A José Ignacio se le reconoce el valor de entrar en temas con una polarización tal que, por mucho que explique su intención (ver el b) de su antepenúltimo párrafo) le van a empitonar. Pero nosotros agradeceremos siempre que el catedrático emérito no se quede tranquilo en su rincón sino que alce la voz y razone en ágoras y plazas. AD.
Tesis de estas reflexiones es que aquellos que defienden las causas más grandes y santas son, precisamente, los más tentados de volverse inquisidores.
Como algo progresa la historia, hemos conseguido que los inquisidores ya no quemen vivos a los presuntos herejes. Gran paso adelante. Pero como la historia progresa más en sus estructuras que en sus personas, este paso no significa que hayan desaparecido ni los inquisidores, ni las mentalidades inquisitoriales: solo se han dulcificado sus métodos.
1.- Un balance histórico
La tentación inquisitorial brota de lo más hondo de nuestra naturaleza humana: una necesidad de seguridad que nos provoca alarma cuando una situación comunitaria de posesión tranquila comienza a resquebrajarse. En los comienzos del cristianismo parecía imposible que llegase el día en que un papa defendería (contra Lutero) que “matar herejes no es contra el Espíritu Santo”: pues maestros como san Ambrosio o Juan Crisóstomo habían enseñado que “matar herejes es introducir en la tierra un crimen inexpiable”. Crisóstomo añade incluso que no hay que hacer callar al hereje. Y la razón, repetida por casi toda la Iglesia del primer milenio, era la enseñanza de Jesús: no hay que pretender arrancar la cizaña sino cultivar el trigo. A lo que se añadía la experiencia humana de que crear mártires daña más a la causa que los mata, que a la que los produce.
La historia evoluciona de manera insensible y muy lenta: hay también en ella una “ley de degradación de la energía”. Y, a partir de Carlomagno, cuando la Iglesia ya no es solo tolerada y respetada sino dueña de casi todo el poder social, se va produciendo una evolución tácita, por la que el hereje, en lugar de ser otra persona con la que convivo, pasa a molestar como las moscas cuando entran en una habitación bien limpia. Ese proceso culmina en las conocidas atrocidades de la inquisición que cuajaron en España más que en ninguna otra parte. Los “autos de fe” parecían ir sustituyendo poco a poco a muchos “actos de fe”.
Y un último dato curioso: las inquisiciones no suelen aparecer por amenazas a las verdades centrales de un sistema sino más bien ante verdades secundarias y con una hermenéutica más complicada. Dicho de manera gráfica: más probable es que te lleven a la hoguera por la virginidad de María que por la divinidad de Jesucristo. Quizá por esa ley propia de tantos sistemas, de agarrarse más a lo accidental que a lo sustancial, y que Jesús ya combatió en el judaísmo de su época.
2.- ¿Una aplicación para hoy?
La alusión a España me lleva a preguntarme si a nuestra querida Modernidad no la amenaza una tentación semejante, al menos en esta piel de toro donde la Modernidad llegó más tarde, y parece que hoy vuelve a sentirse amenazada.
De hecho, cada vez se nota en nuestras izquierdas una como necesidad de excomulgar en vez de explicar y argumentar. La aparición de Vox resulta un dato incomprensible para unas izquierdas que se sentían en posesión tranquila de la verdad de nuestra Modernidad.
Y eso que (al menos para mí) la presencia de Vox no resulta amenazadora porque, con un mal juego de palabras, parecen poner su identidad no en ser voz, sino en “levantar la voz”. Y la vida e historia personal me han enseñado que cuando alguien levanta mucho la voz, suele ser por miedo a no tener razón, por un atisbo inconsciente de que sus argumentos no son tan fuertes como le gustaría y, por eso, intenta suplir lo que falta de verdad iluminadora con un volumen ensordecedor. Añádase a esto el dato de que Vox en realidad es fruto e hijo nuestro. Antaño me cansé de repetir que, por mucho que condenáramos los crímenes de ETA, no debíamos olvidar que ETA era un producto nuestro; pero preguntar dónde había estado nuestro fallo resultaba intolerable para muchos “demócratas”, que preferían condenar crímenes antes que buscar sus causas. Fue más fácil crear el GAL…, como ahora ha sido más fácil expiar a los independentistas y que la ministra del ramo defienda casi a gritos la legitimidad de ese proceder inquisitorial.
