He decidido hoy acortar la serie de entradas en las que estaba intentado introducir directamente en el último libro inédito de Alexander Grothendieck, La llave de los sueños. Omito las secciones 30 a 35 en las que AG sigue planteándose por qué, desde que a los 16 años, tras una charla sobre la evolución del Universo y de la vida humana, determinó a la vez que había una Inteligencia y un propósito inicial a todo pero que eso no tenía que ver con su vida (“Desde los 16 años he sido deísta convencido”), se resistió a una búsqueda espiritual seria [ver pp. 95-130]. Acabo hoy con la sección 36, con la que AG finaliza el 28 de junio de 1987 el relato de cómo, siete meses antes, había encontrado su nueva fe absoluta en que Dios mismo, el de los sencillos y los más lúcidos, era quien estaba con él, iluminando su mente y asegurándole su amor. Y quien quiera que analice y comente este texto y este libro, que ignora (o simula ignorar) quien estos días escribía esta crónica en New Yorker: La misteriosa desaparición de un matemático revolucionario. [Con el botón derecha del ratón, la traducción en castellano]. ¡Buen ejemplo de razonado proceso interior hacia una fe razonable! AD.
36. Dios habla en voz muy baja…
(26 y 28 de junio) Es una gran satisfacción ver hasta qué punto esta “historia de mi relación con Dios“, que había pensado insertar de pasada y como para tomar conciencia, se ha convertido en la ocasión de un redescubrimiento de mi vida a través de algunos de sus momentos centrales y algunos signos que la han marcado, en los que hasta el momento no me había parado a pensar. La nueva perspectiva me permite abarcar mi vida en su globalidad y con una mirada nueva. A lo largo de la reflexión, veo manifestarse en ella paso a paso un sentido, un secreto designio, ignorados por mí durante toda mi vida y sin embargo oscuramente presentidos. Ese designio, y el nuevo sentido que da a mi vida, se han revelado hace muy poco, de finales de octubre a finales de marzo. Y seguramente es una gracia muy especial, que me hayan sido notificados expresamente y de forma tan clara (19). Frisando ya los sesenta años, aún me abría camino a tientas en la noche, sin que nada exterior viniera jamás a confirmarme en la vacilante vía seguida como a mi pesar, por eso ha sido crucial que al fin irrumpiera una luz y que mis tergiversaciones terminaran, para cumplir en esta existencia lo que debo cumplir.
Y que nadie se imagine que la evocación de mis tergiversaciones de hace poco y de mi infidelidad de antes sea para mí ocasión de lamentos y rechinar de dientes, “¡ah si hubiera esto! ¡ah si hubiera lo otro!”. Es una alegría descubrir lo que ha sido, a la luz de mi presente, y discernir ahí los afanes de un devenir que se esforzaba a tientas, incluso a través de mis abandonos y mi infidelidad a lo mejor de mí mismo. Era necesario que esos frutos maduraran durante años y decenios su carne de amargura y que fueran comidos, para que nutrieran otro fruto en camino que ya germinaba sordamente. Y lo que vale para uno vale para todos, por amarga que sea la cosecha. Nadie escapa a la amargura del sufrimiento que él mismo se ha preparado, ni a la liberación que ésta prepara.
He pensado en el apóstol Pedro, y en su negación del Cristo que acababa de ser entregado para ser crucificado. Releyendo hace poco ese relato, he sollozado largo tiempo, como si fuera yo el que acabara de renegar y traicionar al que iba a morir abandonado por todos. Sólo la verdad toca así, en lo más profundo del ser, y nos revela a nosotros mismos. Y no hay que lamentar que lo que así toca, como una herida bienhechora que cura, haya sido.
