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Resurrección, jubileos, reforma de la Curia Romana

Creo que es muy oportuno este artículo de mi tocayo Antonio. Las Bulas de la Penitenciaría Apostólica, organismo que sigue vivo en la nueva reforma de la Curia para administrar Indulgencias, sobre por la declaración Años Jubilares en cualquier templo, por cualquier motivo. Hay que ver cómo proliferan. El domingo se leyó en la misa de infantes ese decreto aprobado por el papa que recordaba la Bula de León X con se financió la Basílica de San Pedro en el siglo XVI, aún a costa de un cisma y tantas guerras. AD.

El tiempo de cuaresma, tradicionalmente, es tiempo de ayunos y limosnas; a los que hay que añadir algún sacrificio que otro y, en tiempos pasados no muy lejanos, la compra de la “bula”, que te permitía comer carne en la cuaresma, excepto los viernes, y que en la década de los cuarenta y cincuenta costaba tres reales o una peseta; un coste bastante elevado teniendo en cuenta el salario de entonces. No parece que haya cambiado mucho el enfoque de la cuaresma por parte de bastantes clérigos y obispos. Seguimos con los sacrificios, los ayunos y, sobre todo, las limosnas, el dinero que va a las arcas de las iglesias y catedrales.

La cuaresma es tiempo de preparación para celebrar la Pascua, la Resurrección. Jesús de Nazaret hizo su “cuaresma”, su preparación para la Resurrección, compartiendo su vida y su evangelización con los suyos y con los marginados y desprotegidos. Mediante su predicación pretendía transformar a las gentes ritualistas y meros cumplidores de la ley en personas que amaran al prójimo, al necesitado, que abandonaran el “ojo por ojo y diente por diente” y amaran a sus enemigos, que amaran la paz y lucharan por la justicia, que amaran a Dios y no al dinero… Para Él su Resurrección, el nuevo Reino de Dios implica una conversión, un cambio total (metanoia) de la persona y de las estructuras religiosas en su relación con el otro y con Dios. Sin esa transformación profunda, tanto en lo personal como en lo estructural religioso, no hay verdadera Resurrección. La iglesia primitiva de Jerusalén entendió el mensaje del Resucitado a las mil maravillas: “tenía un solo corazón y una sola alma, y ninguno tenía por propia cosa alguna, todo lo tenían en común… y no había indigentes entre ellos” (Hech, 4,32-34), pues permanecían juntos en la oración y en la fracción del pan, es decir, se sentían un nosotros, una comunidad de hombres y mujeres transformados, radicalmente cambiados por su fe en el Resucitado. No hay fe en el Resucitado si no hay transformación, una metanoia profunda en la persona del creyente y en las estructuras eclesiales.

La fe en el Resucitado implica el encuentro con el otro para formar un nosotros; y es en este marco donde se lleva a cabo el cambio radical y profundo del creyente. Por la fe en el Resucitado se inaugura un haz de relaciones personales insospechadas con todo ser humano, pero de manera especial con aquellos que también han recibido este don divino, desbordando las fronteras del tiempo y de la geografía. Se establece así una relación yo-tú que implica un estar-dos-en-recíproca-presencia y donde surgen unos sentimientos comunitarios de comprensión, de servicio, de respeto, de ayuda, que evidencian que el otro no es el infierno para mí, como afirmaba J.P. Sartre. Éste el verdadero cambio, ésta es la verdadera metanoia de la fe en el Resucitado; ésta es la verdadera tarea del creyente, no sólo transformarse él, sino también transformar la historia, el mundo. Karl Marx advertía en la tesis XI sobre L. Feuerbach. “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero lo que se trata es de transformarlo”.

Si echamos una mirada a nuestro alrededor, tanto la sociedad civil como la Iglesia tienen aún un largo camino, para que las exigencias de la fe en el Resucitado sean una realidad. De la sociedad civil ya habrá otra ocasión de abordarlo; de la Iglesia, me voy a fijar en un par de cosas, que necesitan una transformación radical por sus implicaciones en la vida eclesial.