Dejemos esos ejemplos y retomemos nuestro hilo argumental: últimamente he tenido la sensación de que, en nuestra Modernidad, están apareciendo brotes y conductas inquisitoriales precisamente ahora, cuando la Modernidad ha dejado de ser aquella especie de “iglesia verdadera laica” (tranquilamente posesora del poder de la verdad), y se ha sentido desnudada por una posmodernidad más crítica que afirmadora. Y, como antes comenté a propósito de la Iglesia, lo que alarma a los inquisidores no parecen ser ataques a verdades centrales de la Modernidad (como la construcción de la historia y la lucha por la justicia social). Las “inquisiciones” modernas surgen en torno a cuestiones menos claras como el derecho al aborto, la cuestión del “género“…: es aquí donde algunos modernos inquisidores sienten la necesidad de acabar con los herejes.
3.- Dos ejemplos
Temas como esos, que pueden ser muy discutibles son, sin embargo, lo que parece escocer más. Al primero de ellos se le quiso poner un casto velo de “interrupción del embarazo” que, más que resolver algo, revelaba cierta intranquilidad de conciencia. Pero no es posible unificar las situaciones y formas tan diversas en que se practica el aborto, las cuales no caben en una única denominación, ni permiten usar los casos-límite como refuerzo para demandas simplemente cómodas. Por eso la mera despenalización tampoco ha sido suficiente: porque no garantiza ni se pronuncia sobre lo que de veras inquieta a los inquisidores: poder afirmar como pleno derecho universal, algo que es muy discutible que lo sea.
La cuestión del género, presentada casi como cima del progreso, puede no ser más que otro casto velo que se tiende para cubrir el tema del sexo. Pero es un velo con muchos agujeros que, otra vez, inquietan a sus defensores y les hacen recurrir a la excomunión más que a la argumentación. Si el asesino odiase al otro “género”, mataría a cualquier mujer por el hecho de serlo; pero no mata a cualquier mujer sino a aquella con la que ha mantenido una determinada relación que nuestros medios de comunicación califican pudorosamente de “pareja sentimental” cuando podrían hablar muy bien de pareja “seximental”. Pero parece que no quieran mentar la soga en casa del ahorcado…
De hecho, el género es para las cosas y el sexo para las personas: la cuchara es femenina en castellano y masculino en alemán. El sol es femenino en alemán y la luna masculina, totalmente al revés del castellano. Pero eso son meros ropajes externos y meras denominaciones que no afectan para nada al ser y al hacer de la cuchara o del tenedor o del sol y la luna. El sexo, en cambio, afecta profundamente al ser y la identidad de la persona. Y es esa seriedad lo que se pretende evitar convirtiéndola en un mero detalle tan accidental, como el género de la palabra cuchara. El tremendo drama de los transexuales no se arreglaría llamándolos simplemente transgenéricos y, por suerte, esto lo reconocemos así. Y en cambio, seguimos hablando de violencia solo “de género”, contribuyendo así a perpetuarla (como se perpetúa una pulmonía si nos empeñamos en llamarla constipado). Y, por desgracia, no curaremos esa lacra espantosa ni con el 016 que no deja huella, ni con manifestaciones tardías que se despiden “hasta la próxima”.
Además de eso, y para completar la imagen inquisitorial, funcionarios y gentes de cierta responsabilidad, reciben consignas oficiales para dar a esos temas la importancia y el trato que gusta a los inquisidores. De modo que, donde antaño había un “santo Oficio”, ahora parece haber un “moderno Oficio”. Con lo que el paralelismo de conductas parece más innegable, aunque la comparación está hecha entre un proceso completo (el de la Iglesia) y un simple germen inicial (el de la Modernidad).
Podría poner otros ejemplos pero ya vale. Prefiero añadir tres cosas:
- a) destacar nuestra necesidad de seguridad sistémica y nuestra tendencia a ponerla en objetivos secundarios poco claros, porque no conseguimos las metas más valiosas;
- b) aquí no he pretendido tomar postura ante los temas aludidos sino simplemente declarar que son complejos y que no pueden resolverse con esa mentalidad de inquisidores que se defiende echando “sambenitos”, porque lo que busca no es una objetividad exterior sino una seguridad interior. Y
- c) a la verdadera calidad humana le pertenecen intrínseca y primariamente estas dos cosas: la lucha por la justicia e igualdad, y la lucha por el respeto al disidente y al que se combate.