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Muchos son los llamados y pocos los elegidos. Pero los elegidos, me parece, son los que oyen, escuchan y siguen la llamada. Dios elige cuándo y cómo llama – ¿y hay alguien que no haya sido llamado? Pero no es Él quien escoge a los “elegidos”. Es cada uno de nosotros, cuando la voz llama, quien escoge en el ruido o en el silencio, si hace callar la voz o si la sigue. Nos gusta imaginar a Dios dictando Sus mandamientos con la voz del trueno, para que sean grabados, inmutables, en tablas de granito. En verdad, Dios habla en voz baja, y al oído de uno sólo. No ordena ni impone, sino sugiere y anima. Y lo que Él dice es locura para todos los que nos rodean, igual que para nosotros que somos su dócil imagen. Nada a nuestro alrededor ni en nosotros, salvo esa única voz, nos incita a prestarle atención, y todo nos disuade de hacerlo. Por eso es tan raro que escuchemos y más raro aún que hagamos caso. Y seguramente por eso hay tan pocos elegidos.
Esa voz imperceptible es como un viento suave que pasa por la hierba, y cuando ha pasado parece que no ha pasado nada, todo sigue siendo igual. Los mismos profetas, los místicos, los santos primero lo rechazaron, como una vana quimera o como un sueño loco, antes de atreverse a reconocerlo y de apostar su vida a esa fe temeraria, esa fe loca, desafiando toda “sabiduría”. Si hoy en día a algunos nos parecen grandes, ellos que fueron modelados con el mismo barro que nosotros, es porque se atrevieron, ellos, a ser ellos mismos osando dar crédito al viento que sopla y que pasa, subiendo de las profundidades. Su fe es la que los hace grandes, restituyéndoles ellos mismos a sí mismos. No la fe en un “credo” compartido por todos o pregonado por un afanoso grupo de defensores. Sino la fe en la realidad y el sentido de algo delicado e imperceptible que pasa como la brisa y nos deja solos ante nosotros mismos como si jamás hubiera estado.
Ésa es, la verdadera “fe en Dios”. Aunque nunca se hubiera pronunciado Su nombre, sin embargo es ella. Es la fe en esa voz baja que nos habla de lo que es, de lo que fue, de lo que será y lo que podría ser y que aguarda – voz de verdad, voz de lo que vemos… Somos y llegamos a ser nosotros mismos solamente cuando escuchamos esa voz, y tenemos fe en ella. Es ella la que actúa en el hombre y le hace avanzar y le anima en el camino de su devenir.
Esa fe no es más que la fe en nosotros mismos. No en el que nos imaginamos o quisiéramos ser, sino en el que somos en lo más íntimo y en lo más profundo – en aquél que está en camino y al que esa voz llama.
No obstante a veces la voz se hace potente y clara, habla con fuerza – no la del trueno, sino con la fuerza misma que yace en nosotros, ignorada, y que de repente ella revela. Así es ella en el sueño mensajero, hecho para sacudirnos un sopor (quizás mortal…). Pero esas insospechadas fuerzas se despliegan en vano – pues ¿dónde está el metro certificado que las medirá con su rasero (para que comprobemos que dan la talla…), dónde la balanza que las pesará (y nos da luz verde para admirar…), dónde el cronómetro que les pondrá coto (para limitar los daños…)? Después de todo no son más que sueños, ¿no es cierto? ¿Quién sería tan loco como para escuchar un sueño, e incluso hasta seguirlo?