  • Los jubileos. De un tiempo a esta parte se han puesto de moda los jubileos. Una celebración, que como su nombre indica, de alegría, de júbilo por el aniversario de algún acontecimiento eclesial. Esta celebración en sí se puede realizar sin sospecha alguna, pero en la práctica no ocurre como debiera, pues ya en el propio documento vaticano de autorización hace referencia a unas condiciones para poder “ganar las indulgencias”. Entre estas condiciones se indicaba la “limosna”, que ahora se sustituye por “orar por el Papa”; pero en realidad sigue imperando lo de la limosna, camuflada a veces por el eufemismo de “ofrenda”. Es lo primero que se ve, cuando entras a la iglesia jubilar: el “cepillo” con un cartel explicativo de que la limosna es una de las condiciones para “ganar la indulgencia plenaria”.

Sin entrar en el fondo teológico, que tiene su origen en la teología paulina del pecado y de la Redención y que se sigue manteniendo en los tratados teológicos incluida la propia liturgia de la noche de Pascua, cuando se canta: ¡“Oh feliz culpa que mereció tal y tan gran Redentor”!, todo esto de “ganar las indulgencias” me lleva a tiempos de Lutero y a aquel dicho: “Cuando el dinero en la caja canta, del purgatorio el alma salta”, puesto que el dinero del cepillo siempre está por medio. Éste es el dicho que en el s. XVI se hizo popular y que de algún modo influyó en la elaboración de las 95 tesis de Lutero sobre las indulgencias plenarias. No menos claro es nuestro Arcipreste de Hita en el Libro de buen amor: “Y si tienes dinero tendrás consolación/, placeres y alegrías y del Papa ración/, comprarás Paraíso, ganarás la salvación/: donde hay mucho dinero hay mucha bendición”. Ante este panorama, las preguntas, como las 95 tesis de Lutero, brotan de inmediato: ¿La jerarquía eclesiástica puede jugar con la piedad del pueblo?  ¿Se puede considerar como fruto verdadero de la Resurrección este nuevo “culto” a las indulgencias plenarias, a los años jubilares? ¿Este tipo de práctica religiosa puede madurar la fe de la comunidad eclesial? ¿No es esto un engaño de tomo y lomo? ¿Se puede considerar el llamado “depósito de la fe” como una tienda en la que uno según sus recursos económicos puede comprar la salvación eterna tanto la propia como la de un familiar o amigo que está en el purgatorio? Se pueden multiplicar los interrogantes, pero no parece que este tipo de práctica piadosa tenga que ver con las exigencias de la fe en el Resucitado ni con la fe en un Dios plenamente gratuito.

  • Reforma de la Curia Romana. Se dice desde antiguo que “Ecclesia semper reformanda”, es decir, la Iglesia debe estar siempre en actitud de reforma y adaptarse a la historia. Pero existe el contrapunto que ya Theilhard de Chardin puso de relieve, que cualquier realidad nueva es considerada por la Iglesia como herética. Y este principio de Teilhard impera sobre el anterior de “Ecclesia semper reformanda”. Con el documento papal Praedicate Evangelium parece que se impone una reforma profunda de la Curia Romana. Digo “parece”, porque, aunque el lenguaje ha cambiado en relación con otros textos papales, en el contenido apenas hay novedades llamativas. Se sigue hablando de que “la Curia romana está al servicio del Papa, que, como sucesor de Pedro, es principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de los obispos y de la multitud de los fieles” y de que los clérigos serán el componente fundamental de cada Dicasterio, si bien “no puede ser ignorada en la actualización de la Curia, cuya reforma, por tanto, debe prever la implicación de los laicos, incluso en funciones de gobierno y responsabilidad… Por ello, cualquier fiel puede presidir un Dicasterio o un Organismo, dada la particular competencia, poder de gobierno y función de este último”.