Hubo un momento histórico en que esas dos grandes banderas (justicia y respeto), parecían ser características de las llamadas izquierdas. Hoy no sé si avistamos una hora histórica en que las cosas irán dejando de ser así (aunque todavía quedan sueltos por ahí algún Errejón y alguna Yolanda). Pero también han aparecido denominaciones significativas: como la de “izquierdas brahmánicas” (T. Piketty), izquierdas “de plástico” (falsas como las flores de plástico: aparentes pero sin aroma); o “izquierda burguesa” (que he usado a veces, evocando aquella observación de J.B. Metz de que el cristianismo había de ir “más allá de la religión burguesa”).
Queda para otro día presentar la distinción entre los inquisidores y los profetas: porque aquellos, a veces, pretenden vestirse de estos.
No me gusta hacer sangre, pero es que claro…
¿Cómo ha sido posible la Inquisición en la Iglesia?, clama el buenazo del amigo Juan Antonio.
Y en su buen análisis histórico-sociológico encuentra muy bien las causas de dichos dislates ideológicos.
Pero me temo que esa no es la cuestión clave. El que humanos, cometan errores interpretativos y de discernimiento, muy graves, no es ninguna novedad: es lo propio de los humanos.
El núcleo de la cuestión, es que soslayando la cuestión de la infalibilidad papal, mas o menos normada, el argumento-eje sobre el que la Iglesia-institución basa su autoridad intelectual ante sus integrantes, (y cuando puede ante todo el mundo), es la asistencia exclusiva del Espíritu Santo, que celebrábamos antes de ayer.
A mí personalmente, me importa muy poquito los errores cognitivos de la Iglesia en el pasado. El pasado, pasado está, y por otra parte, ¿quién no se ha equivocado muchas veces?: que tire la primera piedra.
A mí lo que me preocupa, es, ¿por qué no se puede seguir equivocando ahora, y en el futuro?.
Porque cuando el Papa abre la boca, sobre cualquier tema, especialmente en los temas civiles y “políticos”, parece que de su boca sale la “palabra de Dios”, y no digamos si publica una carta encíclica a todo el mundo, (no solo a sus seguidores).
Yo le admito autoridad en temas teológico-cristianos, y para sus integrantes, ¿pero en temas seculares? Solo tiene la misma autoridad que cualquier intelectual que trate cada tema.
Pero los errores intelectuales, son la norma en el humano.
Toda la labor del pensamiento consiste en hacernos una imagen lo más acertada posible del Universo. Pero esa labor la tenemos que realizar con un instrumento, la razón humana, que no está diseñada de origen para esa labor, sino para otra más simple, pero más crucial, que es sobrevivir en la lucha por la vida.
Somos una máquina de autoengañarnos. Hoy mismo Enrique Zamorano en El Confidencial, saca un artículo sobre el tema https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2022-06-07/mentiras-autoengano-psicologia-trabajo-empleo_3436049/,
El autoengaño es aquella mentira o grupo de mentiras que nos contamos a nosotros mismos de manera inconsciente.
Se necesita autoconfianza y seguridad en uno mismo, para lanzarse a la dura tarea de investigar el proceloso mundo de la realidad, pero esa misma autoconfianza, nos conduce casi inevitablemente al despeñadero del error subjetivo, que nosotros traducimos siempre como verdad objetiva.
Nuestro cerebro filtra diversos aspectos de la realidad, que la convierten en insoportable en situaciones de grandes peligros o catástrofes, prestando atención a lo más inmediato.
Y esto se agudiza en toda apologética: “La necesidad de persuadir a los demás conduce a pensar que se es más inteligentes de lo que realmente se es”, concluye Peter Schwardmann, profesor de Carnegie Mellon.
El mejor autoengaño es aquel que no se percibe, hasta el punto de construirnos un relato con situaciones y detalles que creemos que son verdaderos cuando en realidad todo obedece a una construcción mental interior que poco o nada tiene que ver con la realidad”.
Entonces ¿de qué nos vamos a extrañar, que los señores cardenales, obispos y teólogos, se equivoquen una y otra vez?. Lo verdaderamente ilógico, es que todavía se les de autoridad, por ser vos quien sois.