Incluso cuando, por algo extraordinario, Él levanta la voz, diríase que Dios hace todo lo que puede para, sobre todo, no presionarnos por muy poquito que sea para que Le escuchemos, ¡mientras que todo nos empuja a taparnos los oídos! Es casi como si Dios mismo participara en la puja: “Oh, sabéis, sobre todo no hay que preocuparse ni sentirse obligado, si Yo te hablo es como si Yo me hablara a mí mismo mascullando algo. Después de todo Yo no soy un personaje importante como Untal que habla en la radio y Untalotro que concede una entrevista y otro Untal más que acaba de publicar un libro muy leído o Éste que afirma con aire perentorio mirando a su alrededor o Aquella de voz aterciopelada que te acaricia como un guante… Ante todo, no quisiera hacerles la competencia y por otra parte Yo tengo mucha paciencia y muchísimo tiempo, así que no hay prisa para escucharme, si no es en esta vida será en la siguiente o la de después o dentro de diez mil años, tenemos todo el tiempo…” Con todo eso, ¡es milagroso que el Sin-importancia, el Todo-Paciente, el Insensato, el Ignorado, sea escuchado alguna vez! Sólo puede culparse a Sí mismo, el Señor de toda vida al que gusta tanto esconderse y rodearSe de misterio y hablar la lengua de los sueños y del viento, cuando Él no está en silencio. El mundo entero atruena y ordena y decreta y determina, y promete y amenaza y fulmina y excomulga y machaca sin piedad cuando no masacra sin vergüenza, en nombre de todos los dioses y todas las sacrosantas Iglesias, de todos los reyes “de derecho divino” y todas las Santas Sedes y todos los Santos Padres y todas las altivas patrias, y (last but not least) en nombre de la Ciencia ¡sí Señor! y del Progreso y del Nivel de vida y de la Academia y del Honor del Espíritu Humano, ¡ya lo creo!
Es curioso el párrafo anterior, como si la voz de Dios pujara con otras voces más poderosas o con más pedegrí para ser escuchadas… En la ironía de AG aparece que Dios no tiene prisa pues tiene tiempo y milenios por delante para que “en próximas reencarnaciones” llegue Dios a ser escuchado por alguien… La creencia, no fe, en una reencarnación es equivalente en él a la creencia o imaginario que tenemos los cristianos en la “vida eterna”, una vida en Dios con Tiempo infinito (aquello de pajarito que gotita a gotita acabará vaciando el océano con que nos impresionaban en los ejercicios). Pero tanto la fe como la misión única e irrepetible de cada uno es otra cosa. Al escribir esta sección, Grothendieck acababa de conocer los libros de Légaut y refleja algo de lo que había aprendido del otro “extraño matemático”: fe en sí mismo (que no autoestima), destino único e irrepetible, sentido y misión de la propia vida. De hecho, interrumpirá aquí el relato de su vida para otras secciones donde compara su búsqueda con la del extraño cristiano que, para él, fue un mutante tan importante por su su nueva comprensión de lo que era “fe y fidelidad” al proyecto de Jesús, como Darwin y Freud en evolución y psicología. AD.
Y en ese clamor de todos los poderes y todos los apetitos y todas las violencias, Sólo Uno se calla – y Él ve, y espera. Y cuando por ventura Él habla es en voz tan baja que jamás nadie escucha, como dando a entender a la vez que murmura: oh Yo, sabéis, verdaderamente no merece la pena escucharMe. Además en ese jaleo os cansaría…
Los caminos de Dios, lo reconozco, son insondables. Tan insondables que no podemos extrañarnos de que el hombre se pierda en ellos e incluso pierda el rastro de Dios y hasta Su recuerdo. Las religiones que, sin duda, Él ha inspirado, se contradicen y se exterminan unas a otras, y los pueblos que antes se proclamaban hijos de una misma Iglesia, no han dejado de masacrarse a placer unos a otros, a lo largo de siglos y al son de los mismos himnos fúnebres celebrando el mismo Nombre, los sacerdotes con casulla en compañía de poetas laureados cantando piadosamente amén “por los que piadosamente han muerto por la patria…”.
En nuestros días el buen Dios está pasado de moda, pero el macabro circo gira tan deprisa como nunca: los sacerdotes y los poetas siguen haciendo su tarea de sepultureros, bajo el báculo alerta de los generales, los reyes, los presidentes, los papas, mientras que la Ciencia (alias el Honor del Espíritu Humano), siempre tan sublime y tan desinteresada, facilita los grandiosos e impecables medios de las perfeccionadas Megamasacres electrónicas, químicas, biológicas, atómicas y de neutrones para los osarios de hoy y de mañana.
Sólo Dios se calla. Y cuando Él habla, es en voz tan baja que jamás nadie Le escucha.