Es cierto que en Praedicate Evangelium los laicos pueden ser miembros y hasta presidir un Dicasterio, eso sí según las funciones de dicho Organismo, pero uno de los elementos claves de la composición del Dicasterio debe ser la paridad de sus miembros: clérigos, laicos y laicas y la paridad de sus responsabilidades. No recoger expresamente esta estructura de los Organismos curiales está llamado a ser algo simbólico, como aquel dicho que se atribuye al conde Romanones, “hagan ustedes la ley que yo haré el reglamento”. Quien haga el reglamento del documento papal, que, por supuesto, será un clérigo, éste barrerá para dentro y la representación de los fieles laicos y laicas en los Dicasterios curiales será mínima y sin entidad relevante.

Ahora más que nunca la “Ecclesia semper reformanda” ha de ser una realidad en la transformación de las estructuras eclesiales y como exigencia primordial de la fe en el Resucitado, que cada vez con más vigor demanda la sinodalidad de la Iglesia primitiva.

3 comentarios

  • Antonio Orejudo Fernández

    Gracias, Antonio, por afirmar que Lutero no se equivocó al negar los efectos de la indulgencia plenaria. Supongo que habrá opiniones encontradas, pero la libertad personal no se opone, o no debe oponerse, a la existencia de criterios diferentes.

  • Antonio Gil de Zúñiga

    Antonio Orejudo, estoy de acuerdo con el contenido de tu comentario. Pero quiero resaltar este párrafo:

    “No tengo los conocimientos necesarios para negar la existencia de indulgencia plenaria, mejor dicho sus efectos, aunque no lo acepto porque entiendo que el significado de indulgencia plenaria no puede depender de un ser humano, pues considero que es algo exclusivo de la voluntad divina a la que no es accesible el ser humano. Admito que puede ser un error, pero estoy con Lutero”.

    En esta cuestión Lutero no se equivocó.

  • Antonio Orejudo Fernandez

    La predicación clerical respecto de la cuaresma que yo escucho no ha cambiado absolutamente nada de la que conocí hace ya muchos años. En general, los ayunos y sacrificios, además de limosnas, se han aconsejado siempre, es lo que yo recuerdo desde los años de mio adolescencia, muy lejanos ya.

    Desde que tuve capacidad de reflexión siempre me pareció aberrante la posibilidad de comer carne en cuaresma si se compraba la bula. Me parece aconsejable, nunca bajo la amenaza del pecado, celebrar la cuaresma con actos personales o/y comunitarios, acompañado de marginados, sin ritualismos estrictos y no solo en tiempo cuaresmal, sino mientras existan personas que necesiten ayuda porque entiendo que esto es el primer objetivo deseado por Dios. Se habla del amor a Dios, pero no teórico, y no entiendo cómo se demuestra tal amor, sino a través de obras reales a favor de los necesitados que son muchos, con carencias materiales y también de otro tipo. Es cierto que existen personas individuales y también  colectivos organizados con  voluntad altruista que no existían en tiempos pasados, excepto el paréntesis que abrió la iglesia primitiva de Jerusalén por su fidelidad al mensaje de Jesús, en cuyo cumplimiento “……… ninguno tenía por propia cosa alguna, todo lo tenían en común y no había indigentes entre ellos”. Qué felicidad debe causar una situación de este tipo! (aunque parece ser que no fue muy duradera).

    No tengo los conocimientos necesarios para negar la existencia de indulgencia plenaria, mejor dicho sus efectos, aunque no lo acepto porque porque entiendo que el significado de indulgencia plenaria no puede depender de un ser humano, pues considero que es algo exclusivo de la voluntad divina a la que no es accesible el ser humano. Admito que puede ser un error, pero estoy con Lutero.

    Si la Curia romana está al servicio del Papa y los componentes fundamentales de cada Dicasterio siguen siendo  clérigos, no es posible que se produzca un auténtico cambio. Quiero entender que Francisco no haya podido transformar más profundamente el órgano de gobierno del Vaticano, suponiendo que personalmente quisiera mayor participación del laicado.