con la Iglesia. Y, ante el asombro del personal, se explicó: “sí, porque si el PSOE en solo diez años se ha apartado tanto del socialismo, ya no me extraña que la Iglesia en veinte siglos se haya apartado del evangelio”…

¿Luego? No sé. No estoy muy seguro de que la humanidad haya progresado, pero sí lo estoy de que la humanidad puede progresar.

Apéndice.-

Cuento la anécdota antes aludida del África por si nos provoca una sonrisa e inyecta un poco de humor en nuestra seriedad revolucionaria.
Su protagonista es un compañero jesuita ya fallecido (el amigo Goyti) que fue al Chad hace unos 50 años, estuvo trabajando en el campo y comprobó los problemas que la falta de sujetador suponía para aquellas mujeres. Aprovechando un regreso a España por no sé qué motivo se fue al Corte Inglés de Barcelona con sus escasos treinta añitos. Planta cuarta, lencería femenina. Se le acerca una muchacha y le pregunta qué desea:
– Bueno pues… yo quisiera comprar unos cuantos sostenes (como se decía entonces)
– ¿De qué tamaño?
– Pues bueno… de todos; pero mejor grandes.
– Y ¿cuántos?
– Bueno pues… entre 150 y 200 me los llevaría
– Espere un momento caballero.
Al poco rato aparece aquella muchacha acompañada por un señor alto. El Goyti nos dijo: “en seguida sospeché que era un policía”. Por eso a la pregunta de qué buscaba comenzó explicando que era un misionero, que estaba en el Chad, que veía los problemas para el trabajo de las mujeres en el campo, siempre inclinadas hacia adelante…
Total: “pues no se preocupe, Padre, que esto lo podemos arreglar”. Y le regalaron una partida de no sé cuántos de aquellos “instrumentos”, supongo que fuera ya de circulación. Según supimos, también tuvo problemas para entrar en el Chad. Pero, como solía pasarle, el Goyti se salió con la suya.
Hoy esta historia parecerá prehistórica aunque apenas tenga unos cincuenta años. Ojalá se consiga que algunos detalles de la Iglesia parezcan prehistóricos dentro de cincuenta años. Y todo de una manera suave y evangélica.
Y sin perder el buen humor que, como decía un Padre de la Iglesia, es el Espíritu Santo de Dios.

6 comentarios

  • carmen

    Hola señor Faus.

    Mire que llevo días callada, pero este artículo de hoy del aborto en EEUU me ha revuelto el alma.

    Un consejo de una mujer de prácticamente 70 años. No cuente más esta anécdota del Salvador de la mujeres porque encargó dos mil sujetadores.

    Hágame caso. No la cuente más.

    Un saludo muy cordial.

  • Juan A. Vinagre

    Una vez más, de acuerdo contigo, José I., aunque quizá introduciría algún pequeño matiz, que ahora no viene al caso. Respecto al primer principio fundamental que mencionas -la pluralidad de visiones…, no siempre fáciles de compaginar-, diría que lo más importante es la unidad en el amor, no la uniformidad en las ideas. La unidad en el amor es el árbol que da los mejores frutos. Los buenos frutos son lo más creíble y el mejor tetimonio. En cuanto al segundo principio, ¿qué decir? Que la iglesia (clerical, jerárquica) cayó en la tentación del poder y adaptó a ese poder una religión burguesa, que en su esencia compagina Dios y dinero… Por eso no admite cambios, o solo introduce muy lentamente algunos cambios menores, sin entrar en estructuras humanas sacralizadas, que son las más antievangélicas…  En suma, que el cambio de base tal vez más necesario es desjerarquizar…  Lo que reforzaría la unidad en el amor fraterno. ¿Por qué este cambio -puro retorno al Evangélico-, resulta tan difícil?  Porque el poder ha sacralizado tanto el poder jerárquico ( y sus ideas e intereses), que considera una infidelidad todo cambio que remueva estructuras… Las mentes acaban adaptándose… (No desarrollo el proceso mental que lleva a esa sacralización.) De modo que muchos acaban creyendo hacer un bien resistiéndose  al cambio…  Termino con una confidencia (ya alguna vez señalada) de un teólogo y exégeta francés: “La Iglesia del futuro será muy distinta de la actual, pero no nos dejarán verla”. El poder introducido en la Iglesia es así: se reviste de sagrado… y persiste en la desviación del gran Mensaje del Reino.  El Evangelio se impondrá… Ven…

     

     

  • El artículo me ha parecido fantástico. Mesurado, lógico, argumentado y comprometido.