Ante esta frase “la experiencia vivida podría desviarnos intelectualmente” que Isidoro nos trae de Grothendieck transmitida a un amigo en su última etapa de la vida, cabría preguntarse si no será que esta experiencia vivida más que desviarnos intelectualmente nos sitúa en la buena dirección para conceptuar de manera más idónea la función del intelecto?
Si esto fuese así, la cuestión no se resolvería tan fácilmente como pretende el amigo Isidoro, dejando suelta nuestra intuición y ordenando las palabras y las ideas simplemente. A.G. no habla de ideas sino de experiencia, aunque parece que él como matemático enfocase la inteligencia más bien como aquel útil para resolver cuestiones problemáticas. Naturalmente que la inteligencia cumple esta función, la cual, sin embargo, tras esa experiencia vivida por A.G. extensible a todos-as como ya señalé ayer, esta primera instancia interpretativa se situaría en segundo término. La experiencia vivida a tal nivel nos hace ver, en su intento de describirla, que no basta con la mera expresión ni con un juego de palabras bien combinadas, sino que para ello necesariamente habrá que hacer entrar una costosa elaboración racional de base experiencial muy distinta de la estrictamente intelectual.
Creo que Dios nos habla de “muchas maneras” y se nos revela en formas, y por caminos, muy diferentes..No es sólo “el soplo suave del Espíritu Santo”, sino también es “súbita luz inmediata”, como le ocurrió a André Frossard, o es un misterioso proceso como el de Alexis Carrel o se encuentra tras una noche de lectura como relató la filósofa alemana Edith Stein.
En cuanto a mi un solo segundo, un solo instante, de la Misericordia divina me ha durado toda la vida. La experiencia ha sido, sin duda, ya muy lejana, sólo recuerdo el destello, y sin embargo mi fe permanece en ella sin que pueda ya desligarme de su brillo y de su verdad.
Saludos cordiales
Santiago Hernández
Gracias a Juan Antonio por su comentario rezumando fe y poesía, que seguramente es la mejor forma de hablar sobre lo real pero incognoscible. Gracias también a los que habéis intervenido. Pero permitidme que me dirila sobre todo a Isidoro:
Ya veo, Isidoro, que lo tienes claro. Severo diagnóstico de un caso patológico de locura, aunque no emplees la palabra pero sí desvío de la razón o perder el control de la razón, ya que le faltaba “la categoría psicológica del Inconsciente Colectivo”. ¡Qué pena! Confundió el Inconsciente Colectivo con Dios. ¡Qué regresión cultural tan grande! No se dio cuenta, a pesar de tanto autoanálisis, que podía seguir siendo un hombre normal y equilibrado atribuyendo lo que le pasaba en su interior, en sueños pero sobre todo en su meditación vigilante y analítica, no a la presencia del absoluto trascendente que está en el acto humano consciente y libre (he vuelto a releer los puntos más profundos del Curso Fundamental sobre la Fe de Rahner al que me refería ya en 1981) sino a ese constructo de del “inconsciente Colectivo” que por provenir de un exitoso médico postfreudiano tiene mucho más prestigio y futuro que el sismilenario constructo “Teos” o el término francés “le bon Dieu” de los sencillos al que vuelve Grothendieck, en claro desafío a su culto entourage intelectual que le empezaba a etiquetar como matemático chalado.
Citas el testimonio de Schneps, que no es un matemático sino Mme. Leila Schneps, matemática, discípula de Grothendieck, fundadora del Círculo Grothendieck y coautora con W. Scharlau de una Biografía aún inacabada del matemático. Ella ha escrito la tercera parte, accesible ya pero no publicada: Espiritualidad.
Pero, dejando bromas y esgrima de referencias, te estoy muy agradecido porque has entrado en los textos que he aportado sobre la extraña biografía de Grothendieck. Incluso en el muy discutible y frívolo artículo de Yorker que cité. Y tienes razón. La duda sobre lo último que conocemos hasta ahora de él y su posible locura, está en mi cabeza desde el principio.