(Aunque parezca mentira, es verdad que la bata cura mas que el médico, y que la sotana confiere “autoridad”).
Persisten unos apotegmas bienintencionados, que son falsos de toda falsedad. Uno dice “aunque la mona se vista de seda, mona es y mona se queda”. Pues no es verdad: la mona de seda, es un bonito mono bien vestido y elegante, y la mona desnuda, es una mierda de mona morroñosa.
Comienzo pidiendo excusas, pues temo que este comentario sea demasiado largo. Desde hace tiempo me han ocupado estas preguntas: -¿Cómo ha sido posible la inquisición en la Iglesia de Jesús, que enseñaba a esperar (una forma de tolerancia) a ver los frutos, y decía además que el segundo mandamiento es semejante al primero, y que debíamos perdonar y amar siempre -incluso a los que hacen mal-, y que con su conducta demostró ser tolerante con las ideas los saduceos y con los samaritanos tenidos como herejes? -¿Cómo se demonizó al crítico sincero y bien-intencionado, y se le persiguió o mató en contra del 5º mandamiento? _¿Cómo todo un concilio ecuménico -con el papa al frente- aprobó-apoyó la inquisición que, por ideas, condenó a muertes crueles e inmorales (contra la enseñanza de Jesús: “no condenéis”), y luego concilios y papas se declaran infalibles en materia de fe y de moral? (No entro en detalles ni precisiones.) -¿Cómo y por qué ocurrió esto? Pues porque la Iglesia -cuyos dirigentes debían ser humildes servidores- cayó en la tentación del poder, poder que alteró la jerarquía de valores evangélicos en algunos aspectos esenciales, de modo que se produjo una desviación progresiva (en muchos inconscientemente tal vez) del Mensaje de Jesús. En este proceso de desviación progresiva acabó prevaleciendo el poder teórico (la unidad de ideas-interpretaciones, más que la unidad en el amor.) Es decir, acabó prevaleciendo e imponiéndose el pensamiento único, como valor prioritario. El orden, el orden natural, la ley… se impuso, sacralizada además. Así el segundo mandamiento no era semejante al primero: el hombre-mujer pasaron a un segundo o tercer lugar… Éste ha sido el gran sábado introducido en la Iglesia de Jesús. (Pura desviación doctrinal y fáctica, antievangélica.) La ley, el orden “natural”, y la obediencia deben prevalecer. (Esta doctrina, no evangélica, recuerda a Clemente Romano y sus cartas, que tanto influyeron en algunas estructuras de la Iglesia posterior, de la Iglesia poder.) La no unión en las ideas e interpretaciones, la diversidad de pensamiento es una amenaza para el poder, y también para la seguridad del sistema religioso. Más: la “seguridad” de la fe -teórica- para muchos no permite diversas interpretaciones. La seguridad de la fe (para el poder) requiere-exige un constructo teórico compacto indiscutible. De modo que para el poder religioso la unidad en torno a un pensamiento único, es más importante que la unidad en el amor. Así reducen la fe, en la práctica, en algo parecido a la conclusión de un silogismo. La fe está ligada al orden “natural”, al que debe someterse obediente el hombre-mujer. (De nuevo, Clemente Romano) En estas condiciones, no evangélicas, no es extraño que el poder religioso acabe desarrollando procedimientos propios de la inquisición. Es significativo que la inquisición se haya aprobado-impulsado más precisamente cuando la Iglesia clerical llegó al culmen del poder. Pues bien, pensar y actuar así es no entender correctamente el Mensaje del Reino. Mensaje que prioriza el ser humano… En suma, la Iglesia clerical jerárquica, al caer en la tentación del poder, marginó el Evangelio y sometió al hombre-mujer, posicionándose como vigilante supremo que juzga, condena y castiga. (Puro antievangelio) Aquí sí que se hizo verdad que el poder -en este caso, el religioso- corrompe.
-Este clima cerrado propicia la aparición de fanáticos intransigentes, dispuestos a levantar autos y hogueras… Ese poder que se ha apoderado de la Iglesia todavía persiste, y desde la sombras intriga y obstaculiza la vuelta al Evangelio. Impide que la Iglesia se renueve. El poder consagrado cultiva y atrae fanáticos e inquisidores, que no saben que no entienden bien el espíritu del Reino. En fin, la inquisición es hija natural del poder…, que de forma más “modernizada” aún somete a “purgas” a quien reclama volver al Evangelio.