    Igual que otras veces discrepo (Desde mi pequeñez intelectual, comparada con él)  con el Sr. Glez. Faus, en este caso tengo que aplaudir lo escrito. No cambiaría ni una coma.

    Efectivamente si miramos la Iglesia de no hace tanto tiempo (miremos solo 80 años atrás) y parafraseando a D. Alfonso Guerra (El hermano de “Miehmanno”) a la Iglesia actual no la reconoce ni la madre que la parió.

    Y estoy seguro que a la que vean nuestros hijos o nietos, cuando tengan nuestra edad, aún menos.

    Un amigo mío, cura salesiano, con muchos años de misión en África y Filipinas, que me llevó con él a África una vez (la anécdota anterior es de ese viaje) me decía: “Antonio, ni tú ni yo veremos la Iglesia que nos gustaría ver, pero seguro que otros la verán… y les seguirá pareciendo insuficiente”

    Gocemos hoy, pues, de lo que tenemos (que es mucho más de lo que tenían nuestros abuelos), sigamos luchando por lo que consideramos justo y necesario para la construcción del Reino y tengamos la esperanza de que nuestros hijos o nietos verán esa Iglesia que nosotros soñamos… y ojala, les siga pareciendo poco.

  • La anécdota no está tan anticuada.

    En el 92, estuve en Lesotho, ese país rodeado de Sudáfrica por todas partes (incluida la emocional) haciendo un proyecto de voluntariado seglar misionero y coincidiendo con las olimpiadas de Barcelona.

    Después de la final de baloncesto España-USA con el “Dream Team” dándonos una paliza y que los y las chicos y chicas de la misión nos pidieron jugar un partido de Baloncesto a los dos españolitos que estábamos en aquel proyecto.

    Fue muy llamativo presentarnos con nuestro pantalón de deporte, nuestra camiseta de tirantes y nuestras zapatillas de marca a ugar y ellos y también ellas, descalzos y solo con el pantalón corto. Ellas llevaban los pechos al aire porque así no se desgastaba la ropa (misma razón por la que no llevaban zapatos). Yo no puede quitarme las zapatillas pero si me quité la camiseta para quedarme más o menos como ellos y jugamos el partido (no hace falta decir que nos dieron la misma paliza que el “Dream Team” a la selección española.

    Cuando volví a España, compré una equipación completa de baloncesto para chicos y otra para chicas en el Decathlon y se la mandé a la misión y la hermana Consuelo (una salesiana mexicana que llevaba en Africa 30 años) me escribió agradeciéndolo y preguntándome ¿Por qué lo había mandado?

    Le contesté (estúpido moralista de mi) que me había ruborizado y sentido incómodo en el  partido y que me había parecido buena idea mandarles esas equipaciones. para que tubieran también, un recuerdo mío.

    Sor Consuelo me contestó que gracias, que las repartiría entre sus chicas, pero que cuando jugaran al baloncesto (o a un juego muy parecido que juegan allí la chicas y que se juega mucho en el ex Imperio Británico y no recuerdo en nombre) se iban a seguir quedando en tetas, porque precisamente porque se lo había mandado yo, lo iban a recibir con cariño y no querrían desgastarlo.

    Efectivamente, 2 meses después, recibí una carta con una foto de la graduación de una profesora de la misión y allí estaba todo el mundo con sus mejores galas, todos menos una de las hijas de esa profesora, de 17 años, que había jugado contra nosotros (más alta que yo la jodía) que iba vestida… con la equipación de baloncesto que yo había enviado.

    Y es que ver el mundo con nuestros ojos occidentales, a veces nos convierte en miopes y tenemos que ponernos gafas para verlo como lo ven otros pueblos u otras gentes.

    Fue una bonita anécdota de un viaje cargado de ellas.

  • ana rodrigo

    Apreciado Ignacio, siempre te agradezco que hables sobre la mujer y el feminismo porque das la posibilidad de dialogar y aclarar determinadas cuestiones muy importantes.