Desconfío de todas las revelaciones personales extraordinarias que se comunican como apologética general o concreta de la autenticidad de un vidente y/o estigmatizado. Y se da la casualidad de que entre 1961 y 1962, en los primeros años de mi sacerdocio, hice dos Retiros de Cristiandad en Châteauneuf de Galaure, visitando ambas veces a Marthe Robin, la estigmatizada a la que se refiere AG en su libro (p. 352). Nunca vi nada realmente milagroso en todo ello y sospeché que en ese caso como en el del P. Pío había una inaceptable explotación, si no engaño.
En el momento de oír mensajes para comunicar a 250 amigos la Buena Noticia de una fecha para la Apocalipsis y el ayuno de 45 días, del que le salvaron vecinos y su hijo, era la voz de Marthe (ya fallecida en 1981) la que se le comunicaba. Sobre esto te recomiendo leer el cap. 29 y 30 de Spirituality de Schnepps, pero sabiendo que no significa que perdiera el juicio para siempre.
Trasladado en otoño de 1990 a otro pueblo, vivió envejeciendo en soledad total voluntaria, pero parece que con salud mental para seguir escribiendo de matemáticas y espiritualidad. Parece que a su muerte en 2014 todo estaba bien guardado y coleccionado en su nueva secreta casa. Pero había declarado que no se publicara nada y él quedó escarmentado del fracaso y error reconocido en la concreción de su misión.
Aún sabemos poco de cómo fueron los 24 últimos años de su vida. Sus posibles escritos últimos dependen hoy sobre todo de su hija, que está empeñada en ello y en contacto con Mateo Cardona (supongo que también con Leila Schnepps) para pueda salir a la luz del día lo válido de la escritura póstuma, con fidelidad y rigor.
Sobre esos últimos años te dejo el comentario de uno que logró hablar con él y que lo describe más como viejo sordo y receloso que como loco. Ver Testimonio de Mohammad. Comprenderás que yo le siga teniendo un gran respeto a su itinerario, como lo tengo al de Nietzsche, el más genial filósofo del siglo XIX, aunque su razón dejara de funcionar, parece ser, en los últimos diez años de vida.
La definición de círculo que tanto impresionó al joven Grothendieck: “todos los puntos que equidistan de un punto dado” a mi modo de ver puede ser considerada como herencia recibida por la definición que Galileo hizo del Universo, que decía si mal no recuerdo que la realidad del Universo está escrita con caracteres matemáticos”. Ahora bien, desde la física cuántica, el esquema del círculo en el que los puntos equidistan por ley, estos puntos desde una perspectiva filosófica se convierten en notas, el círculo en estructura y la ley en relación. Y esto, a mi juicio, es lo que cada uno-a en su universo propio puede experimentar.
Ante estas reflexiones de A. G., en este momento solo cabe el silencio. Silencio que en el fondo es tal vez una súplica humilde y agradecida, que busca, que escucha y trata de entender… Pues en ese silencio, que busca y escucha, resuena, muy suave -como un céfiro- algo íntimo que se percibe mejor, que hace ver y que remueve… Todo esto lleva a recordar a Agustín de Hipona y su “intimior intimo meo”, y también a S. Weill y su experiencia-encuentro íntimo que le hizo arrodillarse… En suma, todo esto recuerda también a Rahner cuando decía que el cristiano del siglo XXI será místico -experienciará, de alguna manera, al Dios Abbá de Jesús- o no será cristiano. La experiencia de Dios libera y remueve montañas de obstáculos tradicionales -ideológicos, normativos, “sacros”, psíquicos etc.,- y los arroja en el mar de nuestros alborotados -y “maduros”- pre-juicios o malos entendimientos… La experiencia de Dios es la mejor y más clarividente prueba de Dios, aunque con frecuencia no sepamos interpretarlo bien, y surjan las nieblas… Por eso, A. G. -y tantos otros- se merecen una escucha silenciosa, respetuosa y siempre agradecida. En ellos hay un silencio sonoro que nos habla.