P. D. A fin de aligerar el peso de este tema, tan truculento, tan inhumano y tan antievangélico, termino con un ¡VIVA Rafa Nadal, joven tan maduro y tan humano!
No me entusiasma entrar en el post de González Faus. Ha declarado que no contesta porque él tiene la oportunidad de expresar su opinión mientras que otros carecen de esa plataforma. Y no voy a entrar. Me ceñiré a la circunstancia de Ortega, a la atmósfera vital, sentido biológico que suele pasarse por alto, cuando él escribía influido por etólogos vieneses.
Ello no obsta para que uno lea a Faus. Desde mi juventud me acostumbré a devorarlo todo. Lo mismo las revistas de la Compañía, como he comentado en alguna ocasión, que Punta Europa, Cuadernos para el Diálogo o Indice. En las noches de guardia de la mili me tragaba incluso Diez Minutos y otras revistas cuartelarias sobadísimas. Una deformación que se sistematizó cuando años más tarde daba clases de periodismo científico. Uno lee a Faus, en particular, por sus observaciones sobre lo apuntado en Fliche-Martín. del que se confiesa lector asiduo. A uno se le pasa inadvertidos demasiadas sentencias y opiniones que creía acrisoladas con la lectura complementaria de esos volúmenes de pasta gris, gastados, con las Sources Chrétiennes o el Migne. Claro que uno no tiene a mano la biblioteca de sant Cugat. Además, le influye mucho la lectura sintética del Denzinger. Una pena, valga la ironía.
Pero no voy a comentar el texto de Faus. Quiero quedarme en la atmósfera, en la circunstancia. La circunstancia es qué opinan los jesuitas, qué razones les llevó, por ejemplo, a esconder urnas y engañar a la policía que cumplía un mandato constitucional. Me interesan la razones de ese quebranto del ordenamiento jurídico.
Y columbro que es el mismo élan que el que guía a El País. Este periódico sectario donde los haya desde el primer día de la moción de censura se dedicó, no a analizar la realidad, sino a criticar a la oposición por “crispadora”. Es el leit-motiv del gobierno socialista. No importa que la moción de censura fuera un acto de prevaricación de De la Prada-Margarita Robles, como sentenció el Tribunal Supremo. La culpa era la crispación de la oposición. No importa que fuera un gobierno legal (número de votos paralamentarios electores), pero ilegítimo (en ningún momento el constitucionalista pensó en que el jefe de gobierno lo pusiera los que quieren destruir la nación). Esa distinción incontrovertida producía chispas en El País, que defendió a capa y espada lo mismo la felonía de Sánchez, que el plagio de su tesis (por menos cayeron dos ministros en Alemania), que la humillación de las víctimas del terrorismo. Hasta la misma ley abracadabrante de Educación es defendida por semejante periódico.
Lo que en la prensa adicta es “crispación”, en determinados sectores de la Iglesia es “inquisición”. Francisco no tiene empacho en tildar de pelagianos y fariseos a cualquiera que se interponga en su camino. ¿Qué camino? Son inquisidores. Leía esta mañana un trabajo de investigación comparativo entre la Veritatis Splendor y la Amoris Laetitia. El núcleo de la cuestión es la existencia del mal objetivo, tesis tomista defendida por Juan Pablo II. Pero los disparates de la Amoris Laetita a ese respecto motivaron los dubbia, a los que Francisco, incapaz de responder, quiso burlar ante los jesuitas de Colombia. Era tomista su exhortación, dijo, porque la presentó el cardenal dominico de Viena. No dio ninguna razón, salvo esa referencia anecdótica.
Crispación, Inquisición. ¿Y dónde esta la verdad. dónde la moral objetiva? En lo que queda de tarde, leeré un artículo pendiente de hoy mismo escrito por el catedrático Valls sobre el falso derecho al aborto. A buen seguro, un crispador e inquisidor.
¡¡Como coincido esta vez con usted Sr. González Faus!!
Pero me gustaría apuntar una consecuencia de lo que usted expone.