    Estoy de acuerdo con el análisis que haces de la sociedad de otros tiempos en los que las mujeres no pintaban nada y, no sólo por la menstruación.

    Pero es que aquí estamos hablando de la IGELSIA y ésta debería haber tenido como referente en todo y, por supuesto, también el tema de la mujer en el Evangelio.

    Creo que la sociedad en la que vivió Jesús, en cuestiones de patriarcado, androcentrismo y machismo no era muy diferente a la del resto de los siglos. Desde la Edad moderna, la sociedad no ha parado de avanzar en ciencia, en tecnología y ciencias sociales, en cultura, etc., mientras que las mujeres seguían marginadas, sometidas e infravaloradas, siempre dependiendo de algún hombre, padre o marido, y si querían estudiar tenía que meterse en un convento o quedarse solteras. Es decir, el problema de la mujer en la Iglesia, ya hace unos cientos de años que podía haberse dado cuenta de los cambios que en la sociedad se iban produciendo.

    Vale, dejemos el tema de la sociedad ahí, porque, si hubiese sido por ello, Jesús hubiese seguido la corriente de su época, y, aunque los evangelios  los escribieron hombres, no pudieron ocultar qué lugar ocupaban las mujeres en la vida y en el mensaje, tan fuerte, revolucionario e imparable en la vida de Jesús, que lo tuvieron muy en cuenta de transmitirlo a la posteridad.

    Su discipulado, desde el principio estaba compuesto por hombres y mujeres, Jesús no marginó nunca a la mujer y, cuando se pasó despectivamente con la mujer sirio-fenicia, ésta fue la que corrigió el error de Jesús y éste la escuchó y le dio la razón.

    En el momento más duro de Jesús, su crucifixión y su muerte, los apóstoles huyeron muertos de miedo de que los reconocieran como amigos de Jesús y pudieran sufrir la misma suerte, pero las mujeres no se acobardaron ni tuvieron miedo. Lo que ha hecho que Jesús y su mensaje siga vivo, es decir, las que se dieron cuenta de que Jesús seguía vivo y de que Jesús las eligió las primeras en saberlo y en que se lo hieran saber a sus amigos, los hombres decepcionados y derrotados, fueron las mujeres. Pero pronto ellos se hicieron con el poder sagrado de conocer la voluntad de Dios, a la que tú, Ignacio, haces referencia, porque si la voluntad de Dios la sabemos por Jesús, hay un gran patinazo por parte de la Iglesia.

    Aparte está el trato de Jesús con las  mujeres como iguales: con la samaritana, con Marta y su hermana María, con la madre de los Zebedeos, además de su con madre, María, que fue la que se dio cuenta de que faltaba vino en la boda y gracias a ella se arregló el problema.

    Y no debiéramos olvidar, las mujeres de las primeras comunidades que organizaban las primeras reuniones “eucarísticas”, mencionadas por Pablo.

    Por tanto yo sí estoy de acuerdo con lo que decía la amiga que escribió el otro día que la Iglesia tenía que pedir perdón a las mujeres por atribuirle a Dios y su voluntad la marginación de las mujeres en la Iglesia. No vale la comparación con el hijo pródigo, porque era éste y no su padre el que se había equivocado. Aquí es la Iglesia la que se ha equivocado y es la que debe pedir perdón y, cuanto antes, resolver la cuestión, no por egoísmo o individualismo o capricho de las mujeres, sino por justicia, por sentido común elemental, como un derecho humano no menos elemental y por fidelidad de Jesús el Galileo. ¿O es el clero el que manda sobre Dios y sobre el evangelio? Lo que dije ayer, los hombres-clérigos, la jerarquía eclesiástica, los concilios de sólo hombres han hecho un Dios a su imagen, a la de ellos, igualito a ellos, marginador y excluyente de las mujeres en la Iglesia.

    ¡Qué fuerte, ¿no?!

    • ana rodrigo

      Nota aclaratoria, Cuando digo “Es decir, el problema de la mujer en la Iglesia, ya hace unos cientos de años que podía haberse dado cuenta de los cambios que en la sociedad se iban produciendo.” No me refiero a lo dicho inmediatamente anterior, sino a que la sociedad ha ido avanzando constantemente, mientras la Iglesia se quedó paralizada en el concilio niceno constantinopolitano del siglo IV