Nota: Al escribir esto no estoy haciendo solo poesía.
Schneps, un amigo matemático que visitó a Grothendieck, en su última etapa de la vida, cuando era un anacoreta, antes de su muerte, en 2014, recordó que le explicó su convicción de que la experiencia vivida podría desviarnos intelectualmente.
Eso nos pasa a todos. Y por ello, nuestras palabras verbales o escritas, son siempre una mezcla entre grandes ideas sabias, e ideas torpes y delirantes.
Por ello, la actitud de cualquier lector u oyente, ante las expresiones de otra persona, aunque sea muy famosa, es dejar funcionar nuestra intuición, y arriesgarse.
Porque no tenemos otra cosa. La razón, es como un molino que muele y procesa, lo que ya tenemos en nuestra mente, pero lo que introduce cosas nuevas en nuestra mente, es la intuición de la mente inconsciente.
Hay que fiarse de nuestro instinto, de nuestro “corazón”, de nuestro “espíritu”, de nuestra guía interior, que se supone que ha aparecido ahí, por su gran utilidad en nuestro devenir evolutivo.
Es la “torna”, el suplemento que precisábamos para pasar de animal inteligente, a animales inteligentes sabios.
Max Scheler, lo consideraba como la diferencia esencial entre el hombre y el animal, y que dicho “espíritu”, se caracteriza, entre otras cosas por ser la fuente la ideación o captación intuitiva de las esencias de todo.
O sea que dicho “espíritu”, que yo radico en los instintos arquetipales sabios del Inconsciente Colectivo, es como una especie de brújula, para detectar, que ideas de los demás, son buenas y aprovechables, y cuales son futo del error o el delirio del autor.
Es un “gran detector de metales” del que disponemos, para detectar el oro y la ganga de los demás. Pero con la problemática de que a su vez, en nosotros, en cada caso, unas veces señala oro y otras, ganga. Nunca podemos estar seguros de que funcione bien. Pero es lo único que tenemos.
El caso de Alexander G. es paradigmático de esta situación. Es evidente por su biografía, que arrastraba un fuerte desequilibrio psicológico, fruto de su agitada biografía. Y que en su profesión de investigador matemático, trabajó cotidianamente, con la fuente de intuiciones, de su “espíritu”.
Yo diría que era un “psíquico”, una persona, acostumbrado por su profesión a la creatividad intuitiva, activando inconscientemente su mente inconsciente, y encontrando nuevas perspectivas para todo conocimiento de la realidad.
Y por eso, a pesar de sus pesares psicológicos, en él, se encuentran grandes intuiciones, y especialmente sobre las características del funcionamiento de ese equipamiento psicológico, que él (posiblemente falto de la categoría psicológica del Inconsciente Colectivo), asoció con la voz directa del Dios en persona.
Acabo, no resistiéndome s repetirme una vez más, con dos logiones del Evangelio de Tomás, que son muy significativos sobre el tema:
5. Dijo Jesús: «Reconoce lo que tienes ante tu vista y se te manifestará lo que te está oculto, pues nada hay escondido que no llegue a ser manifiesto».
29. Dijo Jesús: «El que la carne haya llegado a ser gracias al espíritu es un prodigio; pero el que el espíritu (haya llegado a ser) gracias al cuerpo, es prodigio [de prodigios]. Y yo me maravillo cómo esta gran riqueza ha venido a alojarse en esta pobreza».
Eso es lo más hermoso de la… búsqueda constante… que un día sin saber como o porqué, algo en nuestro interior se ilumina y se hace la:
¡Palabra! Su palabra ¡Luz vida!
Que nos hace caer en la cuenta de lo importante que es la búsqueda constante, y a través de esa Palabra, la vida tiene otro significado y otra fuerza para seguirla y caminar siempre hacia adelante.
Gracias por este art.