Los tradicionales inquisidores religiosos (esta vez no me interesan los flecos ideológicos de su artículo y aunque no coincida con su postura ante el problema catalán yo también pienso que todos lo han afrontado como el culo) lo que están haciendo ahora es polarizados aún más, no solo levantando más la VOX sino perdiendo el pudor que tuvieron y reivindicando a Torquemada como una solución para la Iglesia.
No hace tanto, en un ¿artículo? de cierto dizque periodista ex de Fuerza Nueva y ahora del portal Infovaticarca, discutían sobre algo tan vanal como la misa tradicional tridentina y un comentarista (que por cierto escribe en otra web ultra, Infocarcólica, y se define como “carlista”) pedía reinstaurar la inquisición y emplearla para eliminar las pequeñas herejías que se están imponiendo “de facto” en la praxis católica moderna.
De hecho, hace unos días, invitado por una televisión de esas minoritarias donde sale un periodista tuerto, estuvo en España Atanasius Schneider (más conocido como Carcanasius), obispo auxiliar de Astana (Kazajstan) y reivindicó con claridad y sin ningún pudor el estado confesional (carcatólico, of course), la sumisión del poder político a la “ley divina” (encarnada en él, of course) y la sustitución de la democracia por la teocracia (donde él es portador de la voluntad de Dios, of course).
Desconozco si las tentaciones inquisitoriales de la izquierda son consecuencia de los anabolizantes de la derecha inquisitorial o estos responden a la medicación de la derecha inquisitorial contra la intolerancia de la izquierda, o quizás y a modo de Newton y Leibnitz, hayan llegado a ese extremo cada una por su lado, pero están ahí y siguen engordando.
Yo, por mi parte, que he perdido 40 kilos y me reconozco hereje, y que me siento muy cómodo siéndolo, sólo puedo responder con las palabras del Papa cuando un periodista le preguntó: ” Santo Padre ¿Qué piensa de qué algunos le llamen hereje?”. Él contestó: “¿Hereje yo? Bueno, el cielo está repleto de herejes. No es mala compañía” y yo apostillo: “Y mucho más divertida”.
No sabe, José Ignacio, como en esta ocasión coincido con usted y le comprendo. Le digo esto porque recuerdo que cuando usted ha tocado alguna vez el tema catalán mi desacuerdo sí que entonces se hizo notar y en esta ocasión sería también en lo único que le mostraría mi desacuerdo.
Podría deberse, sin embargo, a un error de escritura. Pero, déjeme antes de señalarlo decir algo sobre estos ejemplos a los que hace referencia. Soy conocedora de esta época de ETA en la que usted veía por parte del Estado esa preferencia por el camino fácil de la condena antes de ir en busca de sus causas. Totalmente de acuerdo. Le leí a usted y le oía también si no voy errada en Cataluña radio en un programa de la periodista, Silvia Cópulo y hablaba de esto precisamente y de tantas cosas interesantes cuando apenas despuntaba la Democracia.
Ahora bien, y voy por el error de escritura antes mencionado. Se trata de estos dos términos “expiar” y “espiar” que aplicados equivocadamente pueden confundir. Defender una ideología política no es ningún delito y, por tanto, no hay que expiar ninguna culpa. El camino fácil e inquisitorial que tomó el gobierno en este caso fue el de espiar, cosa muy distinta. En consecuencia, si se debiese a un error de escritura también en este punto coincidiría con usted, cosa que me alegraría mucho.
Un cordial saludo
Mari Luisa: mucho le agradezco porque efectivamente quise decir espiar (de espionaje) en vez de expiar. Menuda inoportuna metedura de pata!
¡José Ignacio, me ha emocionado usted! Ayer ante la duda me recriminé de no haber sido demasiada oportuna. ¡Muchísimas gracias por su aclaración!
…y su artículo sigue siendo EXCELENTE! Me encanta que de cuando en cuando podamos sentir de cerca a los propios Autores!
Es que el fanatismo procura INQUISICIÓN como nos demuestra la historia De la Iglesia Santa. Santayana , filosofo español, dice que “el fanatismo consiste en redoblar los esfuerzos, cuando ya has olvidado los objetivos”. Salvador Santos ha presentado durante las trece semanas precedentes los objetivos de Jesús de Nazaret. Olvidados en la praxis, para una buena parte de ellos permanecen los esfuerzos.